
LECTURAS
(elo.183)
LOS FUNERALES DE CASTRO
Vicente Botín
Ariel, 2009
Creo que nadie con dos dedos de luces, a estas alturas puede negar lo evidente, que la cuba castrista no es más que una dictadura, y que como tal, por el mero hecho de serlo, a pesar de presentar rasgos socialistas, lo primero que hay que hacer es condenar dicho régimen. Para muchos, y durante demasiado tiempo, el modelo cubano fue la alternativa natural, la única alternativa posible, a las innumerables dictaduras impuestas por Estados Unidos en Latinoamérica, entre otras razones, porque nadie veía, ni quería ver, que la democracia con mayúsculas se pudiera asentar algún día en aquellas lejanas y a veces exóticas latitudes. Cuba, por tanto, siempre fue diferente, la otra posibilidad, motivo por el cual, se pasaban por alto los atentados a los derechos humanos que en la isla se cometían y que tanto publicitaban lo medios de la derecha, mientras que hipócritamente y en contrapartida, callaban todo lo que acontecía en los restantes países de la zona. Cuba representaba la otra cara de la moneda, nuestra cara, por ello, en la medida de lo posible, aunque a veces nos costara más trabajo del necesario, la defendimos y seguimos defendiéndola hasta límites incomprensibles, lo que puede deberse, a que la revolución cubana era, y en cierta medida sigue siendo parte de nuestra historia, al menos para los que aún nos sentimos miembros de ese colectivo tan extraño como es la izquierda española.
Pero en los últimos años todo ha cambiado de forma estrepitosa, de suerte, que ya nada parece lo que era, resultando casi imposible en las actuales circunstancias, cuando en todos los países latinoamericanos se han implantado sistemas democráticos más o menos estables, seguir justificando al régimen dictatorial cubano. No, el castrismo ya no tiene sentido, y no lo tiene, no porque hayan desaparecido las causas que en un momento histórico lo hicieron posible, que curiosamente se han incrementado hasta niveles ciertamente insoportables, sino porque ha demostrado que no es el instrumento adecuado para acabar con ellas.
El socialismo que se implantó en la isla tenía como bandera acabar con la injusticia social existente, con objeto de crear una nueva sociedad en donde la justicia y la libertad pudieran de forma definitiva maridarse no sólo en Cuba, sino a lo largo y ancho de toda América Latina. Ese fue su grito, su propuesta, y de ahí proviene el enorme atractivo con el que contó durante muchos años, en unos tiempos, en el que los nubarrones que impuso el gigante del norte sobre su patio trasero, lograron ensombrecer la existencia de todo un subcontinente, siendo Cuba la única voz disonante, la única que se atrevía a discrepar de una situación que todos entendían como normal.
Pero como decía, las cosas han cambiado mucho, permaneciendo Cuba anclada a un tiempo que ya pasó, sin que su numantino y en muchas ocasiones heroico esfuerzo hayan dado los frutos que se esperaban, pues ni su revolución se ha extendido ni la vida en la isla ha mejorado, lo que convierten en la actualidad al régimen cubano en una extraña antigualla muy parecida a los coches, a esos Pontiac y Chevrolet de los años cincuenta que milagrosamente aún circulan por las calles de La Habana. Sí, Cuba aún sigue siendo singular, pero ya no por lo que representaba en los años sesenta o en los setenta, sino porque personifica un anacronismo histórico que nadie sabe cuánto puede durar, pues de hecho, la isla aún no se ha hundido definitivamente porque cuenta con dos fuentes de ingresos, nada revolucionarios por otra parte, que constatan su fracaso económico, las divisas que periódicamente mandan sus exiliados, y el yacimiento económico que en la actualidad representa el turismo. Pero lo peor de todo, que es lo que en realidad debería hacer pensar a la clase política de aquel país, es que el régimen cubano ya no se perfila como una alternativa, ni para América Latina, y lo que es aún peor, ni para los propios cubanos que desde hace demasiado tiempo, malviven en un sistema de supervivencia que no se acomoda en absoluto ni al potencial económico de la isla, ni por supuesto, al carácter emprendedor que siempre ha caracterizado al cubano.
