(elo.080)
NOCILLA DREAM
Agustín Fernández Mallo
Candeya, 2.006
Este año, con mucho voluntarismo, también he asistido a la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla, y ello, a pesar de que la primera y polémica edición de la misma, no me resultó en absoluto gratificante. He asistido porque había que asistir, porque deseo aproximarme, a lo que se cuece en el mundo del arte actual, pues siempre resulta interesante conocer por dónde soplan los vientos, pero sobre todo, porque uno siempre aspira a encontrar, incluso donde menos lo espera, algo que realmente pueda merecer la pena, lo que, aunque parezca mentira, también puede suceder en una exposición de arte contemporáneo. Para que nada cambie, también en esta ocasión la Bienal me ha decepcionado, dejándome frío, que es lo peor que a alguien le puede ocurrir cuando se aproxima a cualquier manifestación artística, no habiendo encontrado en ella, nada que ni tan siquiera me haya provocado interés, lo que no atribuyo, y no deseo ser pedante, a mi ignorancia sobre el arte actual, que sigue siendo casi absoluta, sino al absurdo, al profundo absurdo en donde se ha precipitado las vanguardias artísticas de nuestros días. Sí, creo que el problema puede radicar, en la actitud que en la actualidad mantienen las vanguardias, en la idea que de las mismas se posee, pero sobre todo, por la escasa ambición, que suele colindar con la ingenuidad más absoluta, que los propios creadores suelen mantener ante su arte y ante la realidad que dicen tener que soportar. Cuando uno se acerca al arte contemporáneo actual, y lo compara, por ejemplo, con el que se desarrollaba en los años treinta del siglo pasado, se comprende que algo ha ocurrido, que algo ha tenido que suceder para que la vitalidad artística se haya desplomado casi por completo, lo que puede deberse, simplificando, o bien a que los artistas actuales han perdido el norte de su actividad, encontrándose enredados y desorientados, o por el contrario, a que la calidad de dichos artistas, no se encuentra como diría el admirado Ortega, a la altura de las circunstancias. Yo, siempre metiéndome en donde no me llaman, diría, que ambos factores coinciden en el artista de nuestros días, lo que justificaría la crisis que padece el arte actual, en donde se teoriza mucho sobre él (todo el mundo parece entender de arte), pero en donde el arte no aparece por ninguna parte, aunque abundan, los que sin ningún rubor se califican de artistas. El arte, el arte nuevo casi ha desaparecido por completo de nuestras sociedades, y eso a pesar, de que cada día son más, los que en cada actividad artística aspiran a encontrarlo. El arte es un liebre que nadie logra abatir, lo que crea situaciones extrañas entre sus frustrado cazadores, que cansados de su ineptitud, de su incapacidad, dejan de patear y de rastrear el monte, al creer, engañándose evidentemente, que el arte auténtico no se encuentra escondido entre las matas que le rodean, sino en otra parte, en un lugar mucho más accesible y menos problemático. El arte de esta forma, al querer encontrarse sin esfuerzo, deja de ser, en primer lugar el resultado del dominio sobre una actividad (sólo cuando se domina algo se puede innovar sobre ese algo), para convertirse sólo en un formato, hueco casi siempre, en una estructura, casi en todas las ocasiones vacía, con las que, se quiere mostrar un nuevo producto que muy pocos entienden, y que por supuesto, a nadie interesa. El nuevo artista que en nuestros días aparece en escena, en lugar de comprender, que el único camino seguro para encontrarse con lo que llaman arte es la superación del arte existente, opta por la estrategia fácil, la de hacer creer a todos que el arte es otra cosa, que coincide precisamente con lo que ellos presentan. La situación es tal, tan desértica por supuesto, que nadie con un mínimo de sensibilidad o de nivel cultural, se muestra satisfecho con la producción artística existente, lo que a su vez, da alas a que determinados individuos, creyéndose artistas, intenten revolucionar con cualidadeas siempre insuficiente, la anodina y anémica realidad artística imperante, lo que ocurre no sólo en el arte contemporáneo, sino también, por ejemplo, en la literatura.
La literatura, de todas las artes, es posiblemente la más popular de las existentes, pero al mismo tiempo, se puede observar en ella los efectos de la actual situación, presentando en nuestros días un panorama desolador, en donde las obras de temática banal y comercial, que son las que abundan, por un lado, compiten en cerrada confrontación, con aquellas otras, que, a pesar de mantener una cierta idea o noción de calidad, aunque sin poseerla en absoluto, no aspiran a otra cosa que al mero entretenimiento, y a obtener unas cuotas de mercado, que posibilite al menos a sus autores, poder seguir viviendo de la literatura. La literatura del momento, por tanto, vive entregada a las fuerzas cada día más descontroladas de la oferta y la demanda, que la han convertido, y creo que de esto nadie puede tener dudas, en un producto comercial más, que se ha adaptado sin problemas a las necesidades del mercado. Ante tal panorama, los pocos que aún creen que es posible modificar la actual situación, intentan, sin esperar mucho de su empeño, presentar obras que desde la calidad, puedan resultar atractivas, al menos para algún sector, de la cada vez más reducida comunidad de lectores, intentando poder algún día demostrar, lo que algunas veces ocurre, que la calidad y el éxito, pueden resultar compatibles. Pero éstos, a pesar de que el camino que señalan es el correcto, son acusados por los que podrían calificarse de puristas (especie de individuos que a pesar de su extrañeza -son en sí raros- pululan en todos los sectores de la actividad humana), de ser unos revisionistas, pues según dicen, la salvación de la literatura, sólo podrá venir desde la pureza, desde la literatura por la literatura. El problema, es que la literatura por la literatura, lo que denominamos literatura pura, independientemente a que sea incomestible, va radicalmente en contra de la misma literatura, y más concretamente de la novela, que desde sus orígenes se encuentra intimamente entrelazada con la vida. Los puristas están convencidos, que la salvación de la literatura, pasa, o debería pasar necesariamente, por la creación de obras que se alejen del gusto y de las posibilidades del lector mayoritario, haciendo de la literatura, un rico manjar, sólo al alcance de unos pocos iluminados. Entre los que piensan de esta forma, según parece, se encuentra Agustín Fernández Mallo, el autor de “Nocilla dream”, una obra, que la exigente la revista Quimera, ha calificado como la mejor novela española del pasado año.
Desde que me enteré de la existencia de la novela en cuestión, y de las singularidades que rodeaban a la misma, como el hecho de que sólo se pudiera adquirir gracias a Internet, al no encontrarse a la venta en las librería convencionales, y que a pesar de dichas limitaciones, para no pocos era la novela del año, deseé leerla para intentar indagar sobre las bases de su éxito. La sensación que he tenido cuando he terminado la lectura, ha sido muy parecida a la que sentí cuando salí de la Bienal, una sensación que basculaba entre el convencimiento de haber sufrido una tomadura de pelo, y la certeza, de que el camino hacia dónde apuntaba dicha novela, no se dirigía a ninguna parte.
