LECTURAS
(elo.085)
El Imperio
Ryszard Kapuscinski
Anagrama, 1.993
Después de tanto tiempo, por fin, acabo de leer “El imperio”, uno de esos textos, que a pesar de tener anotado en todas mis agendas como pendiente, se resistía, con extraña fuerza, posiblemente porque estimaba que nunca era el momento oportuno (todo libro tiene su momento, pues nunca hay que precipitar una lectura), para afrontar una obra, de la que sólo había escuchado elogios. Ahora, solo ahora, después de haber disfrutado con la capacidad expositiva de Kapuscinski, y de su singular e inteligente visión, en esta ocasión sobre el Imperio, comprendo, que la desaparición del polaco, haya sido un duro golpe para lo que queda del periodismo de altura. En estos extraños tiempos, el periodismo, lo que se pone de manifiesto en cada una de las encuestas que se publican, es una de las profesiones más desprestigiadas que existen, entre otras razones, por el hecho de haberse puesto al servicio de los más bajos instintos de la sociedad, a la que le ofrece, sólo que lo ésta desea, que no es otra cosa, en la mayoría de las ocasiones, que burda carroña. Esta forma de ejercer el periodismo, siguiendo la pauta, por ejemplo, de la novela y del cine imperante, dinamita todo su potencial, en beneficio de los que se encuentran detrás, agazapados, de las forma culturales imperantes. El buen periodista, no es el que se dedica a proporcionar información objetiva, como el que recita los números del último sorteo de la lotería, algo que debe quedar a cargo de los que están comenzando en la profesión, o para los diplomados en arte dramático, sino el que ofrece su visión de la realidad, intentando ser lo más fiel posible a dicha forma de entender lo que observa, lo que exige, poseer un bagaje cultural y vital de envergadura, algo que evidentemente, no se encuentra al alcance de cualquiera. El buen periodista, al menos en mi opinión, es el que aliña lo que ve con lo que es, el que sin dejar la posición que ocupa, intenta comprender lo que acaece a su alrededor, pues el que abandona su lugar en aras de eso que llaman objetividad, lo único que encuentra son discursos impuestos, y crónicas ya redactadas, por otros evidentemente, que a la fuerza, hay que hacer propias. A la verdad sólo se puede llegar, por el camino que marca la propia singularidad, pues sólo enterrado en lo que se es, se podrá palpar, y acariciar, la verdad profunda que se encuentra debajo de la verdad. Desde hace tiempo, sólo me acerco a la prensa, para leer los artículos que firman determinados periodistas, aquellos que me han demostrado a lo largo de los años cierta independencia, tanto de los medios en los que escriben, como de los discursos partidistas, que no ideológicos, que últimamente lo están emponzoñando todo. Tengo que reconocer, no obstante, que ejercer de periodista en nuestros días no tiene que ser fácil, sobre todo si se está comenzando, pues lo que desean los medios, todos, es tener a su servicio a un ejercito funcionarios (en el peor sentido del término), que en todo momento se plieguen, dejando en casa y para otras cuestiones su independencia, a los intereses particulares del medio en cuestión. Kapuscinski era uno de los grandes, uno de de los grandes reporteros que quedaban, de esos que sin temor, podían escribir lo que le viniera en gana, pues ningún jefe de redacción, ni ningún director de cualquier efímero periódico, se encontraba capacitado para marcarle las directrices que tenía que seguir. Evidentemente, aún existen pesos pesados que son capaces de presumir de independencia, pero tal y como soplan los vientos, veo difícil, que dentro de veinte años, si aún seguimos aquí, se pueda decir lo mismo, pues el modelo de periodista actual, al menos el requerido por los medios, cada día se parece menos, al que representaba kapuscinski. De todas formas, hay que dejar claro, al menos para terminar con este asunto, que criticar al gobierno de turno no es sinónimo de independencia, pues donde ésta se constata, es dentro del medio en donde se trabaje, en la actitud que se sostenga, ante los mandatos recibidos de quienes pagan. Dentro de un medio que de forma descarada, se encuentre en contra de un determinado gobierno, lo difícil para un periodista, evidentemente no sería atacar desde su tribuna a dicho gobierno, sino en llevarle la contraria a la línea editorial de su propio medio, de suerte que, en tal contexto, es donde se puede verificar el grado de independencia y de libertad profesional que se posee.
