viernes, 3 de diciembre de 2010

El caso Kurilov


LECTURAS
(elo.204)

EL CASO KURILOV
Irene Némirovsky
Salamandra, 1933


Siempre me ha llamado la atención la frialdad del terrorista. Puedo llegar a comprender lo que le empuja a cometer el acto que le define, lo que se puede esconder detrás de cada una de sus acciones, pero me supera el hecho de que alguien, con premeditación, acabe con la vida de otro ser humano, aunque esa vida corresponda a la de un asesino. Hace muchos años, cuando era más joven y mucho más pedante, dejé escrito que el terrorismo era el parto de la impotencia dialéctica, lo que sigo manteniendo, pero una cosa es que a niveles teóricos pueda llegar a entender al terrorismo, y otra muy distinta es que pueda llegar a defender la barbarie que implica. Se podría decir, y lo comprendo, que entender las motivaciones que hacen posible toda actividad terrorista, se encuentra sólo a un paso de caer en su justificación, y que lo lógico sería dejarlo sin un solo soporte válido que pudiera ampararlo. Cierto. Sería lo lógico, lógica que se sustentaría en poner la vida humana, cualquier vida humana por encima de las ideologías, y por supuesto de los actos que hubiera podido realizar un determinado individuo. Esta actitud, digamos que cristiana, al menos teóricamente puede resultar intachable, pero hay que reconocer, que en demasiadas ocasiones puede chocar de forma frontal contra la terca realidad de los acontecimientos, que siempre, para desgracia nuestra, ya que a veces creemos que vivimos en el mundo de las ideas, es más pedestre de lo que llagamos a intuir.
Pocos son los que a estas alturas dudan que la muerte de Luis Carrero Blanco no sirviera para poner, y lo digo en positivo, la primera piedra para el desmantelamiento del régimen franquista, régimen que hasta ese momento se veía capacitado para gobernar eternamente por el bien de los españoles. Lo mismo, aunque a otro nivel, pudo ocurrir con el asesinato de algún que otro comisario de policía, que en aquella época de plomo, se sintiera con el derecho de torturar hasta asesinar a los opositores al régimen que caían en sus manos, como Melitón Manzanas, que en caso de no haber sido acribillado por ETA, en uno de sus primeros atentados, no hubiera, a pesar de los crímenes que cometió, por las singularidades de la denominada modélica transición democrática de nuestro país, tenido que presentarse ante un tribunal que calibrara su comportamiento en los años que estuvo al mano de la Brigada Político Social de Guipúzcoa.
No cabe duda, que tanto Don Luis como ese policía de nombre imposible, fueron asesinados por su actividad profesional, el primero por ser presidente del gobierno y mano derecha del Generalísimo, y el segundo, por haberse distinguido por llevar la represión a unos niveles digamos que excesivos. Lo que también parece claro, es que ambos individuos eran, o tenían que ser algo más que eso, como todos somos algo más de lo que hacemos en nuestra actividad profesional habitual. De Carrero se sabe que era un católico de comunión diaria y un ejemplar padre de familia, e imagino que Don Melitón, aunque parezca extraño, tendría alguna que otra virtud que forzara a que sus familiares lloraran tras su muerte, por lo que creo, que si la vida de ambos hubiera sido conocida a fondo por sus asesino, o mejor dicho, que si éstos hubieran convivido con ellos en la intimidad, habiendo conocido las múltiples facetas que componían su personalidad, no hubiera sido tan fácil que atentaran contra ellos, pues entonces, hubieran sido consciente, y todo el planteamiento hubiera cambiado, de que no sólo iban a matar al presidente del gobierno o a un sanguinario policía, sino a un ser humano con todo lo que ello significa.
Todo lo anterior viene, a que estoy convencido que la frialdad que define a todo terrorista proviene de que su objetivo es siempre visto como un estereotipo dotado de escasos rasgos, que consigue alejarlo de su condición humana, lo que facilita precisamente eso, que se convierta en un objetivo a eliminar.
En “El caso Kurilov”, Irene Némirovsky habla de lo anterior, creando un personaje que es encargado de trasladarse a la Rusia zarista con la misión de asesinar al ministro del interior, a Kurilov. Como médico que era, consigue introducirse en su círculo privado, lo que le proporciona un lugar privilegiado para conocer desde primera línea a la persona que tenía que matar. Con rapidez certifica que se trataba de alguien detestable, cuya ambición, y la necesidad de seguir en el puesto que ocupaba, le llevaba a reprimir violentamente a los que intentaban, desde la universidad, levantarse contra el régimen, pero también esa posición le llevó a comprender, que además de lo anterior era otras muchas cosas, un hombre enfermo al que le quedaba poco tiempo de vida, un esposo enamorado y un buen padre. El protagonista observa que la imagen que le habían transmitido era demasiado esquemática, y por tanto falsa, por lo que duda en el momento en que tiene que ejecutar su misión, teniendo que llevarla a cabo la persona que lo acompañaba.
El protagonista de la narración, Leon N., consigue milagrosamente ser indultado, pasando con el tiempo a convertirse en un importante cargo bolchevique, de cuyas filas deserta para exiliarse en Niza, en donde ya anciano, escribe, en un intento fallido de contar sus memorias, algo que le aburría, el relato de “El caso Kurilov”, por lo que el lector se encuentra con un texto autobiográfico encontrado cuando el autor del mismo deja de existir.
Irene Némirovsky es una escritora que no deja de sorprenderme, pues siempre se detiene en cuestiones de gran calado, pero teniendo la virtud de no subrayar lo evidente, al buscar en todo momento lo que se esconde detrás de lo que acontece. Me sorprendió en “Suite francesa”, el intento de profundizar en las causas que obligaban a que los franceses se relacionaran con los miembros del ejército de ocupación alemán, tema que imagino que en aquella época no tenía que ser bien visto, igual que me ha llamado la atención éste intento por humanizar a un asesino.

Miércoles, 1 de septiembre de 2010

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