“Nocilla dream”, es una novela, lo que es un decir, en donde el lector encuentra múltiples escenas, casi todas independientes entre sí, en donde se narran fragmentos de diferentes historias, aunque también aparecen citas científicas y literarias, de suerte que, lo que muestra Fernández Mallo, es un amplio collage, formado por elementos de una heterogeneidad extrema, que sólo tiene algún interés cuando se está sobre él, mientras se intenta comprender lo que no tiene explicación, pero que se evapora por completo, sin apenas dejar rastro, en el momento en que se da por terminada lectura. Se podría, sin mucho esfuerzo, utilizando la obra, realizar un acercamiento a las endebles estructuras del postmodernismo, también se podría, si se contara con ganas para ello, incluir la novela dentro de la literatura de los márgenes, aunque creo, que el único acercamiento válido a la misma, es aquel que intente no confundirse con los calificativos que ya trae impuestos, e intentar comprenderla como una novela más, que tiene que gustar o no, prescindiendo en un principio de cualquier valoración que pudiera realizarse a posteriori, de esas que se apoyan en elementos ajenos a la propia obra. “Nocilla dream”, en este contexto es una obra, que pese a sus pretensiones, no aporta nada al lector, que pierde todas sus energías, intentando encontrar una justificación a una obra de tales características, intención que tiene que abandonar al comprender, que de lo que se trata, en el mejor de los casos, es de un experimento esteticista, que ha tenido la suerte de caer en gracia a algunos críticos, que dándoselas de exquisitos, creyendo equivocadamente que aún son ellos los que marcan la pautas, le han dado alas a una obra, asentada en virtudes a todas luces cuestionables.
lunes, 7 de mayo de 2007
jueves, 3 de mayo de 2007
Contra Natura, Álvaro Pombo
(elo.079)
CONTRA NATURA
Álvaro Pombo
Anagrama, 2.005
Tengo que reconocer, que en los últimos meses, mi relación con la novela no ha sido la esperada, pues a pesar de no dejar de acercarme a ella, no he encontrado ninguna que pudiera considerar como aceptable. No estoy muy convencido de si el problema es mío, o si por el contrario, la culpa la han tenido las diferentes novelas, que por un conducto o por otro, han conseguido llegar a mi poder. No lo sé, pero lo cierto, es que desde hace bastante tiempo, no disfruto de verdad con una novela, lo que me está comenzando a preocupar. Puede que la culpa esté repartida, que yo haya impuesto un listón demasiado alto, algo no muy aconsejable, y que las obras con las que tropiezo, tampoco posean una altura minimamente tolerable. Es posible incluso, que sólo se trate de una mala racha, de un periodo en donde hayan coincidido, casualmente, malas lecturas y malas novelas, que sin duda en poco tiempo, como ha ocurrido en otras ocasiones, cambiará de forma radical, aunque tengo que reconocer, que en esta ocasión no estoy muy seguro de ello. Cada día estoy más convencido, no obstante, que la deriva de la novela actual, se aleja cada vez más, de lo que creo que debe ser una buena novela, lo me está dejando descolocado, apartado, sin poder hacer nada para evitarlo. Sí, la novela que me interesa, es aquella que logra compaginar una buena historia, con una estructura narrativa adecuada a dicha historia, pero siempre teniendo en cuenta, que una historia para ser buena, tiene que, basándose en la realidad, conseguir que el lector no quede indiferente ante lo que se le cuenta. Lo que abunda en la actualidad, sin embargo, son novelas perfectamente desarrolladas, lo que se debe a que nunca se ha escrito tan bien como en estos momentos, pero que carecen de peso, de una historia, que en realidad consiga, además de que el lector pase un buen rato con ella, hacer que éste se interrogue sobre el tema que se le presenta. Lo que me interesa en realidad, no es pasar un buen rato con una novela, pues hay otros productos culturales y no culturales, que pueden competir con ella de forma eficiente, y que incluso, sin muchos problemas, la pueden aventajar en tales cometidos, nada elevados por otra parte, pues ante todo, y en mi opinión, la novela debe y tiene que ser un instrumento de conocimiento, tanto para el autor como para el lector, de suerte que, aquella que no aspire a tal objetivo, la que se quede en lo secundario, que son la mayoría, me suelen dejar completamente indiferente. La novela dominante por tanto, es aquella que trata de evitar la esencia misma de la novela, la que se conforma con asentarse en un terreno intermedio, que a nadie parece satisfacer, salvo a aquellos, que confunden la literatura con la rentabilidad económica. Afortunadamente las últimas obras de Álvaro Pombo, uno de los pocos autores españoles que me siguen interesando, apuestan por una literatura comprometida (algunos estúpidos siguen confundiendo la literatura comprometida con la literatura partidista), comprometida con los problemas que embargan a la ciudadanía, en lugar de embarcarse en absurdas historias, que suelen acabar en un extraño callejón sin salida, tanto metafísico como no metafísico, dependiendo de si el autor se decide a afrontar temas celestiales o banales, que los hay de todo.
“Contra natura” trata sobre el tema del amor entre homosexuales, que en principio, debería de ser como el de los heterosexuales, es decir, una experiencia complicada, repleta de tensiones, pero también de satisfacciones, en donde dos personas, intentan hacer posible algo tan difícil como un futuro común. Alcanzar una relación amorosa aceptable, es la gran aspiración de todos, algo difícil de conseguir, pero a lo que nadie puede renunciar, pues en ello nos jugamos eso tan importante que denominados felicidad. Parece, de hecho estamos seguros de ello, que la felicidad es imposible sin el amor, lo que convierte el tema del amor, en una pieza esencial de la maquinaria de relojería de nuestra existencia. Bien, si el amor es tan importante y tan difícil de conseguir, puede resultar evidente, que tal conquista, para el colectivo homosexual sea algo que supere lo heroico, aunque sólo sea, por las dificultades que históricamente han tenido que franquear. Siempre me ha sorprendido, la importancia que tiene el amor y el sexo entre los homosexuales, dándome la sensación que viven sólo para ello, lo que puede atribuirse, o al menos quiero atribuir, a la terrible represión que siempre han soportado, aunque con el tiempo, creo que hay algo más detrás de ello, algo que señala hacia una forma de vivir la homosexualidad, que a ellos, a los malditos de siempre, les ha posicionado en un lugar de vanguardia que ni ellos mismos esperaban alcanzar. Los homosexuales, incluso en las catacumbas, al estar alejados de la moral cristiana, al menos en todo lo referente al dogma sexual, siempre han sabido diferenciar entre el sexo y el amor, viendo en lo primero un juego, un juego en todo momento apetecible, que había que practicar cuanto más mejor, mientras que lo segundo, el amor, representaba la estabilidad, la isla a la que siempre había que llegar, coincidiendo en esto último con los heterosexuales. Lo curioso, es que ahora, cuando lo homosexual es aceptado, con mayor o mejor agrado, y se afirma desde los sectores más integrados de la propia comunidad homosexual, que ha llegado el momento de la normalización, en donde la institucionalización del matrimonio gay tendrá un peso decisivo, se observa, que desde posiciones no homosexuales, se reivindica la forma de vida gay, pudiéndose decir incluso, que lo gay, que el estilo de vida gay está de moda. ¿Pero qué es lo que está realmente de moda? Lo que está de moda es el lado lúdico de la homosexualidad, no el dramático, el tradicionalmente reprimido. Lo que está en estos momentos reivindicándose, es la actitud que los sectores más vanguardistas del colectivo homosexual sostuvieron frente al sistema, pero siempre en lo referente al plano estético, en lo referente a las modas y en todas aquellas actitudes y comportamientos tendentes a desacralizar el sexo hasta convertirlo en un juego, en algo con lo que hay sobre todo que disfrutar.
Pero esta banalización de la homosexualidad, de lo mariquita, oculta el otro plano, el plano doloroso, pues el mundo gay no se sostiene sólo sobre la peineta y el sexo, sobre la moda y la pose, al ser ésta, sólo la parte visible de un universo que aún no se ha ventilado lo suficiente, lo que señala hacia el otro plano de la homosexualidad, al de la soledad y al del amor, que cada día se distancia más del de la estética por la estética y del de la sexualidad por el mero placer. Álvaro Pombo en esta novela, quiere mostrar ese otro plano del mundo gay, el que se encuentra colindante con el mundo heterosexual, ese mundo en donde el amor y la lucha por evitar la soledad, ocupan un espacio esencial para lograr eso que llamamos equilibrio psíquico, rechazando de un manotazo, el manoseado y amanerado mundo mariquita, en donde todo, parece decir Pombo, es de una superficialidad escalofriante y de una falsedad absoluta.
