
LECTURAS
(elo.213)
EL SABUESO DE LOS BASKERVILLE
Arthur Conan Doyle
Alianza
Tengo que reconocer, como periódicamente me ocurre, que en estos momentos me encuentro saturado como lector, lo que me impide poder disfrutar como desearía de lo que leo, ante lo cual, sólo cuento con dos alternativas, o dejar durante un tiempo de leer, al menos novelas, o entregarme a obras que tengan la virtud de oxigenarme y devolverme el placer por la lectura. He optado por la segunda opción, pues me puede permitir volver a reencontrarme, como está siendo el caso, con lecturas que en buena medida me conformaron, para bien o para mal, como el lector que soy en la actualidad.
En determinadas ocasiones, cuando me recriminan el hecho de que no suelo criticar en exceso a la literatura popular, siempre digo lo mismo, que sin buena literatura popular es imposible que existan lectores, lectores de calidad. Sí, porque todos los que leemos más de la cuenta, hemos bebido en nuestros inicios de esa fuente, ya que nadie comienza leyendo el “Ulises”, ni por supuesto “En busca del tiempo perdido”, pues en el supuesto de que algún intrépido lo haya intentado, no me cabe duda, que tal individuo no ha vuelto a coger un libro. Siempre hay que comenzar por novelas que fomenten la lectura, no por aquellas, que pese a su indudable calidad, lo único que consiguen, al menos en un principio, es espantar a los lectores inmaduros que se acerquen a ellas; lecturas que obliguen a leer y a leer, aquellas que cuando se han tenido que interrumpir por algún motivo, incitan desde la distancia a que se reanude lo antes posible la lectura.
Recuerdo que cuando aún era demasiado joven, gracias a la pequeña biblioteca del padre de un amigo, conocí a un personaje que me acompañó durante demasiadas tardes durante aquel periodo de mi vida, alguien que respondía por el nombre de Sherlock Holmes. Sí, en aquella raquítica biblioteca, como lo eran todas las que llegué a conocer en aquellos tiempos, creo recordar que a la derecha del televisor, se encontraban las obras completas del singular investigador inglés, en un formato pequeño, como de bolsillo, en color rojo. Cada semana iba a visitar a mi amigo para llevarme una nueva novela al tiempo que dejaba en su lugar la que me había llevado y leído la semana anterior, con el beneplácito y la atenta mirada de su padre, que no comprendía como a su hijo, a pesar de que era excelente estudiante, no le interesara en absoluto eso tan prestigioso en aquella época como era la lectura. De esta forma, poco a poco, durante un dilatado e imagino que caluroso verano, me leí todas sus aventuras, lo que recuerdo ahora con la distancia de los años como algo realmente placentero. Estoy seguro después de tanto tiempo, que aquellas lecturas, que hoy de forma despectiva suelo calificar de mero entretenimiento, fueron fundamentales para mi formación como lector, al menos en cuanto a mi pasión por la lectura. Bien, pues en estos momentos en que observo que no disfruto con las historias que me llegan, he escogido del reducido lote de libros que siempre me acompaña, una novela de ese autor al que Julian Barnes intentó acercarse en su obra “Arthur y George”, precisamente “El sabueso de los Baskerville”, una de las aventuras que en su momento más me interesaron de Sherlock Holmes. La he leído y la he disfrutado como el adolescente que en su momento la leyó, sin buscar nada en esa narración que trascienda de la misma, es decir, dejándome llevar por la lectura y sin prestar ninguna resistencia a la misma.
Leer por leer es algo que no recomiendo especialmente, pero creo que existen momentos, en los que uno tiene la necesidad de reconciliarse con la lectura, y comprender qué es lo importante en ella y qué lo secundario. Estoy convencido que lo esencial en toda novela es la existencia de una buena historia, evidentemente bien contada, que consiga sacar al que la lee, aunque sea durante un par de horas, de la realidad en la que vive, lo que no es tan fácil como en principio pudiera parecer. Pues bien, esta pequeña novela, sin aspiraciones, repleta de trucos que se adivinan desde lejos, escrita para lectores que sólo aspiran a pasar un rato agradable con ella, de forma inconcebible, ha conseguido substraerme de los múltiples problemas que me acechan, al tiempo que me ha obligado a leerla casi sin respirar, sin que me entraran ganas de tirarla, o de abandonarla, como me ha ocurrido con las dos últimas, que a pesar de las magníficas críticas que traían bajo el brazo, he intentado leer sin lograr conseguirlo. Y la he leído de esta forma, casi de corrido, pese a estar convencido, de que no soportaría el más mínimo análisis crítico, que desde la ortodoxia, tratara de calificarla como una buena novela.
