miércoles, 23 de febrero de 2011

Plata quemada


LECTURAS
(elo.214)

PLATA QUEMADA
Ricardo Piglia
Anagrama, 1997

Hace algo más de un mes, leí la última novela de Ricardo Piglia, “Blanco nocturno”, que a pesar de parecerme interesante, no la vi a la altura del lanzamiento editorial que se le había dispensado, quedando bastante sorprendido, después de leer diferentes reseñas, del crédito que el autor argentino posee entre los críticos de nuestro país. Ante tal hecho, me vi en la obligación, por aquello de que al parecer me estaba perdiendo la literatura de uno de los grandes escritores de nuestra lengua, a profundizar, en su para mí, desconocida obra. Por ello, me hice con su primera novela “Respiración artificial”, novela que con algo más que voluntarismo pude aguantar sólo hasta su mitad, pues a pesar de que estaba bien escrita, al menos desde mi punto de vista se trataba de un pestiño incomestible, al ser una de esas obras, en que el estilo empleado para su desarrollo se encuentra muy por encima de la historia que se intentaba contar, una de esas novelas, en suma, que parecen que están elaborada pensando más en un sector de la crítica, el más exquisito por supuesto, que para el público, y no me refiero a un público banal, que con interés se pueda acercar a ella. Después de este fracaso, ya que toda lectura frustrada lo es, me sorprendió de nuevo que en la relación de las diez mejores novelas editadas en España desde 1991, con motivo de los mil primeros números de “Babelia”, los tres críticos de dicho suplemento literario, insertaran entre sus preferencias una novela de Piglia, “Plata quemada”. El hecho evidentemente me llamó la atención, porque creo recordar, que era la única novela que se encontraba en las tres listas, lo que me llevó a pensar, que el prestigio del autor provenía de esa obra que aún no había leído. Lógicamente, en poco tiempo me hice con un ejemplar, y el resultado de su lectura me ha provocado serias dudas, sobre si la novela en cuestión merecía estar o no, entre ese selecto número de obras escogidas. Cada lector tiene sus preferencias, de suerte, que se podrían crear tantas listas de este tipo como lectores existen, sólo pudiendo decir en consecuencia, que en la mía no se encontraría la novela del argentino, a pesar de las innegables virtudes que posee.
Antes de comenzar la lectura, me sorprendió, que con el apoyo de un magnífico jurado, la novela fue galardonada en su día con el “Premio Planeta” de Argentina, lo que me hizo pensar que sería una obra de fácil lectura, como son la mayoría de las que consiguen ese galardón en España, pero nada más lejos de la realidad, pues uno se encuentra desde un principio con un lenguaje dificultoso, con el lenguaje que se habla en los bajos fondos de Argentina. Pero no sólo el lenguaje empleado me llamó la atención, sino también la perspectiva desde la que se cuenta la historia, en donde desde fuera, se van narrando los hechos como si de una crónica de sucesos se tratara, pero en absoluto como a uno le gustaría que se la contasen, sino de forma arbitraria, quedando lagunas que impiden unir los acontecimientos a la perfección, lo que dejaba constancia, que el interés del autor, se centraba en los personajes, en el mundo de sus personajes, y no en la trama oculta que los empujó hasta el lugar y la situación en la que se encontraban.