Vicente Botín, el antiguo corresponsal de Televisión Española en Cuba, desarrolla en las cuatrocientas páginas de su libro, de forma pormenorizada, los males que aquejan al régimen cubano, a esa dictadura altamente ideologizada, que ha conseguido esclerotizar a la sociedad de la isla hasta convertirla en un instrumento a su servicio. En el texto se van analizando todas y cada una de las realidades de la isla, haciendo comprender al lector, con datos y más datos, que para los políticos cubanos una cosa es predicar y otra muy diferente es dar trigo, pues casi nada de lo que proclaman de cara a la galería se lleva realmente a la practica, lo que convierte a la política en mera palabrería, y la vida en la antigua joya de la corona española en un auténtico suplicio. Para Botín en la Cuba actual nada funciona, lo que se puede deber, a que el estado cubano ha conseguido después de tantos años, neutralizar la capacidad laboral y creativa de sus propios ciudadanos, que escasamente incentivados, se dejan llevar por las tareas de la mera subsistencia, haciendo de Cuba un país escasamente competitivo que suficientemente tiene con seguir como está, a la espera de que todo cambie, cuando el barbudo patriarca abandone de una vez por todas este mundo, sin haber comprendido, que a veces la realidad supera, porque es mucho más amplia, la visión que uno pueda tener de ella.
El problema, aunque esto nos pueda doler, es que la Revolución un buen día se paró, y que nadie se bajó de ella para empujarla y ponerla de nuevo en funcionamiento, o para con imaginación, buscarle nuevos carriles, pero sobre todo nuevos objetivos para que de nuevo pudiera deslizarse con facilidad, motivo por el cual, desde hace demasiado tiempo se encuentra atascada en el mismo lugar, casi oxidada, pero con el maquinista de la misma, intentando de forma patética hacerle creer a todos los que se paran a escucharlo que todo funciona a la perfección. En estos momentos, la revolución cubana, a la que tanto cariño se le tuvo, a la que todos quisimos tanto, sólo puede aspirar a ser desmontada y depositada en un museo.
A diferencia las democracias de casi todos los países latinoamericanos, que como diría Volpi podrían ser calificadas de democracias imaginarias, es decir, que son aún más un deseo que una realidad, el régimen castrista, que de forma testaruda sigue pregonando las virtudes del socialismo, se ha convertido en una pesadilla que mantiene en jaque al pueblo cubano, a la espera de que el tiempo, sólo el tiempo acabe definitivamente con ella.
Martes, 2 de febrero de 2010
(elo.183)
LOS FUNERALES DE CASTRO
Vicente Botín
Ariel, 2009
Creo que nadie con dos dedos de luces, a estas alturas puede negar lo evidente, que la cuba castrista no es más que una dictadura, y que como tal, por el mero hecho de serlo, a pesar de presentar rasgos socialistas, lo primero que hay que hacer es condenar dicho régimen. Para muchos, y durante demasiado tiempo, el modelo cubano fue la alternativa natural, la única alternativa posible, a las innumerables dictaduras impuestas por Estados Unidos en Latinoamérica, entre otras razones, porque nadie veía, ni quería ver, que la democracia con mayúsculas se pudiera asentar algún día en aquellas lejanas y a veces exóticas latitudes. Cuba, por tanto, siempre fue diferente, la otra posibilidad, motivo por el cual, se pasaban por alto los atentados a los derechos humanos que en la isla se cometían y que tanto publicitaban lo medios de la derecha, mientras que hipócritamente y en contrapartida, callaban todo lo que acontecía en los restantes países de la zona. Cuba representaba la otra cara de la moneda, nuestra cara, por ello, en la medida de lo posible, aunque a veces nos costara más trabajo del necesario, la defendimos y seguimos defendiéndola hasta límites incomprensibles, lo que puede deberse, a que la revolución cubana era, y en cierta medida sigue siendo parte de nuestra historia, al menos para los que aún nos sentimos miembros de ese colectivo tan extraño como es la izquierda española.
Pero en los últimos años todo ha cambiado de forma estrepitosa, de suerte, que ya nada parece lo que era, resultando casi imposible en las actuales circunstancias, cuando en todos los países latinoamericanos se han implantado sistemas democráticos más o menos estables, seguir justificando al régimen dictatorial cubano. No, el castrismo ya no tiene sentido, y no lo tiene, no porque hayan desaparecido las causas que en un momento histórico lo hicieron posible, que curiosamente se han incrementado hasta niveles ciertamente insoportables, sino porque ha demostrado que no es el instrumento adecuado para acabar con ellas.