La novela muestra a dos personajes, a Salazar y a Allende, ambos en la sesentena, elaborando gracias a ellos el autor, dos estereotipos, sobre los que mostrar las dos caras de la homosexualidad, pues mientas que Salazar es el homosexual de buena posición, que no acepta su propia condición pero que juega con ella, lo que le conduce con el tiempo al derrumbe definitivo, el otro, Allende, representa a los que aceptan su homosexualidad tal y como es, consiguiendo alcanzar un estable equilibrio, no muy diferente al que puede alcanzar cualquier heterosexual. Pombo apuesta por todo lo que representa Allende, por la homosexualidad real, pero también por el compromiso de los que no se quedan en la pose, con los que, en la medida de lo posible, cuando pueden echan un cable, para evitar que alguien naufrague, en fin, el autor reivindica una homosexualidad responsable y normalizada, alejada del marujeo y del mariconeo puro y duro, pues esa es la única forma, de poder superar la marginación que han padecido, y que siguen padeciendo la mayoría de los homosexuales.
Lo mejor de la novela es el estilo Pombo, esa peculiar forma de escribir que he visto fraguarse novela tras novela y que cada día resulta más poderosa, en donde el lenguaje más exquisito se conjuga de forma constante con el más chabacano, creando páginas de una poética memorable. Creo que “contra natura”, a pesar de no ser, ni mucho menos una de las mejores novelas de Pombo, si es una novela que vale la pena leer, pues ante tanta pornografía literaria, ante tanta basura, sigue existiendo, afortunadamente para los lectores, la solidez de media docena de autores, sobre los que necesariamente hay que seguir apoyándose para intentar disfrutar, al menos de vez en cuando, de una literatura con ambiciones, es decir, de una literatura de calidad.
CONTRA NATURA
Álvaro Pombo
Anagrama, 2.005
Tengo que reconocer, que en los últimos meses, mi relación con la novela no ha sido la esperada, pues a pesar de no dejar de acercarme a ella, no he encontrado ninguna que pudiera considerar como aceptable. No estoy muy convencido de si el problema es mío, o si por el contrario, la culpa la han tenido las diferentes novelas, que por un conducto o por otro, han conseguido llegar a mi poder. No lo sé, pero lo cierto, es que desde hace bastante tiempo, no disfruto de verdad con una novela, lo que me está comenzando a preocupar. Puede que la culpa esté repartida, que yo haya impuesto un listón demasiado alto, algo no muy aconsejable, y que las obras con las que tropiezo, tampoco posean una altura minimamente tolerable. Es posible incluso, que sólo se trate de una mala racha, de un periodo en donde hayan coincidido, casualmente, malas lecturas y malas novelas, que sin duda en poco tiempo, como ha ocurrido en otras ocasiones, cambiará de forma radical, aunque tengo que reconocer, que en esta ocasión no estoy muy seguro de ello. Cada día estoy más convencido, no obstante, que la deriva de la novela actual, se aleja cada vez más, de lo que creo que debe ser una buena novela, lo me está dejando descolocado, apartado, sin poder hacer nada para evitarlo. Sí, la novela que me interesa, es aquella que logra compaginar una buena historia, con una estructura narrativa adecuada a dicha historia, pero siempre teniendo en cuenta, que una historia para ser buena, tiene que, basándose en la realidad, conseguir que el lector no quede indiferente ante lo que se le cuenta. Lo que abunda en la actualidad, sin embargo, son novelas perfectamente desarrolladas, lo que se debe a que nunca se ha escrito tan bien como en estos momentos, pero que carecen de peso, de una historia, que en realidad consiga, además de que el lector pase un buen rato con ella, hacer que éste se interrogue sobre el tema que se le presenta. Lo que me interesa en realidad, no es pasar un buen rato con una novela, pues hay otros productos culturales y no culturales, que pueden competir con ella de forma eficiente, y que incluso, sin muchos problemas, la pueden aventajar en tales cometidos, nada elevados por otra parte, pues ante todo, y en mi opinión, la novela debe y tiene que ser un instrumento de conocimiento, tanto para el autor como para el lector, de suerte que, aquella que no aspire a tal objetivo, la que se quede en lo secundario, que son la mayoría, me suelen dejar completamente indiferente. La novela dominante por tanto, es aquella que trata de evitar la esencia misma de la novela, la que se conforma con asentarse en un terreno intermedio, que a nadie parece satisfacer, salvo a aquellos, que confunden la literatura con la rentabilidad económica. Afortunadamente las últimas obras de Álvaro Pombo, uno de los pocos autores españoles que me siguen interesando, apuestan por una literatura comprometida (algunos estúpidos siguen confundiendo la literatura comprometida con la literatura partidista), comprometida con los problemas que embargan a la ciudadanía, en lugar de embarcarse en absurdas historias, que suelen acabar en un extraño callejón sin salida, tanto metafísico como no metafísico, dependiendo de si el autor se decide a afrontar temas celestiales o banales, que los hay de todo.
“Contra natura” trata sobre el tema del amor entre homosexuales, que en principio, debería de ser como el de los heterosexuales, es decir, una experiencia complicada, repleta de tensiones, pero también de satisfacciones, en donde dos personas, intentan hacer posible algo tan difícil como un futuro común. Alcanzar una relación amorosa aceptable, es la gran aspiración de todos, algo difícil de conseguir, pero a lo que nadie puede renunciar, pues en ello nos jugamos eso tan importante que denominados felicidad. Parece, de hecho estamos seguros de ello, que la felicidad es imposible sin el amor, lo que convierte el tema del amor, en una pieza esencial de la maquinaria de relojería de nuestra existencia. Bien, si el amor es tan importante y tan difícil de conseguir, puede resultar evidente, que tal conquista, para el colectivo homosexual sea algo que supere lo heroico, aunque sólo sea, por las dificultades que históricamente han tenido que franquear. Siempre me ha sorprendido, la importancia que tiene el amor y el sexo entre los homosexuales, dándome la sensación que viven sólo para ello, lo que puede atribuirse, o al menos quiero atribuir, a la terrible represión que siempre han soportado, aunque con el tiempo, creo que hay algo más detrás de ello, algo que señala hacia una forma de vivir la homosexualidad, que a ellos, a los malditos de siempre, les ha posicionado en un lugar de vanguardia que ni ellos mismos esperaban alcanzar. Los homosexuales, incluso en las catacumbas, al estar alejados de la moral cristiana, al menos en todo lo referente al dogma sexual, siempre han sabido diferenciar entre el sexo y el amor, viendo en lo primero un juego, un juego en todo momento apetecible, que había que practicar cuanto más mejor, mientras que lo segundo, el amor, representaba la estabilidad, la isla a la que siempre había que llegar, coincidiendo en esto último con los heterosexuales. Lo curioso, es que ahora, cuando lo homosexual es aceptado, con mayor o mejor agrado, y se afirma desde los sectores más integrados de la propia comunidad homosexual, que ha llegado el momento de la normalización, en donde la institucionalización del matrimonio gay tendrá un peso decisivo, se observa, que desde posiciones no homosexuales, se reivindica la forma de vida gay, pudiéndose decir incluso, que lo gay, que el estilo de vida gay está de moda. ¿Pero qué es lo que está realmente de moda? Lo que está de moda es el lado lúdico de la homosexualidad, no el dramático, el tradicionalmente reprimido. Lo que está en estos momentos reivindicándose, es la actitud que los sectores más vanguardistas del colectivo homosexual sostuvieron frente al sistema, pero siempre en lo referente al plano estético, en lo referente a las modas y en todas aquellas actitudes y comportamientos tendentes a desacralizar el sexo hasta convertirlo en un juego, en algo con lo que hay sobre todo que disfrutar.
