viernes, 23 de noviembre de 2012

Con el agua al cuello

LECTURAS
(elo.263)

CON EL AGUA AL CUELLO
Petros Márkaris
Tusquets, 2012

De vez en cuando, sin que se llegue nunca a abusar de ellas, es recomendable encerrarse con una buena novela policiaca, pues este tipo de novelas, repito que cuando son buenas, consiguen desintoxicar y oxigenar al lector habitual, que en demasiadas ocasiones se observa acorralado, “entre la espada y la pared”, por novelas, que a pesar de poseer cierta calidad, no consiguen ni tan siquiera llegar a interesarlo. El género negro tiene la singularidad de “enganchar” con sus tramas al lector, lo que en muchas ocasiones sirve, lo que no es poco, para reactivar a aquellos que han olvidado que en primer lugar la lectura tiene que ser un divertimento, una fiesta, y que en el momento en que se convierta sólo en un esfuerzo, es conveniente dejarla a un lado en busca de cualquier otra actividad, que sí consiga captar por completo el interés de quien se refugie en ella. Por supuesto que el objetivo de una novela no puede ser sólo el de divertir o el de entretener, de suerte que si fuera así no tendría ningún interés, al menos ningún interés literario, pero lo que sí está claro es que toda buena novela, a pesar de tener necesariamente todo lo que tiene que poseer, en primer lugar, como paso previo, tiene que resultar atractiva para el tipo de lector al que va dirigida.
La novela negra, aunque muchos traten de extender sus límites, al comprender el enorme potencial que posee, es ante todo una novela de género, sabiendo los que se dedican a ella, a la perfección, el terreno en el que tienen que jugar, y también, los cuatro pilares sobre los que tienen que apoyarse, además de conocer su función, su función primaria, que no es otra que la de proporcionar al lector que se acerque a ellas, mediante una escritura rápida y en principio no muy elaborada, unas tramas que consigan entretenerlo durante varias horas. Sólo eso, lo que no es poco, ni fácil por supuesto.
Uno de los grandes atractivos de este tipo de novelas es precisamente ese, su aparente sencillez, en donde sólo hace falta zambullirse en cualquiera de ellas para siguiendo las pautas estipuladas, con sus diferentes variantes, llegar al esclarecimiento de un extraño suceso. Por ello, porque la trama casi siempre es la misma, lo que toma importancia en muchas ocasiones, sobre todo cuando el autor es de nivel, es el entramado que se elabora, y sobre todo la singularidad del protagonista de la obra, que siempre, y este hecho es básico, tiene que poseer una personalidad lo suficientemente acusada como para llevar de la mano al lector, por las diferentes pesquisas que realiza para aclarar el hecho al que se enfrenta.
Como dije antes, el potencial de estas novelas es tan amplio, que muchos autores, de esos que suelen ser definidos como totales, utilizan el género negro para afrontar temáticas que le vienen como “anillo al dedo” a este tipo de novelas, sobre todo para analizar y dejar al descubierto problemas y desajustes sociales, que utilizando otras metodologías resultarían mucho más difíciles de afrontar, lo que no siempre consigue dejar obras redondas, precisamente por el hecho de haberse recargado en exceso unas tramas que no están ideadas para ello. La buena novela negra tiene que ser ligera, lo que no quiere decir que tengan que ser banales ni que necesariamente tengan que pasar de puntillas sobre la realidad que enfocan, no, pero tampoco puede cargar las tintas en ello, sólo subrayarlas para que al lector no se le pase desapercibida. En este hecho, y en la forma en que el autor desarrolla el caso, es donde se puede calibrar la calidad de este tipo de novelas, en las que siempre hay que tener presente que lo primero siempre debe supeditarse a lo segundo, por lo que el entramado que se cree, por muy elaborado que sea, nunca debe ocultar el objetivo último de este tipo de obras.
Hace unos meses me enteré que había un novelista griego que desarrollaba sus novelas, de temática policiaca, bajo el escenario de la crisis que vive su país, lo que me obligó a apuntar su nombre, para a las primeras de cambio, cuando necesitara leer una novela de esas características, perderme en alguna de ellas, pues para colmo me habían informado que estaban teniendo bastante éxito.
“Con el agua al cuello” es una novela que se desarrolla en Atenas, en donde la crisis que devasta a aquel país se observa a las claras en la ambientación en la que el autor encuadra el caso que el inspector Kosta Jaritos tiene que esclarecer, una serie de asesinatos que se estaban produciendo y que tenían unas peculiaridades especiales, a saber, que los afectados pertenecían al mundo financiero, y que todos aparecieron decapitados por un sable o por una espada. Me gusta el personaje principal de la novela, pues creo que es creíble, que es alguien normal, sin demasiadas aristas, que encaja bien, sin rechinar demasiado en el cargo de funcionario que ocupa, y también el ritmo de la novela, que empuja a una lectura rápida, lo que en este tipo de obras es esencial. Sin embargo, esa ambientación de la crisis creo que es demasiado forzada, limitándose el autor a subrayar el colapso circulatorio que padece la capital griega por las múltiples manifestaciones que en ella se producen, y a alguna que otra conversación entre policías en donde se hacía referencia a los recortes que estaban padeciendo sus sueldos, y poco más, lo que me ha sorprendido, pues esperaba que el tema fuera tratado con más sutileza pero al mismo tiempo con mucha más contundencia.
También me ha parecido demasiado forzado el caso en sí, que no resulta muy verosímil, pues que un antiguo deportista de élite, que en su momento fue defenestrado de su actividad por dopaje, realice su particular venganza sobre miembros de los poderes financieros, al encontrar en la actividad de estos cierta similitud con la acusación que le había destrozado su vida como deportista, me parece excesivo.
No obstante, para calibrar con más conocimiento de causa a este autor, creo necesario leer alguna novela más de él, pues estimo que tiene suficientes cualidades para este tipo de literatura, pues como he dicho, su personaje estrella, el inspector Jaritos, posiblemente por su normalidad, me ha resultado bastante atractivo. Veremos.

