lunes, 9 de julio de 2012

El último encuentro

LECTURAS
(elo.247)

EL ÚLTIMO ENCUENTRO
Sándor Márai
Salamandra

De vez en cuando hay que releer, porque en la relectura se encuentra el auténtico placer por la lectura. Evidentemente no se vuelve a leer cualquier texto, sólo aquellos que quedaron marcados en su momento en nuestra memoria, aquellos con los que se recuerda haber pasado unas horas inolvidables y que siempre se rememoran con cariño. En toda relectura uno se encuentra con el lector que fue, con esa persona, a veces demasiado extraña, que un día gobernó la nave de nuestra existencia, con ese individuo con el que ya apenas se tiene nada que ver, pero en el que reconocemos los rasgos esenciales, e inmutables, de lo que somos y de lo que siempre seremos. A veces, por supuesto, una relectura puede terminar en fracaso, pues un libro que recordábamos con cariño, incluso como un libro esencial para comprender propia historia como lector, se nos puede caer de las manos, no comprendiendo en absoluto, cómo pudimos disfrutar con él en su momento, pero en la mayoría de las ocasiones, el texto que teníamos subrayado en nuestra memoria suele deslumbrar más en una segunda lectura que en la primera, pues ya uno no lee con el ansia de saber qué es lo que va a ocurrir, al conocerse ya la historia, sino para disfrutar y apreciar los mecanismos que utilizó el autor para contar dicha historia. Curiosamente las relecturas son más lentas, más reposadas y dilatadas, porque lo que interesa de verdad es la lectura en sí, y no tanto lo que le pueda acaecer a los diferentes personajes que en ella entran en acción. Esto es lo que me ha pasado con “El último encuentro” de Sándor Márai, que lo he pasado mucho mejor con ella que cuando la leí por primera vez, sirviéndome para ratificar lo que ya sabía, que se trata de una magnífica novela, de las que hay que tener, de esas escogidas novelas que hay que atesorar en nuestras bibliotecas.
Además de la delicia que supone su lectura, esta novela afronta uno de esos temas imperecederos, que siempre, interesará a todo individuo mínimamente sensible, el de la amistad, un sentimiento del que nunca se hablará ni se escribirá lo suficiente, por la sencilla razón de que en todo momento estará ahí, interrogándonos, sobre las milagrosas causas que la sostienen y la hacen posible. Todos estamos convencidos, que con el amor, es uno de los fenómenos más valiosos, una de las sensaciones más agradables y placenteras de las que podemos disfrutar, por lo que contar con un amigo de verdad, con alguien con quien poder compartir, cuando se desee o se necesite, de los diferentes avatares que uno va encontrando en la travesía a la que todos tenemos que hacer frente, es uno de los mayores logros a los que se puede aspirar. Para Márai, la amistad es “el sentimiento más noble que puede haber entre dos seres humanos”, sobre todo porque siempre tiene que ser desinteresado, y en donde el voluntarismo de “quiero tener un amigo”, poco puede hacer. Este es el problema de la amistad, al menos el de la amistad verdadera, que sólo puede surgir, en el supuesto caso de que surja, entre dos personas que posean el mismo ritmo vital, entre dos individuos, por muy diferentes que en principio pudieran parecer, que tengan almas semejantes. Por eso la amistad es tan rara, por eso es tan milagrosa y tan difícil de definir.
Pues bien, del tema de la amistad es de lo que habla Márai en esta novela, de la amistad y de la traición, o mejor dicho, de la amistad y del fraude, del fraude a la propia amistad. Para ello dibuja un escenario, con dos amigos que se encuentran después de cuarenta y un años, a pesar de que desde que tenían diez eran íntimos amigos, amigos inseparables, ya que uno de ellos violó la amistad, y al no poder afrontar la vergüenza que ello le supuso, huyó lo más lejos que pudo. Este acto destrozó la vida de ambos, quedando en la mente del traicionado la pregunta, la desgarradora pregunta de por qué sucedió lo que sucedió y también la necesidad de vengarse, pues sabía que su amigo, tardara lo que tardara volvería algún día, aunque sólo fuera para que él pudiera hacerle las preguntas que tenía que hacerle, que no era más que la venganza que le tenía preparada. Durante esos cuarenta y un años de soledad, tuvo tiempo más que suficiente para analizar todo lo que ocurrió, y desde todos los ángulos posibles, quedando claro en el diálogo que mantienen, que en el fondo no fue más que un largo y ejemplar monólogo, la idea que el novelista húngaro mantenía sobre la amistad, una visión que además de interesante, puede servir para alumbrar lo que se encuentra detrás de ese concepto tan manoseado. Para el protagonista de la novela la amistad no es más que un don que se tiene o que no se tiene, y que sólo es posible que florezca entre almas gemelas, que se sostiene gracias a un axioma básico, que la persona a la que se quiere, de la que se es amigo o amiga, es como es y no se puede hacer nada para cambiarlo, y que respetar la singularidad que posee tiene que ser sagrado. Se es amigo de alguien porque sí, posiblemente porque lo dicten los dioses, o porque una alineación de astros lo determina, pero nunca por espureos e inconfesables intereses, de suerte que, se puede ser amigo de alguien que aparentemente sea radicalmente diferente a uno, pues los hilos ocultos que posibilitan una amistad, sólo son visibles para quien la disfruta.
El autor húngaro estructura la novela en dos partes, la primera de las cuales funciona como si se tratara de un prólogo, poniendo en antecedentes al lector de las líneas maestras que sostendrán el tan esperado encuentro, mostrándose cómo se conformó la amistad entre ambos, mientras que la segunda, que es la que siempre se recordará, consisten en una conversación en la mansión del general, entre éste y su amigo, en donde el anfitrión, después de contarle a su invitado lo que había sido su vida hasta la fecha, y de enumerarle todo lo que había adivinado y pensado de lo que ocurrió entre ambos, le hace las dos preguntas que necesitaba realizarle. Digo que fue una conversación, pero en realidad, como apunté más arriba, se trató de un largo monólogo, pues el amigo que después de tantos años volvía a sentarse en aquel salón, apenas pudo abrir la boca. Lo que más llama la atención es la perfección formal del mismo, el incisivo estilo empleado, que además de cumplir con el objetivo para el que fue elegido, el de exponer con brillantez los planteamientos del protagonista, además de para hundir a su contrincante, es de una mesura sorprendente, en donde todo queda estructurado a la perfección, con la claridad y el orden con que Márai creía que tenía que ser el mundo.
Después de leer por segunda vez esta novela, comprendo mejor el éxito que ha tenido Márai en nuestro país, pues no creo que nadie que la leyera en su momento, haya podido substraerse de leer las restantes obras que del húngaro se publicaron con posterioridad, aunque ninguna de éstas haya popido llegar a la altura de “El último encuentro”.

Jueves, 24 de mayo de 2012

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