LECTURAS
(elo.120)
PREGÚNTALE A LA NOCHE
Eduardo Jordá
Fundación Lara, 2.007
Con bastante pesar, me siento en la obligación de decir nada más comenzar, para intentar dejarlo todo claro desde un principio, que desde hacía tiempo no leía una novela tan “flojita” como ésta, y eso, que la he leído con todo el interés y el cariño que me ha sido posible, ya que me hubiera gustado poder decirle al amigo Eduardo, como él desearía, que lo suyo indudablemente es la novela. Pero no ha podido ser, pues a pesar de las virtudes que posee, entre las que destaca la limpieza de su escritura, tiene problemas que la lastran en exceso hasta convertirla en una novela fallida, de esas que no dejan nada en el lector, sólo la amarga sensación de haber perdido el tiempo con ella, que es lo peor que puede ocurrir cuando se termina cualquier lectura.
Una novela, a pesar de que todos hablamos con demasiada ligereza sobre ellas, es algo difícil de componer, y no el que quiere, sino sólo el que puede, es capaz de presentar una obra medianamente decente ante los lectores. La novela es un arte que no se encuentra al alcance de cualquiera, pues requiere unas dotes y un oficio, que en muchas ocasiones ni los teóricos ni los críticos consiguen calibrar en su justa medida. Todo el mundo sabe, sobre todo los que están, o estamos (por los motivos que sean) en permanente contacto con ella, lo que tiene que tener una novela para que se convierta en una buena novela, pero una cosa es eso, es decir, pontificar sobre la literatura de calidad, y otra muy distinta ponerse a escribir, y que salga precisamente eso, una novela de calidad. Sí, todos sabemos las bases sobre las que tiene que asentarse una buena novela, pero también, la dificultad que entraña su realización, sobre todo cuando se comprende, que son muchas las variables que hay que conjugar de forma armónica, pues la novela es un gran todo en donde tienen que fundirse a la perfección, una serie de elementos que no siempre resultan compatibles.
Cada autor, o cada aspirante a serlo, posee sus propias prioridades, pero todos deben comprender, que lo fundamental es el equilibrio de la obra, pues una novela descompensada, en donde primen unos elementos sobre otros, ni tan siquiera puede aspirar a convertirse en una novela digna, que es como algunos califican, para no mancharse demasiado las manos, a las novelas mediocres.
Jordá, por supuesto, también tiene sus prioridades, entre las que destacan, el interés por el lenguaje, pues como buen poeta que es, estima que ninguna palabra debe hacer más ruido del preciso y que cada frase tiene ser depurada hasta el máximo, en busca de esa perfección tan difícil de conseguir. También está convencido de la importancia de la historia, pues afortunadamente es de los que saben, que sin una buena historia no hay novela, y por último, apuesta en todo momento por personajes complejos, prestando siempre especial atención, en que los suyos no aparezcan ante los lectores como seres simples y unidimensionales. Por todo lo anterior, la novela de Eduardo Jordá, se presentaba como un plato fuerte y atractivo, que todos deseábamos degustar a la primera oportunidad. Pero no, el voluntarismo, una vez más se ha estrellado contra la realidad, y su esperada novela se ha quedado en ese terreno que no le gusta a nadie, en donde se estacionan las esperanzas frustradas.
¿Pero qué ha fallado en la novela? Posiblemente, y en primer lugar, el hecho de que sea anodina, de que en ningún momento consiga, lo que es grave, muy grave, pellizcar al lector. Si para algo se lee, es para pasar un buen rato, y un buen rato se puede pasar tanto con una novela de Salgari como con una de Bellow, y ese es el primer objetivo que en todo momento debe tener presente cualquier autor, velar porque su público, sea cual sea, disfrute con lo que lee. “Pregúntale a la noche”, es ante todo una novela aburrida, de esas que se leen por obligación, de las que al carecer de atractivo se van dejando de lado, aunque ya se lleven cien páginas leídas. ¿Pero por qué ocurre esto? Sobre todo, y esto le tiene que doler al autor, debido a la concatenación de dos problemas, por la debilidad de la historia en sí, y por la utilización de un lenguaje excesivamente anodino, o digamos que demasiado anémico para desarrollar dicha trama. Es una historia débil, mal articulada y mal cerrada, que se sostiene sólo, por el interés del autor por intentar plasmar una de sus grandes obsesiones literarias, la de centrarse en las contradicciones de los personajes, en este caso, en la del misionero. Para colmo el lenguaje empleado es tan perfecto, que se precipita en lo insípido, lo que hace aburrida la lectura, pues el lector no puede disfrutar, ni tan siquiera, con una frase que se salga del contexto, que distorsione la regularidad de la partitura.
Creo que el marco dibujado por Jordá, los acontecimientos étnicos que enfrentaron en Burundi a hutus y tutsis, debería de haber dado más juego, pues quedarse sólo con las teóricas grandes contradicciones del padre Gevaert, contradicciones nada relevantes por otro lado, en las que todos hubiéramos caído con total naturalidad, no merecen ni desde luego pueden justificar la novela. Por lo anterior, y para terminar, estoy convencido, que el grave problema de esta obra, que sobrevuela sobre todos los demás, es que “Pregúntale a la noche”, no es una novela sentida, que provenga de la necesidad del autor de contar una determinada historia que le quemara en el alma, sino que surge como una obligación autoimpuesta, la de escribir una novela, sea ésta la que sea, hecho que ha convertido la obra en un mero ejercicio narrativo, en donde quedan al descubierto todos los demonios narrativos de Jordá, sin que éstos, en ningún momento consigan evaporarse.
