domingo, 30 de agosto de 2009

Indignación


LECTURAS
(elo.162)

INDIGNACIÓN
Philip Roth
Mondadori, 2.009

Aunque se podría decir, matizando mucho por supuesto, que “Indignación” es una novela menor de Roth, lo que posiblemente sea cierto, pues en muchos aspectos al lector de su obra le podría parecer heredera directa de “Patrimonio”, una especie de copia con menor intensidad que esa magnífica y conmovedora novela autobiográfica, hay que reconocer, que aunque efectivamente se pueda tildar de secundaria, cualquier novela de segunda categoría del norteamericano, ante todo y sobre todo será siempre una gran novela. En “Indignación” aparecen sus grandes temas, sus repetidas obsesiones, como el autoritarismo paterno o el sexo, la muerte, o la eterna subversión ante lo impuesto, así como el esfuerzo como único método para salir de las coordenadas impuestas, por lo que esta novela, que se encuentra fuera de los parámetros que marcaron sus últimas dos obras, también, y por ello, es una magnífica novela de Roth. Todas las anteriores constantes, en esta ocasión se confabulan, unidas a la mala suerte, para que un prometedor joven, tenga que abandonar la universidad para morir en la guerra de Corea. La indignación, la indignación ante las injusticias que observaba y que padecía, hace que el protagonista, en lugar de callar y aguantar todo lo que estaba padeciendo, levante la voz para decir no, hecho que le conduce, en primer lugar a abandonar la universidad que se encontraba cerca de la casa de sus padres, y con posterioridad, y pese a ser un magnífico estudiante, a ser expulsado de la lejana y poco competente universidad de Ohio, en donde se había refugiado, para no tener que soportar las arbitrariedades paternas. Esa expulsión, que pudo haber evitado, en el caso de que hubiera aceptado todo lo que se suponía que tenía que soportar, le supuso ser llamado a filas, y ser ensartado poco después, por una bayoneta china en la lejana Corea.
Roth, en esta ocasión, de forma inesperada, abandona la temática de sus últimas novelas, en las que nos ofrecía, sobre todo en “Elegía” y “Sale el espectro”, la visión de un anciano ante la realidad, de un hombre más cerca de la muerte que de la vida, que pese a todo, aunque ya poco tenía que hacer, se resistía a abandonar todo lo que tanto había amado. Sí, porque en la historia que en esta ocasión nos cuenta, y aunque en principio pudiera parecer lo contrario, el tema no es la muerte, sino la necesidad de luchar contra el destino, aunque se sepa, y el protagonista lo sabía, que en tal confrontación, siempre, siempre se tiene las de perder. Luchar contra el destino es luchar por lo que se cree, por aquello que se considera justo, y oponerse a todo aquello traten de imponernos como normal, pues en caso contrario, nos veríamos abocados a hacer todo lo que los demás desean que hagamos, siendo por tanto, pese a ser un combate desigual, un enfrentamiento necesario para poder reafirmarnos frente a los imperativos de la corrección y de la normalidad imperante. Roth, también en esta novela, apuesta por la necesidad de afrontar, pese a los costes que necesariamente se haya que pagar, la singularidad que cada cual posea, siendo para él, la única actitud que nos puede hacer libres.
La historia es narrada o recordada por el propio protagonista desde la inconsciencia, cuando ya herido de muerte, soportaba el dolor gracias a la morfina que le suministraban en un hospital militar en Corea, y momentos antes de morir, por lo que se lleva a cabo en primera persona, de suerte, que el lector sólo comprende lo que ocurre, cuando a la mitad de la novela el narrador afirma, que se encuentra ya a las puertas del otro mundo.
Como siempre, la narrativa de Roth de es una limpieza absoluta, que puede hacer pensar, a los que se acerquen a ella por primera vez, que se trata de una obra simple, pero su aparente simplicidad, es el producto tanto de su profesionalidad, pues es un antor que pese a su edad no para de escribir, como de su forma de entender la literatura, muy norteamericana por cierto, de crear historias accesibles, que una vez consumidas, puedan sin resistencias, explotar en la mente de cada lector. Roth no escribe por escribir, tal como hacen muchos autores en nuestros días, no lo ha hecho nunca y no lo va a hacer a estas alturas de su vida, ya que no se dedica para sortear el aburrimiento a completar folios y más folios sin finalidad alguna, pues sus historias, siempre tienen un objetivo, una misión que cumplir, que no es precisamente la de sólo entretener a sus lectores.
Bien, una novela más del norteamericano, en la que demuestra que sigue siendo uno de los grandes narradores en activo que existen en la actualidad, en donde deja claro no sólo sus cualidades, pues de nuevo nos regala una obra redonda, pese a que no pueda considerarse ni de lejos una de sus mejores creaciones, sino también la debilidad de la literatura que se realiza en nuestros días, que poco puede hacer, ante la que lleva a cabo un dinosaurio de la creación literaria con Roth.

