sábado, 19 de marzo de 2016

Francamente Frank

LECTURAS
(elo.335)

FRANCAMENTE, FRANK
Richard Ford
Anagrama, 2014

                        En los últimos tiempos me estoy dedicando a leer, a veces con demasiado voluntarismo, a determinados autores clásicos, a afamados novelistas que al parecer han dejado una profunda huella en la historia de la literatura y que me están resultando excelentes, aunque en buena medida, tanto sus discursos como sus metodologías, los encuentro ajenos, excesivamente distantes. La literatura, la buena literatura, a pesar de que dicen que debe fijarse y apoyarse en lo inalterable del ser humano, no cabe duda que siempre se encuentra anclada históricamente al momento en que se compuso, en las formas culturales establecidas y en la visión de los protagonistas del mundo en que vivían. Por ello, en muchas ocasiones, cuando se leen, casi siempre con deleite, algunas de esas joyas literarias, escritas incluso hace menos de un siglo, uno siente y observa cierta ingenuidad, como si pertenecieran a otro mundo, a un mundo ya fenecido.
                        Por lo anterior, a veces, como me ha ocurrido en esta ocasión, cuando se cruza en el camino alguna narración actual, de esas que también desde la calidad apunta hacia los problemas y las obsesiones del hombre contemporáneo, en donde la complejidad lo inunda todo, uno no tiene más remedio que dar “un respingo”, pues las aseadas y casi siempre previsibles narraciones que se dejan atrás son sustituidas por otras repletas de matices y de guiños, que hacen comprender, que a diferencia de la pasada, la literatura actual ante todo tiene que ser beligerante, tanto en su temática como en su forma, o lo que es lo mismo, que más que el deleite, que la perfecta exposición de una historia, lo que tiene que buscar, y profundizar cuando la encuentre, es en las enormes contradicciones que definen al ser humano de nuestra época, un ser humano cada día más aislado y confuso, cada día más  frágil y más vulnerable.
                        Cuando ya estaba convencido de que Richard Ford, de forma incomprensible, había dejado atrás a Frank Bascombe, su personaje emblemático, me he encontrado de nuevo, lo que me ha sorprendido, con el antiguo periodista deportivo y con el ex agente inmobiliario en cuatro pequeñas narraciones, ya con sesenta y ocho años pero en perfecto estado de forma. Y me lo he encontrado un poco más escéptico y también más alejado de un mundo que cada día comprende menos, mientras que su segunda mujer, Sally, se dedica a consolar, como si hubiera encontrado una nueva misión que cumplir, a los múltiples damnificados por el huracán Sandy.
                        De las cuatro narraciones la que más me ha llamado la atención ha sido la última, “Muerte de otros”, porque en ella me he reencontrado con el mejor Bascombe, o lo que es lo mismo, con el mejor Richard Ford. En este relato, Bascombe, subraya por enésima vez el estado de estupidez y también la alarmante decadencia a la que se ha llegado, apostando por la salud mental de la gente sencilla, aunque ésta sea de color. Desea que lo dejen en paz, pues está convencido que tiene su vida perfectamente amueblada, o con los muebles necesarios que necesita para vivir, bastándole con leerle desde una emisora local a los ciegos trozos de una novela de Naipaul y manteniendo su confortable relación con Sally, con la que evita tener conflictos, al tiempo que soportar, siempre con buen talante, los problemas que aún le causaban sus hijos y su primera mujer. Bascome, como siempre, sigue aspirando a llevar una vida sencilla y cómoda, y precisamente  por eso nadie le entiende, lo que le obliga a tener que salir del mundo en el que se encuentra tan a gusto, para encontrándose, entonces, con todo aquello que tanto le desagradaba.
                        Se podría decir, también, que Bascombe ante todo es un superviviente, alguien que en su momento comprendió, después de haber padecido diferentes tempestades (su fracaso como escritor, la muerte de su hijo o la separación de su mujer), que era preferible resguardarse de los vientos e intentar vivir un poco alejado de la costa, para desde allí, desde la distancia, observar a los que con esperanzas, aún tenían fuerzas para enfrentarse a la existencia. Sí, porque Bascombe ante todo es un observador que con su mirada, con su afilada mirada, deja al descubierto, a la intemperie, la estupidez humana.
                        Resulta curioso que Richard Ford, cuando se aleja del universo de su personaje estelar, no es más que un novelista mediocre, que no aporta absolutamente nada, algo que ciertamente tiene que ser complicado de asimilar para un autor, por lo que se puede comprender los diferentes intentos por desprenderse de él, algo lógico y humano, ya que Bascombe se tiene que interponer entre él y la literatura como un insalvable obstáculo.
                        Es posible que “la serie Bascombe” sea el último reducto de lo que en su momento se denominó “El realismo sucio”, de esa literatura realista y minimalista que para algunos abanderó Carver, y que ha supuesto la última gran aportación de la literatura norteamericana. “El realismo sucio” nos ha dejado otra visión de Norteamérica, cierto, pero también otra forma, sin estridencias, de abordar la literatura, más interesada en los pequeños detalles que en último extremo son los que condicionan y condimentan nuestra vida.
                        Afortunadamente, en la presentación de este libro, Richard Ford anunció la próxima publicación de una nueva novela de nuestro jubilado agente inmobiliario preferido, lo que significa que dentro de poco, y espero que no se haga rogar demasiado, podremos volver a disfrutar de la caustica, pero siempre inteligente y entrañable, mirada que Bascombe realiza de todo lo que se mueve a su alrededor.