Otra cuestión, y nada baladí por cierto que me sorprendió, lo que nunca hubiera adivinado si el autor no lo llega explicitar en el epílogo (no suelo leer nunca las solapas de los libros que leo), es que la historia que se cuenta ocurrió en realidad, y que Piglia tuvo acceso a toda la información sobre el caso, a todos los datos de un suceso que en su momento, por sus dimensiones, escandalizó y atrajo el interés de la opinión pública tanto uruguaya como argentina. Es decir, la novela es un ejercicio literario como en su día lo fue “A sangre fría” de Capote, en donde un novelista, después de haberse preocupado en saber qué fue lo que sucedió en realidad, traduce al negro sobre blanco un acontecimiento real en clave literaria, algo de una dificultad extrema. En esta ocasión se observa, a diferencia de la metodología empleada por el norteamericano, que aspiró a una visión global y objetiva de lo que aconteció, intentando controlar y mostrar todas las variables del suceso, que Piglia sólo desea, dejando al lado todo lo demás, lo que hubiera significado una novela radicalmente diferente, centrarse en el grupo de delincuentes que se encargaron del trabajo sucio de la operación.
Esta opción evidentemente no puede ser gratuita, pues ante el autor se presentaban varias posibilidades desde la que desarrollar la historia, todas ellas interesantes, para centrarse en la más inesperada, en la perspectiva de unos delincuentes que cuando creían que lo peor ya había pasado, después de haber realizado un sangriento atraco y de haber cruzado la frontera de Uruguay, observan que habían sido localizados, viéndose por tanto ante la disyuntiva de tener que entregarse o de morir matando, aunque nunca en realidad dudaron sobre lo que tenían que hacer. Sí, no cabe duda que a Piglia lo que le interesó de la historia que encontró, fue el proceder de esos delincuentes, por lo que se zambulle en ellos, en la personalidad de cada uno de ellos, para intentar comprender por qué actuaron de la forma en que lo hicieron, y aquí acierta plenamente, pues sin utilizar ningún tipo de moralina, presenta a cada uno ellos tal y como él creía, por los datos que había podido conseguir, que en realidad fueron. Leyendo esta novela, uno llega a comprender, que el mal es una actitud autónoma, que sólo se puede observar y definir desde la orilla contraria, es decir, desde donde se sabe con seguridad aquello que es el bien, al existir unas tablas en donde el recto proceder queda perfectamente explicitado. Desde la perspectiva desde la que se encontraban, por el ejemplo el Gaucho Dorna, o el Nene Bignone, su forma de actuar era la correcta, o dicho de otra forma, era la única posible, de suerte que en ningún momento a lo largo de la narración, se enfrentaron con dudas que dificultaran su forma de actuar. Ellos en la obra, digamos, representaban el mal absoluto, pero en contrapartida, las dudas se extienden sobre los que en principio personificaban el bien, que en todo momento aparecen, desde la policía hasta los políticos, ensombrecidos por la duda, por la duda de si defendían ese bien sólo para beneficiarse del trabajo sucio de los hacían el mal. A Piglia, desde un principio le interesa, como parece demostrado, una visión concreta del caso, la que protagonizaron los delincuentes, a pesar de que en ningún momento se oculta que eran auténticos desechos sociales, individuos de oscuro pasado y sobre todo carentes de futuro, que en ningún caso podrían ser presentados como modelos a seguir. No obstante, desde la posición que ocupaban, la imagen que llega de la legalidad no es nada tranquilizadora, pues al mal absoluto que representan, no se le contrapone un bien de las mismas características.
“Plata quemada” es una novela inquietante y arriesgada, en la que se observa una marcada voluntad de estilo por parte del autor, en donde éste, apuesta fuerte para dejar una obra singular, en donde demuestra, que a veces es necesario, aunque sea a contracorriente y con el viento de frente, adentrarse en territorios poco explorados con objeto de abrir ventanas que siempre han permanecido cerradas, para desde las cuales, obtener perspectivas diferentes que puedan enriquecer la visión global que se posee. “Plata quemada” es sin duda una buena novela, y aunque yo no la incluiría en mi lista de las diez mejores editadas en español, sólo por el hecho de que me he encontrado novelas que me han interesado más, comprendo que tiene todo el derecho, por su calidad, a que otros la incluyan en la suya.