Kapuscinski, con este texto, trata de indagar sobre las causas del sorprendente, para todos, desmoonamiento de la Unión Soviética, lo que hace, compilando diferente trabajos realizados durante sus viajes por el Imperio. Para el polaco, la descomposición de la URSS, tiene su causa, en la propia naturaleza de ese gran país, que debido a su inmensidad, necesita articularse de forma imperial, de suerte que, su gran potencial, que siempre ha sido su extremada extensión, ha sido, al mismo tiempo, para su desgracia, su eterno caballo de batalla. Un imperio, de forma tradicional, designa el dominio de un determinado pueblo sobre el conjunto de otros pueblos, imponiendo a éstos, unas directrices y un sentido a su existencia, siendo la primera tarea de los dominadores, la de intentar en lo posible, pacificar el cuerpo social existente en sus territorios mediante la homogeneización cultural del mismo, lo que en la mayoría de las ocasiones, tiene que realizarse por la fuerza. De hecho, se podría decir, que todo imperio, antes que nada, debe velar por el mantenimiento del propio Imperio, dejando todo lo demás, para cuando tal circunstancia se de por solventada, lo que por unas causas o por otras, nunca se llega a producir por completo. Pues bien, ese afán, primero por crear un imperio, y con posterioridad por consolidarlo, al igual que ocurrió en la España imperial, ha tenido un efecto negativo de radical importancia en la Unión Soviética, pues tales prácticas, han posibilitado la aparición del cáncer que poco a poco, ha ido corroyendo los cimientos de la patria del socialismo, cuyo origen ha sido, el haber descuidado el bienestar de la población. Decía Gray, que todo régimen que no vele por los intereses de su ciudadanía, es decir por su bienestar, es un régimen que por mucho que presuma de democrático, ante todo siempre será ilegítimo, pues la obligación y la finalidad de todo gobierno, no puede ser otra, que la de facilitar la vida de sus gobernados. De esta forma, se podría decir, que el régimen socialista, al haber privilegiado en todo momento el mantenimiento y el fortalecimiento de las estructuras del sistema sobre la calidad de vida de su población, aparecía su propia opinión pública, como un régimen despótico, que poco o nada tenía que ver con ella, pues lo único que ocasionalmente le proporcionaba, eran grandes quebrantos, de los que sólo con grandes esfuerzos conseguía salir. Para el autor, y según lo anterior, la Unión Soviética, ante todo, era un gigante con los pies de barro, que tarde o temprano, cuando las contradicciones sobre las que vivía se cortocircuitaran, tendría que venirse abajo como finalmente sucedió, aunque nadie, ni tan siquiera lo expertos en la materia, que los había, llegó a pronosticar la magnitud de lo acontecido. El problema es que ahora, Rusia, la heredera de aquél gigante ya desaparecido, después de superar, en principio, el enorme caos que generó la desaparición del socialismo y del imperio tal como estaba configurado, comienza a levantarse poco a poco, basándose en los mismos parámetros imperialistas sobre los que se alzó la URSS, lo que no promete nada bueno para el futuro bienestar de su gente. Rusia, lo que atestiguan sus últimos movimientos, aspira a convertirse, de nuevo, en una superpotencia, basándose para ello, en los enormes recursos de que dispone, sobre todo en sus reservas de gas y petroleo, pero los beneficios que obtendrá, a no ser que cambie de forma radical su actitud, en lugar de beneficiar al grueso de su población, se destinarán, con toda seguridad, a construir las estructuras de imperio. Un nuevo imperio que se convertirá en un eterno dolor de cabeza para Occidente, como ya está comenzando a ocurrir, pero sobre todo, en una inagotable fuente de calamidades para su siempre sufrida población. Ante tal situación, Europa, siempre Europa, en lugar de acobardarse ante el nuevo poderío ruso, debería exigir la total democratización de dicho país, pues si Europa necesita de Rusia, más aún necesita Rusia de Europa. Pero este hipotético posicionamiento de Europa, en aras de la democratización del Estado y de la sociedad rusa, debería constituirse en una actitud inflexible, de cuyo resultado tendría que depender, todas las posibles relaciones, tanto políticas como económicas, que pudieran establecerse entre ambas potencias, pues en caso contrario, Rusia, en pocos años, se convertirá, de nuevo, en un grave peligro que podría desestabilizar por entero a Occidente, siempre sustentándose en las miserables condiciones de vida de sus habitantes.
Lunes, 21 de Mayo de 2.007
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