jueves, 3 de mayo de 2007

Segunda variación sobre Bauman

(elo.078)

Segunda variación sobre Bauman (la cultura en la era líquida)

Es posible que tenga razón Bauman, cuando afirma, que la cultura difícilmente podrá salir airosa de la actual situación en la que se encuentra, al menos la que siempre ha sido considerada como la cultura verdadera, la cultura con mayúsculas. La incondicional sumisión que muestra la cultura al mercado, ha dado el espaldarazo definitivo a la cultura popular, que ahora, no contenta con la posición mayoritaria de la que siempre había gozado, disfruta arrinconando y exterminando a su eterna enemiga, aquella que un día sí y otro también la acusaba de banal y chabacana. La cultura mayoritaria, de esta forma, en los nuevos tiempos que vivimos, se apodera, al parecer de forma definitiva, de todo el espacio cultural, al haber entregado sus banderas los pocos que aún consideraban que la cultura podía ser algo diferente. La prueba de esta estrepitosa derrota, que ha finiquitado por primera vez en la historia, la enriquecedora dinámica entre lo mayoritario y lo minoritario, la estamos sufriendo ahora, cuando apenas llegan a los mercados, al no pasar los sofisticados filtros que estos imponen, obras que puedan considerarse como artísticas. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los productos que llegan al consumidor cultural carezcan de calidad, pues posiblemente nunca, haya habido productos culturales de tanta calidad como en la actualidad, lo que ocurre, es que la calidad, por muy alta que pueda llegar a ser, no siempre hay que identificarla con el arte. Sí, en estos momentos, nuestras sociedades cuentan, en todos los ámbitos de la creación cultural, con un gran número de artesanos, todos ellos con un magnífico nivel profesional, que hacen el mejor cine, la mejor literatura, la mejor pintura o escultura que se haya realizado en la historia, lo que no significa, ni mucho menos, que en estos tiempos, disfrutemos de la mejor producción artística posible. Siempre se ha dicho, que la existencia de un tejido cultural aceptable, es el mejor abono posible, para que aparezcan creaciones artística y artistas singulares, pero lo que acontece en nuestros días, parece desmentir dicho tópico, pues la realidad nos dice, que precisamente cuando existe la mejor cantera artística de todos los tiempos, el arte tiende a desparecer, en el mejor de los casos, a favor de la obra de artesanía de calidad. Resulta evidente, que por el hecho de que el arte sea casi milagroso en nuestros días no se va a acabar el mundo, pero tal circunstancia, habla por sí sóla, con suficiente elocuencia, del tipo del sociedad que hemos creado, en donde a pesar de los elevados niveles de vida alcanzados, reina una insatisfacción generalizada que empuja a la infelicidad a importantes sectores de la población. Creo, a pesar de que tal afirmación pueda resultar atrevida, que la ausencia de producción artística real y el malestar existente, se encuentran intimamente relacionados, pues ambas realidades, extienden sus raíces bajo un sistema, que en lugar de pensar y trabajar por el bienestar de la ciudadanía, pone todo su empeño, en que los frágiles equilibrios que posibilitan el perfecto funcionamiento del mercado funcionen a la perfección, supeditando y subordinando los intereses sociales a las necesidades de dicho mercado, al entender que éste, es el auténtico corazón del sistema. Evidentemente, el mercado es el corazón de este sistema, pero en ningún momento, por el bien de todos, debe convertirse en el eje, sobre el que tenga que vertebrarse toda la existencia social, como ocurre, o comienza a ocurrir en estos extraños tiempos que soportamos. Una sociedad sana, debe intentar ser multipolar y lograr asentarse sobre diversos centros de poder, contra más mejor, lo que le aportaría una visión plural de su propia existencia, circunstancia que con el tiempo, acabará fortaleciendo su musculatura, algo esencial para hacer frente a las variadas dificultades que en su deambular, tendrá necesariamente que afrontar. Pero no, al parecer no van por ahí las estrategias trazadas, que parecen tener más interés en debilitar a las sociedades actuales, que en fortalecerlas y aportarle los antídotos que tanto necesitan, ya que los valores del mercado, siempre arbitrarios digan lo que digan, tienden a universalizarse, sin evaluarse con anterioridad los daños que tal hecho causaran a medio plazo.