Pero esta banalización de la homosexualidad, de lo mariquita, oculta el otro plano, el plano doloroso, pues el mundo gay no se sostiene sólo sobre la peineta y el sexo, sobre la moda y la pose, al ser ésta, sólo la parte visible de un universo que aún no se ha ventilado lo suficiente, lo que señala hacia el otro plano de la homosexualidad, al de la soledad y al del amor, que cada día se distancia más del de la estética por la estética y del de la sexualidad por el mero placer. Álvaro Pombo en esta novela, quiere mostrar ese otro plano del mundo gay, el que se encuentra colindante con el mundo heterosexual, ese mundo en donde el amor y la lucha por evitar la soledad, ocupan un espacio esencial para lograr eso que llamamos equilibrio psíquico, rechazando de un manotazo, el manoseado y amanerado mundo mariquita, en donde todo, parece decir Pombo, es de una superficialidad escalofriante y de una falsedad absoluta.
La novela muestra a dos personajes, a Salazar y a Allende, ambos en la sesentena, elaborando gracias a ellos el autor, dos estereotipos, sobre los que mostrar las dos caras de la homosexualidad, pues mientas que Salazar es el homosexual de buena posición, que no acepta su propia condición pero que juega con ella, lo que le conduce con el tiempo al derrumbe definitivo, el otro, Allende, representa a los que aceptan su homosexualidad tal y como es, consiguiendo alcanzar un estable equilibrio, no muy diferente al que puede alcanzar cualquier heterosexual. Pombo apuesta por todo lo que representa Allende, por la homosexualidad real, pero también por el compromiso de los que no se quedan en la pose, con los que, en la medida de lo posible, cuando pueden echan un cable, para evitar que alguien naufrague, en fin, el autor reivindica una homosexualidad responsable y normalizada, alejada del marujeo y del mariconeo puro y duro, pues esa es la única forma, de poder superar la marginación que han padecido, y que siguen padeciendo la mayoría de los homosexuales.
Lo mejor de la novela es el estilo Pombo, esa peculiar forma de escribir que he visto fraguarse novela tras novela y que cada día resulta más poderosa, en donde el lenguaje más exquisito se conjuga de forma constante con el más chabacano, creando páginas de una poética memorable. Creo que “contra natura”, a pesar de no ser, ni mucho menos una de las mejores novelas de Pombo, si es una novela que vale la pena leer, pues ante tanta pornografía literaria, ante tanta basura, sigue existiendo, afortunadamente para los lectores, la solidez de media docena de autores, sobre los que necesariamente hay que seguir apoyándose para intentar disfrutar, al menos de vez en cuando, de una literatura con ambiciones, es decir, de una literatura de calidad.
Segunda variación sobre Bauman
(elo.078)
Segunda variación sobre Bauman (la cultura en la era líquida)
Es posible que tenga razón Bauman, cuando afirma, que la cultura difícilmente podrá salir airosa de la actual situación en la que se encuentra, al menos la que siempre ha sido considerada como la cultura verdadera, la cultura con mayúsculas. La incondicional sumisión que muestra la cultura al mercado, ha dado el espaldarazo definitivo a la cultura popular, que ahora, no contenta con la posición mayoritaria de la que siempre había gozado, disfruta arrinconando y exterminando a su eterna enemiga, aquella que un día sí y otro también la acusaba de banal y chabacana. La cultura mayoritaria, de esta forma, en los nuevos tiempos que vivimos, se apodera, al parecer de forma definitiva, de todo el espacio cultural, al haber entregado sus banderas los pocos que aún consideraban que la cultura podía ser algo diferente. La prueba de esta estrepitosa derrota, que ha finiquitado por primera vez en la historia, la enriquecedora dinámica entre lo mayoritario y lo minoritario, la estamos sufriendo ahora, cuando apenas llegan a los mercados, al no pasar los sofisticados filtros que estos imponen, obras que puedan considerarse como artísticas. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los productos que llegan al consumidor cultural carezcan de calidad, pues posiblemente nunca, haya habido productos culturales de tanta calidad como en la actualidad, lo que ocurre, es que la calidad, por muy alta que pueda llegar a ser, no siempre hay que identificarla con el arte. Sí, en estos momentos, nuestras sociedades cuentan, en todos los ámbitos de la creación cultural, con un gran número de artesanos, todos ellos con un magnífico nivel profesional, que hacen el mejor cine, la mejor literatura, la mejor pintura o escultura que se haya realizado en la historia, lo que no significa, ni mucho menos, que en estos tiempos, disfrutemos de la mejor producción artística posible. Siempre se ha dicho, que la existencia de un tejido cultural aceptable, es el mejor abono posible, para que aparezcan creaciones artística y artistas singulares, pero lo que acontece en nuestros días, parece desmentir dicho tópico, pues la realidad nos dice, que precisamente cuando existe la mejor cantera artística de todos los tiempos, el arte tiende a desparecer, en el mejor de los casos, a favor de la obra de artesanía de calidad. Resulta evidente, que por el hecho de que el arte sea casi milagroso en nuestros días no se va a acabar el mundo, pero tal circunstancia, habla por sí sóla, con suficiente elocuencia, del tipo del sociedad que hemos creado, en donde a pesar de los elevados niveles de vida alcanzados, reina una insatisfacción generalizada que empuja a la infelicidad a importantes sectores de la población. Creo, a pesar de que tal afirmación pueda resultar atrevida, que la ausencia de producción artística real y el malestar existente, se encuentran intimamente relacionados, pues ambas realidades, extienden sus raíces bajo un sistema, que en lugar de pensar y trabajar por el bienestar de la ciudadanía, pone todo su empeño, en que los frágiles equilibrios que posibilitan el perfecto funcionamiento del mercado funcionen a la perfección, supeditando y subordinando los intereses sociales a las necesidades de dicho mercado, al entender que éste, es el auténtico corazón del sistema. Evidentemente, el mercado es el corazón de este sistema, pero en ningún momento, por el bien de todos, debe convertirse en el eje, sobre el que tenga que vertebrarse toda la existencia social, como ocurre, o comienza a ocurrir en estos extraños tiempos que soportamos. Una sociedad sana, debe intentar ser multipolar y lograr asentarse sobre diversos centros de poder, contra más mejor, lo que le aportaría una visión plural de su propia existencia, circunstancia que con el tiempo, acabará fortaleciendo su musculatura, algo esencial para hacer frente a las variadas dificultades que en su deambular, tendrá necesariamente que afrontar. Pero no, al parecer no van por ahí las estrategias trazadas, que parecen tener más interés en debilitar a las sociedades actuales, que en fortalecerlas y aportarle los antídotos que tanto necesitan, ya que los valores del mercado, siempre arbitrarios digan lo que digan, tienden a universalizarse, sin evaluarse con anterioridad los daños que tal hecho causaran a medio plazo.
