lunes, 24 de septiembre de 2012

Las partículas elementales

LECTURAS
(elo.256)

LAS PARTICULAS ELEMENTALES
Michel Houellebecq
Anagrama, 1998

Hay libros, y más concretamente novelas, que consiguen explotar en las manos del lector, que dejan a este aturdido, deseoso de recapacitar sobre lo leído, al estar escritos con la intención de tocar ese lugar al que difícilmente se puede llegar y que todos tratamos de ocultar, consiguiendo el mismo efecto que una piedra tirada con fuerzas sobre un estanque de aguas quietas. Suelen ser textos impetuosos, incluso irreverentes con lo ya edificado y solidificado, textos que consigan o no su objetivo, aspiran a no dejar indiferentes a quienes los leen. En un tiempo como el que vivimos, en el que el arte mayoritario tiene casi como única intención calmar y entretener, en obligar a quien se acerquen a él a mirar hacia otro lado, hacia el lugar contrario al que se encuentran sus preocupaciones, sorprende que alguien apueste aún, en lugar de por ocultar los problemas, que al parecer es lo más fácil y lo más rentable, a levantar la manta bajo la cual, inocente que se sigue siendo, se tratan de ocultar dichos problemas. Frente a la novela hegemónica “de sofá”, de vez en cuando aparece Houellebecq, que además de hacer comprender que la novela aún sirve para algo, para algo más que para pasar un rato agradable, consigue dejar aturdido a todos los que se acercan, con los ojos abiertos a sus creaciones, que en el fondo no son más que proyectiles dirigidos, con toda la mala fe del mundo, contra la línea de flotación de sus lectores.
Sí, Houellebecq es un terrorista de la literatura, al ser uno de los pocos escritores que aún escriben de espaldas a los vientos dominantes, dejando un discurso, en este mundo de dirección única, que invita a bajarnos en la siguiente parada, ya que la desolación y la soledad anegan todas y cada una de las páginas que escribe, al dibujar a un ser humano que ha fracasado como proyecto, a alguien que en las alturas históricas en la que se encuentra sabe perfectamente, aunque aún trate de engañarse, de que a pesar de que su objetivo siga siendo la felicidad, en esta vida sólo podrá encontrar desencanto y frustración.
El problema para el francés, es que la deriva actual del ser humano es errónea, al alejarse cada día más de su núcleo originario, del lugar donde un día pudo ser feliz, en una alocada carrera que sin duda lo conducirá a la destrucción, carrera que sólo podrá detener, en el mejor de los casos, la implantación de un nuevo paradigma. Desde un principio la modernidad implantó el individualismo, al estimar que sólo desde el mismo se podría alcanzar la felicidad. Desde entonces libertad y felicidad se convirtieron en el binomio irrenunciable, pues sin libertad, seguimos diciendo, resulta imposible la felicidad, mientras que sin ésta, aquella carece de sentido. El individualismo, que cada día es más acusado, es el eje sobre el que giran nuestras sociedades, apoyándose sobre él toda la cultura hegemónica actual.
Para Houellebecq el cáncer que padecemos es el propio individualismo, que provoca una sed que nunca se consigue saciar, que para colmo es utilizado por el propio sistema, para en lugar de liberarnos, encadenarnos en dinámicas que lo único que consiguen es encajonar al ser humano en su propia soledad, y en una multitud de deseos, la mayoría de los cuales impostados y a todas luces accesorios, imposibles de satisfacer, al menos eso es lo que deja entender en esta novela, y que tal dinámica difícilmente se podrá detener, por lo que, si de algo carece el hombre es de futuro.
La novela se desarrolla enfocando paralelamente a dos hermanos, a dos hermanos de madre, que pese a ello, mantienen una actitud diferente ante la existencia, y que a lo largo de sus vidas habían tenido escaso contacto entre sí. Uno de ellos, estaba obsesionado con el sexo, consiguiendo encontrar sólo al final lo que siempre había añorado, una compañera que lo liberara de la soledad y del vacío en el que siempre había vivido, pero que a la muerte de ésta acaba internado en un hospital psiquiátrico. El otro por el contrario, un afamado investigador de biología molecular, tenía un problema, que carecía de ganas de vivir, y que después de haber conseguido lo que buscaba, hacer posible la modificación genética en el ser humano, desaparece misteriosamente. El avance científico que sus investigaciones propicia, que con el tiempo se implementaron generalizadamente, hacen posible la creación de un hombre nuevo, de un hombre del que desaparece su ansia individual, lo que consigue transformarlo en un ser dócil, comunitario y feliz.
Está claro que para Houellebecq, la deriva en la que nos encontramos, que sólo nos depara satisfacciones momentáneas y depresiones continuadas, no puede acabar bien, pues ese tirar siempre para adelante, corriendo en todo momento detrás de la zanahoria que se nos muestra, que esta vida sin sosiego que se nos publicita y que llegamos incluso a creer como la única posible, sólo puede terminar en el mejor de los casos, como la de uno de los protagonistas de la novela, en un pabellón psiquiátrico. Para él, ya no existe un camino de vuelta, pues ningún nuevo paradigma, tal y como están las cosas, podrá parar en seco esta carrera dislocada y demencial, pues el problema del ser humano es el propio ser humano.
El estilo literario de Houellebecq es directo y descarnado, sin que se ofrezca al lector ningún artificio narrativo, duro a veces, pero dotado en otras ocasiones de una ternura que llega a embargar a quien se interna en las páginas de sus novelas. Los paisajes que dibuja su narrativa son desoladores, en donde la esperanza sencillamente no existe, de suerte que, cuando en momentos determinados aflora, él mismo se encarga de erradicar de forma radical.
Tanto la forma literaria como el contenido de las obras del autor francés son distintas, diferentes a casi todo lo que se puede leer en la actualidad, consiguiendo dejar un pozo de amargura que obliga al lector, una vez que consigue recuperarse del impacto recibido, a reflexionar pausadamente sobre el desolado panorama al que ha tenido que enfrentarse.
Además de todo lo anterior, tengo que decir, a pesar del pesimismo que inunda todas las novelas de Houellebecq, y del cierto antiprogresismo de algunos de sus postulados, que el francés posiblemente sea, al menos así me lo parece, el novelista más contemporáneo del panorama literario actual, el más comprometido y el más crítico con la realidad a la que tiene que enfrentarse el hombre de nuestro tiempo.