De todas formas, espero que alguna de las dos obras que está escribiendo en estos momentos (parece que le ha cogido el gustillo), pueda liberarse de las ataduras que han posibilitado el naufragio a su primera novela, ya que si así ocurre, Eduardo Jordá estará en disposición de regalarnos en un futuro próximo, de productos narrativos más que interesantes. Mantengamos las esperanzas.
Jueves, 15 de mayo de 2008
sábado, 24 de mayo de 2008
viernes, 16 de mayo de 2008
Acción de Gracias
LECTURAS
(elo.119)
ACCIÓN DE GRACIAS
Richard Ford
Anagrama, 2.006
Creo que fue el mismo Richard Ford, el que en cierta ocasión afirmó, hace ya bastante tiempo, que lo único que puede justificar la novela, es el hecho de tratar sobre lo inconmensurable, de todo aquello que no puede afrontarse de otra manera, es decir, de la vida. Por desgracia, pues en caso contrario todo sería mucho mas fácil, la vida no se puede encorsetar dentro de lo conceptual, pues siempre, esas vasijas artificiales con las que intentamos comprenderlo todo, resultan insuficientes para albergar su plenitud. La vida sólo se puede vivir o narrar, y la novela es el instrumento que mejor se adecua a ella, pues no juzga, sólo expone, para que el lector, con posterioridad, haga todo lo demás. Este hecho, a diferencia por ejemplo del ensayo que suele aportar todas las preguntas y todas las respuestas, convierte a la novela en un organismo abierto, que le brinda al lector, la posibilidad de participar en la propia obra, pues una buena novela, nunca puede finalizar en el momento en que se lee su última frase. La novela, la buena novela, le exige al lector que participe en ella, que se introduzca en su trama, pero también que analice lo que observa, lo que va encontrando en sus páginas, siendo ésta una de sus grandes virtudes, aunque hay que reconocer, que últimamente la novela dominante señala hacia otros derroteros. La novela de calidad, por tanto, no es aquella que sólo se limita a entretener, sino la que además de entretener, que es algo básico, intenta convertirse en instrumento de conocimiento, gracias al cual, el lector consigue comprender un poco mejor las posibilidades vitales del ser humano, pues como dijo alguien, toda vida es nuestra vida.
Dicen por ahí, cada vez con más fuerzas y en mejores tribunas, que el futuro de la novela pasa por abandonar las historias, las tramas, para concentrarse sólo en las estructuras, lo que significaría, aunque esto no lo dicen, que tendría que abandonar la vida, hecho que si se materializa, acabaría definitivamente con ella. Para dejar toda esta polémica atrás, en manos de esos teóricos que en el fondo carecen de la capacidad de poder narrar una buena historia, motivo por el cual nos introducen en esos berenjenales, sólo hay que recordar las novelas con las que hemos disfrutado, y buscar en ellas, que siempre se mantienen presente, los motivos por los que no podemos olvidarlas, para después, con un poco de maldad, contraponerlas, a esos extraños artilugios que llevan la etiqueta de la novela que llega, las que en principio, tendrían que salvar a la novela de su decadencia. Sí, creo que sólo bastaría con eso.
Desde hace algún tiempo, sobre todo desde que leí “El día de la independencia”, que fue donde por primera vez me topé con el bueno de Frank Bascombe, Richar Ford se encuentra entre mis escritores favoritos, y creo que no por casualidad, ya que su calidad literaria, siempre al servicio de las potentes historias que narra (y no al revés) se encuentra suficientemente contrastada.
Esperaba con impaciencia desde hace más de año y medio, la última entrega de Bascome, pues la editorial que publica sus obras, en esta ocasión se ha demorado más de la cuenta en presentar la traducción, lo que puede resultar lógico por otra parte, pues ésta novela, a pesar de todo, no creo que se convierta en un éxito de ventas. Es una novela para los lectores de Ford, y más concretamente para los seguidores de Bascome, que no es ni por asomo un héroe moderno, uno de esos que arrastran a las multitudes, sino alguien normal, que a lo único que aspira es a intentar sobrevivir con un mínimo de dignidad. Nuestro héroe cotidiano, al igual que todos nosotros, trata de gobernar su vida como mejor puede, intentando ser lo más racional posible, pero en esta entrega nada parece salirle bien, pues a pesar de que su mujer lo abandona y al hecho de que le habían diagnosticado un cáncer de próstata, adversidades que sobrelleva de forma aceptable, la vida se le subleva cuando creía tenerlo todo controlado. “El Periodo Permanente” en el que se encontraba, gracias al cual trataba de aceptarlo todo, admitiendo la realidad como le venía, se le escapó de las manos, para caer en lo que él denominaba “El Nivel Superior”, que consistía en intentar sobrevivir dejándose llevar por los vientos dominantes. Parece que Ford, nos quiere hacer comprender, que por muy analítico que se sea, resulta imposible poder controlar la realidad, pues ésta, cuando menos se espera, revienta sobre nuestro costado como si de una gran ola se tratara, y lo único que se puede hacer, es estar preparados para afrontar esos hipotéticos golpes, con la intención de poder encajarlos de la mejor forma posible.