La cultura, que es lo que siempre se encuentra, por definición, en el extremo opuesto a donde se sitúa el mercado, también, de forma incomprensible, ha sido engullida por ese nuevo ogro filantrópico, y por el ritmo, que éste, de forma incansable impone. Esto significa, cosa que han comprendido con extrema facilidad los creadores, que si se desea vivir de la cultura, algo siempre lícito por otra parte, es fundamental adaptarse a los objetivos sagrados del propio mercado, que siempre, en todo momento, sitúa la rentabilidad por encima de cualquier otro parámetro. Para el mercado, un producto rentable, es aquel, que logra venderse con relativa facilidad, lo que significa, que el nuevo producto cultural, en primer lugar, tendrá que intentar resultar atractivo a sus posibles compradores, para lo cual, necesariamente, deberá adaptarse a los gustos de éstos. Este hecho, que es de gran importancia, significa, algo que no se le escapa a Bauman, que es el comprador, el consumidor final, el que en último extremo inspira la producción cultural, hecho que logra explicar mucho de lo que acontece. Si el creador cultural, y nótese que no hablo del artista, en lugar de estar pendiente de sus creaciones, de su trabajo, tiene que estar en todo momento observando los gustos imperantes con la intención de acomodarse a ellos, difícil resultará, a no ser que la casualidad obre alguno de sus milagros, que pueda aparecer ese insólito hecho que es la obra de arte.
Dicen que en el mercado todo se puede vender, pero lo cierto es que lo novedoso, lo raro, lo que no encaja en la estética dominante, encuentra casi siempre sus puertas cerradas, que en todo momento permanecerán franqueadas, para todo aquello, por muy estrambótico que sea, que cuente con una clientela potencial asegurada. Se podría decir, en principio con toda la razón del mundo, que todo radica en crear un determinado público, contra más amplio mejor, que espere con interés un determinado producto, en fin, que todo sería cuestión de pedagogía, pero lo cierto, es que el ciudadano actual, ese que se encuentra sumido en los flujos y reflujos del mercado, el que se ha reconvertido (o han reconvertido) en consumidor, poco interés muestra, para todo aquello que no abunde en lo de siempre.
Las novedades que llegan a las librerías, a pesar, en la mayorías de las ocasiones, de ser formalmente perfectas, en pocos casos llegan a despertar algo más que interés en los lectores, por la sencilla razón, de que desde un primer momento, fueron ideadas sólo, para intentar entretener y contentar a un público concreto. Lo mismo ocurre con el cine y con las restantes manifestaciones culturales. No hay que olvidar, que más allá del área en donde ese público centra su interés, se halla un vasto territorio, abandonado e inexplorado, que es al que debe aspirar en todo momento el arte (intentando siempre ganarle terrenos al mar), y al que no tiene ningún interés de dirigirse la cultura dominante, la que se encuentra subordinada a la rentabilidad económica.
En los tiempos que corren ya no existe la censura, por lo que no se deben confundir los términos. Ya no se castiga a nadie por el simple hecho de atacar al sistema, no, se castiga, y con una dureza desproporcionada al que no vende, al creador incapaz de colocar sus productos, lo que obliga a todos los que desean abrirse un hueco en el universo cultural, a no innovar en exceso, a permanecer siempre dentro de los límites permitidos, lo que significa en último extremo, ni más ni menos, que negar el arte. Por lo anterior, Bauman tiene pocas esperanzas en el futuro del arte, al resultar incompatible éste, con una sociedad adocenada, pero al mismo tiempo caracterizada por la atomización de sus miembros, que al parecer lo único que desean, en el plano cultural, es que le cuenten siempre la misma historia, aunque eso sí, con diferentes melodías.
Segunda variación sobre Bauman (la cultura en la era líquida)
Es posible que tenga razón Bauman, cuando afirma, que la cultura difícilmente podrá salir airosa de la actual situación en la que se encuentra, al menos la que siempre ha sido considerada como la cultura verdadera, la cultura con mayúsculas. La incondicional sumisión que muestra la cultura al mercado, ha dado el espaldarazo definitivo a la cultura popular, que ahora, no contenta con la posición mayoritaria de la que siempre había gozado, disfruta arrinconando y exterminando a su eterna enemiga, aquella que un día sí y otro también la acusaba de banal y chabacana. La cultura mayoritaria, de esta forma, en los nuevos tiempos que vivimos, se apodera, al parecer de forma definitiva, de todo el espacio cultural, al haber entregado sus banderas los pocos que aún consideraban que la cultura podía ser algo diferente. La prueba de esta estrepitosa derrota, que ha finiquitado por primera vez en la historia, la enriquecedora dinámica entre lo mayoritario y lo minoritario, la estamos sufriendo ahora, cuando apenas llegan a los mercados, al no pasar los sofisticados filtros que estos imponen, obras que puedan considerarse como artísticas. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los productos que llegan al consumidor cultural carezcan de calidad, pues posiblemente nunca, haya habido productos culturales de tanta calidad como en la actualidad, lo que ocurre, es que la calidad, por muy alta que pueda llegar a ser, no siempre hay que identificarla con el arte. Sí, en estos momentos, nuestras sociedades cuentan, en todos los ámbitos de la creación cultural, con un gran número de artesanos, todos ellos con un magnífico nivel profesional, que hacen el mejor cine, la mejor literatura, la mejor pintura o escultura que se haya realizado en la historia, lo que no significa, ni mucho menos, que en estos tiempos, disfrutemos de la mejor producción artística posible. Siempre se ha dicho, que la existencia de un tejido cultural aceptable, es el mejor abono posible, para que aparezcan creaciones artística y artistas singulares, pero lo que acontece en nuestros días, parece desmentir dicho tópico, pues la realidad nos dice, que precisamente cuando existe la mejor cantera artística de todos los tiempos, el arte tiende a desparecer, en el mejor de los casos, a favor de la obra de artesanía de calidad. Resulta evidente, que por el hecho de que el arte sea casi milagroso en nuestros días no se va a acabar el mundo, pero tal circunstancia, habla por sí sóla, con suficiente elocuencia, del tipo del sociedad que hemos creado, en donde a pesar de los elevados niveles de vida alcanzados, reina una insatisfacción generalizada que empuja a la infelicidad a importantes sectores de la población. Creo, a pesar de que tal afirmación pueda resultar atrevida, que la ausencia de producción artística real y el malestar existente, se encuentran intimamente relacionados, pues ambas realidades, extienden sus raíces bajo un sistema, que en lugar de pensar y trabajar por el bienestar de la ciudadanía, pone todo su empeño, en que los frágiles equilibrios que posibilitan el perfecto funcionamiento del mercado funcionen a la perfección, supeditando y subordinando los intereses sociales a las necesidades de dicho mercado, al entender que éste, es el auténtico corazón del sistema. Evidentemente, el mercado es el corazón de este sistema, pero en ningún momento, por el bien de todos, debe convertirse en el eje, sobre el que tenga que vertebrarse toda la existencia social, como ocurre, o comienza a ocurrir en estos extraños tiempos que soportamos. Una sociedad sana, debe intentar ser multipolar y lograr asentarse sobre diversos centros de poder, contra más mejor, lo que le aportaría una visión plural de su propia existencia, circunstancia que con el tiempo, acabará fortaleciendo su musculatura, algo esencial para hacer frente a las variadas dificultades que en su deambular, tendrá necesariamente que afrontar. Pero no, al parecer no van por ahí las estrategias trazadas, que parecen tener más interés en debilitar a las sociedades actuales, que en fortalecerlas y aportarle los antídotos que tanto necesitan, ya que los valores del mercado, siempre arbitrarios digan lo que digan, tienden a universalizarse, sin evaluarse con anterioridad los daños que tal hecho causaran a medio plazo.
