
LECTURAS
(elo.185)
JARRAPELLEJOS
Felipe Trigo
Castalia, 1914
Es curioso, pero al leer esta novela, una vez más he comprendido, que el tiempo es el único juez implacable, que también en literatura, consigue poner cada cosa en su sitio, haciendo que determinadas obras y autores, por muy populares que en su momento hubieran podido llegar a ser, pasen con el paso de los años al olvido más absoluto. También, aunque en literatura en un primer momento lo importante sea la historia, si ésta, por muy poderosa que sea no llega a desarrollarse de la forma adecuada, dicha obra no puede tener cabida en su seno, lo que quiere decir, que la forma, que la metodología empleada para exponer lo que se desea contar, a pesar de que siempre debe subordinarse al tema, es esencial para que una determinada obra literaria no se convierta en otra cosa.
No tenía noticias de la existencia de esta novela, ni tampoco, por supuesto de su autor, por lo que me ha sorprendido, y mucho, leer en el prologo, que Felipe Trigo fue un famoso novelista en su época, en los primeros años del siglo XX, de hecho, tuvo la fortuna de ser uno de los primeros escritores que en este país, consiguieron vivir de forma confortable de lo que escribían, lo que demuestra el éxito que cosecharon sus novelas. Según el autor de la introducción, fue tan popular como Blasco Ibáñez, otro autor casi olvidado en la actualidad. Resulta curioso constatar, de nuevo, que la fama, el fervor popular, no tiene necesariamente que estar vinculado con la calidad literaria, ya que en muchas ocasiones ese éxito se sustenta en otras cuestiones.
He leído esta novela por obligación, y tengo que reconocer que lo he conseguido a base de voluntad, pues desde las primeras páginas comprendí que había algo en ella que no funcionaba, pese a que el tema que afrontaba me resultaba de gran interés. Lo que no funcionaba, lo que me obligaba a realizar un esfuerzo y a avanzar con dificultar, era precisamente el estilo utilizado por el autor, o mejor dicho, para intentar ser más concreto, el envejecido lenguaje empleado por Felipe Trigo para narrar “Jarrapellejos”. Después de leer las primeras páginas, entendí el motivo, la causa evidente del ostracismo que padece la novela y su autor, que no es otro, por lo que no se puede culpar a nadie de tal hecho, salvo al propio autor, de que se trata de una mala novela, de una novela que no cumple con los requisitos mínimos para ser recomendada a nadie, posiblemente, porque ha envejecido más de la cuenta, debido al casposo y amanerado lenguaje empleado, que no se puede justificar con la escusa de que era el que se utilizaba en la época, pues si uno lee a Galdós, por ejemplo, observa otro radicalmente distinto, más llano, pero sin embargo más literario e imperecedero. El problema de “Jarrapellejos” no es otro, y esto en pocas ocasiones lo he afirmado, que se trata de una novela incomestible, de una novela que sencillamente no se puede leer, a pesar, y esto es lo que más me molesta, de que esta novela hubiera podido resultar fundamental, ya que si su confección hubiera sido correcta, hubiera podido llegar a ser “El gatopardo” español. Pero no, “Jarrapellejos” es lo que es, una novela que por méritos propios merece literariamente permanecer en el olvido, aunque puede ser salvada por otras cuestiones, como por el hecho de presentarse como un instrumento para conocer un fenómeno que sólo pudo darse en unas circunstancias como las que se daban en España en aquellos momentos, el caciquismo, que desgraciadamente son pocos los que en realidad lo conocen a fondo, a pesar de que tales prácticas, tan propias de una época, sean las culpables del atraso material y cultural que aún hoy padecen algunas regiones de nuestro país.
