miércoles, 27 de junio de 2012

Los invitados de la princesa

LECTURAS
(elo.246)

LOS INVITADOS DE LA PRINCESA
Fernando Savater
Espasa, 2012

Bastante contrariado, la primera pregunta que me asalta después de leer esta absurda e injustificable novela, con seguridad una de las peores que he leído en los últimos años, es cómo ha podido conseguir un engendro de tales características el premio “Primavera de novela”, lo que sólo me puedo explicar, por el tirón ante el público que aún puede tener su autor, un autor que de forma incomprensible, parece que últimamente se está dedicando a la provechosa tarea de acaparar premios literarios, aprovechando el prestigio que posee, un prestigio que no le proviene precisamente del campo literario. Entiendo la actitud de las editoriales, que tal y como están las cosas, prefieren apostar por “caballos ganadores” aunque ello represente a medio plazo el desprestigio de los premios que patrocinan, pero no entiendo al jurado, compuesto por prestigiosas figuras del mundo literario, por prestarse a una farsa de tales características. El dinero es el dinero, y todos estamos muy faltos de él, pero en el mundo de la cultura, y la literatura a pesar de lo que a veces pueda parecer aún hoy es cultura, todo lo que toca lo vuelve banal y en productos de mero consumo.
Ayer estuve en la Feria del Libro, en donde me encontré a un amigo que hace poco acaba de terminar su primera novela, que como no podía ser de otra forma, precisamente por la crisis que padece el sector, le ha sido devuelta por la prestigiosa editorial a la que se la presentó, aunque le dijeron, y no creo que sólo por cortesía, que se trataba de un texto que realmente merecía la pena publicarse. Hasta aquí normal. Lo que me llamó la atención es que me dijera, cuando le comenté que no lo dudara y que la presentara en otras editoriales, que eso era absurdo pues ya no prestaban atención a los trabajos de los escritores noveles, y que la única forma de poder publicar, era presentándose a algunos de los diferentes premios que las diferentes editoriales poseen, que en teoría tienen como función, precisamente la de dar a conocer obras de autores desconocidos que carecen de oportunidades para publicar sus primeros trabajos. Pero hoy las editoriales no parecen estar por la labor, pues en una época en la que siempre hay que estar pendiente de la cuenta de resultados, la tarea de promover a los que pueden ser los escritores del mañana no resulta rentable. Todo parece indicar que la consigna es diáfana, resistir como se pueda y publicar estrictamente lo imprescindible para mantener en marcha el negocio, y apostar siempre por autores que tengan ya un público asegurado, que puedan vender un número de ejemplares que al menos amorticen la inversión que se tenga que realizar en ellos. Lo que sí es seguro, es que las editoriales, por la famosa crisis, le están cerrando las puertas a todos aquellos que llegan con ganas de aportar algo nuevo, lo que va a dejar en la cuneta a un generación de autores que son los que deben sustituir, o tomar el testigo de “las vacas sagradas” que van a tener que seguir pastando a sus anchas sin encontrar competencia, escriban lo que escriban, al menos durante algunos años más en el anémico panorama literario español. Da grima observar que autores que ya nada pueden decir, que ya no pueden aportar nada más, al estar amortizados literariamente, sigan encabezando la lista de los libros más vendidos, lo que demuestra la situación de penuria que padecemos en la actualidad, lo que sin duda agravará la crisis, no ya la económica, sino la que desde hace años padece la literatura y que la está conduciendo a un callejón de difícil salida.
