LECTURAS
(elo.086)
TIEMPO DE CONTRAREVOLUCIÓN
Juan Ramón Capella
Mientras tanto, nº 100
Tenemos un grave problema, nos estamos acostumbrando a interpretar la realidad por lo que vemos, sin preocuparnos siquiera, por todo aquello, que tras las bambalinas, hacen posible lo que acontece a nuestro alrededor. Nos conformamos sólo con lo que emerge a la superficie, sin pararnos a pensar que todo tiene un por qué, una razón, una causa, que en último extremo, configura la forma y el contenido de lo que acontece. Nos estamos banalizando preocupantemente, lo que nos deja sin fundamentos para mantener una actitud vigilante, crítica, con respecto a la realidad contra la que tenemos que enfrentarnos. Nos hemos acostumbrado a coger el rábano por las hojas, a otorgarle significado a lo anecdótico, olvidando que todo gesto, que toda pose, enmascara lo que en realidad debería de importarnos, los mecanismos ocultos, que obligan a que algo sea como es, y no de otra forma completamente diferente.
Lo anterior se pone de manifiesto cuando intentamos analizar la realidad política, pues en lugar de zambullirnos en las causas que hacen posible la actual situación en la que nos encontramos, nos conformamos con lo fácil, con intentar comprender lo que acaece, como si todo lo que observamos, no fuera más que una serie de hechos aislados que ocurren porque sí, como si cayeran del cielo, y no porque necesariamente, debido a una serie de circunstancias previas, tienen que ocurrir.
Cada día me preocupa más el desconocimiento político existente, lo que se pone de manifiesto, sobre todo, en los análisis que se llevan a cabo después de cada jornada electoral, por no hablar de la actitud que se mantiene a la hora de votar, algo que casi nunca llego a comprender. Cualquier observador imparcial, en el supuesto caso que tal espécimen existiera, estarían de acuerdo con Vidal Beneyto, en aquello de que nuestras sociedades, o de lo que queda de ellas, están sufriendo una derechización galopante, pues cada día sonroja más, el hecho de tener que soportar planteamientos, que hasta hace sólo unos años, sólo podían estar en boca de un capitalista confeso, y que ahora esgrimen, con temeraria inconsciencia, muchos de los que tienen que soportar en sus propias carnes las dinámicas capitalistas. Sí, la derechización del mundo es una realidad, y ello no se debe, como muy a menudo se piensa, al hecho de que en Occidente se hayan alcanzado unos niveles de vida inimaginables hace sólo treinta años, sino a una labor lenta pero continuada, que se ha teledirigido desde los centros neurálgicos del capitalismo internacional, al comprender éste, la necesidad que tenía para perpetuarse y legitimarse, de colonizar, también, la mentalidad del hombre medio, el que predomina en nuestras sociedades.
Gracias a su estrategia, el capital ha conseguido, rizando el rizo, que importantes sectores sociales, entre los que se encuentran los segmentos más débiles de la población, es decir los que más padecen sus prácticas, justifiquen sus políticas, lo que sólo puede deberse, y de esto no pueden existir dudas, al resultado de un exitoso proceso, gracias al cual se ha eliminado, eso tan molesto como es la disidencia social. ¿Pero cómo se ha llegado a la actual situación? ¿Cómo es posible que todo haya cambiado tanto en tan pocos años? A estas preguntas, y a otras, son a las que responde Capella en este interesante artículo. Para él, la situación actual, es el resultado de la ofensiva, que en los últimos años del siglo pasado, el capital organizó para aumentar su protagonismo, y por supuesto sus beneficios, a costas del grueso de la sociedad y de las instituciones de ésta. En un determinado momento, el capital, aprovechando el cambio sustancial que el panorama sociopolítico había experimentado debido al desmoronamiento de la Unión Soviética, lleva a cabo un golpe de mano para intentar situarse en el centro del Todo social, desbancando a lo público de tal posición, lo que consigue en gran medida, gracias al neoliberalismo, su brazo político. El neoliberalismo, puesto de moda gracias a una importante campaña mediática, y abanderado por las políticas neoconservadoras de Reagan y de Thacher, junto con el apoyo con el contó, desde un principio, de importantes sectores de la comunidad intelectual, parte de unos pocos principios, todos de una simplicidad extrema, que se podrían resumir en un solo postulado axiomático, a saber, que siempre hay que primar lo privado sobre lo público, lo que significa en último extremo, que lo público, lo de todos, para dejarle la vía libre a la iniciativa privada, debe de reducirse a su mínima expresión. Lo público según lo anterior, sólo podría justificarse y legitimarse, mientras se articule como un instrumento destinado, exclusivamente, a defender los intereses privados. El capitalismo de esta forma, realiza la cuadratura del círculo, logrando hacer realidad su gran sueño, el de convertir lo que antes se llamaba tejido social, en algo muy parecido a la ley de la selva, en donde sólo el más fuerte tiene posibilidades reales de sobrevivir, perdón, de levantar cabeza. Hablar de capitalismo a estas alturas, cuando todos somos tan modernos, puede resultar, a bote pronto, un enorme anacronismo rescatado de la noche de los tiempos, pero estimo, que ya va siendo hora, de que se vuelvan a llamar a las cosas por su auténtico nombre, con objeto de evitar malos entendidos. Pues bien, para Capella, esa ofensiva capitalista que se lleva a cabo desde hace más de un cuarto de siglo, y que está consiguiendo cambiar de forma radical las normas de juego, no es más que un intento por llevar a cabo la Gran Restauración capitalista, cuya intención no es otra, que la de eliminar todo rastro socialdemócrata o intervencionista de lo que aún algunos denominan nuestras sociedades. Este proceso, que aunque no se diga va en contra de los intereses mayoritarios, sólo ha podido ser posible, por el hecho de que se ha producido un gran apagón político, que ha convertido a la ciudadanía, en un mero convidado de piedra, que observa atónita, los cambios que se producen a su alrededor. La fisonomía de la ciudadanía realmente existente, la mayoritaria, podría definirse en primer lugar como apolítica, lo que significa, que sólo se preocupa por sus intereses inmediatos, por todo aquello que le incumbe de manera directa, sin prestar ninguna atención a los problemas sociales, por todo lo que debería afectarle ciertamente. Para Capella, este hecho, que es esencial para el éxito de la Gran Restauración, se debe a una de las aportaciones fundamentales de la tercera revolución industrial, la publicidad, que con el tiempo ha trascendido de su función primaria, la de dar salida a los productos que no tenían una salida clara en unos mercados saturados, para convertirse, en el gran instrumento existente de homogeneización social. La publicidad actual, es la gran responsable, gracias a sus discursos subliminales, de la creación del ciudadano políticamente correcto que puebla nuestras modernas y desarrolladas sociedades, de ese hombre que ha dejado de ser ciudadano para convertirse en individuo, en individuo que sólo aspira a subrayarse de forma constante.
Creo, que para comprender lo que ocurre, lo que acontece a nuestro alrededor, es importante, al menos para encuadrar la situación, tener en todo momento presente el proceso contrarevolucionario que describe Capella, siendo también esencial para comenzar a prepara una estrategia, que desde la izquierda, aspire a lanzar una contraofensiva, con un mínimo de posibilidades de éxito, que aspire a cambiar la actual situación, algo que muchos esperamos desde hace bastante tiempo.