Jueves, 14 de enero de 2016




Tala

LECTURAS
(elo.334)

TALA
Thomas Bernhard
Alianza, 1984

                        Hacía tiempo que tenía interés de leer esta novela, incluso antes de que comenzara a sentir los  primeros síntomas de mi “fiebre” por Bernhard, pero por unas circunstancias o por otras no he podido hacerme con ella hasta ahora, a pesar de que para algunos se trate de la mejor obra del escritor austriaco. No estoy seguro, después de haber terminado la  lectura de esto último, ya que creo que su mejor novela es “Extinción”, pero de lo que estoy convencido es que “Tala” es puro Bernhard. En esta pequeña novela está todo lo que me interesa de él, además de ser una novela de las que se podría calificar de “redondas”, pues  a diferencia de otras del autor, se presenta completamente nivelada, sin que nada aparezca en ella distorsionado ni apresurado. Nivelada, sí, pero a una altura difícil de  superar.
                        Como siempre, de Bernhard, lo que más me ha llamado la atención ha sido su poética, que no se basa ni en el sentimentalismo ni en la inspiración, sino en un férrea voluntad de estilo que él atribuye a las dificultades que encuentra ante el idioma alemán, idioma que hay que trabajar, a veces hasta la extenuación, para presentarlo de la forma adecuada, algo para lo que en principio ese idioma está negado. El alemán, como en numerosas ocasiones el propio Bernhard ha repetido, sirve para otras materias, como para la filosofía, pero no está dotado ni para la literatura ni para la poesía, motivo por el cual hay que trabajarlo y tensionarlo al máximo, para que de él pueda surgir un producto artístico. En otros autores lo poético en la narrativa me resulta insufrible, impostado, fuera de lugar, porque lo que desean hacer es una narrativa poética, algo que carece de sentido al estar en contra de la esencia misma del arte novelístico. Pero Bernhard no aspira a realizar poesía con su narrativa, en absoluto, pues lo que consigue es articular un ritmo circular mucho más cercano a la música, su gran pasión, que de la poesía, y en ese ritmo, un ritmo gracias al cual consigue desmenuzarlo todo, se encuentra lo mejor del austríaco, su singular estilo musical.
                        En “Tala”, como dije, se pueden encontrar todas las obsesiones de Bernhard, al igual que también su característico y elaborado estilo, y en su mejor versión, por lo que en este sentido esta obra puede mostrarse y presentarse como la ideal para realizar un acercamiento a la literatura del oscuro austriaco. En ella deja constancia de la relación de amor odio que mantiene con su país, su aversión al catolicismo, siempre castrante, el asco que sentía hacia el diletantismo cultural y hacia la burguesía austriaca, pero también su admiración por la gente sencilla, por aquella que todo lo que hacía lo realizaba con naturalidad. Bernhard para muchos no es más, sobre todo cuando de él no se ha leído lo suficiente, que un diletante, que un mero exquisito, alguien neurótico y exasperante, pero nada más lejos de la realidad, ya que con su literatura precisamente trata de dinamitar todo aquello de lo que se le acusa.
                        En esta ocasión, Bernhard, sitúa ante su objetivo a la denominada “clase” artística de su país, creando un escenario en donde el narrador, un escritor que después de un largo periodo había regresado a Viena, se limita a observar a los diferentes personajes que ante él “actúan”, tal como si se tratara de un espectador ante una obra teatral, y a recordar el tiempo, en el que con anterioridad, vivió en ese asfixiante y falso mundo. Todo lo que ve y lo que narra le resulta artificial, impostado, fruto de impotentes diletantes que se dedicaban, con la intención de hacer soportables sus aburridas existencias, a chapotear y a chapotear en las estancadas aguas del mundo en el que vivían, que ellos mismos habían creado y en donde se creían que tenían un papel importante que desarrollar.
                        Pero en el fondo se trataba de una interpretación monótona, previsible, que estalla cuando el invitado es interpelado, y fruto del alcohol califica de hipócrita al mundo en el que vive y del que vive, afirmando antes de volver al redil, al mundo en el que tenía su papel y en donde era alguien, las palabras “bosque, monte alto, tala”, dando a entender, que incluso para él, debajo de todo, de tantos substratos de impostura y de artificialidad, existía lo original, la naturaleza y la vida sencilla, y que todo lo demás no era más que cultura, la artificialidad tras la que se escondían.
                        Independientemente a sus temas, a sus obsesiones, leer a Bernhard ante todo es un placer, ya que sumergirse y dejarse llevar por su particular forma de entender la literatura, en donde siempre hay que estar despierto para comprobar cómo cada una de las frases que va dejando, y cómo las va dejando, encajan a la perfección con la siguiente, supone una fiesta para los que creemos, a pesar de los pesares, que la literatura es algo más que el hecho de contar una historia.  Y este es el grave problema que la literatura, que la literatura entendida como una actividad artística padece en la actualidad, que muchos creen que con saber contar una historia más o menos creíble y legible es  suficiente para ser novelista.
                        No hace mucho comenté que Bernhard en estos confusos tiempos representa un punto de referencia, y lo es, pues en un periodo en donde todo parece que vale, en que más que lo excelente se busca la publicación de una obra que consiga vender el número preciso de ejemplares para poder volver a publicar, mucho más que la calidad de lo que se presenta, es conveniente saber que existe otra literatura, otra literatura que se asienta en otros parámetros radicalmente diferentes, aunque sólo sea para comprender, que en literatura no todo vale.

