domingo, 18 de abril de 2010

Carpe diem


LECTURAS
(elo.184)

CARPE DIEM
Saul Bellow
Galaxia Gutemberg, 1956

Aunque de forma constante se niegue, aduciéndose que existen otros valores mucho más importantes, el dinero es el único Dios al que se adora en las sociedades en que vivimos, siendo él, se quiera o no, el que con su omnímodo poder consigue sostenerlo todo. El dinero es la llave de todas las puertas, y todo lo que hacemos, o casi todo, va encaminado a que nunca llegue a faltarnos. Desde nuestra más tierna infancia se nos educa para que en un futuro podamos convivir con él de la forma adecuada, es decir, para que no tengamos que preocuparnos de su presencia, lo que sólo será posible, si se consiguen los medios adecuados para que fluya con naturalidad a nuestro alrededor, pues se sabe, que todo lo demás, sea lo que sea, se subordina ante su presencia. El dinero es el gran hacedor de nuestro tiempo, el absolutista monarca de nuestras democráticas repúblicas, el tiránico administrador, en suma, que expende el tan necesario visado, que hace posible que nuestras vidas puedan encausarse con la dignidad y el sosiego que tanto necesitamos para soportar, o afrontar otras tareas, sin el cual, el desarrollo de éstas resultaría imposible. Se evita nombrarlo, pero se sabe con seguridad, con absoluta seguridad, que todo gira en torno suyo, convirtiéndose también en el baremo ante el que constantemente tenemos que tallarnos, siendo la máxima que antes aprendemos, aquella que dice “tanto tienes, tanto vales”.
Saul Bellow, en esta breve novela, habla de ese poder y de los efectos que tal hecho provoca en aquellos, que por sus propios errores, salen de la tutela del dinero, pero sobre todo, de lo que hay que pagar y padecer cuando uno se encuentra alejado de sus costas. Su poder pedagógico ahí es donde se manifiesta con mayor intensidad, pues se empeña en señalar y subrayar la ruina en la que necesariamente cae aquel que pierde su favor, lo que significa, que también es el gran socializador, al delimitar a todos el camino correcto del errado.
Sí, las religiones se encuentran en retroceso, las ideologías carecen a estas alturas de credibilidad, siendo el dinero la única argamasa que vertebra nuestras sociedades, ya que de tenerlo o no, depende nuestra plena inserción social. Contar con él, en último extremo significa que se han cumplido todos los preceptos sociales estipulados, certifica que se ha obrado correctamente, mientras que por el contrario, cuando alguien padece su ausencia, deja de manifiesto que ha pecado, que no ha actuado de la forma adecuada, lo que evidentemente convierte a esa persona en sospechosa. Bellow se centra en esta narración en uno de estos pecadores, que después de haber contado con todas las posibilidades, gracias a la extracción social de la que provenía, se encuentra en un callejón sin salida debido a los errores cometidos, o dicho de otra forma, por no haber seguido la diáfana senda que el dinero ilumina, y de todo lo que detrás de él se esconde para evitar ser nombrado. Habla de alguien que se queda sin dinero en un mundo en donde el dinero todo lo articula y lo relaciona, pero sobre todo, del sentimiento de culpa que padece al comprender que de su situación era el único culpable, y de la soledad a la que se ve avocado por el estigma que todos veían o vislumbraban en su frente, terrorífica señal que lo marginaba y le hacía comprender que la muerte, era la única salida factible y deseable en su situación. Bellow sitúa la acción en Nueva York, en una ciudad superpoblada para hablar de la soledad, lo que indudablemente le ayuda a enfocar mejor el tema, pero para colmo esa ciudad siempre ha representado el paradigma de la ciudad de nuestro tiempo, la ciudad del dinero, en la que el bullicio en todo momento ha sabido convivir, con absoluta naturalidad, con la sensación de soledad que embargaban a muchos de sus ciudadanos, que a pesar de tenerlo todo a mano, todas las posibilidades imaginables a tiro de piedra, incluso a la vuelta de la esquina, en numerosas ocasiones tropezaban con un muro invisible que les imposibilitaba poder acceder a ellas, dividiendo de forma férrea el mundo de los elegidos, de los que por algún motivo, por algún error o por falta de planificación, no habían sabido entrar, o habían tenido que salir de la tierra prometida. Y eso ocurre, porque la famosa “mano invisible” que todo lo organiza, la mano invisible del dinero, es la tiranía más eficaz, ya que no se aposenta en ningún llamativo palacio de invierno, ni se muestra en paradas militares, por lo que difícilmente la rebelión contra él resultará posible, pues por no conocerse no se conoce ni su rostro, sólo el rumor de los cadáveres que va dejando a su alrededor.
Hace algunos días leí una interesantísima entrevista a Jorge Semprún, en la que decía, que toda sociedad ha necesitado regirse por alguna religión o por alguna ideología con objeto de articularse de forma adecuada, y que en las actuales circunstancias históricas, muchos de los males existentes se deben precisamente, sobre todo en el civilizado occidente, a la muerte de Dios y a la desaparición de las ideologías. Para Semprún, la inexistencia en estos momentos de un patrón hegemónico es la causa del desplome moral que padecemos, pero nada más erróneo, pues precisamente en estos momentos, el mundo que conocemos es dirigido, con decisión, por una moral que se propone como definitiva, que curiosamente casi nadie parece delimitar ni tampoco identificar, pero que se encuentra instalada en todos y en cada uno de los recovecos de nuestra vida, el dinero. El primer paso para saber si se puede hacer algo contra él, ya que es catastrófica para el ser humano, es comprender que existe, que es real, y que en estos momentos como en su día lo fuera el catolicismo y más recientemente el comunismo, es la madre de todos nuestros males. A partir de ese momento se podrá hacer algo, aunque creo que poco al estar profundamente enraizado, pero al menos se podrá comprender, que la deriva en la que nos encontramos, no se debe a la inexistencia de un soporte ideológico que cohesione a nuestras sociedades, sino precisamente a todo lo contrario, a la existencia de uno, que amenaza con asentarse de forma despótica y definitiva sobre nosotros.
“Carpe diem”, a pesar de estar magníficamente escrita, y de tocar un tema capital, hasta cierto punto me ha defraudado, pues han sido pocos los momentos en que he podido disfrutar de verdad con su lectura, lo que puede deberse, al hecho de que soy partidario de una literatura, digamos que de más agarre, es decir, de una literatura que se asiente en la complicidad entre el autor y el lector, en donde el primero trate de encontrar una sintonía directa con el que lee, Bellow en esta obra, parece, o a mi me lo parece, que se aleja voluntariamente del lector, dejándole sólo, ¡sólo!, con una buena historia que para colmo está magníficamente desarrollada.

Miércoles, 17 de febrero de 2010

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