La novela trata de la omnímoda tiranía que ejerce sobre una comarca extremeña el cacique de la zona, Jarrapellejos, y de la influencia de su poder económico sobre todas las instituciones del lugar, desde las políticas, a las judiciales o culturales, influencia que confluyen en potenciar y sostener el poder del propio cacique. Era una especie de señor feudal, de un virrey que no tenía que justificar sus acciones ante nadie, y menos ante un régimen centralista débil y enfermo, que en lugar de intentar acabar con esas prácticas, lo que en realidad hacía era apoyarse en ellas, porque en el caciquismo y no en la voluntad popular, encontraba su legitimidad. Trigo dibuja un coto cerrado gobernado arbitrariamente por el cacique y por sus intereses, pero adoba la historia, con objeto de conseguir un mayor gancho popular, con pequeñas subhistorias que se adhieren como perlas al hilo conductor de la narración, en donde las pasiones amorosas, la ambición desmedida, la doble moral o la mera sumisión, presentan un cuadro de la época nada edificante, y que hace comprender al lector, que la decadencia de España no se encontraba tanto en la calidad de su clase política, como en las prácticas que ésta permitía, que lograban mantener al país en el subdesarrollo más absoluto. Pese a todo, parece que el autor en realidad era un optimista, alguien que a pesar de ver los problemas con claridad, no había perdido del todo la esperanza, pues en el despiadado fresco que presenta, brilla con luz propia la posibilidad, remota eso sí, de que todo pueda cambiar. Y según él, todo podía cambiar gracias a la honradez, representada ésta en la novela por los familiares de Isabel, la hermosa Fornarina, que a pesar de todo lo que padecieron, no cedieron al chantaje de ceder la honra de su hija que les exigía Jarrapellejos, y también por el novio de Isabel, el profesor Cidoncha, que incluso fue acusado de haber matado y violado a su propia novia y a la madre de ésta.
En fin, una novela de difícil degustación, pero que en contrapartida puede tener una justificación, la de servir de puente entre el lector y un determinado periodo negro de la historia de España, eclipsado por una actividad política, que desde las alturas, en lugar de intentar resolver de raíz los problemas seculares que padecía la población, se entretenía en la elocuencia hueca, con la sóla intención de que todo se mantuviera como estaba en beneficio de los de siempre.
Jueves, 25 de febrero de 2010
(elo.185)
JARRAPELLEJOS
Felipe Trigo
Castalia, 1914
Es curioso, pero al leer esta novela, una vez más he comprendido, que el tiempo es el único juez implacable, que también en literatura, consigue poner cada cosa en su sitio, haciendo que determinadas obras y autores, por muy populares que en su momento hubieran podido llegar a ser, pasen con el paso de los años al olvido más absoluto. También, aunque en literatura en un primer momento lo importante sea la historia, si ésta, por muy poderosa que sea no llega a desarrollarse de la forma adecuada, dicha obra no puede tener cabida en su seno, lo que quiere decir, que la forma, que la metodología empleada para exponer lo que se desea contar, a pesar de que siempre debe subordinarse al tema, es esencial para que una determinada obra literaria no se convierta en otra cosa.
No tenía noticias de la existencia de esta novela, ni tampoco, por supuesto de su autor, por lo que me ha sorprendido, y mucho, leer en el prologo, que Felipe Trigo fue un famoso novelista en su época, en los primeros años del siglo XX, de hecho, tuvo la fortuna de ser uno de los primeros escritores que en este país, consiguieron vivir de forma confortable de lo que escribían, lo que demuestra el éxito que cosecharon sus novelas. Según el autor de la introducción, fue tan popular como Blasco Ibáñez, otro autor casi olvidado en la actualidad. Resulta curioso constatar, de nuevo, que la fama, el fervor popular, no tiene necesariamente que estar vinculado con la calidad literaria, ya que en muchas ocasiones ese éxito se sustenta en otras cuestiones.