Miércoles, 2 de noviembre de 2015

Escarnio

LECTURAS
(elo.333)

ESCARNIO
Coradino Vega
Caballo de Troya, 2014

                        Cuando cae en mis manos, como últimamente me ha ocurrido en varias ocasiones, una obra de un autor que comienza, además de valorar el texto en sí, que es lo importante, de de intentar comprender lo que ese autor desea aportar, me interesa averiguar la brecha por la que desea adentrarse en el mundo literario, a veces incluso más que el potencial que pudiera para ello tener. Soy de los que piensan que en las primeras obras se pone todo lo que se tiene, pudiéndose observar en ellas, por muy prematuras que sean, por muy desacertadas que pudieran llegar a ser, el lugar al que se desea llegar, tanto en lo estético como en lo temático. Este es el motivo por el que me interesa leer a estos autores noveles, al poder encontrar en ellos las nuevas tendencias, o no tan nuevas, que tratan de abrirse camino en un panorama demasiado complejo que necesita de forma urgente nuevas voces y nuevos discursos. Hoy en día, cuando todos los que aspiran a convertirse en escritores escriben bien, de forma correcta, lo que hay que exigir sobre todo es que los que empiezan deseen y puedan decir algo, y que no se conformen con ese sólo “saber escribir” que sin dudas los acorralará en el triste y multitudinario pelotón de escritores publicados, cuyos textos, en el mejor de los casos, sólo serán leídos por sus amigos, o por aquellos que, por diferentes motivos, no han tenido más remedio que acercarse a ellos. Pese a lo que se afirma, esas primeras obras son fundamentales para abrir puertas, pero también para cerrarlas, para dar el salto del oscuro anonimato o para caer en el empantanamiento definitivo, de suerte que cuando esto último ocurre, difícilmente se logra conseguir una segunda oportunidad.
                        El mundo literario es un mundo difícil en el que son pocos los que consiguen abrirse hueco, posiblemente más ahora que nunca, y eso a pesar de que la industria de la edición hasta cierto punto se ha democratizado, ya que los lectores, ante la enorme oferta que encuentran ante sí, son afortunadamente más selectivos y desgraciadamente más escasos que en periodos anteriores. Hoy, para que un texto consiga llamar la atención, para que sobresalga de la montaña de textos que se editan, tiene que aportar algo, algo más que su propia calidad literaria, que siempre, como dije antes, y tal como está el patio, se le supone.
                        Por una serie de circunstancias ha caído en mis manos una obra de un autor al que desconocía, “Escarnio”, de Coradino Vega, que puede servir para ilustrar lo anterior.