31 de Mayo de 2.007
miércoles, 26 de septiembre de 2007
viernes, 14 de septiembre de 2007
EL IMPERIO
LECTURAS
(elo.085)
El Imperio
Ryszard Kapuscinski
Anagrama, 1.993
Después de tanto tiempo, por fin, acabo de leer “El imperio”, uno de esos textos, que a pesar de tener anotado en todas mis agendas como pendiente, se resistía, con extraña fuerza, posiblemente porque estimaba que nunca era el momento oportuno (todo libro tiene su momento, pues nunca hay que precipitar una lectura), para afrontar una obra, de la que sólo había escuchado elogios. Ahora, solo ahora, después de haber disfrutado con la capacidad expositiva de Kapuscinski, y de su singular e inteligente visión, en esta ocasión sobre el Imperio, comprendo, que la desaparición del polaco, haya sido un duro golpe para lo que queda del periodismo de altura. En estos extraños tiempos, el periodismo, lo que se pone de manifiesto en cada una de las encuestas que se publican, es una de las profesiones más desprestigiadas que existen, entre otras razones, por el hecho de haberse puesto al servicio de los más bajos instintos de la sociedad, a la que le ofrece, sólo que lo ésta desea, que no es otra cosa, en la mayoría de las ocasiones, que burda carroña. Esta forma de ejercer el periodismo, siguiendo la pauta, por ejemplo, de la novela y del cine imperante, dinamita todo su potencial, en beneficio de los que se encuentran detrás, agazapados, de las forma culturales imperantes. El buen periodista, no es el que se dedica a proporcionar información objetiva, como el que recita los números del último sorteo de la lotería, algo que debe quedar a cargo de los que están comenzando en la profesión, o para los diplomados en arte dramático, sino el que ofrece su visión de la realidad, intentando ser lo más fiel posible a dicha forma de entender lo que observa, lo que exige, poseer un bagaje cultural y vital de envergadura, algo que evidentemente, no se encuentra al alcance de cualquiera. El buen periodista, al menos en mi opinión, es el que aliña lo que ve con lo que es, el que sin dejar la posición que ocupa, intenta comprender lo que acaece a su alrededor, pues el que abandona su lugar en aras de eso que llaman objetividad, lo único que encuentra son discursos impuestos, y crónicas ya redactadas, por otros evidentemente, que a la fuerza, hay que hacer propias. A la verdad sólo se puede llegar, por el camino que marca la propia singularidad, pues sólo enterrado en lo que se es, se podrá palpar, y acariciar, la verdad profunda que se encuentra debajo de la verdad. Desde hace tiempo, sólo me acerco a la prensa, para leer los artículos que firman determinados periodistas, aquellos que me han demostrado a lo largo de los años cierta independencia, tanto de los medios en los que escriben, como de los discursos partidistas, que no ideológicos, que últimamente lo están emponzoñando todo. Tengo que reconocer, no obstante, que ejercer de periodista en nuestros días no tiene que ser fácil, sobre todo si se está comenzando, pues lo que desean los medios, todos, es tener a su servicio a un ejercito funcionarios (en el peor sentido del término), que en todo momento se plieguen, dejando en casa y para otras cuestiones su independencia, a los intereses particulares del medio en cuestión. Kapuscinski era uno de los grandes, uno de de los grandes reporteros que quedaban, de esos que sin temor, podían escribir lo que le viniera en gana, pues ningún jefe de redacción, ni ningún director de cualquier efímero periódico, se encontraba capacitado para marcarle las directrices que tenía que seguir. Evidentemente, aún existen pesos pesados que son capaces de presumir de independencia, pero tal y como soplan los vientos, veo difícil, que dentro de veinte años, si aún seguimos aquí, se pueda decir lo mismo, pues el modelo de periodista actual, al menos el requerido por los medios, cada día se parece menos, al que representaba kapuscinski. De todas formas, hay que dejar claro, al menos para terminar con este asunto, que criticar al gobierno de turno no es sinónimo de independencia, pues donde ésta se constata, es dentro del medio en donde se trabaje, en la actitud que se sostenga, ante los mandatos recibidos de quienes pagan. Dentro de un medio que de forma descarada, se encuentre en contra de un determinado gobierno, lo difícil para un periodista, evidentemente no sería atacar desde su tribuna a dicho gobierno, sino en llevarle la contraria a la línea editorial de su propio medio, de suerte que, en tal contexto, es donde se puede verificar el grado de independencia y de libertad profesional que se posee.
Kapuscinski, con este texto, trata de indagar sobre las causas del sorprendente, para todos, desmoonamiento de la Unión Soviética, lo que hace, compilando diferente trabajos realizados durante sus viajes por el Imperio. Para el polaco, la descomposición de la URSS, tiene su causa, en la propia naturaleza de ese gran país, que debido a su inmensidad, necesita articularse de forma imperial, de suerte que, su gran potencial, que siempre ha sido su extremada extensión, ha sido, al mismo tiempo, para su desgracia, su eterno caballo de batalla. Un imperio, de forma tradicional, designa el dominio de un determinado pueblo sobre el conjunto de otros pueblos, imponiendo a éstos, unas directrices y un sentido a su existencia, siendo la primera tarea de los dominadores, la de intentar en lo posible, pacificar el cuerpo social existente en sus territorios mediante la homogeneización cultural del mismo, lo que en la mayoría de las ocasiones, tiene que realizarse por la fuerza. De hecho, se podría decir, que todo imperio, antes que nada, debe velar por el mantenimiento del propio Imperio, dejando todo lo demás, para cuando tal circunstancia se de por solventada, lo que por unas causas o por otras, nunca se llega a producir por completo. Pues bien, ese afán, primero por crear un imperio, y con posterioridad por consolidarlo, al igual que ocurrió en la España imperial, ha tenido un efecto negativo de radical importancia en la Unión Soviética, pues tales prácticas, han posibilitado la aparición del cáncer que poco a poco, ha ido corroyendo los cimientos de la patria del socialismo, cuyo origen ha sido, el haber descuidado el bienestar de la población. Decía Gray, que todo régimen que no vele por los intereses de su ciudadanía, es decir por su bienestar, es un régimen que por mucho que presuma de democrático, ante todo siempre será ilegítimo, pues la obligación y la finalidad de todo gobierno, no puede ser otra, que la de facilitar la vida de sus gobernados. De esta forma, se podría decir, que el régimen socialista, al haber privilegiado en todo momento el mantenimiento y el fortalecimiento de las estructuras del sistema sobre la calidad de vida de su población, aparecía su propia opinión pública, como un régimen despótico, que poco o nada tenía que ver con ella, pues lo único que ocasionalmente le proporcionaba, eran grandes quebrantos, de los que sólo con grandes esfuerzos conseguía salir. Para el autor, y según lo anterior, la Unión Soviética, ante todo, era un gigante con los pies de barro, que tarde o temprano, cuando las contradicciones sobre las que vivía se cortocircuitaran, tendría que venirse abajo como finalmente sucedió, aunque nadie, ni tan siquiera lo expertos en la materia, que los había, llegó a pronosticar la magnitud de lo acontecido. El problema es que ahora, Rusia, la heredera de aquél gigante ya desaparecido, después de superar, en principio, el enorme caos que generó la desaparición del socialismo y del imperio tal como estaba configurado, comienza a levantarse poco a poco, basándose en los mismos parámetros imperialistas sobre los que se alzó la URSS, lo que no promete nada bueno para el futuro bienestar de su gente. Rusia, lo que atestiguan sus últimos movimientos, aspira a convertirse, de nuevo, en una superpotencia, basándose para ello, en los enormes recursos de que dispone, sobre todo en sus reservas de gas y petroleo, pero los beneficios que obtendrá, a no ser que cambie de forma radical su actitud, en lugar de beneficiar al grueso de su población, se destinarán, con toda seguridad, a construir las estructuras de imperio. Un nuevo imperio que se convertirá en un eterno dolor de cabeza para Occidente, como ya está comenzando a ocurrir, pero sobre todo, en una inagotable fuente de calamidades para su siempre sufrida población. Ante tal situación, Europa, siempre Europa, en lugar de acobardarse ante el nuevo poderío ruso, debería exigir la total democratización de dicho país, pues si Europa necesita de Rusia, más aún necesita Rusia de Europa. Pero este hipotético posicionamiento de Europa, en aras de la democratización del Estado y de la sociedad rusa, debería constituirse en una actitud inflexible, de cuyo resultado tendría que depender, todas las posibles relaciones, tanto políticas como económicas, que pudieran establecerse entre ambas potencias, pues en caso contrario, Rusia, en pocos años, se convertirá, de nuevo, en un grave peligro que podría desestabilizar por entero a Occidente, siempre sustentándose en las miserables condiciones de vida de sus habitantes.