Domingo, 26 de agosto de 2012

lunes, 17 de septiembre de 2012

Las correcciones

LECTURAS
(elo.255)

LAS CORRECCIONES
Jonathan Franzen
Salamandra, 2001

“Las correcciones”, esta monumental novela de Franzen, habla de las radicales transformaciones que ha sufrido en las últimas décadas la sociedad norteamericana, basándose en la evolución de una familia de clase media, en donde la simplicidad de las relaciones que en un principio existían entre sus miembros, y las de éstos con el mundo, desembocaron en la complejidad del mundo actual, en la cual, parece que todas las pautas escritas cuando todo era más apacible, han sido dinamitadas, para dar paso a unas formas de vida más diversas, gracias al hecho evidente de que ya no existe un solo camino, un único camino, sino una multitud de senderos, que tratan de llegar al mismo lugar, al éxito, al triunfo siempre propagado e idolatrado por la cultura americana. Lo que ocurre, es que el antiguo discurso dominante, ese que hablaba de la importancia del trabajo duro y de la honradez, el que se implantaba desde el ámbito familiar, que ante todo aportaba seguridad y fe en el futuro, fue subvertido por una realidad en la que dichas proclamas ya no tenían sentido. Esas familias autoritarias y centralizadas, de las que tanto nos han hablado Roth y otros autores, dominadas por un padre de comportamiento estricto, por un padre con las ideas demasiado claras, con el paso del tiempo quedaron desfasadas por las formas de vida que desarrollaron sus hijos, que eran los que hubieran tenido que coger el testigo de esa forma de entender la existencia, pero que chocaron, para su desgracia, con una realidad diferente, ya que el mundo para el que fueron educados había cambiado, y no sólo de fisonomía. Los restos de ese tipo de familias, es decir los padres ya mayores, que en la mayoría de los casos no podían entender la vida de sus vástagos, se habían convertido en meros monumentos a la nostalgia, cuando no en pesadas lozas que cuanto antes desaparecieran mejor, pues se habían transformado en la voz de la consciencia, en la luz del faro que un día se dejó atrás, con la esperanza de encontrar otros espacios, otras rutas, en principio más aceptables, que no siempre resultaron adecuadas.
Franzen habla de una familia normal aunque desgajada, cuyo núcleo principal u originario se había quedado en el pasado, en el lugar en donde siempre había habitado, en la misma casa de una localidad del Medio Oeste, mientras que los hijos, se habían trasladado a ciudades del Este para afrontar sus respectivas existencias. Desde esta realidad, al parecer muy normal por aquellas tierras, el autor trata de hablar, enfocando la vida de cada uno de sus miembros, de lo que en realidad le interesa, que no es otra cosa que la de ofrecer una visión de la realidad estadounidense actual, en la que la debilidad que muestra su ciudadanía, que parece que ha perdido los anclajes, contracta con la solidez de la que habían disfrutado las generaciones anteriores. La insatisfacción que se observa en cada uno de los hijos, pues la que padecían los padres era otra historia, podía deberse según el autor, al menos eso es lo que he llegado a entender, a que vivían instalados en el vacío, incluso el que se encontraba “felizmente” casado, sin un discurso creíble sobre el que apoyarse, pues ni el dinero, ni el consumo ni el éxito, poseían la solidez suficiente para apórtale a cada uno de ellos la estabilidad que tanto necesitaban, estabilidad, que a pesar de los pesares, sí habían conseguido sus padres.