La cultura, que es lo que siempre se encuentra, por definición, en el extremo opuesto a donde se sitúa el mercado, también, de forma incomprensible, ha sido engullida por ese nuevo ogro filantrópico, y por el ritmo, que éste, de forma incansable impone. Esto significa, cosa que han comprendido con extrema facilidad los creadores, que si se desea vivir de la cultura, algo siempre lícito por otra parte, es fundamental adaptarse a los objetivos sagrados del propio mercado, que siempre, en todo momento, sitúa la rentabilidad por encima de cualquier otro parámetro. Para el mercado, un producto rentable, es aquel, que logra venderse con relativa facilidad, lo que significa, que el nuevo producto cultural, en primer lugar, tendrá que intentar resultar atractivo a sus posibles compradores, para lo cual, necesariamente, deberá adaptarse a los gustos de éstos. Este hecho, que es de gran importancia, significa, algo que no se le escapa a Bauman, que es el comprador, el consumidor final, el que en último extremo inspira la producción cultural, hecho que logra explicar mucho de lo que acontece. Si el creador cultural, y nótese que no hablo del artista, en lugar de estar pendiente de sus creaciones, de su trabajo, tiene que estar en todo momento observando los gustos imperantes con la intención de acomodarse a ellos, difícil resultará, a no ser que la casualidad obre alguno de sus milagros, que pueda aparecer ese insólito hecho que es la obra de arte.
Dicen que en el mercado todo se puede vender, pero lo cierto es que lo novedoso, lo raro, lo que no encaja en la estética dominante, encuentra casi siempre sus puertas cerradas, que en todo momento permanecerán franqueadas, para todo aquello, por muy estrambótico que sea, que cuente con una clientela potencial asegurada. Se podría decir, en principio con toda la razón del mundo, que todo radica en crear un determinado público, contra más amplio mejor, que espere con interés un determinado producto, en fin, que todo sería cuestión de pedagogía, pero lo cierto, es que el ciudadano actual, ese que se encuentra sumido en los flujos y reflujos del mercado, el que se ha reconvertido (o han reconvertido) en consumidor, poco interés muestra, para todo aquello que no abunde en lo de siempre.
Las novedades que llegan a las librerías, a pesar, en la mayorías de las ocasiones, de ser formalmente perfectas, en pocos casos llegan a despertar algo más que interés en los lectores, por la sencilla razón, de que desde un primer momento, fueron ideadas sólo, para intentar entretener y contentar a un público concreto. Lo mismo ocurre con el cine y con las restantes manifestaciones culturales. No hay que olvidar, que más allá del área en donde ese público centra su interés, se halla un vasto territorio, abandonado e inexplorado, que es al que debe aspirar en todo momento el arte (intentando siempre ganarle terrenos al mar), y al que no tiene ningún interés de dirigirse la cultura dominante, la que se encuentra subordinada a la rentabilidad económica.
En los tiempos que corren ya no existe la censura, por lo que no se deben confundir los términos. Ya no se castiga a nadie por el simple hecho de atacar al sistema, no, se castiga, y con una dureza desproporcionada al que no vende, al creador incapaz de colocar sus productos, lo que obliga a todos los que desean abrirse un hueco en el universo cultural, a no innovar en exceso, a permanecer siempre dentro de los límites permitidos, lo que significa en último extremo, ni más ni menos, que negar el arte. Por lo anterior, Bauman tiene pocas esperanzas en el futuro del arte, al resultar incompatible éste, con una sociedad adocenada, pero al mismo tiempo caracterizada por la atomización de sus miembros, que al parecer lo único que desean, en el plano cultural, es que le cuenten siempre la misma historia, aunque eso sí, con diferentes melodías.
Divagaciones sobre un texto de Bauman
(elo.077)
Divagaciones sobre un texto de Bauman
Vida líquida
Zigmung Bauman
Paidós, 2.005
El jueves pasado, en una charla coloquio a la que asistí, uno de los ponentes se peguntaba con incredulidad, sobre las causas que atenazaban a importantes sectores sociales, para apostar sin dudarlo, por la seguridad que proporciona un empleo fijo, al ser posible dentro del funcionariado, aunque sea mal pagado, a la libertad que supone la aventura empresarial. En ese momento comprendí, que dicha persona, a pesar de poseer una gran credibilidad dentro de su ámbito de influencia, no entendía nada de nada. Este es uno de los grandes problemas de los triunfadores, que pierden el contacto con la realidad, al creer que su mundo, ese mundo tan bien amueblado del que suelen disfrutar, es el mundo con mayúsculas, lo que les lleva en filantrópica labor, a intentar, desde sus atalayas, imponer su visión de las cosas, sin plantearse ni por un solo momento, que existen múltiples perspectivas, todas ellas, al menos tan legítimas como la suya. Los triunfadores viven en su mundo, cada día que pasa más hermético, mientras que todos los demás, vivimos, o tenemos que vivir en otro completamente diferente, en donde la jerarquización de prioridades resulta radicalmente distinta. El triunfador tiene unos objetivos concretos, no comprendiendo, cómo no son esas también las prioridades básicas que deben de regir la vida del resto de los mortales, y no lo entiende, porque en ningún momento realiza ese sano ejercicio, consistente en bajar de vez en cuando de su pedestal, para de esa forma, asomarse a la existencia de todos los que no disfrutan de su privilegiada posición, pues si lo hicieran, se darían cuenta, de que existen muchas realidades que complican en exceso, la realización de un certero diagnóstico, del estado de salud de nuestras sociedades.
Vivimos en un mundo que se caracteriza por su dualidad, por las diferencias, cada vez más significativas, entre la forma de vida que disfruta una reducida minoría de individuos a escala global, y las que tienen que soportar, de forma obligatoria, la inmensa mayoría de los seres humanos. Un mundo, cada día más dividido, entre los que creen que todo es jauja, y los que están convencidos, por experiencia propia, de la enorme dificultad que supone el mero hecho de intentar vivir. Sí, vivimos en un mundo cada día más injusto, en el que las diferencias se acrecientan, sin que se haga nada, para en la medida de lo posible, intentar aminorarlas, pues se llega a afirmar incluso, con total desfachatez, que la actual situación es la natural, como si las sociedades humanas no estuvieran fundadas y edificadas en la artificialidad, en un intento por cerrarles las puertas a las caprichosas leyes que rigen la naturaleza. No obstante, lo peor del asunto no es lo anterior, sino el estado de opinión dominante, que estima, que ante tal panorama nada se puede hacer, al ser ese el terreno, guste o no, del que hay que partir, para crear las riquezas que tanto necesitan nuestras sociedades, lo que significa, que cada día se reducen más las posibilidades de poder revertir la actual situación.
El ponente del que hablé en un principio, que al parecer es un importante empresario vinculado al mundo de las franquicias (sector productivo donde los hubiera), se quejaba, de que mayoritariamente en la actualidad, se apostaba por la seguridad antes que por la libertad, hecho que para él, dejaba al descubierto el tipo de sociedad en la que vivimos. El problema, es que la opción que se elija, la de la libertad o la de la seguridad, determina en buena medida, la posición que se ocupa dentro de dicha sociedad, si se pertenece al grupo de los triunfadores, o si por el contrario, al de los perdedores.
Aunque parezca mentira, el ser humano creó las comunidades en las que siempre ha vivido, con la intención de asegurar su existencia, pues la seguridad, siempre, a lo largo de la historia, ha sido para él lo esencial, de suerte que, todo lo demás, como la demanda de libertad, proviene de esa consolidada seguridad. Por ello, carece de sentido, peguntarle a alguien qué es lo que prefiere, si libertad o seguridad, pues la seguridad es la base sobre la que tiene que asentarse toda libertad que se precie. Bien, si la base de la libertad tiene que ser la seguridad, la base de esa seguridad para el ser humano es la comunidad en la que vive, cuya razón de ser, es la de proporcionarle un hábitat, en donde en la medida de lo posible, pueda encontrarse abrigado de las inclemencias que de forma inevitable impone la realidad.