Lunes, 21 de Mayo de 2.007
(elo.085)
El Imperio
Ryszard Kapuscinski
Anagrama, 1.993
Después de tanto tiempo, por fin, acabo de leer “El imperio”, uno de esos textos, que a pesar de tener anotado en todas mis agendas como pendiente, se resistía, con extraña fuerza, posiblemente porque estimaba que nunca era el momento oportuno (todo libro tiene su momento, pues nunca hay que precipitar una lectura), para afrontar una obra, de la que sólo había escuchado elogios. Ahora, solo ahora, después de haber disfrutado con la capacidad expositiva de Kapuscinski, y de su singular e inteligente visión, en esta ocasión sobre el Imperio, comprendo, que la desaparición del polaco, haya sido un duro golpe para lo que queda del periodismo de altura. En estos extraños tiempos, el periodismo, lo que se pone de manifiesto en cada una de las encuestas que se publican, es una de las profesiones más desprestigiadas que existen, entre otras razones, por el hecho de haberse puesto al servicio de los más bajos instintos de la sociedad, a la que le ofrece, sólo que lo ésta desea, que no es otra cosa, en la mayoría de las ocasiones, que burda carroña. Esta forma de ejercer el periodismo, siguiendo la pauta, por ejemplo, de la novela y del cine imperante, dinamita todo su potencial, en beneficio de los que se encuentran detrás, agazapados, de las forma culturales imperantes. El buen periodista, no es el que se dedica a proporcionar información objetiva, como el que recita los números del último sorteo de la lotería, algo que debe quedar a cargo de los que están comenzando en la profesión, o para los diplomados en arte dramático, sino el que ofrece su visión de la realidad, intentando ser lo más fiel posible a dicha forma de entender lo que observa, lo que exige, poseer un bagaje cultural y vital de envergadura, algo que evidentemente, no se encuentra al alcance de cualquiera. El buen periodista, al menos en mi opinión, es el que aliña lo que ve con lo que es, el que sin dejar la posición que ocupa, intenta comprender lo que acaece a su alrededor, pues el que abandona su lugar en aras de eso que llaman objetividad, lo único que encuentra son discursos impuestos, y crónicas ya redactadas, por otros evidentemente, que a la fuerza, hay que hacer propias. A la verdad sólo se puede llegar, por el camino que marca la propia singularidad, pues sólo enterrado en lo que se es, se podrá palpar, y acariciar, la verdad profunda que se encuentra debajo de la verdad. Desde hace tiempo, sólo me acerco a la prensa, para leer los artículos que firman determinados periodistas, aquellos que me han demostrado a lo largo de los años cierta independencia, tanto de los medios en los que escriben, como de los discursos partidistas, que no ideológicos, que últimamente lo están emponzoñando todo. Tengo que reconocer, no obstante, que ejercer de periodista en nuestros días no tiene que ser fácil, sobre todo si se está comenzando, pues lo que desean los medios, todos, es tener a su servicio a un ejercito funcionarios (en el peor sentido del término), que en todo momento se plieguen, dejando en casa y para otras cuestiones su independencia, a los intereses particulares del medio en cuestión. Kapuscinski era uno de los grandes, uno de de los grandes reporteros que quedaban, de esos que sin temor, podían escribir lo que le viniera en gana, pues ningún jefe de redacción, ni ningún director de cualquier efímero periódico, se encontraba capacitado para marcarle las directrices que tenía que seguir. Evidentemente, aún existen pesos pesados que son capaces de presumir de independencia, pero tal y como soplan los vientos, veo difícil, que dentro de veinte años, si aún seguimos aquí, se pueda decir lo mismo, pues el modelo de periodista actual, al menos el requerido por los medios, cada día se parece menos, al que representaba kapuscinski. De todas formas, hay que dejar claro, al menos para terminar con este asunto, que criticar al gobierno de turno no es sinónimo de independencia, pues donde ésta se constata, es dentro del medio en donde se trabaje, en la actitud que se sostenga, ante los mandatos recibidos de quienes pagan. Dentro de un medio que de forma descarada, se encuentre en contra de un determinado gobierno, lo difícil para un periodista, evidentemente no sería atacar desde su tribuna a dicho gobierno, sino en llevarle la contraria a la línea editorial de su propio medio, de suerte que, en tal contexto, es donde se puede verificar el grado de independencia y de libertad profesional que se posee.