Dije antes que comprendía a las editoriales, que tratan de salvaguardarse de los problemas que padece el mercado del libro, aunque estoy convencido que la estrategia que están siguiendo es equivocada, pero que no podía llegar a entender a los miembros de los jurados que ponen su prestigio a merced de las políticas cicateras y conservadoras de las diferentes editoriales que les pagan, pero a quien realmente no puedo llegar a comprender es a autores como a Savater, que sin necesidad, ponen en circulación novelas que consiguen descalificarlos literariamente por entero. ¿Qué necesidad ha tenido Savater, y esta es la segunda pregunta que me planteo, de haber escrito esta novela, cuando estoy convencido, porque con los años he llegado a conocer sus gustos literarios, de la que él mismo se tiene que reír, no sólo de lo que ha escrito, sino mucho más grave, de los que han perdido su tiempo leyendola? ¿Qué consigue Savater con esta novela, además de agenciarse unos euros, y de colgar otro premio en algunas de sus repletas estanterías? Poco, salvo hacernos comprender a los que siempre le hemos leído, que en lo referente a la literatura se está quedando con nosotros. Sé, porque lo ha repetido en múltiples ocasiones, que cuando lee ficción, lo que desea es encontrar el placer de la lectura, pasarlo bien con lo que lee, lo que me parece bien, incluso necesario, pues en tal actitud puede encontrar el complemento perfecto, o necesario para soportar mejor su labor profesional, pero una cosas es esa, y otra que ponga en circulación una obra de las características de la presentada, que no aporta absolutamente nada, ni tan siquiera los elementos necesarios para que pueda ser leída por alguien no demasiado exigente.
“Los invitados de la princesa”, nos cuenta la invitación que reciben un grupo de escritores y de artistas a una extraña isla, a la que su máxima dirigente quiere convertir en una referencia cultural, pero tal convocatoria resulta un desastre, entre otras razones porque el volcán que presidía la isla, manifestando su vitalidad, o su enojo, no paró de echar cenizas impidiendo la circulación aérea, lo que en principio posibilitaba un escenario cerrado, ideal para una buena novela policiaca. El protagonista de la novela es un joven periodista vasco, enviado por el medio en el que trabajaba para que informara sobre el evento, pero allí no ocurrió nada, nada que mereciera ser contado en una crónica. El periodista va conociendo o reconociendo a los diferentes invitados, y a diferentes miembros de la organización, algunos de los cuales, a falta de algo mejor que hacer, le narran historia que habían padecido, todas ellas carentes del más mínimo interés, que se van contando al tiempo que se va narrando lo poco que va ocurriendo en la isla, de suerte que un capítulo de la novela corresponde a lo que acaece, y el siguiente a algunas de las historias que le cuentan al periodista. Lo que salva a la novela, lo que es un decir, es el gracejo que de vez en cuando muestra Savater, que en más de una ocasión consigue sacarle una sonrisa al lector, y es que el donostiarra es alguien que sabe escribir, alguien que si no quiere escribir una novela seria, con un tema interesante y profundo, en lo que está en su derecho, podría dedicarse, en lugar de a aburrir a su clientela, a escribir algo que al menos tenga sentido, aunque sea sobre caballos o sobre hipódromos británicos.
Lo que quiero decir, es que Savater, aunque despotrique de él, puede escribir o hacer lo que desee, divertirse confeccionando engendros como éste en sus ratos libres, o trabajar en un interesante ensayo sobre algún tema que le preocupe, el problema es que tal y como está el patio, y no me refiero sólo al literario, me parece un lujo innecesario, por no hablar ya de una bofetada sin manos a los que sueñan con publicar la novela que tienen en el cajón desde hace años, que saque a la luz una novela como ésta, para colmo apoyada y publicitada por un premio, más o menos prestigioso, como el “Primavera de novela”. En fin, una vergüenza.

