LECTURAS
(elo.111)
LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN
Stefan Zweig
Acantilado, 1.939
Para Zweig, la compasión, que es un sentimiento bastante devaluado por no decir despreciado en nuestros días, no es en sí algo que haya que erradicar de nuestro comportamiento, a lo sumo, sólo el tipo de compasión que proviene de la impaciencia del corazón. Para él, como deja claro en la novela, existen dos formas de afrontar dicho sentimiento, una positiva y otra negativa, siendo la primera, aquella que desde la voluntad, desde el voluntarismo, aspira a apoyar y a socorrer a un determinado individuo, que debido a alguna circunstancia negativa, padece una situación desagradable, mientras que la segunda, es la que sólo se basa en dicho sentimiento, sin aspirar en ningún momento a superarlo. Según se constata en la novela, para el autor las diferencias son apreciables, pues mientras que en un caso, la compasión puede resultar creativa, al servir tanto al que la recibe como al que la aporta, desarrollándose una correspondencia repleta de contenidos entre ambos sujetos, en el otro, al ser unívoca, sólo se puede aspirar a confortar al que padece. Dicho lo anterior, se podría decir, que la diferencia entre una y otra forma de entender la compasión carecen de diferencias significativas, pues si de lo que se trata es de aliviar al doliente, desde los dos extremos tal aspiración se puede llevar a cabo sin tener que teorizar en exceso sobre el tema, sobre todo, como dirían los economistas, cuando de lo que se trata es de cumplir los objetivos. Pero el austriaco de lo que habla, lo que desea subrayar, y creo que desde su óptica no le falta razón, es de la diferencia existente, entre la compasión comprometida y la filantrópica, entre la que se lleva a cabo de forma militante, y la que se aporta como si de una limosna se tratara. En el segundo de los casos, el beneficiado necesariamente tiene que dar las gracias por la ayuda recibida, convirtiéndose en un ser pasivo, que con el tiempo tenderá a convertirse en un profesional de la lástima, en alguien que tendrá que vivir de sus miserias, ya sea en el plano económico o en el sentimental. Para Zweig, la compasión vista desde este ángulo, ante todo resulta denigrante, al potenciar el problema que se desea solventar en lugar de apaciguarlo. La compasión filantrópica, es algo parecido a aquello de darle pan al hambriento, en lugar de aportarle los medios necesarios, para que éste pueda acceder por sus propios medios a los alimentos que necesita; significa dar una palmada en la espalda u ofrecer una sonrisa benévola, al que en lugar de gestos gratuitos necesita ayuda, ayuda de verdad. Él apuesta sin duda por la otra, por la compasión comprometida o militante, la que lejos de asentarse en el mero sentimentalismo bonachón, intenta desde la racionalidad y el voluntarismo hacer el bien al necesitado, pero siempre y cuando, dichas acciones aporten a quien la ejerce, un valor añadido que potencie, junto a otras actividades, el anclaje que justifique la existencia de dichos individuos. Esa compasión, por tanto, se aleja de la limosna para convertirse en una actividad fundamental, en una obligación, en una especie de cruz, gracias a la cual, el que la lleva, se siente más ligado a lo esencial del ser humano.
Para ilustrar lo anterior, Zweig narra una historia, en donde un joven teniente, se siente atrapado en la compasión que siente y que desarrolla ante una adolescente inválida que se enamora de él. Ese sentimiento le obliga a realizar juramentos que jamás podrá cumplir, lo que acaba empujando al suicidio a quien tanto lo amaba. El autor, asocia este tipo de sentimiento, la compasión filantrópica, a la debilidad de quien la ejerce, pues no saber decir no, cuando no existe otra alternativa que decir no, suele conducir casi siempre, precisamente, al lugar que se desea evitar. El autor, dibuja en su historia, junto al paradigma de la compasión filantrópica, que es el joven teniente, a su contrario, a un experimentado médico, que incluso llegó a casarse con una mujer a la que dejó ciega, que está convencido que sólo el entregarse a los demás puede justificar la existencia de cualquier individuo.
La tesis desarrollada por Zweig, se enmarca a la perfección en sus parámetros ideológicos, a todas luces premodernos, en donde la responsabilidad de cada cual frente a los demás, a la buena o mala conciencia que se posea en lo referente a la relación que se mantenga con el prójimo, será lo único que podrá atar a ese individuo libre a la comunidad en la que vive, de suerte que, ese sentimiento moral, se convierte en la argamasa que consigue vertebrar toda sociedad que se precie de estar sana. El problema, es que esa concepción de la sociedad, como conjunto de individuos libres, unidos sólo por la propia buena voluntad de sus miembros, es una idea excesivamente hermosa para que pueda hacerse realidad, un sueño que por desgracia, dormirá siempre junto los otros sueños utópicos que jamás, por la sencilla razón de que no se basan en un análisis certero de la naturaleza humana, podrán hacerse realidad.
La solidaridad es un concepto diferente al de lástima, encontrándose en una latitud excesivamente alejada de eso que llaman compasión, entre otras razones, porque no se asienta ni en el voluntarismo, ni en la necesidad de hacer el bien, al no ser un sentimiento sino una obligación moral, que tiene que incumbir necesariamente a todos los miembros de una determinada comunidad, o en todo caso a las instituciones de la misma. La solidaridad es un concepto moderno, que parte de la base, de que todos vamos en un mismo barco, y que si se desea seguir hacia delante, es esencial la cooperación entre todos los miembros de la tripulación, tanto de los más capacitados, como de lo que por una razón o por otra, no pueden alcanzar los niveles medios exigibles.
“La impaciencia del corazón”, es una novela que llega a desilusionar, no tanto por el hecho de estar mal construida, que no lo está, sino por la sensación que desde un inicio embarga al lector, de encontrarse ante una narrativa antigua (resulta sorprendente que su composición fuera posterior, por ejemplo, a “Trópico de cáncer”), periclitada, incluso decimonónica, en donde para describir cualquier acontecimiento, por mínimo que sea, hacen falta veinticinco páginas. No es una obra recomendable para el lector actual (me niego a creer que sea una literatura para señoritas), aunque hay que reconocer, que la prosa de Zweig, contribuye a que la obra pueda leerse con un mínimo de dignidad.
1 comentario:
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