Kapuscinski, con este texto, trata de indagar sobre las causas del sorprendente, para todos, desmoonamiento de la Unión Soviética, lo que hace, compilando diferente trabajos realizados durante sus viajes por el Imperio. Para el polaco, la descomposición de la URSS, tiene su causa, en la propia naturaleza de ese gran país, que debido a su inmensidad, necesita articularse de forma imperial, de suerte que, su gran potencial, que siempre ha sido su extremada extensión, ha sido, al mismo tiempo, para su desgracia, su eterno caballo de batalla. Un imperio, de forma tradicional, designa el dominio de un determinado pueblo sobre el conjunto de otros pueblos, imponiendo a éstos, unas directrices y un sentido a su existencia, siendo la primera tarea de los dominadores, la de intentar en lo posible, pacificar el cuerpo social existente en sus territorios mediante la homogeneización cultural del mismo, lo que en la mayoría de las ocasiones, tiene que realizarse por la fuerza. De hecho, se podría decir, que todo imperio, antes que nada, debe velar por el mantenimiento del propio Imperio, dejando todo lo demás, para cuando tal circunstancia se de por solventada, lo que por unas causas o por otras, nunca se llega a producir por completo. Pues bien, ese afán, primero por crear un imperio, y con posterioridad por consolidarlo, al igual que ocurrió en la España imperial, ha tenido un efecto negativo de radical importancia en la Unión Soviética, pues tales prácticas, han posibilitado la aparición del cáncer que poco a poco, ha ido corroyendo los cimientos de la patria del socialismo, cuyo origen ha sido, el haber descuidado el bienestar de la población. Decía Gray, que todo régimen que no vele por los intereses de su ciudadanía, es decir por su bienestar, es un régimen que por mucho que presuma de democrático, ante todo siempre será ilegítimo, pues la obligación y la finalidad de todo gobierno, no puede ser otra, que la de facilitar la vida de sus gobernados. De esta forma, se podría decir, que el régimen socialista, al haber privilegiado en todo momento el mantenimiento y el fortalecimiento de las estructuras del sistema sobre la calidad de vida de su población, aparecía su propia opinión pública, como un régimen despótico, que poco o nada tenía que ver con ella, pues lo único que ocasionalmente le proporcionaba, eran grandes quebrantos, de los que sólo con grandes esfuerzos conseguía salir. Para el autor, y según lo anterior, la Unión Soviética, ante todo, era un gigante con los pies de barro, que tarde o temprano, cuando las contradicciones sobre las que vivía se cortocircuitaran, tendría que venirse abajo como finalmente sucedió, aunque nadie, ni tan siquiera lo expertos en la materia, que los había, llegó a pronosticar la magnitud de lo acontecido. El problema es que ahora, Rusia, la heredera de aquél gigante ya desaparecido, después de superar, en principio, el enorme caos que generó la desaparición del socialismo y del imperio tal como estaba configurado, comienza a levantarse poco a poco, basándose en los mismos parámetros imperialistas sobre los que se alzó la URSS, lo que no promete nada bueno para el futuro bienestar de su gente. Rusia, lo que atestiguan sus últimos movimientos, aspira a convertirse, de nuevo, en una superpotencia, basándose para ello, en los enormes recursos de que dispone, sobre todo en sus reservas de gas y petroleo, pero los beneficios que obtendrá, a no ser que cambie de forma radical su actitud, en lugar de beneficiar al grueso de su población, se destinarán, con toda seguridad, a construir las estructuras de imperio. Un nuevo imperio que se convertirá en un eterno dolor de cabeza para Occidente, como ya está comenzando a ocurrir, pero sobre todo, en una inagotable fuente de calamidades para su siempre sufrida población. Ante tal situación, Europa, siempre Europa, en lugar de acobardarse ante el nuevo poderío ruso, debería exigir la total democratización de dicho país, pues si Europa necesita de Rusia, más aún necesita Rusia de Europa. Pero este hipotético posicionamiento de Europa, en aras de la democratización del Estado y de la sociedad rusa, debería constituirse en una actitud inflexible, de cuyo resultado tendría que depender, todas las posibles relaciones, tanto políticas como económicas, que pudieran establecerse entre ambas potencias, pues en caso contrario, Rusia, en pocos años, se convertirá, de nuevo, en un grave peligro que podría desestabilizar por entero a Occidente, siempre sustentándose en las miserables condiciones de vida de sus habitantes.
Lunes, 21 de Mayo de 2.007
rEFUGIARSE EN LA CAJA DE PANDORA
LECTURAS
(elo.084)
Zigmunt Bauman
Refugiarse en la caja de Pandora
Vida Líquida, 2.005
Posiblemente todos los tiempos hayan sido difíciles, aunque creo, que los momentos de transición, aquellos periodos históricos en donde dos formas de entender la existencia se confunden y enmarañan entre sí, son los que provocan más desasosiego. Cada época posee su peculiar mirada sobre el mundo, de suerte que, cuando dos visiones chocan en un determinado momento, la establecida y la que llena de ambiciones llega, es conveniente guardar las distancias, para intentar comprender las diferencias entre una y otra, ya que en demasiadas ocasiones, la desorientación lo empapa todo. Sí, resulta necesario saber distinguir y diferenciar las diferentes voces existentes, para poder observar con claridad el singular e irrepetible paisaje, que se divisa desde la posición que ocupamos, pues sólo así, calibrando y sopesando las demás, podremos encontrar nuestra propia mirada, lo que en ningún momento suele resultar fácil. Nuestra época se caracteriza por la coexistencia, casi nunca pacífica, de dos concepciones radicalmente diferentes de lo que debe ser el talante del ser humano ante la realidad, la moderna y la postmoderna, dos formas de entender la existencia, y la realidad, que cuentan con innumerables seguidores, por lo que podría decirse que la victoria de una de ellas, sea la que sea, no resultará fácil.
Debido a la confusión existente, a las diferentes opiniones que se entrecruzan y que colisionan entre sí, a la manipulación y al escaso interés que importantes sectores sociales mantienen sobre cuestiones esenciales, lo que potencia la apatía y “el todo vale”, cada día resulta más importante, sobre todo para eliminar, en la medida de lo posible, el gran número de equívocos existentes que nos mantienen caminando sobre un mar de dudas, sin saber tan siquiera, hacia dónde resulta conveniente dirigirse y hacia dónde no, es conveniente, repito, que comencemos de nuevo a posicionarnos, lo que nos obligará a realizar un esfuerzo al que desgraciadamente ya no estamos acostumbrados. No, porque desde hace bastante tiempo, nos hemos acostumbrado a quedarnos con las opiniones y las definiciones del mundo, que desde el exterior nos llegaban perfectamente embaladas y etiquetadas, con lazo de regalo incluido, lo que ha tenido la virtud, de evitarnos la engorrosa tarea de tener que pensar por nuestra cuenta. El problema es que tal actitud, que tan cómoda resulta, posee un coste en mi opinión demasiado elevado, que inevitablemente hay que afrontar, que no es otro, que el de tener que aceptar un mundo prefabricado, un mundo ajeno, en donde no podremos encontrar, aunque busquemos a fondo, rastro alguno de lo que somos.
Es necesario, por tanto, que comencemos de nuevo a analizar el mundo que ante nosotros se presenta, con la intención, de con el tiempo, pues esta tarea no puede ser de hoy para mañana, que las opiniones que sobre él tengamos, ante todo se parezcan a nosotros. El mundo que habitamos, en parte es inhóspito, o lo sentimos inhóspito, por el hecho de que estamos convencidos de que no es nuestro mundo, de que es un lugar reinventado y estructurado por otros y que ya ha dejado de pertenecernos. Por ello, por ese no sentirnos cómodos en nuestro teórico mundo comunitario, no tenemos más remedio que buscar acomodo en el ámbito privado, ejecutando un enroque, que sólo podrá abrirse para hacer frente a cuestiones imprescindibles. El hombre de nuestro tiempo, observa las sociedades y las ciudades que les ha tocado vivir, como lugares peligrosos, en donde no controla lo que ocurre, lo que le obliga a buscar la seguridad que tanto necesita, en el interior del reducido mundo que poco a poco ha ido creando, compuesto sólo por un reducido número de personas, y que sólo en raras ocasiones, sobrepasa a las que componen su medio familiar, lugar en donde cree poder controlar todas las variables que puedan afectarle. No cabe dudas, de que para llegar a tal situación han tenido que ocurrir muchas cosas, entre las que hay que destacar, el proceso de debilitamiento al que ha sido sometido el ser humano que impera en la actualidad, que cada día parece más narcisista de cara al exterior, pero que ha encogido de manera ostensible durante los últimos años. A este sujeto se le ha asustado tanto, se le ha metido tanto miedo, que la única opción que le queda, es la de conservar lo que posee y despreocuparse de forma definitiva, por otros objetivos que pudieran hacerle la vida más llevadera, pues está convencido, que la dirección de los vientos definitivamente han cambiado, y que ahora lo que toca es resistir, para salvaguardar, al precio que sea, lo poco que aún posee de valor. El primer paso de todo este proceso, consistirá en la sustitución de su mundo por un mundo ya perfectamente prefigurado, más cómodo ciertamente, pero cien por cien artificial, que demostró su inconsistencia, cuando ese individuo comenzó a ser embestido por todos los vientos, comprendiendo, demasiado tarde por supuesto, que las estructuras y los entramados sociales, ya no se encontraban capacitados para ejercer su antigua función, la de proteger a la ciudadanía, al haberse convertido en parte del mismo problema. Al antiguo ciudadano, por tanto, en primer lugar, se le insta a que acepte los discurso que se les ofrecen, en donde se le dice que no se preocupe por nada y que lo deje todo en manos de los que saben, para con posterioridad, cuando ya carece de un suelo propio sobre el que alzarse, se le atiza con fuerzas, desde la seguridad de que no sabrá responder, pues las pocas fuerzas que le quedan, tendrá que utilizarlas, para intentar encontrar un lugar seguro en donde sentirse a resguardo.