                        “Escarnio” es una novela de ciento cuarenta páginas que se puede leer, si se desea, de una sola sentada, una novela bien escrita, pero que no aporta absolutamente nada, ni en lo estructural, ya que es una narración lineal, ni por su contenido, al contar una historia que no dice nada nuevo al lector. Es una novela más, una novela sosa y poco condimentada, de la que sólo se puede salvar la honestidad con la que está escrita, lo que a estas alturas hay que reconocer que es bien poco. No me resulta fácil decir esto, pero cada día estoy más convencido que hay que ser exigentes con lo que se lee, incluso cuando lo que se lee está escrito por alguien que está comenzando, pues “las flores a María”, tan habituales en el mundo en que vivimos, en el que nada es malo, en el que todo es pasable y digno de elogio, está haciendo demasiado daño. “Escarnio” no es una mala novela, no, no lo es, pero es una novela hasta cierto punto anodina, que no seduce, que “no mata” como diría un amigo, y eso, aunque sea duro decirlo es lo peor que se puede decir de una novela, sobre todo cuando su autor, por su juventud, debe aspirar a algo más. Por esa honestidad que destaco, “Escarnio”, en determinados momentos me ha recodado ciertos aspectos de la obra de Muñoz Molina, pero ni de lejos el autor es tan arriesgado como el jiennense, que conjuga esa honestidad provinciana con una temeraria ambición literaria, que le permitió desde el primer momento posicionarse en el punto de mira de todos los observadores, cosa que por desgracia, para nada consigue Coradino Vega.
                        Se podría decir, aunque estas afirmaciones son siempre arriesgadas, que “Escarnio” es una obra de realismo social que trata de visualizar la realidad política en la que se vivía hace veinte años, en los estertores de los sucesivos gobiernos de Felipe González, cando la derecha realizaba una de sus barriobajeras ofensivas de cara a conseguir el poder, acompañada por las también últimas acciones de los grupos de extrema derecha y por los siempre desestabilizadores golpes de ETA. Coradino Vega sitúa la acción en un prestigioso Colegio Mayor de Madrid, el Pío Nono, en el seno del cual dibuja, a escala reducida, las tensiones que padecía la sociedad española de la época, tensiones que sufre un joven onubense que hasta allí había llegado gracias a una influyente recomendación y que sólo aspiraba a estudiar y a estudiar para cumplir con sus objetivos.
                        En un principio, durante las primeras páginas, el autor consiguió mantenerme metido en la novela, pero ésta pronto dejó de interesarme, tanto por la trama de la misma, en donde determinadas situaciones resultaban extrañas e irreales, como la relación del protagonista con Ainara, así como por la aridez de la narración. Pese al aparente buen manejo que demuestra el autor de las artes literarias, que “Escarnio” es demasiado simple, excesivamente primaria, una novela que en ningún momento levanta vuelo, que si bien no se le cierra las puertas al autor, tampoco consigue abrírselas.


Jueves, 12 de noviembre de 2015

Violación, una historia de mor

LECTURAS
(elo.332)