Jueves, 2 de julio de 2.009

jueves, 13 de agosto de 2009

Los confines



LECTURAS
(elo.161)

LOS CONFINES
Andrés Trapiello
Destino, 2.009

¿Qué es el paraíso? Indudablemente, y por encima de todo, el paraíso tiene que ser el lugar, el país en donde definitivamente reine la felicidad. Pero la pregunta esencial es la siguiente: ¿Es posible alcanzar sus costas? Sí, pero al parecer, sólo se puede atracar en ellas durante pequeños periodos de tiempo. Según parece, porque así nos lo han repetido en innumerables ocasiones, y porque por desgracia lo hemos comprobado en nuestras propias carnes, la felicidad, esa isla juanramoniana “en donde cantan pájaros únicos”, o ese estado de gracia al que con voluntarismo todos aspiramos, es algo que se puede saborear, por supuesto, pero no eternamente. Lo sabemos, sí, pero a pesar de ello, estamos dispuesto a arriesgar y a apostar por ella todo lo que tenemos, aunque a ciencia cierta sepamos, que al final, de forma invariable, acabaremos en la indigencia más absoluta. El problema, el eterno problema, es que algunos, afortunadamente no muchos, no dejamos de buscarla ni por un solo instante, comprendiendo que esa, y no otra u otras, es la meta a la que tenemos la obligación de dirigirnos, al ser, nos guste o no, la única justificación de nuestra existencia. Y así nos va, de fracaso en fracaso, pues después de cada naufragio, con el tiempo justo para curar las heridas recibidas, que en realidad nunca acaban de cicatrizar del todo, de manera inconsciente, embarcamos de nuevo en su búsqueda, sin entender, que vivir en ese desarraigo permanente, resulta a todas luces imposible. Pero no a todos les ocurre lo mismo, pues la gran mayoría, en una actitud que hay que aplaudir, se conforma y se contenta con una felicidad menor, con una felicidad con minúscula, que se basa en lo que en realidad se posee, en lo que con el tiempo uno ha ido encontrando a su alrededor, no haciendo caso en ningún momento, de los cantos de sirenas que se escuchan en las eternas noches de insomnio. En muchas ocasiones, para intentar alcanzar esa anhelada felicidad, resulta necesario traspasar normas y consensos que creíamos inviolables, o que creíamos que nosotros en ningún caso seríamos capaces de traspasar, lo que provoca un sentimiento de culpa, o una sensación de haber infringido la legalidad, que consigue arrinconarnos, sobre todo cuando se tiene consciencia de que las cosas no han ido bien, en un estado de desasosiego del que difícilmente uno consigue recuperarse, ya que en tales circunstancia, la derrota lo anega todo. Ese convencimiento de haber pecado, de haber transgredido los códigos y las normas imperantes, también provoca, en el supuesto caso de que se haya tenido éxito en la aventura, la certeza de que algo malo va a ocurrir, ya que todo pecado tiene un coste, que sólo en contadas ocasiones, en muy contadas ocasiones, puede llegar a afrontarse.
Este es el tema sobre el que se basa la última novela de Andrés Trapiello, un autor al que apenas he frecuentado, a pesar de la fama que posee en determinados círculos, un prestigio, que si sólo fuera por esta novela, estimo fuera de lugar, y eso a pesar, de que formalmente es una obra correcta, posiblemente demasiado correcta. La novela cuenta la historia de amor entre dos hermanos, que tienen que recurrir al incesto, para lograr alcanzar esa felicidad que se les prohibía. Después de superar los innumerables problemas que ante ellos se desplegaron, y cuando creían que por fin, nadie ni nada podría quitarles de las manos ese estado que tanto disfrutaban, encuentran la muerte en un accidente que alguien provocó contra ellos por equivocación. Como apunté con anterioridad, se trata de una novela correcta, que se plantea siguiendo los pasos adecuados y que acaba como tenía que acabar, es decir, pagando los protagonistas con sus vidas el pecado cometido, pero sin embargo, la sensación que he tenido durante toda la lectura, ha sido la de que me encontraba ante una novela menor, a la que le faltaba ese punto de dramatismo que le resultaba tan necesario, ya que incluso el dolor y el desarraigo que los diferentes personajes tuvieron necesariamente que padecer, de forma inconcebible, no se transmite al lector. Es una novela que se lee bien, demasiado bien para la temática que afronta, escrita por alguien que sabe escribir, pero que no llegó a comprender, que una cuestión tan espinosa, tenía que ser expuesta con todas las aristas que un tema de tal calibre acarrea. Los personajes, para colmo, me han resultado demasiado planos, demasiado correctos y civilizados, incluso los que de la noche a la mañana se encontraron despechados, lo que en el fondo, y eso el lector lo aprecia desde un primer momento, le resta credibilidad a la obra. La historia es contada por uno de los protagonistas, Claudia, que la desarrolla, en un exceso del autor, desde el más allá, en donde después de morir, se había reunido con su amado hermano.
En fin, una novela más de esas que nada aportan, de esas, que uno no puede justificar en la trayectoria de un autor de la teórica categoría de Trapiello, una obra industrial que hubiera podido ser mucho más de lo es.