En el fondo, de lo que escribe Franzen es de la muerte de la modernidad, de la desaparición de los soportes sobre los que siempre se había apoyado la cultura contemporánea, de una forma de existencia que sabía, sin dudas de ningún tipo, hacia dónde tenía que dirigirse, y del advenimiento de la sociedad líquida de la que habla Bauman, de la llegada de la posmodernidad, en donde el sálvese quien pueda, en donde el triunfo del individualismo, de la competitividad radical, está logrando transformar todas las relaciones sociales hasta ahora existentes, convirtiendo a los seres humanos, aunque evidentemente más libres, en individuos lastrados por una debilidad vital que al menos debería resulta preocupante, siempre al albur de circunstancias externas que en cualquier momento pueden dejarlo a uno fuera de combate.
Pero aunque la tesis y el desarrollo de la misma es interesante, tengo que reconocer que la lectura de la novela, como en su día me ocurrió con “Libertad” en buena medida me ha sobrepasado, ya que en muchos momentos me ha resultado incluso insoportable. Leer cerca de setecientas páginas de gran intensidad, a estas alturas, sin encontrar en ellas esos momentos de “magia” que toda buena novela necesita para oxigenar y llenar de vida su lectura, es algo que difícilmente se puede sobrellevar, aunque al parecer este es el tipo de novelas, en donde todo queda perfectamente detallado, posiblemente con la intención de que nadie llegue a perderse en ellas, que últimamente está consiguiendo arrasar en los mercados. A lo largo de la misma, Franzen, va enfocando a cada uno de los miembros de la familia, contando detalladamente sus vidas, pero creo que no hace falta tanto detallismo, la descripción pormenorizada de tantos momentos, que llegan a cansar al lector además de lograr despistarlo sobre las directrices básicas de la novela (lo de Lituania por ejemplo carece de sentido, y no sólo por la imagen excesivamente estereotipada que ofrece).
Es una novela, por tanto, que resulta difícil de leer, y eso a pesar de que puede contar con un número potencial de lectores muy elevado, ya que es completamente accesible, salvo por su grosor, y es dificultosa, porque casi desde el principio, se siente el impulso de dejarla a un lado, pues en ningún momento se anima al lector, con esas pequeñas trampas que los buenos autores van poniendo para obligar a que no se interrumpa la lectura, para que el que lee se muestre interesado en todo momento lo que se cuenta. Es una novela en la que apenas pasa nada de auténtico interés, y no quiero decir que necesariamente toda novela tenga que decir algo interesante, pero en la que se intuye, y esto sí es grave, desde el principio que no va a ocurrir nada. No creo que a nadie le importe la vida de los miembros de esa familia, marcada por la cotidianidad de sus vidas anónimas, que es donde el autor pone toda la carne en el asador, aunque sí, y mucho, el paisaje que muestran esas vidas conectadas e interrelacionadas entre sí, por lo que me ha sorprendido, el exceso de material, a veces sólo narrativo, volcado sin necesidad sobre esos personajes. En fin, creo que es una obra aceptable, interesante, aunque queda literariamente herida de muerte por las doscientas páginas que le sobran.

