LECTURAS
(elo.299)
UN BUEN
DETECTIVE NO SE CASA JAMÁS
Marta Sanz
Anagrama, 2012
Hace
unos días leí un artículo de Marta Sanz en el que decía, y no cito textualmente
porque mi memoria ya no da mucho de sí, que al igual que hay que exigir la
existencia de escritores de altura, también resulta imprescindible la
existencia de lectores avezados que sepan sacarle el jugo que necesita el texto
que tienen entre sus manos. Cierto, pues la buena salud de la literatura
precisa de la existencia tanto de buenos autores como de buenos lectores, con
objeto de mantener siempre en movimiento sus aguas, lo que en estos momentos
con seguridad no ocurre, al menos en los niveles deseables. Viene lo anterior a
colación porque acabo de leer la segunda novela, la segunda novela que he
podido leer de Marta Sanz, “Un buen detective no se casa jamás”, novela en la
que he podido apreciar los mismos problemas con los que tropecé, hace ya unas
semanas, cuando leí “Black, black, black”. Esta segunda novela me ha parecido
aún más insoportable que la primera, de suerte, que estaba deseando terminarla,
ya que no encontraba nada que justificara su lectura. Marta Sanz está considera
como una de “las esperanzas blancas” de la literatura, de la nueva literatura
de nuestro país, como lo demuestran los elogios que he podido leer y escuchar
sobre ella en determinados círculos, lo que ha sido la causa que me ha obligado
a acercarme con cierta ilusión a esta autora, pudiendo certificar sólo que es
una magnífica narradora, pero también que es una pésima novelista, o una buena
novelista sólo para los que se dejan deslumbrar por los fuegos artificiales de
las palabras, y por las frases demasiadas redondas.
No
es que a estas alturas espere mucho de las novelas que voy encontrando, pero sí
aspiro, al menos en principio, a que lo que lea tenga cierta justificación, a que como mínimo, con
independencia de su valor, que la novela sea en sí una novela, que se presente
compensada, que cuente alguna historia aceptable narrada de forma aceptable, de
acuerdo a las capacidades que pueda poseer cada autor. Pero lo que me
desorienta, son los experimentos de los exquisitos que sólo escriben para los
exquisitos, que saltándose las normas básicas de la novela, que las tiene,
acomodándose con demasiada facilidad a los tiempos en que vivimos, deciden que
lo importante, lo realmente importante, serio y valioso es la forma, dejando a
un lado, posiblemente para los más vulgares, para los que comen de todo, la
historia, el contenido sobre el que esa forma tiene que acomodarse y
subordinarse para intentar resaltarla y singularizarla. Sí, porque lo que no soporto,
es a los que con sus creaciones, reivindican la independencia de la forma,
cayendo en un manierismo posmoderno hueco y sin sentido, que sólo podrá
mantenerse en pie por un pequeño periodo de tiempo, pues en el fondo no es más que una moda, de una moda, que como
todas, tiene fecha de caducidad.
Dicho
lo anterior, para evitar confusiones, tengo que decir que me gusta la
experimentación, el hecho de que se intente avanzar desde lo dado para ofrecer
creaciones que consigan, aunque sea de forma modesta, hacer avanzar lo que aún
denominamos novela, que indudablemente no puede ser la misma, la que se hace
hoy, que la que se realizaba hace cien o hace sólo veinte años, pero otra cosa
diferente es que esa novela que se presenta como innovadora, y que consigue
cerrados aplausos desde determinados graderíos, no sólo no aporta nada, sino
que representa un claro retroceso.
“Un
buen detective no se casa jamás”, es un buen ejemplo de los tiempos literarios,
y no sólo literarios en que vivimos, en los que se pretende que el papel que
envuelve al objeto que se desea regalar tenga más valor en sí, que el objeto
mismo, pues es una narración que se
sustenta sólo en el estilo que impone la autora, ya que la historia es de una
debilidad extrema, completamente insignificante, en donde para colmo la trama
se solventa de una forma incomprensible. En esta novela todo se realiza de
forma contraria a los tan denostados “cánones oficiales”, pues en lugar de
intentarse que lo que se cuente tire del lector, se realiza cierto esfuerzo,
para que el lector avance a través de lo que encuentra gracias al placer que
pueda encontrar al masticar el estilo de la autora, lo que provoca cansancio y
hastío en el que con voluntarismo entra en ese juego, sobre todo cuando
comprende que eso es lo único que puede encontrar en la novela, un absurdo
ejercicio de narrativa, en donde la capacidad para la literatura que muestra la
autora queda de manifiesto, pero en donde se aparta al lector, no por la
exigencia del texto, sino por la vacuidad del mismo.
Llevo
demasiado tiempo frecuentando a nuevos autores, con la esperanza de poder encontrar en algunos de ellos la
capacidad suficiente como para dar el salto a las primeras filas de la
narrativa de este país, que posean la fuerza y la calidad necesaria para
hacerse con un hueco, con un discurso y con una estética propia, pues estoy
convencido que se necesitan nuevos espadas para alentar la aparición de nuevos
lectores, de nuevos lectores exigentes que a su vez obliguen a esos escritores
a no estancarse, para que en cada uno de sus nuevos textos den un paso hacia
delante y no caigan en la tentación de repetirse y repetirse. Pero busco, como
decía antes, nuevos espadas y no maestros de esgrima en el terreno corto, de
esos que se sienten orgullosos de sus fintas y de sus piruetas, tan orgullosos
que ni siquiera ensayan otras nuevas, tal como le ocurre a Marta Sanz, cuyas
dos novelas que he leído, salvando las obvias diferencias, son absolutamente
iguales.
Está
claro que no voy a desistir en esa búsqueda, pero estoy convencido que el
terreno, tal y como se presentan las circunstancias, no se encuentra lo
suficientemente abonado para que surjan esos nuevos novelistas de altura, y eso
a pesar, lo que puede resultar incomprensible, de que cada día se domina más y
mejor la técnica narrativa, siendo un claro ejemplo de ello la propia Marta
Sanz.
Jueves, 13 de
marzo de 2014
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