He leído esta novela por obligación, y tengo que reconocer que lo he conseguido a base de voluntad, pues desde las primeras páginas comprendí que había algo en ella que no funcionaba, pese a que el tema que afrontaba me resultaba de gran interés. Lo que no funcionaba, lo que me obligaba a realizar un esfuerzo y a avanzar con dificultar, era precisamente el estilo utilizado por el autor, o mejor dicho, para intentar ser más concreto, el envejecido lenguaje empleado por Felipe Trigo para narrar “Jarrapellejos”. Después de leer las primeras páginas, entendí el motivo, la causa evidente del ostracismo que padece la novela y su autor, que no es otro, por lo que no se puede culpar a nadie de tal hecho, salvo al propio autor, de que se trata de una mala novela, de una novela que no cumple con los requisitos mínimos para ser recomendada a nadie, posiblemente, porque ha envejecido más de la cuenta, debido al casposo y amanerado lenguaje empleado, que no se puede justificar con la escusa de que era el que se utilizaba en la época, pues si uno lee a Galdós, por ejemplo, observa otro radicalmente distinto, más llano, pero sin embargo más literario e imperecedero. El problema de “Jarrapellejos” no es otro, y esto en pocas ocasiones lo he afirmado, que se trata de una novela incomestible, de una novela que sencillamente no se puede leer, a pesar, y esto es lo que más me molesta, de que esta novela hubiera podido resultar fundamental, ya que si su confección hubiera sido correcta, hubiera podido llegar a ser “El gatopardo” español. Pero no, “Jarrapellejos” es lo que es, una novela que por méritos propios merece literariamente permanecer en el olvido, aunque puede ser salvada por otras cuestiones, como por el hecho de presentarse como un instrumento para conocer un fenómeno que sólo pudo darse en unas circunstancias como las que se daban en España en aquellos momentos, el caciquismo, que desgraciadamente son pocos los que en realidad lo conocen a fondo, a pesar de que tales prácticas, tan propias de una época, sean las culpables del atraso material y cultural que aún hoy padecen algunas regiones de nuestro país.
La novela trata de la omnímoda tiranía que ejerce sobre una comarca extremeña el cacique de la zona, Jarrapellejos, y de la influencia de su poder económico sobre todas las instituciones del lugar, desde las políticas, a las judiciales o culturales, influencia que confluyen en potenciar y sostener el poder del propio cacique. Era una especie de señor feudal, de un virrey que no tenía que justificar sus acciones ante nadie, y menos ante un régimen centralista débil y enfermo, que en lugar de intentar acabar con esas prácticas, lo que en realidad hacía era apoyarse en ellas, porque en el caciquismo y no en la voluntad popular, encontraba su legitimidad. Trigo dibuja un coto cerrado gobernado arbitrariamente por el cacique y por sus intereses, pero adoba la historia, con objeto de conseguir un mayor gancho popular, con pequeñas subhistorias que se adhieren como perlas al hilo conductor de la narración, en donde las pasiones amorosas, la ambición desmedida, la doble moral o la mera sumisión, presentan un cuadro de la época nada edificante, y que hace comprender al lector, que la decadencia de España no se encontraba tanto en la calidad de su clase política, como en las prácticas que ésta permitía, que lograban mantener al país en el subdesarrollo más absoluto. Pese a todo, parece que el autor en realidad era un optimista, alguien que a pesar de ver los problemas con claridad, no había perdido del todo la esperanza, pues en el despiadado fresco que presenta, brilla con luz propia la posibilidad, remota eso sí, de que todo pueda cambiar. Y según él, todo podía cambiar gracias a la honradez, representada ésta en la novela por los familiares de Isabel, la hermosa Fornarina, que a pesar de todo lo que padecieron, no cedieron al chantaje de ceder la honra de su hija que les exigía Jarrapellejos, y también por el novio de Isabel, el profesor Cidoncha, que incluso fue acusado de haber matado y violado a su propia novia y a la madre de ésta.
En fin, una novela de difícil degustación, pero que en contrapartida puede tener una justificación, la de servir de puente entre el lector y un determinado periodo negro de la historia de España, eclipsado por una actividad política, que desde las alturas, en lugar de intentar resolver de raíz los problemas seculares que padecía la población, se entretenía en la elocuencia hueca, con la sóla intención de que todo se mantuviera como estaba en beneficio de los de siempre.
Jueves, 25 de febrero de 2010
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