Martes, 21 de agosto de 2012

lunes, 10 de septiembre de 2012

Beatus Ille

LECTURAS
(elo.254)

BEATUS ILLE
Antonio Muñoz Molina
Booket, 1986

Desde hace demasiado tiempo tenía interés en leer esta novela de Muñoz Molina, novela que a pesar de ser la primera que escribió, era la única que de él no había leído. Tenía ganas, porque en una primera obra, siempre, o casi siempre, se puede encontrar la apuesta que ese autor está dispuesto a realizar, y el lugar, del vasto territorio de la literatura, al que desea encaminarse. En una primera novela se pone todo lo que se tiene, y a veces más, pues todo autor se juega en ella su futuro. Por eso, porque Antonio Muñoz Molina siempre me ha interesado como novelista, tenía interés en leer “Beatus Ille”, aunque imaginaba, que esa primera novela se inscribiría dentro de su primer periodo, y que sería muy parecida, en el fondo y en la forma a “El invierno en Lisboa” y a “Beltenebros”, que son precisamente las novelas, por su carácter “cinematográfico”, que de él menos me han interesando. Para colmo no tenía referencias de ella, no sabía de qué trataba, posiblemente porque es su novela menos leída, y que además de ser difícil de encontrar, hoy sólo se lee por eso, por ser la primera novela de uno de los más importantes novelistas de nuestro país.
Tengo que reconocer que “Beatus Ille” me ha sorprendido, sobre todo su primera parte, pues nunca pude imaginar que se tratara de una novela de tales características, que un autor tan joven, afrontara una aventura de tal envergadura, dejando sobre la mesa todas sus cartas, todas sus influencias, sabedor, que con una novela de este tipo, como mucho, en el mejor de los casos, sólo podría llamar la atención de un puñado de críticos, al tiempo que pasar desapercibido ante el gran público, actitud que puede acabar con una carrera literaria recién comenzada.
Después de leída la novela, no cabe duda que su apuesta estaba dirigida hacia la novela de calidad, a un tipo de literatura que va más allá de contar simplemente una historia, lo que sin duda tuvo que llamar la atención en su momento, al igual que la ambición que se puede encontrar en sus páginas, una ambición suicida sólo posible en un joven de veintiséis años, en un joven apasionado por la literatura.
Al principio me llamaron la atención dos circunstancias, el alambicado estilo utilizado, la complejidad de la forma elegida para contar la historia, la lucha constante que realiza el autor para huir de la linealidad expositiva, y la aparición de un escenario que volverá a aparecer repetidamente en su obra, sobre todo en su novela más importante y emblemática, en “El jinete polaco”. También, y sólo una vez ordenadas todas las piezas de la historia, lo rocambolesca de ésta, lo poco creíble que resulta su elaborada trama, mucho más cinematográfica que literaria, en donde, como ocurre en estos casos, todo cuadra con demasiada facilidad, aunque aportando al final un desenlace no por inesperado excesivamente gratuito.
Sí, porque aunque la novela al principio sorprende, poco a poco se va viniendo abajo, resultando dificultosa, sobre todo porque el tema de la misma carece de la fuerza suficiente como para tirar del lector, para que éste vaya superando las dificultades que va encontrando en la lectura, porque lo importante, y esto lo ha aprendido con rapidez Muñoz Molina, la historia es lo que tiene que marcar e imponer la estructura y el estilo narrativo que ésta necesita. En “Beatus Ille” pasa lo contrario, lógico por otra parte en una obra de un escritor primerizo, que la estructura y el estilo utilizado están muy por encima de la trama, quedando ésta disminuida y en un segundo plano, eclipsada, mientras que el protagonismo, algo difícil de soportar, recae sobre la metodología empleada, o dicho de otra forma, sobre las herramientas utilizadas para iluminar la historia. Este es el problema de esta novela, que la ambición del autor, que el afán por demostrar su valía, ha dejado una novela descompensada, de una arquitectura arriesgada, que no obstante, por su aparatosidad, deja al descubierto la debilidad de una historia que no se encuentra a su altura. No cabe duda, ninguna, que el esfuerzo para elaborar esta novela ha sido, ha tenido que ser descomunal, y que el resultado ha dejado al descubierto el potencial del autor, de un autor que trata de mostrar su valía, pero también, y esto es un problema, que debido a lo anterior, sus conocimientos literarios quedan demasiado expuestos, pues en muchas ocasiones es conveniente guardar, mantener guardado en el bolsillo el arsenal que uno posee, en beneficio de lo que se desea contar, ya que en caso contrario, todo puede aparecer demasiado embarullado, que es lo que ocurre en este novela.
En tres partes perfectamente delimitadas, en “Beatus Ille” se narra una historia en donde se descubre un asesinato cometido en plena guerra civil, cuando Mágina aún estaba en poder de las fuerzas leales a la República, y que consiguió trocar la vida de dos inseparables amigos. El descubrimiento, un poco por casualidad, lo realiza alguien que con el pretexto de realizar un trabajo sobre uno de esos amigos, que fue escritor, encuentra acomodo en esa vieja casa en donde muchos años atrás se produjo tal suceso. Es una historia bien montada, aunque sin ningún tipo de trascendencia, pero a pesar de ser bastante rocambolesca, como dije con anterioridad, queda sepultada por los excesos literarios con los que el autor trata de desarrollarla.
No obstante, pese a lo anterior, esta novela pudo en su momento servir para descubrir a un joven autor, que a pesar de sus excesos iniciales, podía con posterioridad, como así ha sido, aportar una voz distinta a las que en ese momento había. Muñoz Molina, como se observa en esta novela, desde un principio se posicionó al lado de los que siempre han defendido una literatura seria, una literatura trabajada y siempre rigurosa, manteniéndose alejado por tanto, de aquellos que en todo momento la han entendido como un juego o como un divertimento. Desde un principio, por tanto, el autor jiennense se mostró como un autor serio, como alguien que apostaba por una literatura sin concesiones, actitud que ha mantenido hasta la fecha, independientemente del resultado obtenido en las diferentes obras que hasta el momento ha publicado.