Viernes, 4 de febrero de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

El sabueso de los Baskerville



LECTURAS
(elo.213)

EL SABUESO DE LOS BASKERVILLE
Arthur Conan Doyle
Alianza

Tengo que reconocer, como periódicamente me ocurre, que en estos momentos me encuentro saturado como lector, lo que me impide poder disfrutar como desearía de lo que leo, ante lo cual, sólo cuento con dos alternativas, o dejar durante un tiempo de leer, al menos novelas, o entregarme a obras que tengan la virtud de oxigenarme y devolverme el placer por la lectura. He optado por la segunda opción, pues me puede permitir volver a reencontrarme, como está siendo el caso, con lecturas que en buena medida me conformaron, para bien o para mal, como el lector que soy en la actualidad.
En determinadas ocasiones, cuando me recriminan el hecho de que no suelo criticar en exceso a la literatura popular, siempre digo lo mismo, que sin buena literatura popular es imposible que existan lectores, lectores de calidad. Sí, porque todos los que leemos más de la cuenta, hemos bebido en nuestros inicios de esa fuente, ya que nadie comienza leyendo el “Ulises”, ni por supuesto “En busca del tiempo perdido”, pues en el supuesto de que algún intrépido lo haya intentado, no me cabe duda, que tal individuo no ha vuelto a coger un libro. Siempre hay que comenzar por novelas que fomenten la lectura, no por aquellas, que pese a su indudable calidad, lo único que consiguen, al menos en un principio, es espantar a los lectores inmaduros que se acerquen a ellas; lecturas que obliguen a leer y a leer, aquellas que cuando se han tenido que interrumpir por algún motivo, incitan desde la distancia a que se reanude lo antes posible la lectura.
Recuerdo que cuando aún era demasiado joven, gracias a la pequeña biblioteca del padre de un amigo, conocí a un personaje que me acompañó durante demasiadas tardes durante aquel periodo de mi vida, alguien que respondía por el nombre de Sherlock Holmes. Sí, en aquella raquítica biblioteca, como lo eran todas las que llegué a conocer en aquellos tiempos, creo recordar que a la derecha del televisor, se encontraban las obras completas del singular investigador inglés, en un formato pequeño, como de bolsillo, en color rojo. Cada semana iba a visitar a mi amigo para llevarme una nueva novela al tiempo que dejaba en su lugar la que me había llevado y leído la semana anterior, con el beneplácito y la atenta mirada de su padre, que no comprendía como a su hijo, a pesar de que era excelente estudiante, no le interesara en absoluto eso tan prestigioso en aquella época como era la lectura. De esta forma, poco a poco, durante un dilatado e imagino que caluroso verano, me leí todas sus aventuras, lo que recuerdo ahora con la distancia de los años como algo realmente placentero. Estoy seguro después de tanto tiempo, que aquellas lecturas, que hoy de forma despectiva suelo calificar de mero entretenimiento, fueron fundamentales para mi formación como lector, al menos en cuanto a mi pasión por la lectura. Bien, pues en estos momentos en que observo que no disfruto con las historias que me llegan, he escogido del reducido lote de libros que siempre me acompaña, una novela de ese autor al que Julian Barnes intentó acercarse en su obra “Arthur y George”, precisamente “El sabueso de los Baskerville”, una de las aventuras que en su momento más me interesaron de Sherlock Holmes. La he leído y la he disfrutado como el adolescente que en su momento la leyó, sin buscar nada en esa narración que trascienda de la misma, es decir, dejándome llevar por la lectura y sin prestar ninguna resistencia a la misma.
Leer por leer es algo que no recomiendo especialmente, pero creo que existen momentos, en los que uno tiene la necesidad de reconciliarse con la lectura, y comprender qué es lo importante en ella y qué lo secundario. Estoy convencido que lo esencial en toda novela es la existencia de una buena historia, evidentemente bien contada, que consiga sacar al que la lee, aunque sea durante un par de horas, de la realidad en la que vive, lo que no es tan fácil como en principio pudiera parecer. Pues bien, esta pequeña novela, sin aspiraciones, repleta de trucos que se adivinan desde lejos, escrita para lectores que sólo aspiran a pasar un rato agradable con ella, de forma inconcebible, ha conseguido substraerme de los múltiples problemas que me acechan, al tiempo que me ha obligado a leerla casi sin respirar, sin que me entraran ganas de tirarla, o de abandonarla, como me ha ocurrido con las dos últimas, que a pesar de las magníficas críticas que traían bajo el brazo, he intentado leer sin lograr conseguirlo. Y la he leído de esta forma, casi de corrido, pese a estar convencido, de que no soportaría el más mínimo análisis crítico, que desde la ortodoxia, tratara de calificarla como una buena novela.
No, evidentemente “El sabueso de los Baskerville” no es una novela de esas que podrían considerarse, o que podrían llevar el marchamo de literatura de calidad, no, ya que es sólo lo que es, una narración que puede servir para ayudar a iniciar en la lectura, para crear cantera en terminología futbolística, pero también para lo que dije al principio, para oxigenar a los que se encuentran cansados de leer textos, que a pesar de aspirar a ser más de lo que son, no llegan ni tan siquiera a provocar ese mínimo interés que necesitan los que se acercan a una determinada novela. Es sólo eso, pero “ese sólo eso” es más que suficiente, ya que con dignidad, lo que no es poco, cumple a la perfección con aquello para lo que fue elaborada, demostrando, que la literatura de perfil más bajo, la que se limita a contar buenas historias, con calidad y con los mínimos artificios posibles, siempre, aunque pasen los años, estará ahí para auxiliar a todos los que la necesiten.
Creo que ni siquiera hace falta entrar a analizar la obra, pues a estas alturas, ya que todos conocemos su argumento y la estructura sobre la que está montada, hay que comprender, que lo importante en ella, o lo que llama la atención en ella son otras cuestiones que escapan a lo meramente literario. Comprobar que una novela de tales características permanezca en pie, mientras que muchas otras dotadas de más ambiciones y aparataje desaparecieron hace tiempo, no deja de llamar la atención, sobre todo en unos momentos como los actuales, en los que, por norma general, las novedades que nos llegan cada día resultan más insoportables. Como dije hace poco refiriéndome a un pequeño y casi insignificante relato de Chaves Nogales, es recomendable comenzar a desmantelar muchos de los amaneramientos o vicios adquiridos, para volver a una literatura, que en lugar de ser tan literaria (cada día me interesa menos la literatura que se autodenomina literaria) aspire a ser sólo buena literatura, o lo que es lo mismo, a una literatura que en lugar de ir dirigida a un reducido grupo de lectores, que por norma general son los que menos leen, trabaje para captar y para desarrollar historias que realmente sean interesantes y que en la medida de lo posible, afronten las cuestiones que siempre han preocupado al ser humano, esas que se encuentran adheridas a su propia existencia.