Martes, 15 de mayo de 2012


miércoles, 20 de junio de 2012

Mundialización, globalización y nacionalismos

LECTURAS
(elo.245)

MUNDIALIZACIÓN, GLOBALIZACIÓN Y NACIONALISMOS
Isidoro Moreno, 1999

No cabe duda que vivimos tiempos difíciles, y no me refiero sólo a la crisis financiera que estamos padeciendo, ya que parece que nuestras sociedades, que tan seguras y acomodadas se encontraban hasta hace bien poco, se adentran en un territorio aún sin rotular, en un territorio ignoto y repleto de peligros no definidos. Si hay algo que pueda definir a este tiempo que nos ha tocado en suerte es la inseguridad, la inseguridad sobre todo frente al futuro, lo que nos obliga a vivir con preocupación y con temor, ya que todos, incluso los más inconscientes, tenemos la convicción de que asistimos al final de un ciclo histórico, y que nos asomamos a una nueva etapa de la que no conocemos nada. Nadie, ni los teóricos sociales más avezados, están seguros de cómo quedarán organizadas nuestras sociedades “a la vuelta de la esquina”, aunque todos estamos convencidos de que nada será como antes, y que obligatoriamente tendremos que lidiar con incertidumbres que creíamos ya haber superado en nuestra evolución histórica. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Esta pregunta, en principio, es fácil de contestar, ya que todo parece indicar, que la actual situación se debe al desmoronamiento de los estados soberanos, esos poderosos entramados administrativos que hasta hace poco tiempo organizaban y estructuraban nuestras sociedades, que aportaban la seguridad y la estabilidad que necesitaba la ciudadanía, y que a pesar de ser constantemente criticados por unos y por otros, eran “la joya de nuestra corona”, ya que aportaban un grado de civilización nunca antes disfrutado.
¿Pero quién ha asaltado esas fortalezas que hasta la fecha se habían mostrado invencibles? Aunque parezca mentira, a esta situación en la que nos encontramos no hemos llegado a causa de un proceso revolucionario, sino gracias al progreso tecnológico que ha logrado alcanzar la humanidad, que ha conseguido que el mundo sea más pequeño e intercomunicado, y que ha posibilitado lo que hoy se conoce como mundialización. La mundialización, como bien dice Isidoro Moreno, es un fenómeno real, que existe objetivamente, y que ha generado una interdependencia efectiva entre todos los lugares del planeta, interdependencia que ha provocado un seísmo de gran magnitud que ha conseguido trastocar los profundos y sólidos cimientos sobre los que hasta la fecha se apoyaba el sistema que hemos estado disfrutando hasta “hace cuatro días”. La mundialización ha eliminado virtualmente las fronteras entre los países y ha creado organismos supranacionales, todos ellos escasamente democráticos, que se dedican a verificar que nadie, que ningún país, si realmente aspira a favorecerse de los vientos dominantes, interfiera u obstaculice las dinámicas que ella favorece. Lo que la mundialización ha potenciado sobre todas las cosas, ha sido los flujos de capitales, que se han internacionalizado en poco tiempo, demostrando lo que todos siempre hemos sabido, que el capital nunca ha tenido patria, y que siempre estará allí donde más rendimientos encuentre. Este proceso irreversible que ha conseguido que el capital se libere de las ataduras que le imponían los diferentes estados, ha hecho posible lo que parecía imposible, que los estados se dobleguen, casi siempre de forma vergonzosa, ante los imperativos que la mundialización les impone, ya que en caso contrario, corren el riesgo de quedar apartados de las corrientes financieras de las que se surten de los fondos que necesitan para su mantenimiento.
