LECTURAS
(elo.325)
EXTINCIÓN
Thomas Bernhard
Alfagura, 1986
No
cabe duda que hay literaturas y literatura. Existe una literatura de consumo
con más o menos calidad, que casi siempre, o al menos de un tiempo a esta
parte, me está dejando indiferente, que no me dice nada, que me aburre. Podría
hablar de la sempiterna crisis de la novela, pero desde hace tiempo sé, que no
es una crisis de género como habitualmente se nos quiere hacer creer, sino de
creadores. El problema es que el nivel medio de los que se dedican a escribir
novelas es muy bajo, tanto si se hacen pasar por novelistas populares, al caer
casi siempre en la más vulgar de las linealidades, o si por el contrario se
disfrazan de exquisitos, de esos que están convencidos que cuanto más anémica e
ilegible sea una novela mejor será ésta. Lo que ocurre, lo que me ocurre, es
que cuando más descontento me encuentro, en el momento en que decido dejar la
novela a un lado, al menos por un tiempo, para pasar a otros géneros, como el
ensayo, por arte de magia cae en mis manos alguna obra de alguien que consigue
de nuevo convencerme del potencial que posee la novela, obligándome una vez más
a subrayar que el problema es la escasa calidad, la escasa altura de los que se
dedican a ella, de los llamados novelistas. Resulta evidente que el nivel de
los lectores tampoco es alto, pudiéndose decir incluso que cada día es más
bajo, pero también hay que decir que esto siempre ha pasado, por lo que ni de
lejos lo anterior puede ser una escusa para justificar lo que está ocurriendo,
y lo que está ocurriendo es que no se están realizando novelas no ya de
calidad, pues cada día los novelistas están más capacitados para alcanzar los
mínimos exigibles, sino novelas de excelencia, que es algo completamente
diferente. La novela de excelencia, o al menos así la entiendo, es aquella que
no se conforma con ser una novela más, la que no aspira a asentarse en lo ya
existente, en lo que desde hace tiempo está pautado, sino aquella, que por
decirlo de alguna forma, aspira a pautar lo que aún no se encuentra pautado, la
que arriesga, la que en definitiva abre nuevos caminos. Lo anterior viene a
cuento porque acabo de terminar de leer
“Extinción” de Thomas Bernhard, novela que me ha estallado entre las
manos.
Bernhard
tiene fama de ser un escritor oscuro, casi inaccesible, venerado por la crítica
más exigente, pero al que pocos han leído a pesar de su fama, ya que
ciertamente su literatura no es para disfrutarla apaciblemente, por ejemplo
debajo de una sombrilla en verano en
cualquiera de nuestras abarrotadas playas. Lo peor que se puede decir de un
escritor, y de Bernhard se dice como si fuera un elogio, es que sea un escritor
para escritores, lo que es partir del supuesto, un poco optimista por cierto,
no ya de que los escritores lean, sino que se dediquen a leer algo de tales
características, lo que de ser cierto, con toda seguridad sería muy otra la
literatura que hoy llegaría a nuestras manos.
Lo
cierto es que leer a Bernhard es no es fácil, y no lo es, porque con él, a
diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los autores, difícilmente se
puede poner en funcionamiento el muy utilizado piloto de lectura automático,
pues su literatura es de una exigencia
tal, que obliga a estar pendiente, con toda la atención que se pueda poseer, de
cada una de sus frases, de sus múltiples digresiones, de sus rotunda
afirmaciones, ya que una de sus características, es que constantemente le saca
punta al lenguaje, tensionándolo, para hacer de él alta literatura.
“Extinción”
es una novela potente, una novela que plantea un tema duro, el odio que el
protagonista siente por la clase social a la que pertenece, y por extensión a
Austria, su país; llevada a cabo con un estilo singular, que pese a ser muy
trabajado, e incluso muy trabajoso, en lugar de eclipsar el tema, como suele
ocurrir con demasiada frecuencia, lo encuadra y lo potencia a la perfección.
Por
una serie de circunstancias, el protagonista de la novela tiene la posibilidad
de destruir su mundo, en el que se había criado y siempre lo había condicionado,
y lo destruye con el poder que cae en sus manos, haciéndolo desaparecer de su
vida. Para él, pensar y escribir, en lugar de servir para fijar y comprender,
sirve para fijar, comprender y destruir, aportando una visión demoledora tanto
de su familia como de su país, cuya alma define como nacionalsocialista y como
católica, algo que va siempre en contra de toda sensibilidad creativa y
emancipada. El estilo indirecto empleado, sin duda lo mejor del texto, deja
abierta gran cantidad de variables, de reflexiones sobre múltiples cuestiones,
que en ningún momento dejan de iluminar al tema, sirviendo más bien para
observarlo y diseccionarlo desde diferentes ángulos, para desde la complejidad
de la metodología empleada, dejarlo a la intemperie.
Es
la primera novela que leo de Bernhard, que curiosamente es la última que
escribió, y es la primera porque tengo que reconocer que tenía cierto temor a
enfrentarme a sus obras, pero he quedado fascinado con ella, dejándome claro
que la buena literatura nunca puede ser ni complaciente ni cómoda, sino
exigente y poliédrica, y también, que sólo este tipo de literatura es la que
puede tirar del carro de la literatura misma, que si tiene algún futuro, que si
puede tener algún futuro no va a tener más remedio que abandonar las tediosas y
soleadas costas donde desde hace tiempo se encuentra atracada.
Bernhard
es un punto de referencia.
Lunes, 27 de
julio de 2015