Viernes, 19 de octubre de 2012

sábado, 17 de noviembre de 2012

Las leyes de la frontera


LECTURAS

(elo.262)

 

LAS LEYES DE LA FRONTERA

Javier Cercas

Mondadori, 2012

 

                        Posiblemente tenga razón Rodríguez Rivero cuando dice que Cercas es un peso pesado medio, pero de lo que estoy convencido es que es un escritor, por los temas que elige, pero sobre todo por la metodología que utiliza para desarrollarlos, que no suele dejar indiferente a nadie, de  suerte, que esa metodología empleada, que casi siempre está por encima de las historias que cuenta, consigue subrayarlas, aportándoles un valor añadido que difícilmente podría obtener de otra forma, lo que hace que sus obras siempre resulten interesantes, a lo que hay que añadir, el poderoso estilo narrativo que utiliza, que obliga al lector, envolviéndole y empujándole, a no parar de leer, pues si hay algo que caracteriza a la literatura de Cercas, es que nunca cansa ni aburre. Cierto, las narraciones de Javier Cercas poseen un atractivo especial, un atractivo que en principio parece que lo enlajan de lo meramente literario, pues el lector es convencido de lo que está leyendo no es literatura, sino otra cosa, aunque después comprende que estaba equivocado, que el autor le había engañado, y que lo que está leyendo es pura literatura, una literatura diferente, no convencional, pero pura literatura.

                        En unos momentos en que el desprestigio de la ficción es evidente, la gente cada día está más cansada de que le cuenten tantas historias, Cercas aparece haciendo una literatura partiendo de hechos sucedidos realmente y conocidos por todos, al estimar, como pone en boca de uno de sus personajes, que aunque la ficción siempre supera a la realidad, “la realidad siempre es más rica que la ficción”, encontrando en esa “riqueza” un yacimiento literario de considerable magnitud, que consigue enriquecer con su particular mirada. Sí, porque Javier Cercas no se conforma con fotografiar lo que pasó, con amplificar lo que sucedió, sino que, como hizo en “Anatomía de un instante”, se empeña no sólo en aportar su propia visión de los hechos, sino los motivos que hicieron posible tales hechos, lo que personaliza sus obras al tiempo que consigue crear cierta polémica, pues en lugar de matar definitivamente lo acaecido, aportando una visión cerrada, tal como hizo Truman Capote en su más célebre novela, lo que hace es activar los hechos y subrayar la actualidad del los mismos.

