viernes, 20 de marzo de 2015

Rey, Dama, Valet

LECTURAS
(elo.313)

REY, DAMA, VALET
Vladimir Navokov
Anagrama, 1928

                        Después de leer “Mashenka”, la primera novela de Nabokov, tengo que reconocer que no esperaba,  bajo ningún concepto, que su segunda novela, publicada sólo dos años después, fuera tan diferente, lo que en principio me desconcertó, costándome trabajo avanzar en la lectura, pues la prosa diáfana que recordaba, en esta se tornaba áspera, trabajosa, en donde las frases resultaban demasiado largas, por no hablar ya de la temática, una temática a la que no encontraba sentido. Estaba claro que el joven Nabokov no estaba interesado en abundar en lo alegórico, y que en esta ocasión había apostado por poner sobre la mesa un tema bastante manoseado, con demasiadas resonancias a Madame Bovary y a Ana Karenina, el de una mujer burguesa insatisfecha, con objeto de poder jugar con sus personajes, o lo que es lo mismo, desarrolla un tema muy utilizado, que en sí no consigue llamar la atención, para centrarse en los movimientos de los protagonistas. Hay que reconocer que para un autor joven esta  apuesta no podía resultar fácil, al hacer falta un dominio técnico inusual para un novelista que comenzaba, lo que dejaba claro por un lado la ambición del autor, y por otro, la pericia que sorprendentemente ya poseía, pues como se sabe, una cosa es querer y otra muy distinta poder.
                        Como decía, en un principio me costaba trabajo avanzar, al observar que lo que leía resultaba demasiado forzado, forzado porque se masticaba una voluntad de estilo excesivamente trabajado, pero poco a poco y sin darme cuenta fui quedando engatusado, y eso que la historia seguía sin interesarme lo más mínimo, al tropezar con una serie de situaciones, todas bien resueltas, que me llamaron la atención.  Estoy acostumbrado, mal acostumbrado, a una literatura que presta más atención hacia dónde señala que a la forma que desarrolla, a una literatura que pasa volando hacia los objetivos concretos que se impone, casi siempre exógenos a la propia obra que de esta forma se convierte sólo en un medio para conseguir algo, que a las tramas que como fin último, sin aspirar a nada más, ni a nada menos, aspiran a presentar un texto en el que todo comience y que termine en el propio texto. No cabe duda que se tratan de prejuicios, pues durante un tiempo la pureza literaria, en la poesía, en la narrativa, la he rechazado  por su aburguesamiento, por su falta de compromiso, de suerte que siempre o casi siempre tenía más interés cualquier creación reivindicativa, aunque objetivamente resultara mediocre, que aquellas otras bien construidas que sólo aspiraran a contar bien una determinada historia.
                        No se trata a estas alturas de cambiar los parámetros que de la novela siempre me han interesado, pues que una novela diga algo, el hecho de que tenga un valor añadido que vaya más allá de la propia historia que se cuente, creo que es, que tiene que ser irrenunciable, lo que ocurre es que a veces con la intención de alcanzar ese objetivo se olvida lo fundamental, cuidar lo que se escribe, comprender que ante todo la literatura es una actividad artística en la que no todo vale.
                        No creo “que la vida con cierta frecuencia imite a los novelistas franceses”, pero sí estoy convencido que en esta ocasión, el malévolo Navokov, ha utilizado ese tipo de novelas que tanta influencia han tenido en la adolescencia de todo lector, para desarrollar lo que trataba de  demostrar, que la literatura en el fondo no es más que un juego, un mover de aquí para allá, pero siempre de forma estudiada, a los diferentes personajes, como si se tratara de una partida de ajedrez o de naipes, en donde el protagonismo absoluto lo tiene el propio autor, ese autor que se esconde dominándolo todo detrás de  las bambalinas.
                        “Rey, Dama, Valet”, es por tanto una novela de estrategia, en donde la Dama, consciente de su poder y siempre deseosa de ocupar el lugar que cree que le corresponde, valiéndose de su protegido, que carece en todo momento de voluntad propia, quiere hacerse con el poder destronando al Rey, que sin enterarse de nada, pero siempre dedicándose a lo que tenía que hacer, sale indemne, aunque quien se beneficia del juego, gracias a la ambición de quien se creía ganadora, es el Valet, el joven que en la obra ejerce de amante de la protagonista y que a la muerte de ésta, salta de júbilo y ríe a carcajadas por haber encontrado y recuperado su libertad. En la novela todos saben su papel, el papel limitado que le corresponde en el juego, porque así se lo hace saber el autor, que es el que de forma omnímoda ejecuta todos los movimientos.
                        A pesar de ser una novela poco conocida, yo al menos no había oído hablar de ella, “Rey, Dama, Valet”, muestra la capacidad del autor no ya para superar con nota las diferentes situaciones que va creando, sino, lo que es más importante, para desarrollar escenas, como la del primer encuentro amoroso que mantienen los protagonistas, magistralmente narrado, que consigue grabarse en la mente del lector. Digo los protagonistas, pero soy consciente que el auténtico protagonista de la novela es el propio Nabokov, que mantiene en todo momento controlado a los personajes, dejando claro, además de sus cualidades para el oficio a una edad tan temprana, el tipo de literatura por la que desea apostar.

