LECTURAS
(elo.247)
EL
ÚLTIMO ENCUENTRO
Sándor
Márai
Salamandra
De
vez en cuando hay que releer, porque en la relectura se encuentra el
auténtico placer por la lectura. Evidentemente no se vuelve a leer
cualquier texto, sólo aquellos que quedaron marcados en su momento
en nuestra memoria, aquellos con los que se recuerda haber pasado
unas horas inolvidables y que siempre se rememoran con cariño. En
toda relectura uno se encuentra con el lector que fue, con esa
persona, a veces demasiado extraña, que un día gobernó la nave de
nuestra existencia, con ese individuo con el que ya apenas se tiene
nada que ver, pero en el que reconocemos los rasgos esenciales, e
inmutables, de lo que somos y de lo que siempre seremos. A veces, por
supuesto, una relectura puede terminar en fracaso, pues un libro que
recordábamos con cariño, incluso como un libro esencial para
comprender propia historia como lector, se nos puede caer de las
manos, no comprendiendo en absoluto, cómo pudimos disfrutar con él
en su momento, pero en la mayoría de las ocasiones, el texto que
teníamos subrayado en nuestra memoria suele deslumbrar más en una
segunda lectura que en la primera, pues ya uno no lee con el ansia de
saber qué es lo que va a ocurrir, al conocerse ya la historia, sino
para disfrutar y apreciar los mecanismos que utilizó el autor para
contar dicha historia. Curiosamente las relecturas son más lentas,
más reposadas y dilatadas, porque lo que interesa de verdad es la
lectura en sí, y no tanto lo que le pueda acaecer a los diferentes
personajes que en ella entran en acción. Esto es lo que me ha pasado
con “El último encuentro” de Sándor Márai, que lo he pasado
mucho mejor con ella que cuando la leí por primera vez, sirviéndome
para ratificar lo que ya sabía, que se trata de una magnífica
novela, de las que hay que tener, de esas escogidas novelas que hay
que atesorar en nuestras bibliotecas.
Además
de la delicia que supone su lectura, esta novela afronta uno de esos
temas imperecederos, que siempre, interesará a todo individuo
mínimamente sensible, el de la amistad, un sentimiento del que nunca
se hablará ni se escribirá lo suficiente, por la sencilla razón de
que en todo momento estará ahí, interrogándonos, sobre las
milagrosas causas que la sostienen y la hacen posible. Todos estamos
convencidos, que con el amor, es uno de los fenómenos más valiosos,
una de las sensaciones más agradables y placenteras de las que
podemos disfrutar, por lo que contar con un amigo de verdad, con
alguien con quien poder compartir, cuando se desee o se necesite, de
los diferentes avatares que uno va encontrando en la travesía a la
que todos tenemos que hacer frente, es uno de los mayores logros a
los que se puede aspirar. Para Márai, la amistad es “el
sentimiento más noble que puede haber entre dos seres humanos”,
sobre todo porque siempre tiene que ser desinteresado, y en donde el
voluntarismo de “quiero tener un amigo”, poco puede hacer. Este
es el problema de la amistad, al menos el de la amistad verdadera,
que sólo puede surgir, en el supuesto caso de que surja, entre dos
personas que posean el mismo ritmo vital, entre dos individuos, por
muy diferentes que en principio pudieran parecer, que tengan almas
semejantes. Por eso la amistad es tan rara, por eso es tan milagrosa
y tan difícil de definir.
Pues
bien, del tema de la amistad es de lo que habla Márai en esta
novela, de la amistad y de la traición, o mejor dicho, de la amistad
y del fraude, del fraude a la propia amistad. Para ello dibuja un
escenario, con dos amigos que se encuentran después de cuarenta y un
años, a pesar de que desde que tenían diez eran íntimos amigos,
amigos inseparables, ya que uno de ellos violó la amistad, y al no
poder afrontar la vergüenza que ello le supuso, huyó lo más lejos
que pudo. Este acto destrozó la vida de ambos, quedando en la mente
del traicionado la pregunta, la desgarradora pregunta de por qué
sucedió lo que sucedió y también la necesidad de vengarse, pues
sabía que su amigo, tardara lo que tardara volvería algún día,
aunque sólo fuera para que él pudiera hacerle las preguntas que
tenía que hacerle, que no era más que la venganza que le tenía
preparada. Durante esos cuarenta y un años de soledad, tuvo tiempo
más que suficiente para analizar todo lo que ocurrió, y desde todos
los ángulos posibles, quedando claro en el diálogo que mantienen,
que en el fondo no fue más que un largo y ejemplar monólogo, la
idea que el novelista húngaro mantenía sobre la amistad, una visión
que además de interesante, puede servir para alumbrar lo que se
encuentra detrás de ese concepto tan manoseado. Para el protagonista
de la novela la amistad no es más que un don que se tiene o que no
se tiene, y que sólo es posible que florezca entre almas gemelas,
que se sostiene gracias a un axioma básico, que la persona a la que
se quiere, de la que se es amigo o amiga, es como es y no se puede
hacer nada para cambiarlo, y que respetar la singularidad que posee
tiene que ser sagrado. Se es amigo de alguien porque sí,
posiblemente porque lo dicten los dioses, o porque una alineación de
astros lo determina, pero nunca por espureos e inconfesables
intereses, de suerte que, se puede ser amigo de alguien que
aparentemente sea radicalmente diferente a uno, pues los hilos
ocultos que posibilitan una amistad, sólo son visibles para quien la
disfruta.
El
autor húngaro estructura la novela en dos partes, la primera de las
cuales funciona como si se tratara de un prólogo, poniendo en
antecedentes al lector de las líneas maestras que sostendrán el tan
esperado encuentro, mostrándose cómo se conformó la amistad entre
ambos, mientras que la segunda, que es la que siempre se recordará,
consisten en una conversación en la mansión del general, entre éste
y su amigo, en donde el anfitrión, después de contarle a su
invitado lo que había sido su vida hasta la fecha, y de enumerarle
todo lo que había adivinado y pensado de lo que ocurrió entre
ambos, le hace las dos preguntas que necesitaba realizarle. Digo que
fue una conversación, pero en realidad, como apunté más arriba, se
trató de un largo monólogo, pues el amigo que después de tantos
años volvía a sentarse en aquel salón, apenas pudo abrir la boca.
Lo que más llama la atención es la perfección formal del mismo, el
incisivo estilo empleado, que además de cumplir con el objetivo para
el que fue elegido, el de exponer con brillantez los planteamientos
del protagonista, además de para hundir a su contrincante, es de una
mesura sorprendente, en donde todo queda estructurado a la
perfección, con la claridad y el orden con que Márai creía que
tenía que ser el mundo.
Después
de leer por segunda vez esta novela, comprendo mejor el éxito que ha
tenido Márai en nuestro país, pues no creo que nadie que la leyera
en su momento, haya podido substraerse de leer las restantes obras
que del húngaro se publicaron con posterioridad, aunque ninguna de
éstas haya popido llegar a la altura de “El último encuentro”.
Jueves,
24 de mayo de 2012
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