                        En esta obra Cercas se sumerge en un mundo inesperado, en el mundo de la delincuencia que afloró en los difíciles años de La transición, y más concretamente en uno de sus héroes, el Zarco (¿el Vaquilla?), realizando una completa disección del personaje que consigue dejarlo al descubierto, pero no se limita sólo a él, posiblemente porque comprende que el Zarco en sí no era  nadie, que fue una construcción del momento histórico en que vivió, y que lo importante y lo interesante de él, se encontraba fuera de él.

                        El autor, posiblemente para dar más verosimilitud y también para no caer en lo meramente literario, de lo que al parecer huye como de la peste, aborda la figura del protagonista de la obra de forma indirecta, gracias a una serie de entrevista que realiza alguien que había sido contratado para narrar la vida del Zarco. El entrevistado, sobre el que recae el mayor peso de la obra, de suerte que se  puede decir que es el protagonista real de la misma, es un antiguo miembro de la banda de el Zarco, alguien que a pesar de  pertenecer a una extracción social distinta a la del delincuente, en un momento dado, y por una serie de circunstancias, colabora en la misma, y que en la fecha en que se produce la entrevista, ya completamente reinsertado, se había convertido en un afamado abogado de la ciudad en donde transcurrieron los hechos. También aparecen otros entrevistados, como el policía que detuvo por primera vez al delincuente, o el director de la prisión de Gerona, pero éstos, parece que sólo tienen cabida en la obra para dar fe y credibilidad, a los testimonios que aportaba el abogado y antiguo miembro de la banda del Zarco.

                        Pero Cercas es inteligente y no aspira sólo a narrar la vida de un delincuente, por muy famoso y mediático que llegara a ser, no, pues deja al descubierto o desea dejar al descubierto varias cuestiones de profunda actualidad, y que con la escusa de el Zarco deposita sobre la mesa, la necesidad que tienen nuestras mediocres sociedades de héroes, sean de las características que sean, el poder que poseen los medios de comunicación para crear a esos héroes casi de la nada, y la instrumentalización que hace la clase política de todo lo que cae en sus manos, además de la capacidad que todos tenemos, debido a nuestra debilidad, de creernos las historias que de nosotros se cuentan, sobre todo cuando las mismas nos dejan bien parados de cara a los demás.

                        Es posible que lo que me haya llamado más la atención de esta obra, de esta novela, pues en el fondo y aunque no lo parezca es una novela, es la fuerza, la fortaleza de la misma, que a diferencia de otras muchas, consigue atrapar al lector desde la primera página, obligándole a leer, algo nada fácil de conseguir y que subraya la capacidad narrativa del autor. Lo normal es lo contrario, que el que se acerque a una novela tenga que realizar un esfuerzo para adentrarse en ella, que tenga que echar mano de esa fuerza misteriosa que se llama voluntad, lo que en última instancia está alejando a muchos, sobre todo a los más jóvenes, de la lectura, al encontrar siempre otras alternativas que les resultan mucha más atractivas, pero sobre todo menos trabajosas. Pero Cercas parece que tiene algo claro, que en primer lugar hay que interesar al lector, aportándole productos interesantes y bien construidos, incluso arriesgados, tanto en la forma como en el contenido, productos que siempre aporten  algo más que lo que aporta una bella o tormentosa historia de las muchas que sin justificación alguna se cuentan, pues sus obras están ideadas para un público que ya está cansado de leer novelas inanes, para un público diré que posliterario, pero que al mismo tiempo desea seguir leyendo.