Este proceso hoy todo el mundo lo conoce, pero en el trabajo al que trato de aproximarme, Isidoro Moreno, introduce una serie de matices de cierto interés, aunque creo que traspira cierto optimismo, debido sobre todo al momento en que fue escrito, que hoy para desgracia de todos puede carecer de sentido. El autor afirma, que no hay que confundir mundialización con globalización, como a menudo se hace, pues mientras lo primero es una realidad contrastada, la globalización es más bien una estructura o un instrumento ideológico, utilizado por los ultraliberales para barnizar y ocultar los defectos, claros y evidentes de la mundialización. La mundialización se presenta con claras anomalías, con asimetrías ciertamente criminales, que difícilmente podrían pasar el más mínimo examen de equidad, por lo que, los que están utilizándola en beneficio propio, en favor de la materialización de sus ideas, no han tenido más remedio que edulcorarla, que lavarle la cara para presentarla ente la opinión pública como la gran meta histórica, como el lugar al que la humanidad siempre ha aspirado llegar. También Isidoro Moreno nos dice, que paralelamente se está produciendo otro inesperado fenómeno, en parte por reacción al anterior, la eclosión por doquier de un sin fin de nacionalismos y de particularismos, que desde los partidarios de la globalización son presentados como efectos nocivos, no acorde con los tiempos en que vivimos. Estos nacionalismos y particularismos son piedras en el camino, en un camino que ya parecía completamente allanado, que se presentan como impedimentos ante lo que tendría que ser el atronador triunfo de las teorías y de las prácticas neoliberales. Frente a estas dos variables sitúa el autor los problemas que padece en estos momentos el Estado, pues mientras que unos tiran desde arriba y los otros desde abajo, el Estado se está quedado vacío de competencias, lo que le puede dejar sólo como el responsable de recaudar impuestos y el supervisor del mantenimiento del orden público y de la propiedad privada, en una especie de gendarme sin más atribuciones que las de obedecer los mandatos de unos, y de intentar calmar las exigencias de los otros.
Ante la inaceptable situación creada, en la que la democracia queda burlada, superviviendo sólo como mera apariencia, y en donde las políticas sociales, cuando se llevan a cabo en mera beneficencia, Isidoro Moreno encuentra algo de esperanza en ese sorprendente renacimiento de los particularismos, que poco a poco, según él, se articulan como la única oposición real que puede, hoy por hoy, enfrentarse a la globalización. Para el autor, se abre un nuevo escenario, en el que se articulará una lucha entre los postulados antidemocráticos globalizadores, que intentarán imponer los dictados del mercado y los del capital por un lado, y el voluntarismo de la sociedad civil, articulada bajo múltiples banderas, que tocando tierra, desde lo local, intentará que la democracia no se convierta sólo en un recuerdo histórico. Para Isidoro Moreno, la nueva sociedad que se está abriendo paso, no será sólo vertical, como aspiran los liberales radicales, ni tampoco horizontal, sino una sociedad en red, repleta de nudos de poder, es decir, mucho más compleja y plural, por lo que el objetivo de esa sociedad civil, o lo que quede de ella, si realmente desea que los mercados no ejerzan un poder dictatorial sobre el todo social, no puede ser otro que el de intentar que esa red sea lo más tupida posible, con objeto de que una multitud de nudos se interrelacionen entre sí.
Pero creo que lo anterior sólo es “un sueño de la razón”, pues la sociedad civil, a estas alturas carece de fuerzas para ello, y los nacionalismos, los que realmente existen, a lo único que aspiran, de forma retrógrada, es a convertirse en nuevos estados tradicionales. Por ello, como desde hace tiempo se está demostrando, el triunfo de los partidarios de la globalización será un hecho, un hecho de indudable trascendencia, lo que no quiere decir, que en los márgenes del sistema, que cada día serán más amplios, queden singulares y pintorescos grupos, que de vez en cuando traten de levantar sus particulares banderas, lo que no molestará en exceso la imparable marcha de la locomotora de la doctrina dominante. Ojalá me equivoque.

