jueves, 3 de mayo de 2007

Divagaciones sobre un texto de Bauman

(elo.077)

Divagaciones sobre un texto de Bauman
Vida líquida
Zigmung Bauman
Paidós, 2.005

El jueves pasado, en una charla coloquio a la que asistí, uno de los ponentes se peguntaba con incredulidad, sobre las causas que atenazaban a importantes sectores sociales, para apostar sin dudarlo, por la seguridad que proporciona un empleo fijo, al ser posible dentro del funcionariado, aunque sea mal pagado, a la libertad que supone la aventura empresarial. En ese momento comprendí, que dicha persona, a pesar de poseer una gran credibilidad dentro de su ámbito de influencia, no entendía nada de nada. Este es uno de los grandes problemas de los triunfadores, que pierden el contacto con la realidad, al creer que su mundo, ese mundo tan bien amueblado del que suelen disfrutar, es el mundo con mayúsculas, lo que les lleva en filantrópica labor, a intentar, desde sus atalayas, imponer su visión de las cosas, sin plantearse ni por un solo momento, que existen múltiples perspectivas, todas ellas, al menos tan legítimas como la suya. Los triunfadores viven en su mundo, cada día que pasa más hermético, mientras que todos los demás, vivimos, o tenemos que vivir en otro completamente diferente, en donde la jerarquización de prioridades resulta radicalmente distinta. El triunfador tiene unos objetivos concretos, no comprendiendo, cómo no son esas también las prioridades básicas que deben de regir la vida del resto de los mortales, y no lo entiende, porque en ningún momento realiza ese sano ejercicio, consistente en bajar de vez en cuando de su pedestal, para de esa forma, asomarse a la existencia de todos los que no disfrutan de su privilegiada posición, pues si lo hicieran, se darían cuenta, de que existen muchas realidades que complican en exceso, la realización de un certero diagnóstico, del estado de salud de nuestras sociedades.
Vivimos en un mundo que se caracteriza por su dualidad, por las diferencias, cada vez más significativas, entre la forma de vida que disfruta una reducida minoría de individuos a escala global, y las que tienen que soportar, de forma obligatoria, la inmensa mayoría de los seres humanos. Un mundo, cada día más dividido, entre los que creen que todo es jauja, y los que están convencidos, por experiencia propia, de la enorme dificultad que supone el mero hecho de intentar vivir. Sí, vivimos en un mundo cada día más injusto, en el que las diferencias se acrecientan, sin que se haga nada, para en la medida de lo posible, intentar aminorarlas, pues se llega a afirmar incluso, con total desfachatez, que la actual situación es la natural, como si las sociedades humanas no estuvieran fundadas y edificadas en la artificialidad, en un intento por cerrarles las puertas a las caprichosas leyes que rigen la naturaleza. No obstante, lo peor del asunto no es lo anterior, sino el estado de opinión dominante, que estima, que ante tal panorama nada se puede hacer, al ser ese el terreno, guste o no, del que hay que partir, para crear las riquezas que tanto necesitan nuestras sociedades, lo que significa, que cada día se reducen más las posibilidades de poder revertir la actual situación.
El ponente del que hablé en un principio, que al parecer es un importante empresario vinculado al mundo de las franquicias (sector productivo donde los hubiera), se quejaba, de que mayoritariamente en la actualidad, se apostaba por la seguridad antes que por la libertad, hecho que para él, dejaba al descubierto el tipo de sociedad en la que vivimos. El problema, es que la opción que se elija, la de la libertad o la de la seguridad, determina en buena medida, la posición que se ocupa dentro de dicha sociedad, si se pertenece al grupo de los triunfadores, o si por el contrario, al de los perdedores.
Aunque parezca mentira, el ser humano creó las comunidades en las que siempre ha vivido, con la intención de asegurar su existencia, pues la seguridad, siempre, a lo largo de la historia, ha sido para él lo esencial, de suerte que, todo lo demás, como la demanda de libertad, proviene de esa consolidada seguridad. Por ello, carece de sentido, peguntarle a alguien qué es lo que prefiere, si libertad o seguridad, pues la seguridad es la base sobre la que tiene que asentarse toda libertad que se precie. Bien, si la base de la libertad tiene que ser la seguridad, la base de esa seguridad para el ser humano es la comunidad en la que vive, cuya razón de ser, es la de proporcionarle un hábitat, en donde en la medida de lo posible, pueda encontrarse abrigado de las inclemencias que de forma inevitable impone la realidad.