 

Sábado, 13 de octubre 2012

viernes, 9 de noviembre de 2012

La historia del amor

LECTURAS
(elo.261)

LA HISTORIA DEL AMOR
Nicole Krauss
Salamandra, 2005

No tenía noticias de la existencia de esta autora, pero a raíz de la publicación de su última novela, que los suplementos literarios habían subrayado hace unos días como uno de los acontecimientos literarios del año, me he encontrado, por una serie de circunstancias, con su anterior novela, que venía acompañada, también, de todos los elogios imaginables. Como es lógico, tal como me ocurre cuando me sucede algo así, me encontraba deseoso de terminar lo que estaba leyendo, para perderme en las páginas de ese texto que tanto prometía y que con impaciencia me esperaba sobre mi mesa de trabajo, pero como también me suele ocurrir, y en más ocasiones de las que me gustaría, esa novela “prometida”, a pesar de que literariamente me ha resultado magnífica, me ha dejado bastantes dudas e interrogantes, lo que tampoco es mal asunto, pues tal hecho quiere decir, que tal obra se sale de los previsibles cauces por donde, de forma asfixiante, se ahoga la novela en la actualidad.
Hace unos días, un amigo me recordó una frase que siempre he repetido más de la cuenta, y que de un tiempo a esta parte parece que he olvidado, de repetir por supuesto, posiblemente porque ya la tenga tan asumida que no me hace falta enunciarla cada dos por tres. La cita es de Cortázar, del bueno de Cortázar, y decía que él hacía crítica para mantener sus estándares, es decir, por el mismo motivo que yo trato de comentar lo que leo, pues no todas las ideas que existen sobre la literatura coinciden con la que poseo, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que la literatura que parta de concepciones diferentes a las que mantengo, necesariamente tenga que ser mala. No, en absoluto, prueba de ello es esta novela que acabo de leer, que es un prodigio arquitectónico, en donde para colmo la delicadeza con que se trata el tema sobre la que se sustenta, y el fino humor que se puede encontrar en algunas de sus páginas, me hacen comprender que la literatura no se acaba, afortunadamente, en la idea o en la concepción que tengo sobre la misma. “La historia del amor” es una gran novela, y su autora una magnífica novelista, que sin duda, con el tiempo, aportara importantes obras que asombrarán y llenarán de entusiasmo a los que disfrutan con este tipo de novelas, novelas que, al menos desde mi punto de vista no dicen nada, aportando sólo belleza y estructuras perfectamente elaboradas, en donde las historias que se cuentan, a pesar de ser intrincadas y muy trabajadas, dejarán indemnes, a los lectores que de forma entusiasta la aplaudan.
He comentado en muchas ocasiones, que la gran literatura debe, tiene que ser algo más que un texto brillante o entretenido, al tiempo que el novelista no puede quedarse en ser alguien que domina a la perfección los instrumentos que tiene a su disposición, que tiene que ser algo más que un técnico, al necesitar de ese plus añadido que va más allá de saber plasmar la belleza o de saber articular de forma airosa un tema complejo. La gran novela se sitúa más allá de todo ello, pues la novela, aunque cada día más teóricos de la misma se empeñan en lo contrario, tiene que ser mucho más que un texto en donde se cuente bien una determinada historia. Sí, es algo más, o en mi opinión tiene que ser algo más, lo que no quiere decir, como he repetido ya en varias ocasiones, que la que acabo de leer no sea una buena novela, sólo que pertenece a un tipo de literatura que no me interesa.
Posiblemente por mi edad, ya que no pertenezco a las nuevas generaciones que necesariamente se ven en la obligación de imponer sus paradigmas, sigo manteniendo que la novela es un instrumento que aspira a comprender la realidad, un instrumento artístico que trata de desnudar y de dar vida, con paciencia, a los conceptos y a las ideas sobre las que nos asentamos, que intenta ahondar en las contradicciones que nos envuelven, en aquellas cuestiones que aún, a pesar de creerlas asumidas y perfectamente catalogadas, siguen desestabilizándonos.
Y tal labor intenta llevarla a cabo desde parámetros artísticos, pues sin voluntad de estilo la novela deja de ser novela para convertirse en otra cosa, pues la sociología, por ejemplo, debe asentarse en otras metodologías, pero sin huir de lo que ciertamente significa la realidad, en busca de lugares en donde todo parece más diáfano y en donde la existencia se dibuja con colores puros; afrontando interrogantes, aportando respuestas y dejando otros sin responder, gracias a lo cual el lector, además de disfrutar con la lectura, algo esencial, pueda quedarse con algunos temas sobre los que poder, con posterioridad, reflexionar.
“La historia del amor” trata precisamente de eso, de una historia de amor, y de un texto inspirado por aquella historia; de una historia que se truncó por los acontecimientos que se produjeron en la última gran contienda mundial, y por la distancia que ésta impuso entre dos amantes, y también de un libro que desapareció en aquella vorágine. Pero sobre todo habla de la importancia del recuerdo, que a veces es lo único que queda después de todo naufragio, y de lo que puede conseguir la letra impresa, que logra fijar para la eternidad, los sentimientos y las emociones que en un momento dado se llegaron a tener. La novela se desarrolla de forma magistral en tres planos diferentes, que llegan a interrelacionarse entre sí, hasta el punto, que el manuscrito que todos creían perdido llega a las manos de quien tenía que tenerlo, y que gracias al él, pudo conocer la historia de la que provenía.
Novela interesante que desgraciadamente no ha llegado a arraigar en mí como me hubiera gustado, pero que estoy seguro que arrancará elogios de la mayoría de los lectores que conozco, pues tengo que reconocer, que además de con dulzura, está escrita con inteligencia. Posiblemente con demasiada inteligencia, lo que me lleva a pensar, y no digo que sea el caso, de que es una novela típica de esos talleres de escritura creativa avanzada que tanto éxito y tantos resultados están teniendo, que ponen más el acento en las formas, en el objeto artístico en sí, que es visto como algo cerrado, que en el objetivo que debe perseguir toda obra artística, que evidentemente no es sólo el gozo ni el deslumbramiento de los que se acerquen a ella.