Jueves, 18 de junio de 2.009

domingo, 9 de agosto de 2009

La hormiga que quiso ser astronauta



LECTURAS
(elo.160)

LA HORMIGA QUE QUISO SER ASTRONAUTA
Félix J. Palma
Quorum libros editores, 1.996


En la pasada Feria del Libro, a la sombra de Larsson y Cercas, que fueron con diferencias los grandes triunfadores de la misma, al menos en lo referente al número de ejemplares vendidos, comenzó a mi alrededor a sonar un nombre, el de Félix J. Palma. Al parecer se trataba de un joven narrador de Sanlucar de Barrameda, que había escrito una novela, que calladamente se estaba vendiendo como rosquillas. No le dí más importancia al tema, pues esas cosa, aunque sólo sea de tarde en tarde suelen ocurrir, estimando que la obra en cuestión, sería una de esas de leer y tirar, tan en boga en nuestros días. Con posterioridad, hablando con una amiga, ésta me comentó, que estaba encantada con la última novela que había leído, precisamente de Félix J. Palma, que para colmo, un conocido había elogiado en la prensa esa misma mañana. Entonces no lo dudé, procediendo inmediatamente a buscar información sobre el autor, que según lo que encontré, había publicado dos libros de relatos, obteniendo con ellos un notable éxito, y una primera novela, “La hormiga que quiso ser astronauta”, obra que a pesar de haberse publicado en una pequeña editorial gaditana, conseguí localizar sin dificultad, con la intención, de si me gustaba, pasar a leer la novela de la que todo el mundo hablaba.
La primera novela de un autor, casi siempre suele resultar bastante pretenciosa, ya que con ella, el que escribe, trata por todos los medios, de deslumbrar a los escasos editores, que en unos tiempos como los que vivimos, tengan la valentía suficiente como para intentar publicar su novela, al tiempo que, tratando de matar dos pájaros de un solo disparo, dejar atónitos a los posibles lectores que se acerquen a ella, para dejar claro desde un principio, que el que firma ha llegado para quedarse. Esas operas primas, también, por norma general, suelen mostrar grandes altibajos, pero en contrapartida, tienen la virtud, y por eso he preferido acercarme a la primera novela de Félix J. Palma que a la que tantos aplausos está obteniendo, de dejar los datos suficientes para saber hasta dónde quiere llegar el autor, que es algo fundamental, y hasta dónde puede llegar, que también resulta esencial. Bien, después de haber leído, asombrado, “La hormiga que quiso ser astronauta”, tengo que decir, que estoy convencido que el sanluqueño, si literariamente no se malogra, y lo desea, en pocos años puede convertirse en uno de los autores más importantes del país, que necesita de forma urgente, nuevas plumas que complementen, y poco a poco sustituyan, a los ya consagrados que se encuentran creativamente agotados. Me ha sorprendido la temática de la obra, y la valentía de presentar una