La cultura, que es lo que siempre se encuentra, por definición, en el extremo opuesto a donde se sitúa el mercado, también, de forma incomprensible, ha sido engullida por ese nuevo ogro filantrópico, y por el ritmo, que éste, de forma incansable impone. Esto significa, cosa que han comprendido con extrema facilidad los creadores, que si se desea vivir de la cultura, algo siempre lícito por otra parte, es fundamental adaptarse a los objetivos sagrados del propio mercado, que siempre, en todo momento, sitúa la rentabilidad por encima de cualquier otro parámetro. Para el mercado, un producto rentable, es aquel, que logra venderse con relativa facilidad, lo que significa, que el nuevo producto cultural, en primer lugar, tendrá que intentar resultar atractivo a sus posibles compradores, para lo cual, necesariamente, deberá adaptarse a los gustos de éstos. Este hecho, que es de gran importancia, significa, algo que no se le escapa a Bauman, que es el comprador, el consumidor final, el que en último extremo inspira la producción cultural, hecho que logra explicar mucho de lo que acontece. Si el creador cultural, y nótese que no hablo del artista, en lugar de estar pendiente de sus creaciones, de su trabajo, tiene que estar en todo momento observando los gustos imperantes con la intención de acomodarse a ellos, difícil resultará, a no ser que la casualidad obre alguno de sus milagros, que pueda aparecer ese insólito hecho que es la obra de arte.
Dicen que en el mercado todo se puede vender, pero lo cierto es que lo novedoso, lo raro, lo que no encaja en la estética dominante, encuentra casi siempre sus puertas cerradas, que en todo momento permanecerán franqueadas, para todo aquello, por muy estrambótico que sea, que cuente con una clientela potencial asegurada. Se podría decir, en principio con toda la razón del mundo, que todo radica en crear un determinado público, contra más amplio mejor, que espere con interés un determinado producto, en fin, que todo sería cuestión de pedagogía, pero lo cierto, es que el ciudadano actual, ese que se encuentra sumido en los flujos y reflujos del mercado, el que se ha reconvertido (o han reconvertido) en consumidor, poco interés muestra, para todo aquello que no abunde en lo de siempre.
Las novedades que llegan a las librerías, a pesar, en la mayorías de las ocasiones, de ser formalmente perfectas, en pocos casos llegan a despertar algo más que interés en los lectores, por la sencilla razón, de que desde un primer momento, fueron ideadas sólo, para intentar entretener y contentar a un público concreto. Lo mismo ocurre con el cine y con las restantes manifestaciones culturales. No hay que olvidar, que más allá del área en donde ese público centra su interés, se halla un vasto territorio, abandonado e inexplorado, que es al que debe aspirar en todo momento el arte (intentando siempre ganarle terrenos al mar), y al que no tiene ningún interés de dirigirse la cultura dominante, la que se encuentra subordinada a la rentabilidad económica.
En los tiempos que corren ya no existe la censura, por lo que no se deben confundir los términos. Ya no se castiga a nadie por el simple hecho de atacar al sistema, no, se castiga, y con una dureza desproporcionada al que no vende, al creador incapaz de colocar sus productos, lo que obliga a todos los que desean abrirse un hueco en el universo cultural, a no innovar en exceso, a permanecer siempre dentro de los límites permitidos, lo que significa en último extremo, ni más ni menos, que negar el arte. Por lo anterior, Bauman tiene pocas esperanzas en el futuro del arte, al resultar incompatible éste, con una sociedad adocenada, pero al mismo tiempo caracterizada por la atomización de sus miembros, que al parecer lo único que desean, en el plano cultural, es que le cuenten siempre la misma historia, aunque eso sí, con diferentes melodías.

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