Viernes, 26 de diciembre de 2014


viernes, 13 de marzo de 2015

Mashenka

LECTURAS
(elo.312)

MASHENKA
Vladimir Nabokov
Anagrama, 1926

                        Tengo que reconocer, lo que al parecer es un grave pecado, que he frecuentado poco la obra de Nabokov, que según todos es uno de los grandes de la literatura del siglo XX, lo que sin duda se debe a que lo que había leído de  él, en su momento, apenas consiguió a llamarme la atención. No obstante creo que ha llegado el momento de acercarme a su obra, ante todo por interés, por saber qué me he perdido hasta ahora, y lo hago desde el desconocimiento casi absoluto, sin prejuicios previos, con la esperanza de encontrar en lo que lea el placer que siempre debe iluminar toda obra literaria de calidad. Por ello, creí que lo más acertado era  comenzar por su primera novela, “Mashenka”, al estar convencido que en la primera obra siempre se pone todo lo que se tiene, y en la que por norma general suelen encontrarse, aunque de forma larvada, todas las variables que con el tiempo el autor desarrollará.
                        “Mashenka” es una obra diáfana, publicada en Berlín en 1926 cuando Nabokov tenía sólo veintisiete años, en la que me ha sorprendido su calidad literaria y el hecho, pues creía que no era amigo de ellas, de ser una novela marcadamente alegórica.
                        Por aquella época, según he leído en una breve reseña biográfica, el novelista se encontraba asentado en la capital alemana viviendo en los círculos de exiliados rusos, en donde escribía para los periódicos que éstos editaban, y en donde creo, en donde imagino, que la cerrazón tenía que ser absoluta, y en donde Rusia, la patria de la que habían tenido que huir, tenía que representar una idea obsesiva. De este contexto parte la novela, del ambiente opresivo en el vivía el autor, y de la necesidad que tenía de salir de él, o al menos eso es lo que se refleja en la novela, en donde dibuja un ámbito cerrado, la pensión en la que vivían, en la que un grupo de rusos se encontraban atorados a la espera  de que por algún albur del destino su situación cambiase de forma radical. Así tenía que observar la situación del exilio ruso el joven Nabokov, y así lo dibujó magistralmente en la novela, dejando claro que aunque todo influía para seguir pensando y soñando en lo perdido, en lo que habían dejado atrás, la única salida posible era la de escapar de ese círculo infernal, y destructivo, hacia una nueva vida en donde todo estaría por hacer.
                        Lo que más me ha interesado de la novela son las ensoñaciones del protagonista, la forma en que el autor hace que el protagonista recuerde la relación amorosa que tiempo atrás, cuando todo era diferente, mantuvo con Mashenka, recuerdos que hablan de una Rusia idílica, en donde todo se encontraba en orden, y en donde la felicidad era posible. Estas rememoraciones del protagonista se producen sin violentar la trama, de forma natural, desapareciendo  de la misma forma que llegaron. Mientras se leen, uno comprende que Mashenka era o representaba a Rusia, la Rusia que esos exiliados se habían llevado consigo, una Rusia ideal que jamás volverían a disfrutar.
                        A pesar de que no quiero caer en la trampa de pensar que el protagonista de la novela representa al propio Nabokov, pues sería demasiado fácil, no puedo evitar recordar que las obras noveles casi siempre están trufadas de multitud de elementos autobiográficos, por lo que con toda seguridad, Ganin, tenía que representar algunas, o muchas de las obsesiones que embargaban al Nabokov de la época, al menos la de alguien que echaba de menos a su país, o las experiencias que tuvo en su Rusia añorada, pero también, la necesidad de superar esa añoranza paralizante  que mantenía atorado a casi todos sus compatriotas que como él vivían en el exilio. En este sentido, “Mashenka”, independientemente a su valor literario, puede representar un documento interesante para conocer a alguien, al propio autor, deseoso de romper con los moldes, esos moldes que le quedaban pequeños, que lo mantenían aprisionado y que le impedían aventurarse por parajes más abiertos.
                        Otras de las  cuestiones que me han llamado la atención, es el dominio literario que demuestra el autor, algo sorprendente si se tiene en cuenta que se trata de su primera novela, ya que no he encontrado ningún impedimento u obstáculo en la lectura, de suerte que la misma puede leerse con una facilidad asombrosa, resolviendo los problemas que sin duda se le plantearon con una economía de medios que hay que anotar en su haber, lo que demuestra la capacidad que ya poseía el joven Nabokov en el momento en que afronta la novela.          
            Es curioso como algunos autores, desde sus primeras obras, demuestran tanta facilidad en lo que escriben que no tenga más remedio que quitarme el sombrero imaginario que siempre llevo conmigo para tales ocasiones, pues consiguen solventar los problemas que toda novela plantea, en lo estilístico, en lo estructural, de la única forma que al parecer puede ser posible, sin aspavientos, sin que nada chirríe, como si eso fuera lo más natural. Cada día estoy más convencido que la simplicidad, que nunca hay que confundir con la banalidad, está sólo al  alcance de los grandes maestros, de esos que desde muy temprano, como en el caso de Nabokov, demuestran sus dotes.