novela de tales características, en un mercado, en el que se apuesta casi siempre por tramas conservadoras, a no ser que el autor sea un valor consolidado. No cabe duda, que Félix J. Palma ha hecho la novela que deseaba realizar, lo que en principio, por su valentía, merece un aplauso, pero lo que más me ha llamado la atención, es el desparpajo y la solvencia con el que ha afrontado el tema, de suerte que, el lector, debido a la altitud media que encuentra, teme que la novela, de un momento a otro pueda venirse abajo, lo que en ningún momento sucede. Lo anterior quiere decir sencillamente, que ha aparecido un autor ambicioso, dotado de la capacidad necesaria, como para hacer realidad sus proyectos, lo que dicho así puede parecer poca cosa, pero la realidad dice, que tal combinación sólo se encuentra al alcance de unos pocos. Es una novela, que para colmo, se desarrolla en los límites mismos de lo que denomino la literatura del yo, pero afortunadamente nunca llega a caer en ella, aunque a veces, parece que se va a precipitar en el callejón sin salida que ese tipo de literatura representa. No, la novela aspira a más, no sólo a mostrar el peregrinaje de un determinado personaje por una realidad que se le presenta hostil, sino que señala, a que es posible una existencia diferente, que para muchos puede encontrarse instalada en la inmadurez, pero seguro que a años luz de la mediocridad imperante.
La historia trata, de un joven que inconscientemente se niega a enfrentarse a la realidad, viviendo en un mundo propio, a pesar, de haber abandonado el hogar materno y de vivir instalado en una gran ciudad. Vivía en su mundo, acompañado de su amigo invisible y de sus fantasías, pero ese mundo era puesto sistemáticamente en jaque por sus eventuales parejas, que trataban de obligarlo a que de una vez por toda madurase, a que se enfrentara definitivamente a la realidad, pero él decidió, después de haber intentado lo contrario, como si de un astronauta se tratara, de encontrar un lugar entre las hormigas y las estrellas, entre la monótona cotidianidad en donde mantenían aparcada sus vidas los que sólo se limitaban a aceptar lo que encontraban a su alrededor, y la belleza de lo que podría ser.
“La hormiga que quiso ser astronauta” es una obra que aporta un poco de aire fresco, realizada por alguien que domina este extraño arte de contar historias mediante la palabra escrita, que consigue no caer en lo ingenioso ni en lo gracioso, aunque evidentemente, la novela resulte ingeniosa y simpática. En resumen, una buena primera novela, que me va a obligar a leer “El mapa del tiempo”, y a seguir con detenimiento la carrera de su autor, pues estoy convencido, que he tropezado con una promesa literaria, que con el tiempo aportará grandes novelas con las que podré disfrutar.

Miércoles, 10 de junio de 2.009

Las hermanas Grimes



LECTURAS
(elo.159)