No, evidentemente “El sabueso de los Baskerville” no es una novela de esas que podrían considerarse, o que podrían llevar el marchamo de literatura de calidad, no, ya que es sólo lo que es, una narración que puede servir para ayudar a iniciar en la lectura, para crear cantera en terminología futbolística, pero también para lo que dije al principio, para oxigenar a los que se encuentran cansados de leer textos, que a pesar de aspirar a ser más de lo que son, no llegan ni tan siquiera a provocar ese mínimo interés que necesitan los que se acercan a una determinada novela. Es sólo eso, pero “ese sólo eso” es más que suficiente, ya que con dignidad, lo que no es poco, cumple a la perfección con aquello para lo que fue elaborada, demostrando, que la literatura de perfil más bajo, la que se limita a contar buenas historias, con calidad y con los mínimos artificios posibles, siempre, aunque pasen los años, estará ahí para auxiliar a todos los que la necesiten.
Creo que ni siquiera hace falta entrar a analizar la obra, pues a estas alturas, ya que todos conocemos su argumento y la estructura sobre la que está montada, hay que comprender, que lo importante en ella, o lo que llama la atención en ella son otras cuestiones que escapan a lo meramente literario. Comprobar que una novela de tales características permanezca en pie, mientras que muchas otras dotadas de más ambiciones y aparataje desaparecieron hace tiempo, no deja de llamar la atención, sobre todo en unos momentos como los actuales, en los que, por norma general, las novedades que nos llegan cada día resultan más insoportables. Como dije hace poco refiriéndome a un pequeño y casi insignificante relato de Chaves Nogales, es recomendable comenzar a desmantelar muchos de los amaneramientos o vicios adquiridos, para volver a una literatura, que en lugar de ser tan literaria (cada día me interesa menos la literatura que se autodenomina literaria) aspire a ser sólo buena literatura, o lo que es lo mismo, a una literatura que en lugar de ir dirigida a un reducido grupo de lectores, que por norma general son los que menos leen, trabaje para captar y para desarrollar historias que realmente sean interesantes y que en la medida de lo posible, afronten las cuestiones que siempre han preocupado al ser humano, esas que se encuentran adheridas a su propia existencia.
Sábado, 29 de enero de 2011
(elo.213)
EL SABUESO DE LOS BASKERVILLE
Arthur Conan Doyle
Alianza
Tengo que reconocer, como periódicamente me ocurre, que en estos momentos me encuentro saturado como lector, lo que me impide poder disfrutar como desearía de lo que leo, ante lo cual, sólo cuento con dos alternativas, o dejar durante un tiempo de leer, al menos novelas, o entregarme a obras que tengan la virtud de oxigenarme y devolverme el placer por la lectura. He optado por la segunda opción, pues me puede permitir volver a reencontrarme, como está siendo el caso, con lecturas que en buena medida me conformaron, para bien o para mal, como el lector que soy en la actualidad.
En determinadas ocasiones, cuando me recriminan el hecho de que no suelo criticar en exceso a la literatura popular, siempre digo lo mismo, que sin buena literatura popular es imposible que existan lectores, lectores de calidad. Sí, porque todos los que leemos más de la cuenta, hemos bebido en nuestros inicios de esa fuente, ya que nadie comienza leyendo el “Ulises”, ni por supuesto “En busca del tiempo perdido”, pues en el supuesto de que algún intrépido lo haya intentado, no me cabe duda, que tal individuo no ha vuelto a coger un libro. Siempre hay que comenzar por novelas que fomenten la lectura, no por aquellas, que pese a su indudable calidad, lo único que consiguen, al menos en un principio, es espantar a los lectores inmaduros que se acerquen a ellas; lecturas que obliguen a leer y a leer, aquellas que cuando se han tenido que interrumpir por algún motivo, incitan desde la distancia a que se reanude lo antes posible la lectura.