Sábado, 29 de enero de 2011

miércoles, 9 de febrero de 2011

La agonía de Francia


LECTURAS (elo.212)

LA AGONIA DE FRANCIA
Manuel Chaves Nogales
Libros del Asteroide, 2010

Sabía que “Libros del Asteroide”, sacándolo del olvido, había editado este texto, del que, desde un principio, me llegaron excelentes alabanzas, por lo que estaba deseando que cayera en mis manos. Creía que se trataría de una novela, de una novela del estilo de “El maestro Juan Martínez estuvo allí”, en la que, desde un personaje de ficción, se narrara lo que ocurrió en Francia en aquellos momentos históricos en los que sucumbió al fascismo. Pero no, afortunadamente me he encontrado con una crónica periodística, o mejor dicho, con un ensayo periodístico llevado a cabo por alguien que “estuvo allí”, en el que se observa, como no podía ser de otra forma, la visión del propio Chaves Nogales sobre lo acaecido, pero también, la carga, la enorme carga ideológica con la que aliñó todo lo que narró. Sí, el autor posee la virtud, de criticar en todas sus obras las ideologías dominantes del tiempo en que vivió, que eran el comunismo y el fascismo, pero las criticó, a veces de forma magistral, desde la suya propia, desde el liberalismo democrático. En aquellos momentos difíciles, y no sólo para España, ser demócrata y creer en los principios del liberalismo, no era precisamente lo más fácil, pues todo, incluso el aire que se respiraba, estaba impregnado por un espíritu antiliberal y antidemocrático, al estimarse de forma generalizada, que la inoperancia de los regímenes democráticos, era la causa de todos los males, y que sólo desde posicionamientos totalitarios se podría definitivamente llevar a cabo el salto histórico que la humanidad necesitaba. El problema, como bien dejó relucir en innumerables ocasiones el autor, era que no se comprendía que el estancamiento que padecían dichos regímenes, se debía, a que carecían de una amplia base social que los hicieran viable, pues parecía que todos, a lo único que aspiraban, era a denostarlos y a criticarlos.
Para comprender este texto, hay que partir del hecho, que Chaves Nogales había llegado derrotado a Francia, después de haber padecido todos los sin sabores de la guerra civil española, creyendo haber dejado atrás la barbarie y la intransigencia, con la esperanza de poder asentarse en un país civilizado, en donde los valores democráticos del liberalismo en los que creía, iluminaran una convivencia aceptable basada en el diálogo constante y en el respeto a la diferencia. Pero no encontró lo que esperaba, pues la semilla del totalitarismo, el mal de aquella época, hacía ya tiempo que había germinado en el país galo, por lo que la patria de la libertad, de los ideales republicanos, también se deslizaba por la peligrosa senda de la intransigencia, por la misma acerada pendiente que había conseguido llevar a España al desastre y a la destrucción. Las tropas alemanas amenazaban las débiles fronteras francesas, por lo que la temida y alargada sombra del nacionalsocialismo, con todo lo que ello significaba, condicionaba la vida cotidiana que encontró el periodista sevillano cuando llegó al país vecino. Pero para él, el peligro real no se encontraba fuera, en las ambiciones de Hitler y sus lugartenientes, sino en el hecho innegable, que los ideales que estos representaban, antes incluso de comenzar la guerra, ya habían sido asimilado por un importante sector de la población francesa. La cuestión, según el autor, radicaba en que Francia, también había padecido una sangrienta guerra civil, no como la española en los campos de batalla, pero sí en esa otra contienda que se materializa en el terreno de las ideas. El país de la revolución se encontraba profundamente dividido, escindido