Esta novela, como las anteriores de la serie Bascome, se asienta en un minimalismo casi absoluto, demostrando el autor, heredero directo de Carver, que todos los detalles tienen su importancia, desde el modelo y color del vehículo de un personaje secundario, hasta la pormenorizada descripción de la primera mujer de alguien que aparece sólo una vez en la obra. Esto da credibilidad a la novela, que aunque densa (las más de setecientas páginas sólo narran dos o tres días de la vida del protagonista), mantiene al lector ensimismado en la misma, pues la fuerza de lo cotidiano, cuando se enfoca de forma adecuada, suele sorprender casi siempre. Puede parecer una novela pesada, por las detalladas y minuciosas descripciones en que incurre el autor, aunque también, por el hecho de que apenas ocurre nada en la misma, lo que a estas alturas, puede resultar para el lector actual algo imperdonable, pero aunque no se encuentre a la altura de “El día de la independencia”, hay que reconocer, que es un texto completamente recomendable, al que si algo no le falta es calidad.
Miércoles, 7 de Mayo de 2.008
(elo.119)
ACCIÓN DE GRACIAS
Richard Ford
Anagrama, 2.006
Creo que fue el mismo Richard Ford, el que en cierta ocasión afirmó, hace ya bastante tiempo, que lo único que puede justificar la novela, es el hecho de tratar sobre lo inconmensurable, de todo aquello que no puede afrontarse de otra manera, es decir, de la vida. Por desgracia, pues en caso contrario todo sería mucho mas fácil, la vida no se puede encorsetar dentro de lo conceptual, pues siempre, esas vasijas artificiales con las que intentamos comprenderlo todo, resultan insuficientes para albergar su plenitud. La vida sólo se puede vivir o narrar, y la novela es el instrumento que mejor se adecua a ella, pues no juzga, sólo expone, para que el lector, con posterioridad, haga todo lo demás. Este hecho, a diferencia por ejemplo del ensayo que suele aportar todas las preguntas y todas las respuestas, convierte a la novela en un organismo abierto, que le brinda al lector, la posibilidad de participar en la propia obra, pues una buena novela, nunca puede finalizar en el momento en que se lee su última frase. La novela, la buena novela, le exige al lector que participe en ella, que se introduzca en su trama, pero también que analice lo que observa, lo que va encontrando en sus páginas, siendo ésta una de sus grandes virtudes, aunque hay que reconocer, que últimamente la novela dominante señala hacia otros derroteros. La novela de calidad, por tanto, no es aquella que sólo se limita a entretener, sino la que además de entretener, que es algo básico, intenta convertirse en instrumento de conocimiento, gracias al cual, el lector consigue comprender un poco mejor las posibilidades vitales del ser humano, pues como dijo alguien, toda vida es nuestra vida.
Dicen por ahí, cada vez con más fuerzas y en mejores tribunas, que el futuro de la novela pasa por abandonar las historias, las tramas, para concentrarse sólo en las estructuras, lo que significaría, aunque esto no lo dicen, que tendría que abandonar la vida, hecho que si se materializa, acabaría definitivamente con ella. Para dejar toda esta polémica atrás, en manos de esos teóricos que en el fondo carecen de la capacidad de poder narrar una buena historia, motivo por el cual nos introducen en esos berenjenales, sólo hay que recordar las novelas con las que hemos disfrutado, y buscar en ellas, que siempre se mantienen presente, los motivos por los que no podemos olvidarlas, para después, con un poco de maldad, contraponerlas, a esos extraños artilugios que llevan la etiqueta de la novela que llega, las que en principio, tendrían que salvar a la novela de su decadencia. Sí, creo que sólo bastaría con eso.
Desde hace algún tiempo, sobre todo desde que leí “El día de la independencia”, que fue donde por primera vez me topé con el bueno de Frank Bascombe, Richar Ford se encuentra entre mis escritores favoritos, y creo que no por casualidad, ya que su calidad literaria, siempre al servicio de las potentes historias que narra (y no al revés) se encuentra suficientemente contrastada.
Esperaba con impaciencia desde hace más de año y medio, la última entrega de Bascome, pues la editorial que publica sus obras, en esta ocasión se ha demorado más de la cuenta en presentar la traducción, lo que puede resultar lógico por otra parte, pues ésta novela, a pesar de todo, no creo que se convierta en un éxito de ventas. Es una novela para los lectores de Ford, y más concretamente para los seguidores de Bascome, que no es ni por asomo un héroe moderno, uno de esos que arrastran a las multitudes, sino alguien normal, que a lo único que aspira es a intentar sobrevivir con un mínimo de dignidad. Nuestro héroe cotidiano, al igual que todos nosotros, trata de gobernar su vida como mejor puede, intentando ser lo más racional posible, pero en esta entrega nada parece salirle bien, pues a pesar de que su mujer lo abandona y al hecho de que le habían diagnosticado un cáncer de próstata, adversidades que sobrelleva de forma aceptable, la vida se le subleva cuando creía tenerlo todo controlado. “El Periodo Permanente” en el que se encontraba, gracias al cual trataba de aceptarlo todo, admitiendo la realidad como le venía, se le escapó de las manos, para caer en lo que él denominaba “El Nivel Superior”, que consistía en intentar sobrevivir dejándose llevar por los vientos dominantes. Parece que Ford, nos quiere hacer comprender, que por muy analítico que se sea, resulta imposible poder controlar la realidad, pues ésta, cuando menos se espera, revienta sobre nuestro costado como si de una gran ola se tratara, y lo único que se puede hacer, es estar preparados para afrontar esos hipotéticos golpes, con la intención de poder encajarlos de la mejor forma posible.