Jueves, 4 de octubre de 2012

viernes, 2 de noviembre de 2012

El temblor del héroe

LECTURAS
(elo.260)

EL TEMBLOR DEL HÉROE
Álvaro Pombo
Destino, 2012

Hace algunos meses me encontré con alguien que se dedica a la crítica literaria, que creo que sin haber leído a Pombo, o al menos sin haberlo leído en profundidad, me dijo que el santanderino estaba acabado, a lo que le respondí que posiblemente, pues sus dos últimas novelas de importancia, entre las que se encontraba un Premio Planeta, me habían parecido, a mi pesar, que representaban un estancamiento, por no decir un paso atrás, en su carrera literaria. Antes de esa charla Álvaro Pombo había conseguido el Premio Nadal con su novela “El temblor del héroe”, novela que aunque sabía que tarde o temprano leería, no tenía mucho interés con hacerme con ella, pues tenía pendiente la anterior, “La previa muerte del lugarteniente Aloof”, que a pesar de haber intentado “hincarle el diente” en varias ocasiones, mantenía aparcada entre los textos que con seguridad jamás sería capaz de leer. He seguido a Pombo desde el principio, habiendo disfrutado mucho con algunas de sus novelas, como con “El metro de platino iridiado” o con “La cuadratura del círculo”, que en mi opinión son de una calidad indiscutibles, y que por supuesto son sus mejores novelas, al tiempo que he observado atentamente su notable evolución estilística, y también temática, pues poco tiene que ver, por ejemplo, “El héroe de las mansardas de Mansard” con “Contra natura”, obras que no parecen escritas por el mismo autor. No obstante esa interesante evolución se paró en seco con dos novelas, que en buena medida parecían que le devolvían al mundo originario de sus primeras creaciones, pero que al mismo tiempo deban la sensación, de que estaban escritas más de cara a la galería que empujadas por una necesidad creativa real del propio novelista, y me refiero a “La fortuna de Matilda Turpin” y a “Virginia o el mundo interior”, novelas que se apartaban en mi opinión, de forma demasiado forzada y evidente, de la evolución o de la trayectoria que con naturalidad estaba llevando a cabo Pombo.
No soy nadie, por supuesto, para decir lo que cada cual debe escribir, pero como lector, aún sé apreciar cuando una determinada novela se asienta en algo, y toda buena novela debe apoyarse en una necesidad, en la necesidad precisamente de tener que decir algo, y cuando otras, por muy bien escritas que se presenten, se alzan sobre la insustancialidad del hecho de tener que escribir necesariamente, por las causas que sean, una novela. Las dos obras citadas anteriormente me dieron, o ahora me dan, esa última sensación, las de ser, aunque me puedo equivocar, novelas de encargo, novelas que a pesar de contener el mundo Pombo, el mundo que siempre se ha empeñado en rememorar Pombo, ya no reflejaban los intereses del Pombo actual, que estoy seguro que están más cerca de “Contra natura” que de esas dos novelas, diré que ahistóricas y casi impostadas, y como introducidas con calzador en la trayectoria creativa del autor. Por lo anterior, y creo que de forma justificada, tenía cierto temor a enfrentarme a su nueva y premiada novela, entre otras razones porque me temía encontrar otra novela prefabricada y de ese mismo estilo, pero, con “El temblor del héroe” el bueno de Don Álvaro parece que retoma la senda que perdió un día, zambulléndose de nuevo en otras temáticas, en temáticas que parecen que en estos momentos le obsesionan más, como es la cuestión del compromiso, del compromiso con los demás.