Para Bauman, ese hombre debilitado y asustado, encuentra que las sociedades en donde tiene que desarrollar su existencia, en lugar de constituirse como fortalezas que le permita una vida cómoda y segura, se han convertido en los lugares, de donde se nutre la inseguridad que tanto le atemoriza. Cualquiera de los dos discursos mayoritarios, tanto el moderno como el postmoderno, si se llevaran a cabo, tendrían la capacidad de calmarlo, pero ocurre, que hoy ni siquiera existe voluntad, de intentar al menos, de encausar o de domesticar la realidad, convirtiéndose ésta, en un lugar descontrolado, de una hostilidad que en todo momento hay que evitar. El discurso moderno, el clásico, aspiraba mediante una opción continua, homogeneizar a la sociedad, es decir, intentar unificar bajo un modelo claramente definido, toda la variedad que dicha sociedad en un principio mostraba. Es el modelo en todo momento definido por los jacobinos, por el que siempre han apostado los defensores de la igualdad, es decir la izquierda. En contra de este modelo, que para algunos se encuentra claramente desfasado, y cuya implantación resulta cada día económicamente más insostenible, además de ir en contra de la pluralidad social, se posicionan los postmodernos, que señalan hacia el multiculturalismo, una practica social que afirma, que nuestras sociedades deben comenzar a olvidar su ambición unitaria y aceptar las pluralidad de las mismas, es decir, en ámbitos en donde puedan convivir diferentes formas culturales, con diferentes ritmos de desarrollo.
Bauman estima, que la solución no es ni una ni la otra, ni los métodos de homologación recomendados por el modernismo, ni por el contrario, la gethización de social que preconizan los postmodernos, pues mientras que la primera opción vulnera e intenta aniquilar las diferencias, la segunda, basándose en dichas diferencias, lo que hace en realidad, es dinamitar la posibilidad de la igualdad. Bauman, cree que en primer lugar lo que hay que hacer es fortalecer a ese individuo, lo que sólo será posible en la diversidad, es decir, fuera del invernadero en donde se ha introducido para escapar de todo lo que no controla. Pero creo que el proceso, tal y como están las cosas, en buena medida resulta irrevocable, y que Bauman, en esta ocasión, peca de un optimismo voluntarista que no se acomoda a la realidad. Desde el poder, desde todos los poderes existentes, sin embargo, se intenta no sólo que todo siga como hasta ahora, sino que la heterogeneidad social se potencie más y más, con la intención de que el miedo que mantiene al hombre de nuestro tiempo encerrado en su pequeño y confortable mundo controlado, siga funcionando como desarticulador social. La única esperanza que conservo, es la creación de pequeños grupos, que puedan articularse bajo las sombras de afinidades comunes, que obligue a algunos, a comprender que existe vida fuera de su bunkerizado pequeño mundo, aunque para ser sinceros, no apostaría mucho por ello.
Miércoles, 2 de Mayo de 2.007
(elo.084)
Zigmunt Bauman
Refugiarse en la caja de Pandora
Vida Líquida, 2.005
Posiblemente todos los tiempos hayan sido difíciles, aunque creo, que los momentos de transición, aquellos periodos históricos en donde dos formas de entender la existencia se confunden y enmarañan entre sí, son los que provocan más desasosiego. Cada época posee su peculiar mirada sobre el mundo, de suerte que, cuando dos visiones chocan en un determinado momento, la establecida y la que llena de ambiciones llega, es conveniente guardar las distancias, para intentar comprender las diferencias entre una y otra, ya que en demasiadas ocasiones, la desorientación lo empapa todo. Sí, resulta necesario saber distinguir y diferenciar las diferentes voces existentes, para poder observar con claridad el singular e irrepetible paisaje, que se divisa desde la posición que ocupamos, pues sólo así, calibrando y sopesando las demás, podremos encontrar nuestra propia mirada, lo que en ningún momento suele resultar fácil. Nuestra época se caracteriza por la coexistencia, casi nunca pacífica, de dos concepciones radicalmente diferentes de lo que debe ser el talante del ser humano ante la realidad, la moderna y la postmoderna, dos formas de entender la existencia, y la realidad, que cuentan con innumerables seguidores, por lo que podría decirse que la victoria de una de ellas, sea la que sea, no resultará fácil.
Debido a la confusión existente, a las diferentes opiniones que se entrecruzan y que colisionan entre sí, a la manipulación y al escaso interés que importantes sectores sociales mantienen sobre cuestiones esenciales, lo que potencia la apatía y “el todo vale”, cada día resulta más importante, sobre todo para eliminar, en la medida de lo posible, el gran número de equívocos existentes que nos mantienen caminando sobre un mar de dudas, sin saber tan siquiera, hacia dónde resulta conveniente dirigirse y hacia dónde no, es conveniente, repito, que comencemos de nuevo a posicionarnos, lo que nos obligará a realizar un esfuerzo al que desgraciadamente ya no estamos acostumbrados. No, porque desde hace bastante tiempo, nos hemos acostumbrado a quedarnos con las opiniones y las definiciones del mundo, que desde el exterior nos llegaban perfectamente embaladas y etiquetadas, con lazo de regalo incluido, lo que ha tenido la virtud, de evitarnos la engorrosa tarea de tener que pensar por nuestra cuenta. El problema es que tal actitud, que tan cómoda resulta, posee un coste en mi opinión demasiado elevado, que inevitablemente hay que afrontar, que no es otro, que el de tener que aceptar un mundo prefabricado, un mundo ajeno, en donde no podremos encontrar, aunque busquemos a fondo, rastro alguno de lo que somos.