Esta novela, como las anteriores de la serie Bascome, se asienta en un minimalismo casi absoluto, demostrando el autor, heredero directo de Carver, que todos los detalles tienen su importancia, desde el modelo y color del vehículo de un personaje secundario, hasta la pormenorizada descripción de la primera mujer de alguien que aparece sólo una vez en la obra. Esto da credibilidad a la novela, que aunque densa (las más de setecientas páginas sólo narran dos o tres días de la vida del protagonista), mantiene al lector ensimismado en la misma, pues la fuerza de lo cotidiano, cuando se enfoca de forma adecuada, suele sorprender casi siempre. Puede parecer una novela pesada, por las detalladas y minuciosas descripciones en que incurre el autor, aunque también, por el hecho de que apenas ocurre nada en la misma, lo que a estas alturas, puede resultar para el lector actual algo imperdonable, pero aunque no se encuentre a la altura de “El día de la independencia”, hay que reconocer, que es un texto completamente recomendable, al que si algo no le falta es calidad.
Miércoles, 7 de Mayo de 2.008
jueves, 8 de mayo de 2008
Corazón helado
LECTURAS
(elo.118)
CORAZON HELADO
Almudena Grandes
Tusquets, 2.007
Aunque en determinados círculos no esté bien visto, desde hace tiempo sigo con interés la obra de Almudena Grandes, pues sus novelas, a pesar de ir a contracorriente, al margen de las imposiciones que imponen las modas, en raras ocasiones consiguen dejarme indiferente. La autora madrileña, pese a tener a su favor a importantes sectores de la comunidad de lectores, lo que convierte a sus novelas, a las pocas horas de aparecer en las librerías, en indiscutibles éxitos editoriales, no cuentan con el aplauso y la consideración, de los que creen que la buena literatura, en una visión estrecha de la misma, es sólo lo que ellos creen que debe ser la buena literatura. Evidentemente ella no es una estilista, una de esas autoras que se dedican a buscar el preciosismo en novelas sin argumentos, de esas que sólo aspiran a buscar el goce estético y el reconocimiento, por parte de los de siempre, de haber conseguido una estructura narrativa digna del más afamado de los arquitectos. No, Almudena Grandes, es ante todo una contadora de historias, lo que a estas alturas, cuando al parecer lo importante en literatura son otras cosas, hay cuanto menos que agradecer. Los teóricos de la nueva literatura, hablan y hablan, llegando casi todos a la misma conclusión, a saber, que el futuro de la novela, pasa necesariamente por desterrar los argumentos, las historias de la misma, pues según ellos, lo realmente importante es la estructura y la palabra escrita, al existir otros soportes culturales en el mercado, mucho más eficaces para contar y publicitar eso que hasta ahora, ha constituido el núcleo central de la novela. Esto significaría, que la novela dejaría de ser eso que hasta ahora ha sido, para convertirse en un nuevo producto, sólo acto para un exquisito y reducido número de individuos, que encontrarían en ella, un espacio en donde poder deleitarse con las formas perfectas, pero en donde la vida no encontraría acomodo. En esa nueva novela que tanto se proclama, precisamente por lo anterior, estaría también ausente el mismísimo espíritu de la novela, que no pude entenderse sin el contacto directo y permanente con la vida, con la realidad, que es su territorio natural, lejos del cual, en ningún momento podría sobrevivir. Almudena Grandes, pese a todo, sigue apostando por la novela total (por la que algunos denomina garbancera), por la que se asienta sobre historias potentes, al comprender que al lector hay que secuestrarlo, al menos en un primer momento, por lo que se dice y no por el cómo se dice, actitud que la sitúa dentro de la corriente clásica, precisamente junto a los grandes, lo que en ningún momento como es de suponer, puede significar una descalificación global de su obra, como suele suceder.
Aunque muchos no lo crean, existen muchas formas de entender la literatura, siendo todas ellas legítimas, estando en este hecho, en su pluralidad, la gran riqueza que a lo largo de la historia, ha conseguido aportar a todos lo que se han acercado a ella. Existe una literatura de vanguardia, y otra que se encuentra a la vanguardia de la vanguardia, al tiempo que existen otras, que se adaptan sin muchos problemas a los moldes clásicos, coexistiendo por tanto, múltiples formas de comprender, gozar y utilizar ese instrumento que es la novela. Lo que no se puede a estas alturas, es descalificar de antemano, al tipo de literatura con la que uno no disfruta.
Con toda seguridad, la obra de Almudena Grandes puede parecer, al menos, estructuralmente anticuada, pues sus formatos se encuentran más cerca de los novelones del dieciocho que de las novelas que en estos momentos se realizan y publican. Sí, de acuerdo, pero sus temáticas, son en todo momento actuales, lo que convierte a sus obras, en extraños artilugios difíciles de clasificar, en donde se conjugan, la estructura de siempre con argumentos de una actualidad incontestable. Esta actitud que la autora mantiene con la novela, me recuerda en estos momentos, salvando siempre las distancias, a otro autor, a Vargas Llosa, al que también se le critica por lo mismo (aunque la obra del peruano, a pesar de su calidad, ha ido con el tiempo de mal en peor), por su aburguesamiento estructural. De todas formas, tanto a uno como a otra, siempre hay que seguir leyéndolos, pues en sus obras, se encuentra la esencia de la novela que nunca se puede perder.
“Corazón helado” es una novela a la que me ha costado acercarme, cosa extraña, pues desde hace tiempo sigo con interés la obra de la madrileña, lo que puedo atribuir, a dos cuestiones que cada día me repelen más, el de tratarse de otra obra sobre la guerra civil, o de las consecuencias de ésta, y a la extensión de la misma, que en esta ocasión creo que resulta excesiva. Pero de todas formas, como desde un principio sabía que iba a ocurrir, un poco más tarde de la cuenta, me he zambullido con mucho voluntarismo, sobre todo al principio, en una obra de la que no esperaba demasiado, y de la que estaba convencido que saldría escaldado. No obstante, la sensación que me ha dejado la misma, podría definirla como agridulce, pues a pesar de ser la peor obra de Almudena Grandes, creo que con diferencia, estimo que resulta necesaria su lectura, aunque sólo sea para comprobar la evolución de la autora.