Domingo, 29 de julio de 2012

domingo, 2 de septiembre de 2012

La mano invisible

LECTURAS
(elo.253)

LA MANO INVISIBLE
Isaac Rosa
Seix Barral, 2011

Después de haber asistido hace unos meses a la presentación de esta novela, en donde el autor sólo se dedicó a hablar de política, decidí dejar para más adelante, y siempre en el hipotético caso de que cayera en mis manos, la lectura de este texto, no porque la actividad política no me interese, sino precisamente por todo lo contrario, pues para mí, la política es una de las escasas actividades que siempre me han apasionado. El problema radica, en que cuando quiero hablar, o quiero que me hablen de literatura, y fui a la presentación para que el autor me hablara de un texto literario, deseo que me hablen de literatura y no de otras cuestiones, por muy interesantes que éstas lleguen a ser. Cuando salí de aquel lugar en donde Isaac Rosa en principio tenía que hablar de su novela, sin haber encontrado ni tan siquiera un acercamiento a la misma, pero sí una serie de opiniones, interesantes todas ellas por supuesto, de lo que pensaba el novelista de la situación política en la que nos encontrábamos, opiniones que compartía casi en su totalidad, aunque no consistían más que en lugares comunes para casi todos los que, desde la izquierda, observamos con preocupación lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, creí, y esta fue la sensación que me llevé de aquel encuentro, que el articulista se había comido al novelista. Lo anterior es lo que había conseguido retraerme hasta la fecha de leer esta novela, y también las opiniones de algunos, como la del presentador de aquel acto, que en otro lugar y hace poco me comentó, que Isaac se encontraba demasiado obsesionado por la política como para interesarse por la literatura.
Pero al poco de comenzar a leer la novela, comprendí que de nuevo me había equivocado, que me encontraba ante una obra diferente, muy diferente a lo que hoy en día se puede encontrar, pero de una calidad incuestionable, lo que dejaba al descubierto una vez más las cualidades que posee Rosa para la narrativa, pero también, y esto es de gran importancia, la arriesgada apuesta que realiza por el tipo de literatura que quiere ofrecer. Creo que ha llegado el momento de dejar de hablar de Rosa como de una de las grandes promesas de nuestras letras, y también, de mirarlo desde un lugar diferente al que se observa a otros autores ya consagrados, y casi todos ya amortizados, para decir claramente que hoy por hoy se encuentra entre los dos o tres novelistas más importantes e interesantes del panorama literario de nuestro país, tanto por su forma de hacer literatura, en donde la calidad se masca, como por las temáticas, evidentemente nada banales ni circunstanciales, que va dejando en cada una de sus novelas. Queda claro después de leer “La mano invisible”, como decía, que Isaac Rosa ya no es una promesa de nuestra literatura, una de esas “esperanzas blancas” que casi siempre se marchitan antes de tiempo, sino que con toda seguridad es ya un escritor consolidado al que hay que prestarle toda la atención disponible, pues pese a su juventud, posee una madurez envidiable. Pero pese a lo anterior, que creo que es de justicia, da la sensación de que sus obras no son tratadas, ni por parte del público ni por parte de la crítica, como la de otros autores de mucho menor valía, lo que sólo se puede entender, por el hecho de que sus historias, de que sus temas, no están ni pensados ni elaborados de cara a la galería, al no buscar el aplauso fácil de esa mayoría que sostiene el entramado literario actual, lo que mantiene al autor sevillano desterrado del lugar, que por meritos propios le debería corresponder.