Es necesario, por tanto, que comencemos de nuevo a analizar el mundo que ante nosotros se presenta, con la intención, de con el tiempo, pues esta tarea no puede ser de hoy para mañana, que las opiniones que sobre él tengamos, ante todo se parezcan a nosotros. El mundo que habitamos, en parte es inhóspito, o lo sentimos inhóspito, por el hecho de que estamos convencidos de que no es nuestro mundo, de que es un lugar reinventado y estructurado por otros y que ya ha dejado de pertenecernos. Por ello, por ese no sentirnos cómodos en nuestro teórico mundo comunitario, no tenemos más remedio que buscar acomodo en el ámbito privado, ejecutando un enroque, que sólo podrá abrirse para hacer frente a cuestiones imprescindibles. El hombre de nuestro tiempo, observa las sociedades y las ciudades que les ha tocado vivir, como lugares peligrosos, en donde no controla lo que ocurre, lo que le obliga a buscar la seguridad que tanto necesita, en el interior del reducido mundo que poco a poco ha ido creando, compuesto sólo por un reducido número de personas, y que sólo en raras ocasiones, sobrepasa a las que componen su medio familiar, lugar en donde cree poder controlar todas las variables que puedan afectarle. No cabe dudas, de que para llegar a tal situación han tenido que ocurrir muchas cosas, entre las que hay que destacar, el proceso de debilitamiento al que ha sido sometido el ser humano que impera en la actualidad, que cada día parece más narcisista de cara al exterior, pero que ha encogido de manera ostensible durante los últimos años. A este sujeto se le ha asustado tanto, se le ha metido tanto miedo, que la única opción que le queda, es la de conservar lo que posee y despreocuparse de forma definitiva, por otros objetivos que pudieran hacerle la vida más llevadera, pues está convencido, que la dirección de los vientos definitivamente han cambiado, y que ahora lo que toca es resistir, para salvaguardar, al precio que sea, lo poco que aún posee de valor. El primer paso de todo este proceso, consistirá en la sustitución de su mundo por un mundo ya perfectamente prefigurado, más cómodo ciertamente, pero cien por cien artificial, que demostró su inconsistencia, cuando ese individuo comenzó a ser embestido por todos los vientos, comprendiendo, demasiado tarde por supuesto, que las estructuras y los entramados sociales, ya no se encontraban capacitados para ejercer su antigua función, la de proteger a la ciudadanía, al haberse convertido en parte del mismo problema. Al antiguo ciudadano, por tanto, en primer lugar, se le insta a que acepte los discurso que se les ofrecen, en donde se le dice que no se preocupe por nada y que lo deje todo en manos de los que saben, para con posterioridad, cuando ya carece de un suelo propio sobre el que alzarse, se le atiza con fuerzas, desde la seguridad de que no sabrá responder, pues las pocas fuerzas que le quedan, tendrá que utilizarlas, para intentar encontrar un lugar seguro en donde sentirse a resguardo.
Para Bauman, ese hombre debilitado y asustado, encuentra que las sociedades en donde tiene que desarrollar su existencia, en lugar de constituirse como fortalezas que le permita una vida cómoda y segura, se han convertido en los lugares, de donde se nutre la inseguridad que tanto le atemoriza. Cualquiera de los dos discursos mayoritarios, tanto el moderno como el postmoderno, si se llevaran a cabo, tendrían la capacidad de calmarlo, pero ocurre, que hoy ni siquiera existe voluntad, de intentar al menos, de encausar o de domesticar la realidad, convirtiéndose ésta, en un lugar descontrolado, de una hostilidad que en todo momento hay que evitar. El discurso moderno, el clásico, aspiraba mediante una opción continua, homogeneizar a la sociedad, es decir, intentar unificar bajo un modelo claramente definido, toda la variedad que dicha sociedad en un principio mostraba. Es el modelo en todo momento definido por los jacobinos, por el que siempre han apostado los defensores de la igualdad, es decir la izquierda. En contra de este modelo, que para algunos se encuentra claramente desfasado, y cuya implantación resulta cada día económicamente más insostenible, además de ir en contra de la pluralidad social, se posicionan los postmodernos, que señalan hacia el multiculturalismo, una practica social que afirma, que nuestras sociedades deben comenzar a olvidar su ambición unitaria y aceptar las pluralidad de las mismas, es decir, en ámbitos en donde puedan convivir diferentes formas culturales, con diferentes ritmos de desarrollo.
Bauman estima, que la solución no es ni una ni la otra, ni los métodos de homologación recomendados por el modernismo, ni por el contrario, la gethización de social que preconizan los postmodernos, pues mientras que la primera opción vulnera e intenta aniquilar las diferencias, la segunda, basándose en dichas diferencias, lo que hace en realidad, es dinamitar la posibilidad de la igualdad. Bauman, cree que en primer lugar lo que hay que hacer es fortalecer a ese individuo, lo que sólo será posible en la diversidad, es decir, fuera del invernadero en donde se ha introducido para escapar de todo lo que no controla. Pero creo que el proceso, tal y como están las cosas, en buena medida resulta irrevocable, y que Bauman, en esta ocasión, peca de un optimismo voluntarista que no se acomoda a la realidad. Desde el poder, desde todos los poderes existentes, sin embargo, se intenta no sólo que todo siga como hasta ahora, sino que la heterogeneidad social se potencie más y más, con la intención de que el miedo que mantiene al hombre de nuestro tiempo encerrado en su pequeño y confortable mundo controlado, siga funcionando como desarticulador social. La única esperanza que conservo, es la creación de pequeños grupos, que puedan articularse bajo las sombras de afinidades comunes, que obligue a algunos, a comprender que existe vida fuera de su bunkerizado pequeño mundo, aunque para ser sinceros, no apostaría mucho por ello.