Como apunté un poco más arriba, es una obra sobre las consecuencias de la guerra civil, un novelón que cuenta la historia de dos familias, que vivieron y padecieron la guerra civil en diferentes bandos, a través de las cuales, la autora, intenta transmitir su visión de la misma. Es también una obra, en donde se apuesta por la reconciliación nacional, pero siempre bajo el recuerdo de lo que realmente acaeció, pues desde el olvido, desde el pasar página en beneficio de todos, es imposible cualquier tipo de convivencia.
Es una obra excesiva, en donde se observa a la autora demasiado encorsetada debido a la descripción pormenorizada de acontecimientos que le quitan fluidez a su escritura, aunque de vez en cuando, como si de un Guadiana se tratara, el lector se encuentra con la Almudena Grandes de siempre, sobre todo cuando narra y se centra en las relaciones interpersonales, en donde siempre ofrece lo mejor de sí misma. Para colmo, posiblemente por la extensión de la obra, los personajes, los múltiples personajes que en ella aparecen, suelen resultar demasiado planos, previsibles, como si la autora no hubiera tenido tiempo, o espacio, para sacarle la punta que todos ellos requerían.
De todas formas, a pesar del mediocre resultado final, me quedo con la agradable sorpresa, de que la autora, en lugar de haberse conformado con realizar una obra más de las que nos tiene acostumbrado, haya apostado por un proyecto de más envergadura, lo que sin duda, demuestra que sigue siendo una autora viva que no se conforma con la estabilidad que le pueden aportar los registros que domina, sino que intenta avanzar con la intención de descubrir nuevos territorios, lo que siempre es interesante.
Viernes, 25 de abril de 2008
(elo.118)
CORAZON HELADO
Almudena Grandes
Tusquets, 2.007
Aunque en determinados círculos no esté bien visto, desde hace tiempo sigo con interés la obra de Almudena Grandes, pues sus novelas, a pesar de ir a contracorriente, al margen de las imposiciones que imponen las modas, en raras ocasiones consiguen dejarme indiferente. La autora madrileña, pese a tener a su favor a importantes sectores de la comunidad de lectores, lo que convierte a sus novelas, a las pocas horas de aparecer en las librerías, en indiscutibles éxitos editoriales, no cuentan con el aplauso y la consideración, de los que creen que la buena literatura, en una visión estrecha de la misma, es sólo lo que ellos creen que debe ser la buena literatura. Evidentemente ella no es una estilista, una de esas autoras que se dedican a buscar el preciosismo en novelas sin argumentos, de esas que sólo aspiran a buscar el goce estético y el reconocimiento, por parte de los de siempre, de haber conseguido una estructura narrativa digna del más afamado de los arquitectos. No, Almudena Grandes, es ante todo una contadora de historias, lo que a estas alturas, cuando al parecer lo importante en literatura son otras cosas, hay cuanto menos que agradecer. Los teóricos de la nueva literatura, hablan y hablan, llegando casi todos a la misma conclusión, a saber, que el futuro de la novela, pasa necesariamente por desterrar los argumentos, las historias de la misma, pues según ellos, lo realmente importante es la estructura y la palabra escrita, al existir otros soportes culturales en el mercado, mucho más eficaces para contar y publicitar eso que hasta ahora, ha constituido el núcleo central de la novela. Esto significaría, que la novela dejaría de ser eso que hasta ahora ha sido, para convertirse en un nuevo producto, sólo acto para un exquisito y reducido número de individuos, que encontrarían en ella, un espacio en donde poder deleitarse con las formas perfectas, pero en donde la vida no encontraría acomodo. En esa nueva novela que tanto se proclama, precisamente por lo anterior, estaría también ausente el mismísimo espíritu de la novela, que no pude entenderse sin el contacto directo y permanente con la vida, con la realidad, que es su territorio natural, lejos del cual, en ningún momento podría sobrevivir. Almudena Grandes, pese a todo, sigue apostando por la novela total (por la que algunos denomina garbancera), por la que se asienta sobre historias potentes, al comprender que al lector hay que secuestrarlo, al menos en un primer momento, por lo que se dice y no por el cómo se dice, actitud que la sitúa dentro de la corriente clásica, precisamente junto a los grandes, lo que en ningún momento como es de suponer, puede significar una descalificación global de su obra, como suele suceder.
Aunque muchos no lo crean, existen muchas formas de entender la literatura, siendo todas ellas legítimas, estando en este hecho, en su pluralidad, la gran riqueza que a lo largo de la historia, ha conseguido aportar a todos lo que se han acercado a ella. Existe una literatura de vanguardia, y otra que se encuentra a la vanguardia de la vanguardia, al tiempo que existen otras, que se adaptan sin muchos problemas a los moldes clásicos, coexistiendo por tanto, múltiples formas de comprender, gozar y utilizar ese instrumento que es la novela. Lo que no se puede a estas alturas, es descalificar de antemano, al tipo de literatura con la que uno no disfruta.