Viernes, 4 de mayo de 2012

lunes, 11 de junio de 2012

Todo fluye

LECTURAS
(elo.244)

TODO FLUYE
Vasili Grossman
Galaxia Gutenberg, 1963

Por razones difíciles de explicar, los crímenes y el terror provocado en el proceso de consolidación del régimen soviético en los años posteriores, y no tan posteriores a la revolución, se han publicitado bastante menos, y no por falta de interés, que los perpetrados por los nacionalsocialistas alemanes, de suerte que, cando hoy se habla de los campos de concentración, automáticamente se piensa, sólo, en los lugares en donde los nazis gasearon a los judíos. Con toda seguridad, fue cuando apareció en las librerías “Archipiélago Gulag” del escritor ruso Alexander Solzhenitsin, cuando incluso dentro de la izquierda, se comenzó a hablar con preocupación de lo que había ocurrido y de lo que al parecer seguía ocurriendo en la denominada “patria del socialismo”. La publicación de ese texto y determinadas actuaciones del ejército soviético sobre algunos países que pertenecían a su zona de influencia, en concreto en Hungría y en Checoslovaquia, rompieron, al menos en parte, la unidad que en determinados sectores aún seguía existiendo entre socialismo y libertad, lo que trajo como consecuencia, incluso la reorientación estratégica de algunas de las organizaciones comunistas de Europa Occidental.
Aunque no haga falta decir que los resultados, o que los efectos fueron casi idénticos, pues tanto en la Alemania hitleriana como en la Rusia posrevolucionaria, los teóricos enemigos del régimen fueron tratados de cualquier forma menos como seres humanos, es evidente que las causas que ocasionaron aquél “horror” fueron radicalmente diferentes tanto en un lugar como en otro. El terror ruso, el terror soviético, a diferencia del que implantaron los nazis sobre determinados colectivos, tenía su justificación, al menos para aquellos que lo ejercieron, en el hecho de que había que constituir un nuevo Estado, un Estado que obligatoriamente necesitaba apoyarse sobre nuevos y radicales parámetros, lo que obligaba a realizar un notable e ímprobo esfuerzo, pues a partir de ese momento, pensaban, todo tenía que ser diferente. Pero como en muchas ocasiones se ha dicho, la Rusia de la época no era Inglaterra, el país en donde Marx pretendía que se llevara a cabo la primera revolución proletaria, por lo que sus dirigentes, los revolucionarios rusos, desde un principio, no tuvieron más remedio que improvisar sobre la marcha todo lo que tenían que hacer, de hecho, con el tiempo, en lugar de por la revolución, un concepto bastante vago y amplio en donde solía caber todo, los esfuerzos se centraron en el interés por la consolidación del Estado, que sí se presentaba con el instrumento, adecuado y preciso, para llevar a cabo las actuaciones necesarias, para que Rusia, definitivamente se convirtiera en “el país que tenía que ser”. Fue precisamente en este hecho, en el salto mortal que se lleva a cabo, el de pasar de la convicción de que lo importante era la revolución, a que por el contrario lo esencial era la consolidación del Estado, en donde se puede encontrar las claves, que son las que Vasili Grossman desarrolla en este texto, no sólo para comprender lo que ocurrió, sino para entender las fuerzas que obligaron, en aquellos tiempos nada apacibles, a que todo aconteciera de la forma en que ocurrió.