Lunes, 12 de diciembre de 2014
                       

                        

lunes, 9 de marzo de 2015

Como la sombra que se va

LECTURAS
(elo.311)

COMO LA SOMBRA QUE SE VA
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2014

                        Después del inesperado ensayo que nos regaló el año pasado, “Todo lo que era sólido”, que hablaba de la época que estamos atravesando y de las causas que han provocado la situación que padecemos, en el que no decía nada nuevo pero en el que ofrecía su mirada de novelista, no tenía ni la más remota idea sobre en qué estaba trabajando Antonio Muñoz Molina, por lo que me ha sorprendido la novela que acaba de publicar, “Como la sombra que se va”. Estaba convencido que tenía que publicar algo de importancia, pues hacía cinco años, cinco, que no sacaba ninguna obra significativa al mercado, pero no sabía con qué nos iba a sorprender, si con una nueva novela tras el relativo, para algunos, fracaso de “La noche de los tiempos”, o con alguno de esos trabajos suyos, a los que tan acostumbrado nos tiene, en los que se dedica a fijar y a reordenar su pasado, pasado que a pesar de no ser en absoluto interesante, curiosamente siempre ha representado el yacimiento en el que ha bebido la mejor literatura de Muñoz Molina. A pesar de que ese, su pasado, siempre o casi siempre se presentaba  aliñado con elementos de ficción, lo que quedaba era la coherencia de sus postulados y la solidez de  la prosa del autor, de un autor que viene de donde viene y que no se avergüenza de ello, cuya visión de la realidad, y de la literatura, está alejada de los fuegos artificiales y de los juegos malabares con los que otros se pasean exhibiendo con orgullo su literatura. Antonio Muñoz Molina, posiblemente por eso, siempre ha representado, o a mí me lo ha parecido, el menos literario de nuestros narradores, entendiendo por literario aquello que se esconde y que se apoya sobre el artificio, del juego de palabra y de la pose construida sólo para ser exhibida. No, porque la literatura del ubetense, si se exceptúa “El invierno en Lisboa” y “Bertenebro”, novelas demasiados cinematográficas, siempre se ha basado en la credibilidad que le proporcionaba el lugar que ocupaba, lugar sobre el que ha tratado de profundizar y también de analizar, haciendo precisamente lo contrario de lo que otros han hecho, escapar de ellos mismos para crear escenarios ajenos, más acorde a sus deseos,  sobre el que poder construir sus territorios literario. En este aspecto, Muñoz Molina más que un artista es un labrador de la narrativa, ya que su narrativa se presenta siempre trabajada y trabajada, en todo momento ajena a la improvisación y a la inspiración que imponen las musas.
                        La literatura de Muñoz Molina no es de trazo fácil, pues a pesar de su calidez y de su proximidad, es en momentos demasiado compleja, al menos en el marco de la novela dominante, lo que obliga a sus lectores, lo que a veces es de agradecer, a tener que desconectar el “piloto automático” con objeto de poder masticar sin prisas cada una de sus frases, convirtiendo su literatura, en el mejor sentido, en una literatura pesada, de peso, sólo apta para aquellos que desean, al menos de vez en cuando, embarcarse en singladuras en donde con seguridad encontrará mar de fondo, que son en las que se puede apreciar a los navegantes ciertamente capacitados, a aquellos que prefieren arriesgar buscando nuevos itinerarios, en lugar de aventurarse por los senderos pautados de siempre, en dónde sólo se puede hallar el placer, el precario placer, de llegar a puerto sin novedad.