VIOLACIÓN, UNA HISTORIA DE AMOR
Joyce Carol Oates
Papel de liar, 2004

                        Después de haber leído varias novelas, todas bastante voluminosas de Carol Oates, novelas que, a pesar de su innegable calidad, hasta cierto punto me resultaron desiguales, acabo de terminar un relato largo, o una novela corta de la norteamericana que me ha llamado poderosamente la atención, tanto por su elaboración como por la tesis que deja sobre la mesa. Decía la propia Oates en una entrevista reciente, que para ella lo importante antes de comenzar a confeccionar una obra literaria, era encontrar la voz, la mirada adecuada para afrontar el tema o la idea que deseaba desarrollar. Posiblemente este hecho sea el que singularice la literatura de Carol Oates, ya que en la mima, a pesar lo potente que siempre resultan sus temas, la estructura consigue, en todo momento, un protagonismo que ilumina y aporta dinamismo a sus historias.
                        Pero vayamos por parte y siguiendo el orden en el que trabaja la autora. Para ella en primer lugar viene el tema, sobre el que recopila toda la información posible en múltiples notas, que no comienza a desarrollar, a tejer como ella mismo dice, hasta que no encuentra esa voz que el tema reclama. Pero, ¿cuál es el tema de esta novela, la idea a partir de la cual todo se origina? En principio, como el título de la novela indica, podría ser el de la violación, el de la violación y el de la salvaje agresión que sufre una joven madre cuando con su hija se dirigía, después de asistir a una fiesta durante el Cuatro de Julio, a su casa. Pero a pesar de que todo podría dar por supuesto tal afirmación, creo que no, que esa brutal violación no es más que un pretexto, utilizado por la autora para posicionar el tema, o mejor dicho los temas sobre los que quiere trabajar, que desde mi punto de vista son la ineficacia de la Justicia, o lo fácil que resulta manipular la Justicia cuando se posee la capacidad de contratar a un buen abogado, y la necesidad, en el momento en que  se comprende que esa Justicia va a fallar en falso, de ejercerla por cuenta propia. Ambos temas, aunque a nosotros nos parezcan ajenos, ocupan un lugar privilegiado entre las preocupaciones de los norteamericanos, aunque llame la atención, que una autora del prestigio de Carol Oates, en esta novela, se posicione claramente por los que optan, cuando la Justicia se deja manipular, por aplicarla por otros conductos.
                        Pero lo importante en la literatura, más que la tesis que se desea exponer, que es un tema de debate posterior, es la forma en que se cuenta la historia que envuelve y arropa a dicha tesis, y aquí es donde entre en juego lo que tanto subraya Carol Oates, la voz, la perspectiva desde la que se va a afrontar la historia, que en esta ocasión, a pesar de lo arriesgado de la elección, ha resultado completamente afortunada. En contra de su estilo característico, que es excesivamente puntilloso, lo que obliga a que sus obras resulten siempre demasiado voluminosas, en esta ocasión parece que tiene prisas por decir lo que desea decir, no parándose a realizar una vivisección, como en ella es habitual, de los diferentes personajes, subrayando sólo lo esencial, lo que es importante para el desarrollo de la novela. Por ello no se implica demasiado, utilizando dos tiempos verbales diferentes que aportan agilidad a la narración, dejando dudas en el lector sobre quién y desde dónde se cuenta la historia. Y esto lo hace porque lo importante no es la violación en sí, ni las consecuencias que la misma acarrea a las víctimas, al ser algo anecdótico, pues de lo que desea hablar la autora es de la preocupante situación de la justicia en su país, y en la justificación que encuentran, ante la prostitución de la misma, los que deciden ejercerla de “motu proprio”, de suerte que se podría decir que el héroe de la narración es el policía que venga la agresión sufrida por Teena y su hija Bethie.
                        Gracias a la estructura utilizada, la novela se puede leer de una sola sentada, consiguiendo Carol Oates mantener la tensión durante todo la obra, pero a pesar de ello, que casi siempre es suficiente, creo que la novela es irregular, y que dicha tensión oculta sus evidentes debilidades, como las diferencias existentes entre la primera y la segunda parte, ya que en esta última la novela literalmente se cae, llamando la atención el inesperado y muy norteamericano “final feliz” con el que el lector se encuentra. “Violación, una historia de amor” se salva por el “buen hacer” de Carol Oates, novela a la que sólo le falta la aparición de Click Eastwood, pues en el fondo es una novela evidentemente cinematográfica, y por lo tanto esquemática, a la que le puede faltar cuatrocientas páginas, sobre todo para que se hubiera podido evitar su evidente escoramiento hacia lo panfletario.
                        En resumen, “Violación,…” es una novela de calidad, pero de calidad engañosa, una novela que se mantiene en pie, como dije antes, gracias a la tensión que consigue con maestría crear la autora, pero que no es más que una novela de tesis, en la que se justifica “un hacer” siempre reprobable en toda sociedad civilizada, en donde queda al descubierto la otra Norteamérica, la que tan bien han sabido retratar los grandes autores de la tradición del denominado “realismo sucio”, de la que Oates, “a su aire”, también es heredera.


Lunes, 9 de noviembre de 2015