Con toda seguridad, la obra de Almudena Grandes puede parecer, al menos, estructuralmente anticuada, pues sus formatos se encuentran más cerca de los novelones del dieciocho que de las novelas que en estos momentos se realizan y publican. Sí, de acuerdo, pero sus temáticas, son en todo momento actuales, lo que convierte a sus obras, en extraños artilugios difíciles de clasificar, en donde se conjugan, la estructura de siempre con argumentos de una actualidad incontestable. Esta actitud que la autora mantiene con la novela, me recuerda en estos momentos, salvando siempre las distancias, a otro autor, a Vargas Llosa, al que también se le critica por lo mismo (aunque la obra del peruano, a pesar de su calidad, ha ido con el tiempo de mal en peor), por su aburguesamiento estructural. De todas formas, tanto a uno como a otra, siempre hay que seguir leyéndolos, pues en sus obras, se encuentra la esencia de la novela que nunca se puede perder.
“Corazón helado” es una novela a la que me ha costado acercarme, cosa extraña, pues desde hace tiempo sigo con interés la obra de la madrileña, lo que puedo atribuir, a dos cuestiones que cada día me repelen más, el de tratarse de otra obra sobre la guerra civil, o de las consecuencias de ésta, y a la extensión de la misma, que en esta ocasión creo que resulta excesiva. Pero de todas formas, como desde un principio sabía que iba a ocurrir, un poco más tarde de la cuenta, me he zambullido con mucho voluntarismo, sobre todo al principio, en una obra de la que no esperaba demasiado, y de la que estaba convencido que saldría escaldado. No obstante, la sensación que me ha dejado la misma, podría definirla como agridulce, pues a pesar de ser la peor obra de Almudena Grandes, creo que con diferencia, estimo que resulta necesaria su lectura, aunque sólo sea para comprobar la evolución de la autora.
Como apunté un poco más arriba, es una obra sobre las consecuencias de la guerra civil, un novelón que cuenta la historia de dos familias, que vivieron y padecieron la guerra civil en diferentes bandos, a través de las cuales, la autora, intenta transmitir su visión de la misma. Es también una obra, en donde se apuesta por la reconciliación nacional, pero siempre bajo el recuerdo de lo que realmente acaeció, pues desde el olvido, desde el pasar página en beneficio de todos, es imposible cualquier tipo de convivencia.
Es una obra excesiva, en donde se observa a la autora demasiado encorsetada debido a la descripción pormenorizada de acontecimientos que le quitan fluidez a su escritura, aunque de vez en cuando, como si de un Guadiana se tratara, el lector se encuentra con la Almudena Grandes de siempre, sobre todo cuando narra y se centra en las relaciones interpersonales, en donde siempre ofrece lo mejor de sí misma. Para colmo, posiblemente por la extensión de la obra, los personajes, los múltiples personajes que en ella aparecen, suelen resultar demasiado planos, previsibles, como si la autora no hubiera tenido tiempo, o espacio, para sacarle la punta que todos ellos requerían.
De todas formas, a pesar del mediocre resultado final, me quedo con la agradable sorpresa, de que la autora, en lugar de haberse conformado con realizar una obra más de las que nos tiene acostumbrado, haya apostado por un proyecto de más envergadura, lo que sin duda, demuestra que sigue siendo una autora viva que no se conforma con la estabilidad que le pueden aportar los registros que domina, sino que intenta avanzar con la intención de descubrir nuevos territorios, lo que siempre es interesante.
Viernes, 25 de abril de 2008
miércoles, 7 de mayo de 2008
Sobre Izquierda Unida
ACERCAMIENTOS
(elo.117)
Sobre Izquierda Unida
El otro día, me sorprendió un artículo de Gaspar llamazares, en donde trataba de analizar los nefastos resultados obtenidos por la formación que representa en las pasadas elecciones generales. Me sorprendió negativamente, pues esperaba del político asturiano, un análisis serio y no una justificación autocomplaciente, de unos datos que han situado a Izquierda Unida al bode mismo del colapso. Decir, por ejemplo, que todo se debe a la ley electoral, aunque ésta haya perjudicado gravemente a la antigua coalición (ya ni tan siquiera es eso), es no decir toda la verdad, lo que puede entorpecer la necesidad que tiene Izquierda Unida, y por extensión toda la izquierda española, de afrontar los numerosos problemas que la están descapitalizando hasta dejarla a un paso de la indigencia. Ahora, no creo que sea el momento oportuno para entrar, una vez más, en la lucha política con la intención de ocupar o mantener los puestos de mando de la organización, como el artículo da a entender, sino de abrir un profundo debate sobre la razón de ser de la izquierda española, y de las estrategias que ésta debe seguir de cara al futuro. Afirmar que todos los problemas que ésta padece son exógenos, consecuencias de una ley electoral defectuosa o debido al bipartidismo existente, es volver la vista hacia otro lado, por temor posiblemente, a que la realidad provoque aún más estragos en ella. El problema de Izquierda Unida, guste o no, se debe ante todo, a la crisis que padece la izquierda, y en ella, deben centrarse todos los esfuerzos, pues de lo contrario, seguirán imperando las lamentaciones y los enfoques defectuosos.
Indudablemente no corren buenos tiempos para la izquierda, y ello se debe, sobre todo, a que las sociedades occidentales, han sido colonizadas intelectualmente por los planteamientos y postulados de lo que se podría denominar la nueva derecha. Sí, nuestras sociedades se han derechizado, observando a la izquierda como una antigualla, como algo antinatural que va en contra de la naturaleza humana, pues lo lógico, al parecer, es el actual statu quo, en donde “el sálvese quien pueda”, junto a “la ley del más fuerte”, son los únicos paradigmas que necesariamente hay que venerar. Resulta asombroso observar, cómo incluso los más necesitados, aquellos que jamás podrán entrar en las dinámicas imperantes, acatan de forma acrítica un sistema que tiene la capacidad de condenarlos, pues la apatía y el conformismo lo anega todo.