entre los partidarios de los planteamientos comunistas que llegaban desde Moscú, y los que veían la necesidad, de edificar un régimen totalitario a imagen y semejanza del alemán y en menor medida del italiano. Esta profunda brecha que dividía a la sociedad francesa en dos bandos radicalmente enfrentados entre sí, dejaba poco margen para pensar en Francia, o mejor dicho, en los valores que siempre había representado y definido a Francia, por lo que, antes incluso de que las divisiones acorazadas alemanas se adentraran en el Hexágono, Francia como idea, como idea de nación ya no existía. Para Chaves Nogales, bastante influido en esta época, como se puede observar con facilidad, por Ortega y Gasset, la razón última de esta catástrofe, tenía sus causas en la rebelión de las masas, que en su pusilanimidad, siempre prefieren apostar por la simplicidad del blanco o del negro, por los planteamientos diáfanos, sean los que sean, que por la complejidad que define la existencia humana, que en todo momento se encuentra obligada a moverse entre una gama de colores de una amplitud difícil de soportar, que sólo puede tener acomodo en un sistema democrático, ya que éstos, son los únicos que pueden salvaguardar la pluralidad existente en toda sociedad sana. Se podría decir, que leído lo leído, y después de recordar otros trabajos del autor, que el sevillano, también se encontraba encadenado a sus propios ideales, a su forma de ver y entender el mundo, pues en “La agonía de Francia”, lo que hace, es trasladar a otras latitudes, lo que escribió sobre los problemas que habían conseguido hundir a España. Para él, simplificando, la causa del fracaso de la república española, consistió en que la vida social y política de nuestro país se polarizó en dos extremos irreconciliables, no dejando espacio, para lo que aquí se podría denominar la tercera España, una España centrada, que trabajase para que todos, independientemente a los ideales que poseyeran, tuvieran cabida en un mismo marco de convivencia, que siempre, entre todos, habría que cuidar. Esa tercera España, qué duda cabe, era la España regeneracionista que representaba los valores republicanos, en los que militó, como otros muchos intelectuales de la época, el propio Chaves Nogales. De todas formas, me ha llamado poderosamente la atención, la forma demasiado explícita en mi opinión, en que utiliza los postulados básicos de la obra emblemática de Ortega, dejándome la sensación, de que acababa de leerla y que aún no la tenía lo suficientemente asimilada, lo que a su vez me lleva a pensar, que a pesar de que la tesis que expone es contundente, o posiblemente por ello, que tuvo que realizar un profundo esfuerzo para adaptar lo que veía a los planteamientos que ya poseía, ya que todo lo que nos cuenta cuadra a la perfección. Yo, siempre que puedo trato de huir de estas cuadraturas perfectas, que casi siempre veo forzadas, al imaginar, pues es ley de vida, que para que todo encaje, es necesario podar demasiadas variables, que posiblemente sean las que aportan la singularidad que cada caso posee. Lo mismo, curiosamente, le solía ocurrir al propio Ortega. Cada día me interesan más este tipo de creaciones literarias, los reportajes periodísticos de calidad, pues cuando están bien realizados, aportan un importante caudal de información, que sirven para completar las esquemáticas informaciones, por norma general interesadas, que desde los medios de comunicación nos llegan, y sobre todo, para neutralizar la tendencia imperante a simplificarlo todo. Si para colmo, el reportaje o la crónica periodística va firmada por alguien de la categoría de Chaves Nogales, que no sólo se dedica a informar, sino a aportar su opinión sobre lo que acontece, mejor que mejor.