Si se le hace caso a ese empresario metido a analista social, y se acepta que la seguridad sigue siendo la mayor preocupación para los miembros de nuestra sociedad, habrá que admitir que algo ocurre, que algo falla, y que resulta imprescindible, en primer lugar, localizar dónde y por qué se produce el problema, para con posterioridad, intentar solventarlo. Si como anteriormente apunté, la comunidad en la que se vive es la encargada de aportar la seguridad que necesita el ser humano, en ella habrá que husmear sobre las causas de la inseguridad que padece el hombre actual. Lo que se comprueba de forma inmediata, es que esa comunidad original ha desaparecido, pues la familia (la comunidad básica), y la patria (la comunidad política), se han volatilizado, dejando sólo un enorme vacío al que llaman sociedad, y que para colmo, día a día se difumina más y más. La sociedad es algo bastante vago y vaporoso, por lo que resulta más conveniente hablar del Estado como el gran dispensador actual de seguridad, pero ese Estado, se encuentra en los momentos presentes, fuertemente vigilado y criticado, por todos aquellos, que ven en él, al gran usurpador de la vitalidad social, recomendándose, que se aminore su tamaño, que se recorten sus tentáculos, para que deje espacio suficiente, para que la sociedad civil, eso que constantemente se trata de redefinir, se desarrolle de forma adecuada. El hombre, al menos el ciudadano de los países desarrollados, en donde el Estado se ha mostrado siempre más evolucionado, se ha acostumbrado a vivir con los apoyos que esa estructura tradicionalmente le ha proporcionado, siendo dicha seguridad, la que le ha ayudado a lo largo de los años, como si de un fiel aliado se tratara, a escalar unas cotas de desarrollo, nunca antes, ni tan siquiera imaginadas. El ser humano occidental, gracias al Estado, en las últimas décadas, ha tenido asegurado temas tan importantes como la educación, la sanidad, la vejez, logros que le evitaban, tener que estar siempre pendientes de esas cuestiones, pudiéndose centrar, gracias a que las tenía ya aseguradas, en los temas realmente importantes, tanto para su desarrollo personal como para las sociedades en las que desarrolla su existencia.
La cuestión, es que en pocos años, el Estado, ha pasado de ser la envidia de todos los que no tenían la oportunidad de disfrutarlo y el orgullo de los que se beneficiaban de sus actuaciones, a ser el enemigo a batir, el objetivo prioritario a derribar, por los militantes de esa nueva cruzada articulada por la nueva ideología dominante. De esta forma, poco a poco pero de forma incansable, el Estado ha ido perdiendo protagonismo en la vida social, de suerte que esos lugares que ha ido dejando vacantes, que en un principio y según los teóricos del neoliberalismo deberían ser ocupados por los miembros y por las iniciativas de la sociedad civil, han quedado sin ocupar, pues dicha sociedad civil, de la que tanto se habla y de la que tanto se espera, ni tan siquiera ha dado muestras de que exista realmente. Desde determinados organismos, de opacas estructuras, se exige que se reduzcan las tasas impositivas, lo que repercute cuando se lleva a cabo (y casi siempre, de forma incomprensible, se llevan a cabo esas exigencias), en que servicios básicos antes asegurados, como la educación, la sanidad, las pensiones, o la seguridad pública, no puedan ser financiados como la sociedad demanda, siendo sustituidos la gestión de dichos servicios, no por organizaciones civiles no gubernamentales, sino por empresas privadas que evidentemente cobran por los trabajos que llevan a cabo cantidades prohibitivas para la mayoría de a ciudadanía. El desmantelamiento del Estado, supone, al ser el Estado la espina dorsal de todas las sociedades actuales, el debilitamiento definitivo de éstas, lo que por extensión provoca, un aumento considerable de la sensación de inseguridad de una ciudadanía, que observa con estupor, el hecho de que gran parte de los instrumentos públicos que tenía a su disposición, poco a poco van siendo eliminados, después de haber sido descuidados durante años. Sí, porque nada se dinamita de la noche a la mañana, sino que dichos servicios públicos, primero pasan por una etapa de abandono, hasta que se hace creer, que pueden ser sustituidos de forma ventajosa por organizaciones privadas, siempre y cuando, se pague el peaje necesario para poder acceder a ellos, por lo que se puede asegurar, que un determinado servicio se va a privatizar, cuando se observe, que carece de la suficiente dotación económica como para afrontar con dignidad la labor que se le encomienda, es decir, cuando se le abandona a su suerte.
Cuando la sociedad, como ocurre en la actualidad, ya no se presenta como un dispensador de seguridad, el hombre que en ella reside, comienza a sentirse inseguro y a vivir a la defensiva, gastando parte de sus energías, en blindarse frente al exterior en enroque defensivo de dudosa salubridad. Pero esta actitud, que por otra parte es la mayoritaria, contrasta con el movimiento que ejecutan las élites sociales, que en la nueva situación parecen encontrarse como pez en el agua, pues ellos, debido a la posición que mantienen, no necesitan para nada, identificarse con ninguna sociedad, ni mucho menos con ningún estado, al estar convencidas, que en el actual estadio histórico, la única referencia posible es la que impone el mercado globalizado, que siempre, en última instancia, marcará las pautas que de forma inevitable habrá que seguir.
Las distancias existentes entre el hombre común y el que pertenece a las élites de nuestra época, se irán con el tiempo ensanchando, sobre todo, porque ese hombre común acobardado, incapaz de organizarse y de idear colectivamente un futuro aceptable, poco podrá hacer para paliar la difícil situación en la que se encuentra.
Divagaciones sobre un texto de Bauman
Vida líquida
Zigmung Bauman
Paidós, 2.005
El jueves pasado, en una charla coloquio a la que asistí, uno de los ponentes se peguntaba con incredulidad, sobre las causas que atenazaban a importantes sectores sociales, para apostar sin dudarlo, por la seguridad que proporciona un empleo fijo, al ser posible dentro del funcionariado, aunque sea mal pagado, a la libertad que supone la aventura empresarial. En ese momento comprendí, que dicha persona, a pesar de poseer una gran credibilidad dentro de su ámbito de influencia, no entendía nada de nada. Este es uno de los grandes problemas de los triunfadores, que pierden el contacto con la realidad, al creer que su mundo, ese mundo tan bien amueblado del que suelen disfrutar, es el mundo con mayúsculas, lo que les lleva en filantrópica labor, a intentar, desde sus atalayas, imponer su visión de las cosas, sin plantearse ni por un solo momento, que existen múltiples perspectivas, todas ellas, al menos tan legítimas como la suya. Los triunfadores viven en su mundo, cada día que pasa más hermético, mientras que todos los demás, vivimos, o tenemos que vivir en otro completamente diferente, en donde la jerarquización de prioridades resulta radicalmente distinta. El triunfador tiene unos objetivos concretos, no comprendiendo, cómo no son esas también las prioridades básicas que deben de regir la vida del resto de los mortales, y no lo entiende, porque en ningún momento realiza ese sano ejercicio, consistente en bajar de vez en cuando de su pedestal, para de esa forma, asomarse a la existencia de todos los que no disfrutan de su privilegiada posición, pues si lo hicieran, se darían cuenta, de que existen muchas realidades que complican en exceso, la realización de un certero diagnóstico, del estado de salud de nuestras sociedades.
