LECTURAS
(elo.297)
BLACK, BLACK,
BLACK
Marta Sanz
Anagrama, 2010
Por
una serie de circunstancias, y después de haber abandonado su lectura hace
varios años, he podido ahora leer esta novela sin encontrar demasiados
impedimentos para ello, aunque tampoco, y este hecho también es importante
dejarlo claro, sin haber podido hallar los alicientes necesarios para verme
atrapado y arrastrado por su lectura. Lo que más me ha llamado la atención de
“Black, black, black” es que es una novela diferente, extraña, que a pesar de
ser, al menos en principio, una novela negra, no propicia una lectura rápida de
la misma como suele ser habitual en este género, sino que por el contrario, la
autora hace lo posible y a veces lo imposible para desarrollar una narración
muy elaborada, que aspira no sólo a dejar ante el lector la historia que cuenta,
muy simple por cierto, sino que cuida de sus personajes y se dedica a jugar un
poco con los lectores con ese eterno tema, muy posmoderno por cierto, de las
relaciones entre la ficción, las mentiras y la verdad, a lo que hay que añadir
un estilo y una estructura muy peculiar, que sin duda y con diferencia son los
elementos más destacados de la novela, que favorecen, poniéndose a su servicio,
las pretensiones de la autora, logrando que “Black, black, black” sea al menos
una novela singular que merece cierta atención.
Sí,
la novela de Marta Sanz merece al menos cierta atención, pues es una novela muy
características de los tiempos literarios en que vivimos, y aunque demuestra
que la autora está dotada para la narrativa, deja al descubierto ciertos elementos
que estimo importantes analizar, ya que se dan con demasiada frecuencia en la
actualidad.
En
principio, como dije más arriba, “Black, black, black” es una novela negra,
pero la autora ejerce en ella una voluntad de
estilo tal, que aleja la narración del género al que en principio se
inscribe, pues de forma constante, se dedica a parar, a detener la fluidez de
la trama, algo que va en contra de la ortodoxia en la que se suelen mover este
tipo de narraciones.
Existe
cierta tendencia a utilizar el género negro, que siempre ha sido un tipo de
literatura oxigenante, para hablar de otras cosas, para realizar por ejemplo
crítica social solapada, para la que se adapta a la perfección, pero
últimamente me he encontrado varios casos, en el que autores jóvenes, lo
instrumentalizan, sin aportar absolutamente nada, para dejar de manifiesto sus
capacidades literarias, lo que me parece bien, ya que cada cual puede hacer lo
que desee, pero no me parece suficiente. Y no me parece suficiente, porque la
novela, ese género en el que cabe todo, sólo exige algo, que se cuente una
historia que al menos trate de atrapar al lector que se acerque a ella, y esta
es una exigencia válida tanto para la buena como para la mala literatura. Lo
que no es de recibo, como a veces ocurre, es que bajo el barniz de la calidad,
se olvide lo esencial, el ofrecer al lector una historia potente que le obligue
a leer y a leer. Este hecho, desgraciadamente demasiado habitual, junto, como
no me canso de repetir últimamente, a las historias banales en donde todo
parece de cartón piedra, es lo que está conduciendo a la novela, tanto a la de
calidad como a la popular, a un callejón sin salida.
Este
es el problema que he encontrado en “Black, black, black”, que es una novela
que no encuentra su justificación en una historia que tenga interés, en una
trama que le aporte algo a quien la lea, y que sólo puede tener sentido para
aquéllos que siguen creyendo que la literatura sólo, y esencialmente, es estilo
y estructura, para aquéllos a los que le da igual que debajo de la cascara no
haya nada. No cabe duda que todas las historias ya se han contado, y que en
literatura lo importante es la forma en que se cuente una historia, pero
colegir de lo anterior que la historia es lo de menos, algo de lo que es mejor
casi prescindir, es llevarlo todo a un absurdo difícil de digerir, pues el
estilo y la estructura que se implementen siempre, siempre en todo caso, debe
estar al servicio de esa historia, para realzarla y presentarla con una luz
diferente.
El
caso que se cuenta es de una simplicidad extrema, un hijo que ofuscado, mata a
la médico geriatra que convence a sus padres para quedarse con el piso que
poseen, a cambio de prestarle los servicios que necesiten en una residencia
mientras vivan. Un caso, que por otra parte se resuelve con demasiada
facilidad, pasando todo el interés de la novela a la escenografía que impone la
autora, a las singularidades, que son muchas, de los diferentes personajes que
intervienen en la trama, y por supuesto, en la estructura en que se apoya para
exponer la historia. Pero también, en el juego que establece entre la
realidad y la ficción, entre las
verdades y las mentiras, lo que puede entenderse como la guinda metaliteraria
de la novela, algo que al parecer nunca debe faltar en toda novela que se
precie en nuestros días.
La
novela se desarrolla en tres planos diferentes, que coinciden con las tres
partes en que se divide la misma, teniendo diferentes protagonistas, ideadas
todas ellas, sobre todo la central, en donde se muestra un extraño y
contradictorio diario, para enmarañar en exceso el caso, un caso que al final
se resuelve con una facilidad que llama la atención. A lo largo de la obra, la
autora juega con lo que es verdad y con lo que es mentira, con objeto posiblemente
de mantener despistado al lector, que al final comprueba, apesadumbrado, que la
realidad es mucho más banal que lo que surge de la imaginación.
No
me ha parecido gran cosa esta novela, aunque voy a seguir atento a la autora,
tal y como sigo a otros autores jóvenes, pues la calidad literaria que sin duda
posee puede dar, en un futuro, algún fruto interesante, sobre todo, si consigue
que estalle en su cabeza algún tema que realmente merezca ser narrado.
Jueves,
20 de febrero de 2014