Domingo, 9 de enero de 2010

viernes, 4 de febrero de 2011

Blanco nocturno


LECTURAS
(elo.211)

BLANCO NOCTURNO
Ricardo Piglia
Anagrama, 2010


A pesar de no haber leído nunca nada de Ricardo Piglia, y debido sobre todo al espectacular lanzamiento de esta novela, a causa posiblemente de que el autor hacía trece años que no publicaba ninguna obra de ficción, tenía cierto interés, aunque no desmedido, por poder leerla lo antes posible, aunque para decir la verdad, una vez terminada, he comprendido, que a pesar de resultar interesante, esperaba mucho más de ella. Sabía, por supuesto, de la existencia de dicho autor, y del prestigio con el que contaba, pero siempre, a pesar de que podía acceder a su obra con relativa facilidad, había algo que me impedía acercarme a sus novelas. Ese algo no era otra cosa, que creía, sin ningún fundamento que avalara mi opinión, que me iba a encontrar con un sofisticado y metaliterario novelista argentino, de esos que hacen una literatura sólo apta para exquisitos paladares. Pero el otro día, sin esperarlo, me topé con la novela, y no dudé, lo que hubiera hecho si me hubiera encontrado con otra que me hubiera resultado mínimamente más atractiva, en llevármela a casa y leerla. Si tengo que juzgarla por esta obra, la literatura del argentino no tiene nada que ver con lo que esperaba, ya que resulta accesible y digamos que poco argentina, pues me he encontrado con una novela de corte policíaco bien desarrollada y estructurada.
Antes, hace ya bastantes años, era un devorador de novelas policíacas, en las que me sumergía para desintoxicarme de otras lecturas más pretenciosas, o simplemente para pasar un buen rato, ya que encontraba en ellas, el puro placer de leer por leer, disfrutando con la prosa ágil y poco contaminada de los grandes maestros de ese subgénero. Pero poco a poco fui abandonándola, debido sobre todo, al cansancio que me provocaba que en esas obras casi siempre cuadrara todo, como si la vida, en la que en todo caso debe basarse la buena literatura, no fuera más que un sofisticado puzle en donde todas las piezas, si eran utilizadas con inteligencia, tarde o temprano acababan por encajar. Me disgustaba, que en lugar de subrayar la incoherencia de la naturaleza humana, algo de lo que cada día estoy más convencido, se esforzara por demostrar precisamente todo lo contrario, a lo que se unía, y esto en literatura es gravísimo, lo esquemáticos y previsibles que resultaban sus personajes. En resumen, a pesar de que era placentero acercarme a ellas, poco a poco fui comprendiendo que la novela negra, a pesar de la buena fama con la que contaba, no era más que una literatura de segundo o de tercer nivel, que en la mayoría de los casos, sólo aspiraba a adormilar y a entretener, sin que buscara otra finalidad, a pesar, de que en ella existe un potencial de indudable valía. Sí, algunos autores de prestigio de la denominada literatura de calidad, no han dudado en utilizar la metodología que la novela negra les brindaba para realizar alguna de sus obras, al encontrar en las mismas un instrumento preciso, gracias al cual, poder diseccionar la realidad, para así poder mostrar sus innumerables contradicciones y sus múltiples agujeros negros. Pero estos novelistas, casi siempre, en lugar de hacer novelas policíacas como en principio parecía, se dedicaban a hacer desde ellas alta literatura, cuidando a los personajes, es decir, haciéndolos complejos y creando tramas creíbles, sin que al final, aunque se llegara al mismo resultado, casi nunca resultaba tan evidente que dos y dos tenían que sumar necesariamente cuatro.