Miércoles, 2 de Mayo de 2.007
HOY JÚPITER
LECTURAS
(elo.083)
HOY, JUPITER
Luis Landero
Tusquets, 2.007
Todos aspiramos a ser felices, pero nadie parece conocer la ruta que conduce hacia ese idealizado estado, en donde estamos convencidos que la vida tiene que resultar mucho más llevadera. Es posible que ese camino no exista, al menos tal y como se nos quiere hacer creer, y que cada uno de nosotros, para complicar aún más las cosas, posea su propio acceso directo a la felicidad, a una felicidad con minúsculas, que es la única que existe, pues la otra, la que tanto se publicita y de la que tanto se habla, no es más que un extraño y atractivo señuelo, en el que solemos caer una y otra vez. Cada uno de nosotros, por tanto, debe intentar encontrar su particular forma de poder acceder a su concepción de la felicidad, que, en el fondo, consiste en descubrir el punto exacto, desde el cual, todos los equilibrios resultan posibles, lo que, como se comprende, no es algo que suela ocurrir todos los días. La felicidad no es otra cosa, por mucho que se nos diga, que sentirse compensado, que comprender y saborear que todo se encuentra en su lugar, en su sitio, que nada va a su aire, por eso, no por otra cosa, decimos que es casi milagrosa. Pero a pesar de lo anterior, que puede mostrar una imagen casi inalcanzable de la felicidad, hay que reconocer, que la mayoría de los que nos rodean, se encuentran cerca de haber encontrado ese equilibrio en sus existencias, lo que les mantiene a un solo paso de ella. Se podría decir, y de hecho hay algunos que estarían dispuestos a apostar todo lo que poseen por sostener tal afirmación, que lo anterior no es la felicidad, al creer aún, que la felicidad es algo que posee mayores dimensiones, que es una especie de cuerpo celeste, que poco tiene que ver con los seres humanos y con su cotidianidad. Pero la única forma de aprehenderla, de hacerla nuestra, es acercándola a lo que somos y no alejarla como constantemente hacemos hacia lo que queremos ser, siendo éste el grave problema, pues más a menudo de lo que parece, confundimos, lo que confirma nuestra absoluta desorientación, lo que somos con el ideal de lo que nos gustaría ser. Lo mismo ocurre con la realidad, ya que nos pasamos la vida luchando contra ella o por ella, en lugar de intentar comprenderla, pues en vez de aceptarla como es, de buscar un hueco en ella que se adapte a lo que somos, intentamos que sea ella la que se adecue, no ya a lo que somos, que ya de por sí resulta una locura, sino a lo que nos gustaría ser. Cada día estoy más convencido, y lo he comentado en más de una ocasión, que los ideales están logrando desorientarnos por entero, pues están consiguiendo, al no ser utilizados correctamente, alejarnos de la realidad, del mundo tangible, llevándonos a unos lugares en donde todo es ficticio, en donde habitan, y no por casualidad, la insatisfacción y la infelicidad. ¿Pero que es lo que ocurre para que algunos, prefieran agarrarse a unos ideales, antes que coger por el cuello a la realidad? Digo algunos, porque esta patología, sí una patología que se parece más a un virus maligno y cancerígeno que a otra cosa, no afecta a toda la población por igual, sino sólo a algunos individuos, que se ven en la obligación de luchar de forma constante, para intentar, de vez en cuando, tocar tierra en lugar de nubes. ¿Pero por qué a unos sí y a otros no? No quiero creer que dicha elección se efectúe de forma aleatoria, por lo que tiene que existir una causa, algo que dichos individuos posean, que tenga la virtud, de atraer a dicho mal. El problema tiene que radicar en el interior de tales sujetos, en la estructura psíquica y vital de los mismos, en aquello que consigue que alguien se comporte de una determinada forma y no de otra, en fin, en el centro neurálgico que configura el tipo de relación que un individuo mantiene con la realidad. Sí, el problema tiene que encontrarse ahí, en la singular relación que se mantenga con la realidad, en el hecho de que se la acepte tal como es, para con posterioridad, en el mejor de los casos, intentar modificarla a mejor, o que se la rechace de forma terminante. Aceptar la realidad, no significa ni mucho menos, que se sacralice lo existente, no, sólo certificar su existencia para saber a qué hay que atenerse, pues toda posible reforma, debe basarse, si en realidad se desea que sea efectiva, en un conocimiento previo y exhaustivo de lo que realmente existe. De hecho, sólo desde la aceptación y desde el conocimiento de la realidad, puede resultar posible la transformación de la misma. El problema es de los que no aceptan lo existente, de los que, al creer que son incompatibles con la realidad, optan por encerrarse en artificiales burbujas en donde intentan vivir con plenitud, sin comprender, que los ideales sólo sirven para iluminar nuestras existencias, y no para vivir sobre ellos. Algunos están convencidos, de que en el territorio geométrico de los ideales, siempre repleto de aristas punzantes y de perfectos discursos, en donde no suele faltar ni una sola coma, puede resultar posible la vida, y se empeñan con el mejor voluntarismo de los posibles, en intentar acampar en sus inhóspitas cumbres, decididos a juzgar el mundo desde dichos lugares, encontrando sólo, en contrapartida, en lugar de esa felicidad anhelada, una soledad insoportable y suicida de la que difícilmente pueden escapar. En fin, sólo los que han respirado la pureza de esos aires, que resultan de una toxicidad extrema, pueden hablar de ese peligroso lugar, y comprender que la felicidad sólo es posible desde la realidad, desde una realidad, a ser posible, como dije con anterioridad, iluminada por un determinado ideal.
Desde lo que somos, por tanto, hay que caminar hacia lo que queremos, pues lo contrario, aunque nos empeñemos en ello, resulta inviable, lo que implica realizar un esfuerzo, para intentar adecuar nuestras necesidades a nuestras capacidades, pues en todo momento deben ser éstas, las que acojan a aquéllas.
La esperada novela de Luís Landero, habla precisamente de esto, de la imposibilidad de encontrar la felicidad en los ideales, pues la felicidad, parece decirnos el novelista extremeño, en el supuesto caso de que exista, sólo puede ser encontrada en el pequeño mundo que nos rodea, que es el único lugar en donde tenemos que cultivar nuestra existencia. Para sostener su tesis, el autor desarrolla dos historias, por un lado la de Dámaso, quien tuvo que soportar, en un principio, los intentos por parte de su padre por planificarle un futuro, para después, lidiar con el rencor que le provocó el hecho de que le apartara de su vida, cuando su padre comprendió, que su hijo no estaba capacitado para convertirse en el protagonista de sus sueños. La otra historia, a todas luces secundaria, nos relata las peripecias de un profesor, que en todo momento deseó ser algo más, erudito profesor universitario o famoso escritor, pero que descubre, demasiado tarde, que la auténtica felicidad no se encontraba en lo proyectos que tanto deseaba, sino en su mundo real y cotidiano.
Landero desarrolla ambas historias de forma clásica, alternando un capítulo de su novela para una, y otro para la otra, sin que hasta el final, tengan ninguna relación entre sí. La esperada intersección entre ambas, se lleva a cabo, gracias a que los dos protagonistas en los últimos compases de la novela llegan a conocerse.
Desde un principio, “Hoy Júpiter”, me pareció una novela decepcionante, pues ni las diferentes historias ni el estilo utilizado para su desarrollo conseguían llamarme la atención, de suerte que, en determinados instantes, temí que tendría que abandonar su lectura. Pero no, ahora creo, que el éxito de Landero, si a tal hecho puede denominarse éxito, radica en haber realizado una novela, que en ningún momento llama poderosamente la atención, una novela que huele y sabe a antigua (hace recordar constantemente al Abel Sánchez de Unamuno), pero que de forma inexplicable en ningún momento se llega a abandonar, lo que sin duda no se debe a la casualidad, sino que es mérito del autor.
Posiblemente Landero no sea mi novelista español preferido, pero tengo que reconocer, lo que es interesante en los tiempos en que vivimos, que el extremeño va a su aire, realizando una literatura, que aunque parezca de otros tiempos, es la suya, lo que es motivo suficiente, para estar siempre pendiente de lo que hace y publica, pues el hecho de que pueda parecer que está “fondón”, como una amiga me lo definió hace poco tiempo, no significa, ni mucho menos, que carezca de interés.