El problema de izquierda Unida, y de toda la izquierda real, y no sólo en España, se debe a dos causas, una coyuntural, que corresponde a la mala gestión política que se ha llevado a cabo, y otra estructural, que descansa en la descalificación casi generalizada que se manifiesta socialmente hacia la izquierda, causas ambas, que intimamente se entrelazan entre sí, haciendo inviable tanto su presente como su futuro.
La gestión de la izquierda, por parte de políticos e intelectuales, podría calificarse de “manifiestamente mejorable”, ya que ambos colectivos son responsables, en buena medida, de gran parte de las vicisitudes que ésta padece. Los segundos, porque no han sabido o no han querido renovar el discurso, que con el tiempo ha quedado desfasado, lo que podría deberse, o bien a que los intelectuales de la izquierda, que hasta no hace mucho eran el gran orgullo de la misma, han abandonado la militancia activa, dedicando sus esfuerzos a otras cuestiones, o al hecho, también convincente, de que no existe entre ellos, nadie con el poderío suficiente, capaz de abrir nuevos senderos que posibiliten que la izquierda evolucione al mismo ritmo que las sociedades en donde se insertan. Se tiene la percepción, que la izquierda se ha quedado anclada en el pasado, que tanto su base axiomática como sus mecanismo de análisis y de praxis carecen de sentido en la actualidad, lo que sin duda se debe, a las escasas modificaciones que dicho pensamiento ha sufrido en los últimos tiempos. La política ha perdido parte de su atractivo, apareciendo en estos momentos como una actividad marginal, que debe entregarse, al menos eso es lo que dice el discurso hegemónico, a los políticos profesionales, que en el fondo son, los que en realidad entienden de la materia. Este hecho, aunque parezca mentira, también ha ocurrido dentro del universo de la izquierda, lo que ha provocado la sustitución del debate constante y regenerador, por las consignas castrantes de los que mandan, alejando por tanto, a todas las voces críticas y que aportaban una cierta disidencia del mundo de la izquierda, lo que a su vez ha hecho posible, que su discurso se estratifique, evitando su evolución. Por tanto, se podría decir, que la profesionalización de la política ha conseguido alejar de dichas organizaciones, a todos aquellos que hubieran podido regenerar sus discursos, lo que ha provocado con el tiempo el anacronismo de los mismos.
Paralelamente a lo anterior, es decir, a la escasa credibilidad social que la izquierda ofrece, se observa un alejamiento de la ciudadanía de los postulados que siempre ella ha reivindicado, pues la derechización que padecen nuestras sociedades, induce a que se piense, que todo lo que huela a izquierda es artificial y consecuentemente antinatural. Ahora, en estos extraños tiempos en que nos ha tocado vivir, al parecer lo importante es lo natural, y no solamente en lo referente a la alimentación y a los hábitos de vida, que también, sino en todo lo referente a lo que antes se denominaban relaciones sociales. Se quiere hacer ver, que la vida en sociedad es lo más natural del mundo, que el hombre por esencia es social, cuando en realidad es todo lo contrario, ya que el ser humano, en su intento por escapar de esa naturalidad, que por definición siempre ha sido cruel, no ha tenido más remedio, que articular entramados artificiales para poder canalizar y salvaguardar su existencia. La izquierda, se diga lo que se diga, históricamente no ha sido más que una propuesta que siempre ha aspirado a racionalizar la existencia colectiva, con el objetivo de que en ella se prime en primer lugar la justicia y después la libertad.
El futuro de la izquierda real, pasa necesariamente por dos supuestos, por la desprofesionalización de la política, que abriría de par en par sus hasta ahora opacas organizaciones, lo que daría pie a que se articularan debates reales dentro de la misma, lo que sin duda regeneraría y actualizaría sus discursos situándolos a la altura de los tiempos, y a la politización de nuestras sociedades, a lo que sólo se podría llegar gracias a dichos debates.
En resumen, creer que la crisis que vive la izquierda sólo es consecuencia del denominado tsunami bipartidista o de la perniciosa ley electoral, no es más, que un intento de atender sólo a lo accesorio en lugar de profundizar hasta encontrar la raíz del problema, que casi siempre, como en esta ocasión, es más grave de lo que en principio se podía pensar.
Sábado, 05 de abril de 2008
(elo.117)
Sobre Izquierda Unida
El otro día, me sorprendió un artículo de Gaspar llamazares, en donde trataba de analizar los nefastos resultados obtenidos por la formación que representa en las pasadas elecciones generales. Me sorprendió negativamente, pues esperaba del político asturiano, un análisis serio y no una justificación autocomplaciente, de unos datos que han situado a Izquierda Unida al bode mismo del colapso. Decir, por ejemplo, que todo se debe a la ley electoral, aunque ésta haya perjudicado gravemente a la antigua coalición (ya ni tan siquiera es eso), es no decir toda la verdad, lo que puede entorpecer la necesidad que tiene Izquierda Unida, y por extensión toda la izquierda española, de afrontar los numerosos problemas que la están descapitalizando hasta dejarla a un paso de la indigencia. Ahora, no creo que sea el momento oportuno para entrar, una vez más, en la lucha política con la intención de ocupar o mantener los puestos de mando de la organización, como el artículo da a entender, sino de abrir un profundo debate sobre la razón de ser de la izquierda española, y de las estrategias que ésta debe seguir de cara al futuro. Afirmar que todos los problemas que ésta padece son exógenos, consecuencias de una ley electoral defectuosa o debido al bipartidismo existente, es volver la vista hacia otro lado, por temor posiblemente, a que la realidad provoque aún más estragos en ella. El problema de Izquierda Unida, guste o no, se debe ante todo, a la crisis que padece la izquierda, y en ella, deben centrarse todos los esfuerzos, pues de lo contrario, seguirán imperando las lamentaciones y los enfoques defectuosos.