Vivimos en un mundo que se caracteriza por su dualidad, por las diferencias, cada vez más significativas, entre la forma de vida que disfruta una reducida minoría de individuos a escala global, y las que tienen que soportar, de forma obligatoria, la inmensa mayoría de los seres humanos. Un mundo, cada día más dividido, entre los que creen que todo es jauja, y los que están convencidos, por experiencia propia, de la enorme dificultad que supone el mero hecho de intentar vivir. Sí, vivimos en un mundo cada día más injusto, en el que las diferencias se acrecientan, sin que se haga nada, para en la medida de lo posible, intentar aminorarlas, pues se llega a afirmar incluso, con total desfachatez, que la actual situación es la natural, como si las sociedades humanas no estuvieran fundadas y edificadas en la artificialidad, en un intento por cerrarles las puertas a las caprichosas leyes que rigen la naturaleza. No obstante, lo peor del asunto no es lo anterior, sino el estado de opinión dominante, que estima, que ante tal panorama nada se puede hacer, al ser ese el terreno, guste o no, del que hay que partir, para crear las riquezas que tanto necesitan nuestras sociedades, lo que significa, que cada día se reducen más las posibilidades de poder revertir la actual situación.
El ponente del que hablé en un principio, que al parecer es un importante empresario vinculado al mundo de las franquicias (sector productivo donde los hubiera), se quejaba, de que mayoritariamente en la actualidad, se apostaba por la seguridad antes que por la libertad, hecho que para él, dejaba al descubierto el tipo de sociedad en la que vivimos. El problema, es que la opción que se elija, la de la libertad o la de la seguridad, determina en buena medida, la posición que se ocupa dentro de dicha sociedad, si se pertenece al grupo de los triunfadores, o si por el contrario, al de los perdedores.
Aunque parezca mentira, el ser humano creó las comunidades en las que siempre ha vivido, con la intención de asegurar su existencia, pues la seguridad, siempre, a lo largo de la historia, ha sido para él lo esencial, de suerte que, todo lo demás, como la demanda de libertad, proviene de esa consolidada seguridad. Por ello, carece de sentido, peguntarle a alguien qué es lo que prefiere, si libertad o seguridad, pues la seguridad es la base sobre la que tiene que asentarse toda libertad que se precie. Bien, si la base de la libertad tiene que ser la seguridad, la base de esa seguridad para el ser humano es la comunidad en la que vive, cuya razón de ser, es la de proporcionarle un hábitat, en donde en la medida de lo posible, pueda encontrarse abrigado de las inclemencias que de forma inevitable impone la realidad.
Si se le hace caso a ese empresario metido a analista social, y se acepta que la seguridad sigue siendo la mayor preocupación para los miembros de nuestra sociedad, habrá que admitir que algo ocurre, que algo falla, y que resulta imprescindible, en primer lugar, localizar dónde y por qué se produce el problema, para con posterioridad, intentar solventarlo. Si como anteriormente apunté, la comunidad en la que se vive es la encargada de aportar la seguridad que necesita el ser humano, en ella habrá que husmear sobre las causas de la inseguridad que padece el hombre actual. Lo que se comprueba de forma inmediata, es que esa comunidad original ha desaparecido, pues la familia (la comunidad básica), y la patria (la comunidad política), se han volatilizado, dejando sólo un enorme vacío al que llaman sociedad, y que para colmo, día a día se difumina más y más. La sociedad es algo bastante vago y vaporoso, por lo que resulta más conveniente hablar del Estado como el gran dispensador actual de seguridad, pero ese Estado, se encuentra en los momentos presentes, fuertemente vigilado y criticado, por todos aquellos, que ven en él, al gran usurpador de la vitalidad social, recomendándose, que se aminore su tamaño, que se recorten sus tentáculos, para que deje espacio suficiente, para que la sociedad civil, eso que constantemente se trata de redefinir, se desarrolle de forma adecuada. El hombre, al menos el ciudadano de los países desarrollados, en donde el Estado se ha mostrado siempre más evolucionado, se ha acostumbrado a vivir con los apoyos que esa estructura tradicionalmente le ha proporcionado, siendo dicha seguridad, la que le ha ayudado a lo largo de los años, como si de un fiel aliado se tratara, a escalar unas cotas de desarrollo, nunca antes, ni tan siquiera imaginadas. El ser humano occidental, gracias al Estado, en las últimas décadas, ha tenido asegurado temas tan importantes como la educación, la sanidad, la vejez, logros que le evitaban, tener que estar siempre pendientes de esas cuestiones, pudiéndose centrar, gracias a que las tenía ya aseguradas, en los temas realmente importantes, tanto para su desarrollo personal como para las sociedades en las que desarrolla su existencia.
La cuestión, es que en pocos años, el Estado, ha pasado de ser la envidia de todos los que no tenían la oportunidad de disfrutarlo y el orgullo de los que se beneficiaban de sus actuaciones, a ser el enemigo a batir, el objetivo prioritario a derribar, por los militantes de esa nueva cruzada articulada por la nueva ideología dominante. De esta forma, poco a poco pero de forma incansable, el Estado ha ido perdiendo protagonismo en la vida social, de suerte que esos lugares que ha ido dejando vacantes, que en un principio y según los teóricos del neoliberalismo deberían ser ocupados por los miembros y por las iniciativas de la sociedad civil, han quedado sin ocupar, pues dicha sociedad civil, de la que tanto se habla y de la que tanto se espera, ni tan siquiera ha dado muestras de que exista realmente. Desde determinados organismos, de opacas estructuras, se exige que se reduzcan las tasas impositivas, lo que repercute cuando se lleva a cabo (y casi siempre, de forma incomprensible, se llevan a cabo esas exigencias), en que servicios básicos antes asegurados, como la educación, la sanidad, las pensiones, o la seguridad pública, no puedan ser financiados como la sociedad demanda, siendo sustituidos la gestión de dichos servicios, no por organizaciones civiles no gubernamentales, sino por empresas privadas que evidentemente cobran por los trabajos que llevan a cabo cantidades prohibitivas para la mayoría de a ciudadanía. El desmantelamiento del Estado, supone, al ser el Estado la espina dorsal de todas las sociedades actuales, el debilitamiento definitivo de éstas, lo que por extensión provoca, un aumento considerable de la sensación de inseguridad de una ciudadanía, que observa con estupor, el hecho de que gran parte de los instrumentos públicos que tenía a su disposición, poco a poco van siendo eliminados, después de haber sido descuidados durante años. Sí, porque nada se dinamita de la noche a la mañana, sino que dichos servicios públicos, primero pasan por una etapa de abandono, hasta que se hace creer, que pueden ser sustituidos de forma ventajosa por organizaciones privadas, siempre y cuando, se pague el peaje necesario para poder acceder a ellos, por lo que se puede asegurar, que un determinado servicio se va a privatizar, cuando se observe, que carece de la suficiente dotación económica como para afrontar con dignidad la labor que se le encomienda, es decir, cuando se le abandona a su suerte.
Cuando la sociedad, como ocurre en la actualidad, ya no se presenta como un dispensador de seguridad, el hombre que en ella reside, comienza a sentirse inseguro y a vivir a la defensiva, gastando parte de sus energías, en blindarse frente al exterior en enroque defensivo de dudosa salubridad. Pero esta actitud, que por otra parte es la mayoritaria, contrasta con el movimiento que ejecutan las élites sociales, que en la nueva situación parecen encontrarse como pez en el agua, pues ellos, debido a la posición que mantienen, no necesitan para nada, identificarse con ninguna sociedad, ni mucho menos con ningún estado, al estar convencidas, que en el actual estadio histórico, la única referencia posible es la que impone el mercado globalizado, que siempre, en última instancia, marcará las pautas que de forma inevitable habrá que seguir.
Las distancias existentes entre el hombre común y el que pertenece a las élites de nuestra época, se irán con el tiempo ensanchando, sobre todo, porque ese hombre común acobardado, incapaz de organizarse y de idear colectivamente un futuro aceptable, poco podrá hacer para paliar la difícil situación en la que se encuentra.
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