Después de la muerte de Stalin, que fue sin duda alguna el gran constructor del Estado soviético, fueron llegando poco a poco los presos que estaban diseminados por el amplio territorio de ese enorme país, muchos de los cuales, sin saber muy bien el motivo, se habían pasado parte de sus vidas confinados en inhóspitos y lejanos campos de internamiento. La muerte de Stalin había significado el fin de un periodo de máxima tensión, por lo que el regreso de esos individuos, que avejentados y desubicados buscaban su lugar en la nueva sociedad que descubrían, representaba en principio la esperanza de un nuevo tiempo. El protagonista de la novela llega a Moscú después de veintinueve años de reclusión, comprendiendo desde un primer momento que sobraba en aquella gran ciudad, por lo que se traslada a Leningrado en donde al menos consigue un puesto de trabajo. La dueña de la casa en donde alquila una habitación, le cuenta todo lo que padeció en la explotación agraria en la que trabajó, mientras que él le narra lo que había sufrido durante el dilatado tiempo que había estado preso. Pero en ningún caso ese diálogo, que es esencial en la narración es directo, pues ambos se lanzan a largos monólogos, que curiosamente desembocan, a pesar de haberse internado por caminos diferentes, en los mismos interrogantes, ¿Por qué había sucedido lo que había sucedido? ¿Por qué, sin necesidad, habían tenido que sufrir tanto?
Pero Vasili Grossman tiene una contestación a estas cuestiones, él sabe perfectamente por qué ocurrió lo que ocurrió, y parece que espera a que los protagonistas dejen sus preguntas sobre la mesa para poder, él, enfrentarse a ellas, como si una extraña fuerza le impulsara a no dejarlas sin contestar, lo que acaba por romper el equilibrio que hasta ese momento había tenido la novela, lo que no significa en ningún caso, como pudiera parecer, que la novela quede desequilibrada, sino que en la última parte de la obra, la misma cambia por completo, transformándose en un pequeño ensayo bastante esclarecedor. Sí, da la sensación de que Grossman necesitaba ser explícito, posiblemente porque su anterior novela, para él definitiva, no conseguía obtener los permisos necesarios para ser publicada; porque posiblemente necesitaba decir lo que pensaba, y lo que pensaba, era lo suficientemente interesante como para alumbrar y dar sentido a todo lo que sucedió en aquel extraño y enorme país, que aún sigue en parte oculto por una extraña nblina que se resiste a levantarse.
La revolución la ganaron los bolcheviques porque fueron los más inteligentes, pero también porque eran los que tenían mayor ansia de poder. Eran los más dotados para la lucha política, y por ello comprendieron muy pronto, que lo importante no era la Revolución, sino consolidad la revolución, que evidentemente no era lo mismo. Consolidar la revolución no era otra cosa que extirpar de la misma a todos los elementos revolucionarios que aspiraban llevar la Revolución más allá de la propia revolución. Para tal labor, entendieron, que tenían que hacerse cargo del Estado, es decir de la violencia legítima, para desde sus inexpugnables atalayas, utilizando todos los mecanismos a su disposición, acabar con cualquier tipo de disidencia. Pero esa revolución que fue tan distinta a la Revolución, y que logra implantarse gracias a un coste en vidas tan elevado, fue cualquier cosa menos libertaria, y se basaba en la tradición rusa se subordinación al poder Los nuevos detentadores del poder, tuvieron desde un principio muy claro que lo importante eran los fines, por lo que los medios, aunque estos fueran vidas humanas, carecían de interés. La libertad, el objetivo básico de toda revolución, quedó secuestrada y utilizada sólo en los discursos oficiales.
“Todo fluye” es un texto interesante, creo incluso que demasiado avanzado para la época en que se escribió, que aparte de sus indudables virtudes literarias, ofrece al lector una serie de claves, muy interesantes todas ellas, para entender los oscuros sucesos que se produjeron después de la revolución de Octubre.