Indudablemente no corren buenos tiempos para la izquierda, y ello se debe, sobre todo, a que las sociedades occidentales, han sido colonizadas intelectualmente por los planteamientos y postulados de lo que se podría denominar la nueva derecha. Sí, nuestras sociedades se han derechizado, observando a la izquierda como una antigualla, como algo antinatural que va en contra de la naturaleza humana, pues lo lógico, al parecer, es el actual statu quo, en donde “el sálvese quien pueda”, junto a “la ley del más fuerte”, son los únicos paradigmas que necesariamente hay que venerar. Resulta asombroso observar, cómo incluso los más necesitados, aquellos que jamás podrán entrar en las dinámicas imperantes, acatan de forma acrítica un sistema que tiene la capacidad de condenarlos, pues la apatía y el conformismo lo anega todo.
El problema de izquierda Unida, y de toda la izquierda real, y no sólo en España, se debe a dos causas, una coyuntural, que corresponde a la mala gestión política que se ha llevado a cabo, y otra estructural, que descansa en la descalificación casi generalizada que se manifiesta socialmente hacia la izquierda, causas ambas, que intimamente se entrelazan entre sí, haciendo inviable tanto su presente como su futuro.
La gestión de la izquierda, por parte de políticos e intelectuales, podría calificarse de “manifiestamente mejorable”, ya que ambos colectivos son responsables, en buena medida, de gran parte de las vicisitudes que ésta padece. Los segundos, porque no han sabido o no han querido renovar el discurso, que con el tiempo ha quedado desfasado, lo que podría deberse, o bien a que los intelectuales de la izquierda, que hasta no hace mucho eran el gran orgullo de la misma, han abandonado la militancia activa, dedicando sus esfuerzos a otras cuestiones, o al hecho, también convincente, de que no existe entre ellos, nadie con el poderío suficiente, capaz de abrir nuevos senderos que posibiliten que la izquierda evolucione al mismo ritmo que las sociedades en donde se insertan. Se tiene la percepción, que la izquierda se ha quedado anclada en el pasado, que tanto su base axiomática como sus mecanismo de análisis y de praxis carecen de sentido en la actualidad, lo que sin duda se debe, a las escasas modificaciones que dicho pensamiento ha sufrido en los últimos tiempos. La política ha perdido parte de su atractivo, apareciendo en estos momentos como una actividad marginal, que debe entregarse, al menos eso es lo que dice el discurso hegemónico, a los políticos profesionales, que en el fondo son, los que en realidad entienden de la materia. Este hecho, aunque parezca mentira, también ha ocurrido dentro del universo de la izquierda, lo que ha provocado la sustitución del debate constante y regenerador, por las consignas castrantes de los que mandan, alejando por tanto, a todas las voces críticas y que aportaban una cierta disidencia del mundo de la izquierda, lo que a su vez ha hecho posible, que su discurso se estratifique, evitando su evolución. Por tanto, se podría decir, que la profesionalización de la política ha conseguido alejar de dichas organizaciones, a todos aquellos que hubieran podido regenerar sus discursos, lo que ha provocado con el tiempo el anacronismo de los mismos.
Paralelamente a lo anterior, es decir, a la escasa credibilidad social que la izquierda ofrece, se observa un alejamiento de la ciudadanía de los postulados que siempre ella ha reivindicado, pues la derechización que padecen nuestras sociedades, induce a que se piense, que todo lo que huela a izquierda es artificial y consecuentemente antinatural. Ahora, en estos extraños tiempos en que nos ha tocado vivir, al parecer lo importante es lo natural, y no solamente en lo referente a la alimentación y a los hábitos de vida, que también, sino en todo lo referente a lo que antes se denominaban relaciones sociales. Se quiere hacer ver, que la vida en sociedad es lo más natural del mundo, que el hombre por esencia es social, cuando en realidad es todo lo contrario, ya que el ser humano, en su intento por escapar de esa naturalidad, que por definición siempre ha sido cruel, no ha tenido más remedio, que articular entramados artificiales para poder canalizar y salvaguardar su existencia. La izquierda, se diga lo que se diga, históricamente no ha sido más que una propuesta que siempre ha aspirado a racionalizar la existencia colectiva, con el objetivo de que en ella se prime en primer lugar la justicia y después la libertad.
El futuro de la izquierda real, pasa necesariamente por dos supuestos, por la desprofesionalización de la política, que abriría de par en par sus hasta ahora opacas organizaciones, lo que daría pie a que se articularan debates reales dentro de la misma, lo que sin duda regeneraría y actualizaría sus discursos situándolos a la altura de los tiempos, y a la politización de nuestras sociedades, a lo que sólo se podría llegar gracias a dichos debates.
En resumen, creer que la crisis que vive la izquierda sólo es consecuencia del denominado tsunami bipartidista o de la perniciosa ley electoral, no es más, que un intento de atender sólo a lo accesorio en lugar de profundizar hasta encontrar la raíz del problema, que casi siempre, como en esta ocasión, es más grave de lo que en principio se podía pensar.
Sábado, 05 de abril de 2008
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