LAS HERMANAS GRIMES
Richard Yates
Alfaguara, 1.976

A veces tengo el convencimiento de que nada es gratuito, y que en el fondo, al menos en el plano artístico, no se han producido tantas injusticias como en un principio podría imaginarse. Lo anterior viene a colación, por el hecho, de que en poco tiempo, he leído dos novelas de Richard Yates, un autor olvidado, que ha vuelto a salir a la superficie, gracias a una magnífica película dirigida por el cada día más sorprendente Sam Mendes. Ni que decir tiene, que no había leído nada de Yates, pues ni siquiera había oído nunca hablar de él, por lo que animado por las recomendaciones de un amigo, busqué y encontré las dos novelas suyas, que recientemente se han editado a la sombra del éxito cinematográfico, con la esperanza, de poder encontrar a uno de esos genios ocultos, que debido a su extremada calidad, no habían llegado a conseguir ese éxito de público que sin dudas merecían. Pero no, pues a pesar de ser un escritor interesante, al menos por lo leído, Richard Yates es un novelista de segunda categoría, que ni de lejos puede competir con Cheever o con Roth, ni tan siquiera con el mejor Ford, aunque tengo que reconocer, que sus novelas se dejan leer, al poseer el autor el oficio necesario para ello.
¿Qué quiero decir, cuando digo que Yates es un novelista de segunda categoría? Con una afirmación tan tajante, no quiero decir, ni mucho menos, que el norteamericano no sea un novelista interesante e incluso recomendable, no, pues lo único que deseo dejar claro, para que no surjan malos entendidos, es sólo eso, que Yates es un narrador de segunda fila. Trataré de ir por partes. Siempre he sido de la opinión, de que una buena novela, para empezar, tiene que estar bien equilibrada, mostrando un buen tema, que permita y que incite a la lectura, contada con el estilo que más se adecue al mismo, es decir, aquellas en donde la metodología narrativa empleada, en lugar de mostrarse autónoma, en todo momento se dedique a fortalecer la historia que el autor desea transmitir. Aquí, evidentemente no hay problemas, pues las historias que cuenta Yates, son de una profundidad y de una complejidad que a nadie puede dejar indiferente, al tiempo que, el estilo narrativo que utiliza, de un realismo radical, en todo momento consigue dejar al descubierto el dramatismo de la trama, que es, creo, lo que persigue el autor. Pero el problema, es que hoy en día, lo anterior está al alcance de muchos creadores, por lo que hace falta algo más, un algo más que se encuentra por encima de la historia y de la técnica que se posea para desarrollar un buen tema. Y ese algo más, ese plus o valor añadido, sin querer parecer esotérico, es, sin saber definirlo bien, lo que denomino magia, algo a lo que no todos los escritores, por muy capacitados que se encuentren, pueden acceder. Esto es precisamente lo que he echado de menos en las dos novelas que he leído de Yates, la gracia, la gracia que consigue hacer de una buena novela una obra excelente, de esas, que difícilmente pueden quedar en el olvido.
Yates es calificado como el novelista de la insatisfacción, calificativo que encaja a la perfección con “Vía revolucionaria”, pero creo, que no se adecua a la temática de “Las hermanas Grimes”, pues en esta novela, es el fracaso lo que consigue anegarlo todo, y el fracaso, aunque parezca mentira, al menos hasta que no se demuestre lo contrario, no es lo mismo que la insatisfacción. La novela cuenta la historia de dos hermanas, que desde un principio, desde la temprana separación de sus padres, “estaban destinadas a no ser felices”. Ambas tomaron caminos diferentes, la mayor, Sarah, se casa pronto y tiene varios hijos, pero a pesar de haberle pedido tan poco a la vida, tuvo una vida tormentosa, al ser duramente maltratada por su marido, no encontrando otra alternativa que la de refugiarse en el alcohol. La menor, Emily, gracias al haber podido ir a la universidad, y de haber por ello, llevado una vida independiente, pudo hacer frente a una multitud de relaciones amorosas, no llegando a conseguir nunca la estabilidad emocional que tanto necesitaba, sintiéndose sola y abandonada, cuando rondando la cincuentena, la deja su último acompañante poco antes de perder su empleo. El final de la novela, que puede resultar decepcionante, como también lo puede ser el maniqueísmo con que el autor trata la vida de ambas hermanas, es que Emily, cuando más desesperada se encontraba, regresa, o mejor dicho, es recogida por uno de sus sobrinos, como si el autor quisiera hacer constancia, de que todos los círculos hay que cerrarlos, o que la única solución para el desasosiego es la vuelta a la familia, a la unidad familiar, el único antídoto que al parecer encuentra contra la soledad.
La literatura, la forma de hacer literatura de Yates me gusta; su estilo directo se adapta bien a las historias que desea contar, pero no he logrado disfrutar con su prosa, que siempre he tenido la sensación de que se me escapaba, posiblemente por lo diáfana que es. Yates invita a la lectura rápida, hecho que impide al lector, poder disfrutar con las frases, con las palabras. Es una literatura eminentemente norteamericana, con todo lo que ello tiene de bueno y de mano, muy cinematográfica, en donde dejar buenas imágenes tiene más impotencia que el propio lenguaje. De todas formas, a pesar de que sus obras resultan interesantes, mientras las leía, siempre a una velocidad de crucero bastante acelerada, he echado de menos un estilo más elaborado, es decir, una literatura más calmada y más pendiente de las formas, en suma una literatura más europea. Creo que este tipo de literatura, es la que nunca podrá competir con el cine, pues en el fondo, lo que hace Yates, es cine.

Miércoles, 3 de junio de 2.009