Si se le hace caso a ese empresario metido a analista social, y se acepta que la seguridad sigue siendo la mayor preocupación para los miembros de nuestra sociedad, habrá que admitir que algo ocurre, que algo falla, y que resulta imprescindible, en primer lugar, localizar dónde y por qué se produce el problema, para con posterioridad, intentar solventarlo. Si como anteriormente apunté, la comunidad en la que se vive es la encargada de aportar la seguridad que necesita el ser humano, en ella habrá que husmear sobre las causas de la inseguridad que padece el hombre actual. Lo que se comprueba de forma inmediata, es que esa comunidad original ha desaparecido, pues la familia (la comunidad básica), y la patria (la comunidad política), se han volatilizado, dejando sólo un enorme vacío al que llaman sociedad, y que para colmo, día a día se difumina más y más. La sociedad es algo bastante vago y vaporoso, por lo que resulta más conveniente hablar del Estado como el gran dispensador actual de seguridad, pero ese Estado, se encuentra en los momentos presentes, fuertemente vigilado y criticado, por todos aquellos, que ven en él, al gran usurpador de la vitalidad social, recomendándose, que se aminore su tamaño, que se recorten sus tentáculos, para que deje espacio suficiente, para que la sociedad civil, eso que constantemente se trata de redefinir, se desarrolle de forma adecuada. El hombre, al menos el ciudadano de los países desarrollados, en donde el Estado se ha mostrado siempre más evolucionado, se ha acostumbrado a vivir con los apoyos que esa estructura tradicionalmente le ha proporcionado, siendo dicha seguridad, la que le ha ayudado a lo largo de los años, como si de un fiel aliado se tratara, a escalar unas cotas de desarrollo, nunca antes, ni tan siquiera imaginadas. El ser humano occidental, gracias al Estado, en las últimas décadas, ha tenido asegurado temas tan importantes como la educación, la sanidad, la vejez, logros que le evitaban, tener que estar siempre pendientes de esas cuestiones, pudiéndose centrar, gracias a que las tenía ya aseguradas, en los temas realmente importantes, tanto para su desarrollo personal como para las sociedades en las que desarrolla su existencia.
La cuestión, es que en pocos años, el Estado, ha pasado de ser la envidia de todos los que no tenían la oportunidad de disfrutarlo y el orgullo de los que se beneficiaban de sus actuaciones, a ser el enemigo a batir, el objetivo prioritario a derribar, por los militantes de esa nueva cruzada articulada por la nueva ideología dominante. De esta forma, poco a poco pero de forma incansable, el Estado ha ido perdiendo protagonismo en la vida social, de suerte que esos lugares que ha ido dejando vacantes, que en un principio y según los teóricos del neoliberalismo deberían ser ocupados por los miembros y por las iniciativas de la sociedad civil, han quedado sin ocupar, pues dicha sociedad civil, de la que tanto se habla y de la que tanto se espera, ni tan siquiera ha dado muestras de que exista realmente. Desde determinados organismos, de opacas estructuras, se exige que se reduzcan las tasas impositivas, lo que repercute cuando se lleva a cabo (y casi siempre, de forma incomprensible, se llevan a cabo esas exigencias), en que servicios básicos antes asegurados, como la educación, la sanidad, las pensiones, o la seguridad pública, no puedan ser financiados como la sociedad demanda, siendo sustituidos la gestión de dichos servicios, no por organizaciones civiles no gubernamentales, sino por empresas privadas que evidentemente cobran por los trabajos que llevan a cabo cantidades prohibitivas para la mayoría de a ciudadanía. El desmantelamiento del Estado, supone, al ser el Estado la espina dorsal de todas las sociedades actuales, el debilitamiento definitivo de éstas, lo que por extensión provoca, un aumento considerable de la sensación de inseguridad de una ciudadanía, que observa con estupor, el hecho de que gran parte de los instrumentos públicos que tenía a su disposición, poco a poco van siendo eliminados, después de haber sido descuidados durante años. Sí, porque nada se dinamita de la noche a la mañana, sino que dichos servicios públicos, primero pasan por una etapa de abandono, hasta que se hace creer, que pueden ser sustituidos de forma ventajosa por organizaciones privadas, siempre y cuando, se pague el peaje necesario para poder acceder a ellos, por lo que se puede asegurar, que un determinado servicio se va a privatizar, cuando se observe, que carece de la suficiente dotación económica como para afrontar con dignidad la labor que se le encomienda, es decir, cuando se le abandona a su suerte.
Cuando la sociedad, como ocurre en la actualidad, ya no se presenta como un dispensador de seguridad, el hombre que en ella reside, comienza a sentirse inseguro y a vivir a la defensiva, gastando parte de sus energías, en blindarse frente al exterior en enroque defensivo de dudosa salubridad. Pero esta actitud, que por otra parte es la mayoritaria, contrasta con el movimiento que ejecutan las élites sociales, que en la nueva situación parecen encontrarse como pez en el agua, pues ellos, debido a la posición que mantienen, no necesitan para nada, identificarse con ninguna sociedad, ni mucho menos con ningún estado, al estar convencidas, que en el actual estadio histórico, la única referencia posible es la que impone el mercado globalizado, que siempre, en última instancia, marcará las pautas que de forma inevitable habrá que seguir.
Las distancias existentes entre el hombre común y el que pertenece a las élites de nuestra época, se irán con el tiempo ensanchando, sobre todo, porque ese hombre común acobardado, incapaz de organizarse y de idear colectivamente un futuro aceptable, poco podrá hacer para paliar la difícil situación en la que se encuentra.

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