                        Porque suele apostar fuerte, a veces demasiado fuerte, sus seguidores no sabemos qué nos vamos a encontrar cuando comenzamos una nueva novela suya, aunque sí que no nos vamos a encontrar, por ejemplo con un nuevo “Plenilunio”, su novela más redonda, posiblemente porque el autor lleva demasiado tiempo huyendo, o tratando de huir de ese tipo de novelas tan cerradas y teóricamente perfectas, de la novela-novela, para adentrarse en otros territorios en donde pueda interrogar e interrogarse, en una literatura abierta en la que siempre queda a la intemperie.     
                        Pero claro, esto de estar siempre en movimiento tiene sus inconvenientes, y no me refiero a no poder contar con un público fiel, ese que siempre quiere más de lo mismo y que suele ofuscarse cuando encuentra algo que no esperaba, sino al hecho de que no en todas las ocasiones se consigue atinar con lo que se desea presentar, como bien le ha podido ocurrir en esta ocasión. “Como la sombra que se va” es una novela extraña, que en principio trata de narrar los días, los diez días que pasó el asesino de Martin Luther King en Lisboa  tratando de conseguir un visado que le permitiera trasladarse a Angola, un tema a estas alturas poco interesante, al que para colmo no creo que el autor le haya sacado el jugo adecuado, pero que se complementa por un lado con el recuerdo de su primera visita a Lisboa, cuando desde Granada se traslada a esa ciudad con la esperanza de encontrar “los decorados” con los que poder ambientar “El invierno en Lisboa”, y con la que realizó años después, con objeto de visitar a su hijo que se había instalado en la capital portuguesa.      
                        Tengo que reconocer que la primera de las tramas, aunque está escrita con el oficio que el autor sabe imprimir en todo lo que escribe, no me ha interesado en absoluto, y de las restantes, al adentrarse en territorios demasiado personales, tan personales que por pudor ha debido obviar, tan sólo me han llamado la atención las páginas que me han servido para certificar lo que ya intuía  de su evolución literaria, lo que es poco, poco para un novelista de su calibre. Me ha dado la impresión, que ha buscado con desesperación un tema y que no lo ha encontrado, un tema de peso, y que la urgencia por publicar le ha obligado a agarrarse al primero que ha podido hallar, lo que si es así no es de recibo. Es una obra, como dije más  arriba, extraña, asimétrica, que no consigue aportar nada nuevo a su evolución como novelista, un paso atrás sin sentido, pues estoy convencido que esta novela no ha debido de publicase, y lo digo desde el convencimiento de que Antonio Muñoz Molina es con seguridad uno  de los dos o tres mejores narradores con los que cuenta, hoy por hoy, la literatura en español.

Jueves, 11 de diciembre de 2014