Ricardo Piglia también hace literatura negra desde la calidad, con la salvedad, al menos en esta novela, que deja un final extraño y abierto, en donde, por ejemplo, no se descubre al autor del asesinato que origina la trama, algo que todo buen amante del género negro condenaría sin dudar. Pero el novelista argentino, como otros autores que se han acercado a este tipo de novelas, utiliza sus mecanismos narrativos, sin importarle si llegan a cumplir o no todas sus pautas, para hablar o reflexionar sobre otras cuestiones, en este caso, la duda que se le puede plantear a alguien, en una situación extrema, si apostar por los códigos morales en los que cree y tiene asimilados, o por el contrario por abrazar su deseo más íntimo, aunque éste vaya en contra de aquello en lo que realmente crea. Piglia lo tiene claro, siempre la decisión, aunque en un principio se dude, se inclinará por lo que se desea, a pesar de que esa elección, con el paso del tiempo, pueda suponer, en forma de contradicciones insuperables, una pesada loza que impida seguir viviendo con normalidad. Sí, y vistiéndose de moralista, afirma incluso, valiéndose de sus personajes evidentemente, que tal elección, a pesar de ser lógica, no tendrá más remedio que abrir un profundo debate en el interior de esa persona, en el caso de que sea alguien con valores asentados, que sin duda le impedirá disfrutar de lo conseguido. No obstante, aunque estoy de acuerdo con él, pues así deberían de ser las cosas, ceo que lo habitual es precisamente todo lo contrario, pues la mayoría de los que se atreven a dar un paso de tales características, articulan con rapidez los mecanismo precisos para poder, de cara al exterior y al interior, justificar su acción, lo que consigue salvaguardarles, de eso tan molesto que es la mala consciencia. Creo que esta actitud es mucho más humana, aunque también mucho más deleznable, que la que escoge Piglia, y por supuesto, puede resultar bastante más interesante desde el punto de vista creativo, al dejar las puertas abiertas para profundizar en ese territorio siempre conflictivo, de lo que no es blanco ni tampoco negro.
La historia habla de un asesinato que se comete en una olvidada población de Argentina, dejando tal hecho al descubierto toda una serie de intereses inmobiliarios, al tiempo que la estructura del poder real existente en la zona, en donde todo es controlado por el latifundista más influyente, que intenta desde la distancia, mantenerlo todo bajo su férreo control. Lo más interesante de la novela, aparte de la desolada ambientación que el autor consigue crear, es con toda seguridad la estructura gracias a la cual se desarrolla, que divide la obra en dos partes, la primera protagonizada por el intuitivo jefe de policía de la localidad, y la segunda, cuando éste es sustituido de su puesto por no acatar lo que de forma explícita se le imponía (que aceptara lo que se presentaba como evidente), por un periodista que había sido enviado, para informar del acontecimiento, por un importante diario de la capital.
“Blanco nocturno” es una novela aceptable, que se puede leer en pocas horas, que a pesar de su temática, sería un error decir que se trata de una obra para el gran público, no porque su lectura sea compleja, que no lo es, sino porque no existe en ella elementos que le puedan resultar atractivo al lector mayoritario actual. Es una novela literaria, que a pesar de estar bien escrita, me ha dado la sensación de que podía dar más de sí, no obstante, su lectura me ha servido al menos, para abrirme las puertas de un autor como Piglia, lo que no es poco tal y como está el panorama.

Domingo, 26 de diciembre de 2010