En esta ocasión Isaac Rosa realiza una novela extraña, en la que, sin que una trama tradicional sostenga el desarrollo de la misma, reflexiona y pone ante los focos de su narrativa algo tan esencial como es el trabajo, que junto al consumo es, o ha sido, el gran pilar del sistema. Se habla, sobre todo ahora que tanto falta, de la importancia del trabajo, de lo esencial que es, de la riqueza que proporciona, y no sólo económica, a los que tienen la fortuna de contar con él, de suerte, que poseer un buen trabajo es un componente básico para calibrar el grado de felicidad que se puede alcanzar en la actualidad, por lo que ya no se puede hablar de la maldición del trabajo, sino de la bendición del mismo. Pero el autor del texto, perece querer subrayar el hecho, lo que en estos tiempos es necesario pues en demasiadas ocasiones no se quiere ver lo evidente, de la inhumanidad que comporta el trabajo en sí, de su carácter alienante y embrutecedor, del erróneo lugar que ocupa en la jerarquía de valores imperantes y de la necesidad de que vuelva a ocupar la posición que le corresponde, pues a las alturas en las que nos encontramos, no es de recibo que sea él, a pesar de la importancia que tiene, el que marque la agenda vital de los que lo poseen, y también de los que se encuentran imposibilitados a poder acceder al mismo.
Para hablar del trabajo, de su carácter eminentemente negativo, sobre todo cuando no consiste en una labor creativa y sí reiterativa, el autor pone en escena a varios trabajadores que son contratados por alguien, para que realicen sus funciones profesionales habituales ante un graderío donde un público extrañado les observa. Saben que en ese contexto no se pueden engañar, saben que en ese trabajo para el que han sido contratados no pueden encontrar una justificación al mismo que vaya más allá del trabajo en sí, y del salario que pueden conseguir gracias a la realización del mismo, lo que logra despejarlo de toda esa extraña e impostada mitología positiva que desde hace tiempo le acompaña, la que dice, que el trabajo aporta dignidad. Isaac Rosa en su exposición no aspira a denigra al trabajo, sólo situarlo en el lugar que deber ocupar, la de ser una función esencial, mediante la cual se consigue lo necesario para que cada cual pueda mantenerse, pagar su comida, su vivienda, sus vicios y criar a sus hijos, pero dejando bien claro, que sólo sirve para eso, y que la vida no acaba en él, sino que por el contrario, sobre todo cuando se tiene un trabajo embrutecedor, comienza en el mismo momento en que finaliza la jornada laboral.
Pero lo que más me ha sorprendido de esta novela es el estilo narrativo utilizado, que no tiene nada que ver con el utilizado por el autor en sus anteriores novelas, lo que habla bien de él, pues adapta el mismo a la temática que desarrolla. Es una narración en la que conscientemente la narrativa se muestra monótona, al igual que monótona es la actividad profesional de los protagonistas, en donde éstos, mientras llevan a cabo sus repetitivos trabajos, hacen un relato de sus respectivas vidas, sin que esto ni mucho menos sea lo importante, sino la labor sin sentido que realizan.
Me ha parecido, en suma, una obra muy interesante, con peso, que me ha servido para comprender que el autor, con los años, aportará importantes obras, que tendrán la virtud, desde la calidad, desde la calidad literaria, de hacer disfrutar y reflexionar a sus lectores.

Domingo, 22 de julio de 2012