El socialismo que se implantó en la isla tenía como bandera acabar con la injusticia social existente, con objeto de crear una nueva sociedad en donde la justicia y la libertad pudieran de forma definitiva maridarse no sólo en Cuba, sino a lo largo y ancho de toda América Latina. Ese fue su grito, su propuesta, y de ahí proviene el enorme atractivo con el que contó durante muchos años, en unos tiempos, en el que los nubarrones que impuso el gigante del norte sobre su patio trasero, lograron ensombrecer la existencia de todo un subcontinente, siendo Cuba la única voz disonante, la única que se atrevía a discrepar de una situación que todos entendían como normal.
Pero como decía, las cosas han cambiado mucho, permaneciendo Cuba anclada a un tiempo que ya pasó, sin que su numantino y en muchas ocasiones heroico esfuerzo hayan dado los frutos que se esperaban, pues ni su revolución se ha extendido ni la vida en la isla ha mejorado, lo que convierten en la actualidad al régimen cubano en una extraña antigualla muy parecida a los coches, a esos Pontiac y Chevrolet de los años cincuenta que milagrosamente aún circulan por las calles de La Habana. Sí, Cuba aún sigue siendo singular, pero ya no por lo que representaba en los años sesenta o en los setenta, sino porque personifica un anacronismo histórico que nadie sabe cuánto puede durar, pues de hecho, la isla aún no se ha hundido definitivamente porque cuenta con dos fuentes de ingresos, nada revolucionarios por otra parte, que constatan su fracaso económico, las divisas que periódicamente mandan sus exiliados, y el yacimiento económico que en la actualidad representa el turismo. Pero lo peor de todo, que es lo que en realidad debería hacer pensar a la clase política de aquel país, es que el régimen cubano ya no se perfila como una alternativa, ni para América Latina, y lo que es aún peor, ni para los propios cubanos que desde hace demasiado tiempo, malviven en un sistema de supervivencia que no se acomoda en absoluto ni al potencial económico de la isla, ni por supuesto, al carácter emprendedor que siempre ha caracterizado al cubano.
Vicente Botín, el antiguo corresponsal de Televisión Española en Cuba, desarrolla en las cuatrocientas páginas de su libro, de forma pormenorizada, los males que aquejan al régimen cubano, a esa dictadura altamente ideologizada, que ha conseguido esclerotizar a la sociedad de la isla hasta convertirla en un instrumento a su servicio. En el texto se van analizando todas y cada una de las realidades de la isla, haciendo comprender al lector, con datos y más datos, que para los políticos cubanos una cosa es predicar y otra muy diferente es dar trigo, pues casi nada de lo que proclaman de cara a la galería se lleva realmente a la practica, lo que convierte a la política en mera palabrería, y la vida en la antigua joya de la corona española en un auténtico suplicio. Para Botín en la Cuba actual nada funciona, lo que se puede deber, a que el estado cubano ha conseguido después de tantos años, neutralizar la capacidad laboral y creativa de sus propios ciudadanos, que escasamente incentivados, se dejan llevar por las tareas de la mera subsistencia, haciendo de Cuba un país escasamente competitivo que suficientemente tiene con seguir como está, a la espera de que todo cambie, cuando el barbudo patriarca abandone de una vez por todas este mundo, sin haber comprendido, que a veces la realidad supera, porque es mucho más amplia, la visión que uno pueda tener de ella.
El problema, aunque esto nos pueda doler, es que la Revolución un buen día se paró, y que nadie se bajó de ella para empujarla y ponerla de nuevo en funcionamiento, o para con imaginación, buscarle nuevos carriles, pero sobre todo nuevos objetivos para que de nuevo pudiera deslizarse con facilidad, motivo por el cual, desde hace demasiado tiempo se encuentra atascada en el mismo lugar, casi oxidada, pero con el maquinista de la misma, intentando de forma patética hacerle creer a todos los que se paran a escucharlo que todo funciona a la perfección. En estos momentos, la revolución cubana, a la que tanto cariño se le tuvo, a la que todos quisimos tanto, sólo puede aspirar a ser desmontada y depositada en un museo.
A diferencia las democracias de casi todos los países latinoamericanos, que como diría Volpi podrían ser calificadas de democracias imaginarias, es decir, que son aún más un deseo que una realidad, el régimen castrista, que de forma testaruda sigue pregonando las virtudes del socialismo, se ha convertido en una pesadilla que mantiene en jaque al pueblo cubano, a la espera de que el tiempo, sólo el tiempo acabe definitivamente con ella.
Martes, 2 de febrero de 2010
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