“El temblor del héroe” habla de cómo se deja que alguien se hunda, cuando se saben los problemas por los que ese alguien atraviesa sin que se haga nada por evitarlo, partiendo del supuesto, del supuesto axiomático imperante en nuestro tiempo, de “que si todos nos comportáramos con un Estado providente, se iría el mundo al carajo”, como bien dijo uno de los protagonistas de la historia. El protagonista absoluto de la novela, un profesor retirado, que siempre se había dedicado a teorizar sobre problemas ontológicos, y que gracias a esa actividad había logrado justificar su existencia, comprende en un momento dado que se encuentra solo y suspendido en el vacío, sin nada ni nadie que llene de sentido su existencia. Cuando por una serie de circunstancias alguien aparece en su mundo, el joven Héctor, y le acerca “la vertiginosa existencia sin significado” que fuera de su vida acontecía y que tanto necesitaba, prefiere, tapándose los ojos, seguir teorizando desde su narcisista y a todas luces anémica existencia, que enfrentarse a apoyar a ese joven que tanto le requería, y que después de varias peripecias, acaba suicidándose.
A pesar de tratar un tema actual, de esos que a todos nos debería de preocupar, el del egoísmo y el de la falta de empatía que todos cotidianamente mostramos ante los demás, tengo que reconocer que la novela no me ha gustado, y lo que es más, que no me ha interesado, no tanto por el tema en sí, sino por la forma en que el autor lo desarrolla. Pombo en esta ocasión, cosa extraña en él, intenta con el estilo empleado en la narración alejarse del lector, como conscientemente hace el protagonista por mantenerse distanciado del mundo, al utilizar un lenguaje filosófico, o para ser más preciso excesivamente intelectualizado, de una frialdad a veces excesiva, que obliga al que lee las páginas de su novela a tener que realizar un esfuerzo para conseguir terminarla, no ya porque sea compleja la lectura, que no lo es, sino porque hay momentos en que resulta aburrida, al carecer en muchas ocasiones de sustancia y sentido. En la novela no se puede encontrar una pizca de sentimentalismo, de calor humano, al moverse todos los personajes, excepto Héctor, con una frialdad difícil de comprender que llega a caer incluso en la artificialidad, lo que es posible que haya sido la intención del autor, con objeto de subrayar lo que deseaba exponer, pero pese a ello, creo que es una novela poco literaria, en la que todo queda demasiado explícito, lo que fuerza al lector que pase por ella, a hacer lo mismo que uno de los personajes, a deslizarse patinando sobre la novela, sin arraigar nunca en ella. Es una novela que no agarra, lo que tampoco invita a la reflexión sobre el tema que se expone, es como si estuviera escrita con prisas, lo que la convierte en una novela más de Álvaro Pombo, en una novela que no aporta literariamente nada, nada nuevo al menos, a la obra del autor.

Viernes, 28 de septiembre de 2012