Jueves, 19 de abril de 2012

viernes, 1 de junio de 2012

Tren a Pakistán


LECTURAS
(elo.243)

TREN A PAKISTÁN
Khushwant Singh
Libros del Asteroide, 1956

Al final, esta pequeña y correcta novela, posiblemente porque no esperaba nada de ella, salvo que me hiciera recordar los trágicos y criminales acontecimientos que ocurrieron en la antigua “joya de la corona” británica, me ha llegado a impresionar mucho más de lo que en principio pude imaginar. Digo al final, porque sólo en las últimas páginas he comprendido lo que la justificaba, que no era sacar a relucir esos sucesos que conmovieron al mundo, lo que en principio hubiera sido suficiente, sino el interés del autor por dejar claro, que en su opinión, el deber está más cerca de los sentimientos que de una toma de consciencia intelectual o política. El deber, lo que se está obligado a hacer, en circunstancias extremas es algo bastante complicado, algo que en demasiadas ocasiones sólo está al alcance de los héroes, que a veces llegan a comportarse como auténticos suicidas, de ahí la atracción que ejercen sobre todos los que, en momentos conflictivos, no somos capaces de hacer, ni tan siquiera aquello que todos hubieran dado por sentado que haríamos, incluso nosotros mismos. Todos tenemos, y presumimos de ello, ideales de conductas que estamos convencidos que nos definen, códigos éticos con los que tratamos de esclarecer y hacer más aceptable el mundo que nos rodea, que son instrumentos que utilizamos cotidianamente, como dejarle el asiento en el autobús a una persona que lo necesite más que nosotros, o para defender a alguien que creemos injustamente tratado, pero estamos convencidos, que no sabemos hasta dónde podríamos llegar en defensa de esos mismos valores. Se sabe que el héroe es aquel individuo, que es capaz, en un momento de dificultad, de obrar de “la única manera que se puede actuar”, lo que los convierte, porque sabemos que querer casi nunca significa poder, en seres diferentes, hechos de una pasta especial que merecen todos los elogios, ya que son capaces de realizar lo que la mayoría, aunque lo deseemos no somos capaces llevar a cabo. El héroe, por tanto, sólo aparece en momentos extremos, y siempre de forma inesperada, empujado por motivaciones que escapan a toda lógica, por lo que un acto heroico, es el que por definición queda fuera de la norma.
“Tren a Pakistán”, es una novela cuya historia se centra en una pequeña aldea india fronteriza con el nuevo Estado de Pakistán, en donde la vida transcurría con normalidad, pese a que su alrededor todo se encontraba en ebullición. Pero en esa pequeña aldea, en la que cada casta y cada comunidad religiosa seguían ejerciendo su función, existía una estación de ferrocarril por donde pasaban, en un sentido o en otro, grandes convoyes cargados de refugiados, gracias a los cuales se sabía que algo grave estaba sucediendo. Poco a poco, sobre todo por injerencias externas, el ambiente se fue enrareciendo, lo que motivó, con el dolor de casi todos, que los musulmanes, poco más o menos que la mitad de los habitantes de la aldea, tuvieron que abandonar sus casas y sus pertenencias para ser trasladados a un campo de refugiados antes de ser enviados a Pakistán. Pero para vengarse de las masacres que los musulmanes estaban llevando a cabo al otro lado de la frontera, un grupo de hindúes preparó un atentado contra un tren, en el que viajarían, entre otros, los antiguos habitantes musulmanes de la aldea, con lo que conseguirían, con seguridad, llevar a cabo una masacre. Pero ese plan, tan minuciosamente preparado, se viene abajo por la sola acción de una persona.
Singh, el autor de esta novela, dibuja en la aldea una microsociedad perfecta, según al menos la idea de lo que la nueva india postcolonial tenía que ser, en donde las diferentes comunidades desarrollaban sus respectivas existencias en orden e interactuando sin conflictos entre sí. Pero por mucha voluntad que se ponga, el multiculturalismo, sobre todo cuando se basa en un reparto injusto de los papeles, difícilmente puede permanecer en el tiempo, como sucedió en aquel apartado lugar, y como a gran escala pasó en el subcontinente indio. El menor incidente entre las diferentes comunidades puede abrir, como ocurrió, la caja de los truenos, caja que sólo con mucha dificultad podrá volverse a cerrar con posterioridad. La creación del Estado de Pakistán, el país de los musulmanes indios, con todo lo que ello significó, con la cantidad de muertos que acarreó, no fue más que el resultado del fracaso de ese multiculturalismo basado en la injusticia.
Sí, porque cuando se abre la caja de los truenos poco se puede hacer, pues es entonces cuando el odio y las infamias acumuladas, cuando las injusticias arraigadas y no subsanadas se hacen cargo de la escena, no dejando huecos ni espacios para otras formas de actuar que no sean unirse a la vorágine, o esperar con paciencia a que todo pase. La actitud más cuerda, que no la más aceptable, es la de ocultarse hasta que la tormenta pase, hasta que las aguas vuelvan al cauce del que nunca debieron de salir, aunque la vergüenza que con posterioridad puede acarrear esa actitud, se es posible que se encuentre a la misma altura de la que padecen los que se entregaron a sus pasiones ocultas. Pero ambas actitudes son lógicas, demasiado humanas para ser criticadas, sobre todo, cuando esa crítica se realiza desde fuera del fragor de los acontecimientos, desde un lugar seguro y cómodo, pero sobre todo después de comprenderse, que la otra actitud, la que falta, la del héroe, la que trata de interponerse ante la inevitabilidad de los acontecimientos, aún en el supuesto de que consiga su objetivo, es suicida y por supuesto inhumana.
Cuando el autor prende la mecha de los acontecimientos, todas las esperanzas recaen sobre dos personajes, que paradójicamente estaban en la cárcel y que son puestos en libertad, sobre las espaldas de un delincuente cuya novia musulmana iba a ser trasladada en ese tren, y sobre las de un joven activista universitario. Este último, perfectamente informado de lo todo lo ocurrido, y también de todo lo que iba a ocurrir, después de calibrar todas las circunstancias, decide, con más alcohol de la cuenta en su cuerpo, quedarse dormido hasta que todo acabase, mientras que el delincuente, con arrojo, sin pensárselo dos veces, consigue desbaratar la acción aunque ello le cuesta la vida.
Leído lo leído, no cabe duda que el héroe para Khushwant Singh no es aquel que después de una profunda reflexión sabe qué es lo que debe hacer, sino ese otro, que empujado por cuestiones emocionales, como puede ser el amor por una mujer, está convencido qué es lo que inevitablemente tiene que hacer.
“Tren a Pakistán” es una novela bien elaborada, que se lee con rapidez, sin que el lector encuentre en ella nada que le dificulte la lectura, una novela que si bien no puede ser considerada muy literaria, ya que lo que busca el autor es que ante todo sea accesible, tengo que reconocer que es un texto muy recomendable.

Jueves, 12 de abril de 2012