Domingo, 29 de Abril de 2.007
(elo.083)
HOY, JUPITER
Luis Landero
Tusquets, 2.007
Todos aspiramos a ser felices, pero nadie parece conocer la ruta que conduce hacia ese idealizado estado, en donde estamos convencidos que la vida tiene que resultar mucho más llevadera. Es posible que ese camino no exista, al menos tal y como se nos quiere hacer creer, y que cada uno de nosotros, para complicar aún más las cosas, posea su propio acceso directo a la felicidad, a una felicidad con minúsculas, que es la única que existe, pues la otra, la que tanto se publicita y de la que tanto se habla, no es más que un extraño y atractivo señuelo, en el que solemos caer una y otra vez. Cada uno de nosotros, por tanto, debe intentar encontrar su particular forma de poder acceder a su concepción de la felicidad, que, en el fondo, consiste en descubrir el punto exacto, desde el cual, todos los equilibrios resultan posibles, lo que, como se comprende, no es algo que suela ocurrir todos los días. La felicidad no es otra cosa, por mucho que se nos diga, que sentirse compensado, que comprender y saborear que todo se encuentra en su lugar, en su sitio, que nada va a su aire, por eso, no por otra cosa, decimos que es casi milagrosa. Pero a pesar de lo anterior, que puede mostrar una imagen casi inalcanzable de la felicidad, hay que reconocer, que la mayoría de los que nos rodean, se encuentran cerca de haber encontrado ese equilibrio en sus existencias, lo que les mantiene a un solo paso de ella. Se podría decir, y de hecho hay algunos que estarían dispuestos a apostar todo lo que poseen por sostener tal afirmación, que lo anterior no es la felicidad, al creer aún, que la felicidad es algo que posee mayores dimensiones, que es una especie de cuerpo celeste, que poco tiene que ver con los seres humanos y con su cotidianidad. Pero la única forma de aprehenderla, de hacerla nuestra, es acercándola a lo que somos y no alejarla como constantemente hacemos hacia lo que queremos ser, siendo éste el grave problema, pues más a menudo de lo que parece, confundimos, lo que confirma nuestra absoluta desorientación, lo que somos con el ideal de lo que nos gustaría ser. Lo mismo ocurre con la realidad, ya que nos pasamos la vida luchando contra ella o por ella, en lugar de intentar comprenderla, pues en vez de aceptarla como es, de buscar un hueco en ella que se adapte a lo que somos, intentamos que sea ella la que se adecue, no ya a lo que somos, que ya de por sí resulta una locura, sino a lo que nos gustaría ser. Cada día estoy más convencido, y lo he comentado en más de una ocasión, que los ideales están logrando desorientarnos por entero, pues están consiguiendo, al no ser utilizados correctamente, alejarnos de la realidad, del mundo tangible, llevándonos a unos lugares en donde todo es ficticio, en donde habitan, y no por casualidad, la insatisfacción y la infelicidad. ¿Pero que es lo que ocurre para que algunos, prefieran agarrarse a unos ideales, antes que coger por el cuello a la realidad? Digo algunos, porque esta patología, sí una patología que se parece más a un virus maligno y cancerígeno que a otra cosa, no afecta a toda la población por igual, sino sólo a algunos individuos, que se ven en la obligación de luchar de forma constante, para intentar, de vez en cuando, tocar tierra en lugar de nubes. ¿Pero por qué a unos sí y a otros no? No quiero creer que dicha elección se efectúe de forma aleatoria, por lo que tiene que existir una causa, algo que dichos individuos posean, que tenga la virtud, de atraer a dicho mal. El problema tiene que radicar en el interior de tales sujetos, en la estructura psíquica y vital de los mismos, en aquello que consigue que alguien se comporte de una determinada forma y no de otra, en fin, en el centro neurálgico que configura el tipo de relación que un individuo mantiene con la realidad. Sí, el problema tiene que encontrarse ahí, en la singular relación que se mantenga con la realidad, en el hecho de que se la acepte tal como es, para con posterioridad, en el mejor de los casos, intentar modificarla a mejor, o que se la rechace de forma terminante. Aceptar la realidad, no significa ni mucho menos, que se sacralice lo existente, no, sólo certificar su existencia para saber a qué hay que atenerse, pues toda posible reforma, debe basarse, si en realidad se desea que sea efectiva, en un conocimiento previo y exhaustivo de lo que realmente existe. De hecho, sólo desde la aceptación y desde el conocimiento de la realidad, puede resultar posible la transformación de la misma. El problema es de los que no aceptan lo existente, de los que, al creer que son incompatibles con la realidad, optan por encerrarse en artificiales burbujas en donde intentan vivir con plenitud, sin comprender, que los ideales sólo sirven para iluminar nuestras existencias, y no para vivir sobre ellos. Algunos están convencidos, de que en el territorio geométrico de los ideales, siempre repleto de aristas punzantes y de perfectos discursos, en donde no suele faltar ni una sola coma, puede resultar posible la vida, y se empeñan con el mejor voluntarismo de los posibles, en intentar acampar en sus inhóspitas cumbres, decididos a juzgar el mundo desde dichos lugares, encontrando sólo, en contrapartida, en lugar de esa felicidad anhelada, una soledad insoportable y suicida de la que difícilmente pueden escapar. En fin, sólo los que han respirado la pureza de esos aires, que resultan de una toxicidad extrema, pueden hablar de ese peligroso lugar, y comprender que la felicidad sólo es posible desde la realidad, desde una realidad, a ser posible, como dije con anterioridad, iluminada por un determinado ideal.
Desde lo que somos, por tanto, hay que caminar hacia lo que queremos, pues lo contrario, aunque nos empeñemos en ello, resulta inviable, lo que implica realizar un esfuerzo, para intentar adecuar nuestras necesidades a nuestras capacidades, pues en todo momento deben ser éstas, las que acojan a aquéllas.
La esperada novela de Luís Landero, habla precisamente de esto, de la imposibilidad de encontrar la felicidad en los ideales, pues la felicidad, parece decirnos el novelista extremeño, en el supuesto caso de que exista, sólo puede ser encontrada en el pequeño mundo que nos rodea, que es el único lugar en donde tenemos que cultivar nuestra existencia. Para sostener su tesis, el autor desarrolla dos historias, por un lado la de Dámaso, quien tuvo que soportar, en un principio, los intentos por parte de su padre por planificarle un futuro, para después, lidiar con el rencor que le provocó el hecho de que le apartara de su vida, cuando su padre comprendió, que su hijo no estaba capacitado para convertirse en el protagonista de sus sueños. La otra historia, a todas luces secundaria, nos relata las peripecias de un profesor, que en todo momento deseó ser algo más, erudito profesor universitario o famoso escritor, pero que descubre, demasiado tarde, que la auténtica felicidad no se encontraba en lo proyectos que tanto deseaba, sino en su mundo real y cotidiano.
Landero desarrolla ambas historias de forma clásica, alternando un capítulo de su novela para una, y otro para la otra, sin que hasta el final, tengan ninguna relación entre sí. La esperada intersección entre ambas, se lleva a cabo, gracias a que los dos protagonistas en los últimos compases de la novela llegan a conocerse.
Desde un principio, “Hoy Júpiter”, me pareció una novela decepcionante, pues ni las diferentes historias ni el estilo utilizado para su desarrollo conseguían llamarme la atención, de suerte que, en determinados instantes, temí que tendría que abandonar su lectura. Pero no, ahora creo, que el éxito de Landero, si a tal hecho puede denominarse éxito, radica en haber realizado una novela, que en ningún momento llama poderosamente la atención, una novela que huele y sabe a antigua (hace recordar constantemente al Abel Sánchez de Unamuno), pero que de forma inexplicable en ningún momento se llega a abandonar, lo que sin duda no se debe a la casualidad, sino que es mérito del autor.
Posiblemente Landero no sea mi novelista español preferido, pero tengo que reconocer, lo que es interesante en los tiempos en que vivimos, que el extremeño va a su aire, realizando una literatura, que aunque parezca de otros tiempos, es la suya, lo que es motivo suficiente, para estar siempre pendiente de lo que hace y publica, pues el hecho de que pueda parecer que está “fondón”, como una amiga me lo definió hace poco tiempo, no significa, ni mucho menos, que carezca de interés.
Domingo, 29 de Abril de 2.007
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