Recuerdo que cuando aún era demasiado joven, gracias a la pequeña biblioteca del padre de un amigo, conocí a un personaje que me acompañó durante demasiadas tardes durante aquel periodo de mi vida, alguien que respondía por el nombre de Sherlock Holmes. Sí, en aquella raquítica biblioteca, como lo eran todas las que llegué a conocer en aquellos tiempos, creo recordar que a la derecha del televisor, se encontraban las obras completas del singular investigador inglés, en un formato pequeño, como de bolsillo, en color rojo. Cada semana iba a visitar a mi amigo para llevarme una nueva novela al tiempo que dejaba en su lugar la que me había llevado y leído la semana anterior, con el beneplácito y la atenta mirada de su padre, que no comprendía como a su hijo, a pesar de que era excelente estudiante, no le interesara en absoluto eso tan prestigioso en aquella época como era la lectura. De esta forma, poco a poco, durante un dilatado e imagino que caluroso verano, me leí todas sus aventuras, lo que recuerdo ahora con la distancia de los años como algo realmente placentero. Estoy seguro después de tanto tiempo, que aquellas lecturas, que hoy de forma despectiva suelo calificar de mero entretenimiento, fueron fundamentales para mi formación como lector, al menos en cuanto a mi pasión por la lectura. Bien, pues en estos momentos en que observo que no disfruto con las historias que me llegan, he escogido del reducido lote de libros que siempre me acompaña, una novela de ese autor al que Julian Barnes intentó acercarse en su obra “Arthur y George”, precisamente “El sabueso de los Baskerville”, una de las aventuras que en su momento más me interesaron de Sherlock Holmes. La he leído y la he disfrutado como el adolescente que en su momento la leyó, sin buscar nada en esa narración que trascienda de la misma, es decir, dejándome llevar por la lectura y sin prestar ninguna resistencia a la misma.
Leer por leer es algo que no recomiendo especialmente, pero creo que existen momentos, en los que uno tiene la necesidad de reconciliarse con la lectura, y comprender qué es lo importante en ella y qué lo secundario. Estoy convencido que lo esencial en toda novela es la existencia de una buena historia, evidentemente bien contada, que consiga sacar al que la lee, aunque sea durante un par de horas, de la realidad en la que vive, lo que no es tan fácil como en principio pudiera parecer. Pues bien, esta pequeña novela, sin aspiraciones, repleta de trucos que se adivinan desde lejos, escrita para lectores que sólo aspiran a pasar un rato agradable con ella, de forma inconcebible, ha conseguido substraerme de los múltiples problemas que me acechan, al tiempo que me ha obligado a leerla casi sin respirar, sin que me entraran ganas de tirarla, o de abandonarla, como me ha ocurrido con las dos últimas, que a pesar de las magníficas críticas que traían bajo el brazo, he intentado leer sin lograr conseguirlo. Y la he leído de esta forma, casi de corrido, pese a estar convencido, de que no soportaría el más mínimo análisis crítico, que desde la ortodoxia, tratara de calificarla como una buena novela.
No, evidentemente “El sabueso de los Baskerville” no es una novela de esas que podrían considerarse, o que podrían llevar el marchamo de literatura de calidad, no, ya que es sólo lo que es, una narración que puede servir para ayudar a iniciar en la lectura, para crear cantera en terminología futbolística, pero también para lo que dije al principio, para oxigenar a los que se encuentran cansados de leer textos, que a pesar de aspirar a ser más de lo que son, no llegan ni tan siquiera a provocar ese mínimo interés que necesitan los que se acercan a una determinada novela. Es sólo eso, pero “ese sólo eso” es más que suficiente, ya que con dignidad, lo que no es poco, cumple a la perfección con aquello para lo que fue elaborada, demostrando, que la literatura de perfil más bajo, la que se limita a contar buenas historias, con calidad y con los mínimos artificios posibles, siempre, aunque pasen los años, estará ahí para auxiliar a todos los que la necesiten.
Creo que ni siquiera hace falta entrar a analizar la obra, pues a estas alturas, ya que todos conocemos su argumento y la estructura sobre la que está montada, hay que comprender, que lo importante en ella, o lo que llama la atención en ella son otras cuestiones que escapan a lo meramente literario. Comprobar que una novela de tales características permanezca en pie, mientras que muchas otras dotadas de más ambiciones y aparataje desaparecieron hace tiempo, no deja de llamar la atención, sobre todo en unos momentos como los actuales, en los que, por norma general, las novedades que nos llegan cada día resultan más insoportables. Como dije hace poco refiriéndome a un pequeño y casi insignificante relato de Chaves Nogales, es recomendable comenzar a desmantelar muchos de los amaneramientos o vicios adquiridos, para volver a una literatura, que en lugar de ser tan literaria (cada día me interesa menos la literatura que se autodenomina literaria) aspire a ser sólo buena literatura, o lo que es lo mismo, a una literatura que en lugar de ir dirigida a un reducido grupo de lectores, que por norma general son los que menos leen, trabaje para captar y para desarrollar historias que realmente sean interesantes y que en la medida de lo posible, afronten las cuestiones que siempre han preocupado al ser humano, esas que se encuentran adheridas a su propia existencia.
Sábado, 29 de enero de 2011
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