LECTURAS
(elo.304)
LA GRAN ESTAFA
Alberto Garzón
Espinosa
Destino, 2013
Después
de leer este texto, un texto fácil de leer pero en el que se señalan varias
ideas esenciales para comprender lo que está ocurriendo y lo que tiene que
suceder, la opinión que tenía sobre Alberto Garzón ha mejorado
significativamente, pues ya no es sólo el político joven con el que Izquierda
Unida, o el Partido Comunista, trata de refrescar su imagen ante una franja del
electorado que se le está escapando de las manos, sino alguien con fundamentos
claros que puede aportar más de lo que esperaba a la izquierda, o lo que es lo
mismo, que Alberto Garzón va más allá de ser la esperanza blanca electoral de
futuro para esa formación política. Creo que la izquierda clásica de este país,
la que gravita en torno al Partido Comunista, desde hace tiempo, se encuentra
atorada en sus propios discursos y en sus propias cuitas internas, lo que ha
acabado por generar formaciones con estructuras altamente burocratizadas que
lógicamente se han quedado sin bases y a las que la ciudadanía sólo suele votar por inercia, de suerte que sus
mejores elementos, esos que las mantenían en vanguardia, han preferido alejarse
de ella, manteniendo ante la misma una distancia crítica considerable. La
izquierda a la izquierda de la socialdemocracia lleva bastante tiempo
inoperante, viviendo de las rentas en un régimen endogámico que la mantiene
aislada de la sociedad después de haber conseguido un modesto lugar bajo el
sol, en torno al diez por ciento del electorado, con el que al menos hasta
ahora, ha parecido conformarse.
Pero
de forma inesperada han acaecido una serie de acontecimientos, como la estruendosa
aparición del fenómeno “Podemos”, que sin duda, tenga el recorrido que estos
“descamisados” logren imprimir a esa aún embrionaria formación, han conseguido
agitar las aguas de esa estancada y satisfecha izquierda, que está comenzando a
reaccionar, sorprendida, ante lo que no esperaba. Lo peor que a la izquierda le
puede suceder es que se encuentre cómoda en la vida institucional, tal como le
ha venido sucediendo hasta la fecha a Izquierda Unida, pues ello implica que se
vea en la obligación de tener que medir en todo momento sus discursos, y lo que
es peor, dejar de sintonizar con lo que
está sucediendo en la calle. Una de las cuestiones que me llamaron la atención,
desde un primer momento, de los dirigentes de esa nueva formación de la que no
dejamos de hablar, es que llaman a las cosas por su nombre, que sin pudor, por
ejemplo, se autocalificaran de comunista
y que tratan de abordar temas, que la izquierda institucionalizada trataba de
ocultar, dando rodeos y rodeos sin
llegar nunca a ninguna parte. Este es uno de los motivos por el que me
ha gustado el libro de Alberto Garzón, porque lejos de ocultarse bajo la sombra
de lo correcto, dice lo que tiene que decir, “sin pelos en la lengua”,
realizando un análisis de lo sucedido, para después apuntar lo que según él hay
que hacer para salir de la actual situación.
Sin
medias tintas, el problema de fondo para Alberto Garzón no son los políticos,
ni los sacrosantos mercados, ni las instituciones, ni tan siquiera la
legislación existente, el problema para él sencillamente es el capitalismo, el
capitalismo extremo que padecemos, un entramado ideológico que todo lo reduce a
la mera rentabilidad económica, que desde que ejerce su hegemonía sin encontrar
oposición, ha logrado secuestrar a la democracia. El sistema democrático, con
sus representantes e instituciones, en el mejor de los casos hace lo que puede,
que como se demuestra es poco, de ahí su descrédito, pues el poder real, en contra
de lo que se nos dice, el del dinero, el de los grandes capitales y el de las
finanzas, no se encuentra bajo su control, ya que de forma dislocada vive
autónomamente sin importarle para nada las sociedades sobre las que opera. Para
él, por tanto, la crisis que padecemos es estructural y no como se nos quiere hacer
entender, pues el capitalismo, después de desprenderse de los lazos que lo ataban
ya sólo piensa en sus intereses, los de multiplicar sus beneficios sin
importarle los perversos efectos sociales que puedan acarrear sus actuaciones.
Por este motivo, por el bien de todos, quiere decir Alberto Garzón, ya no basta
con poner parches ni remedios parciales que sirvan para taponar momentáneamente
una de las múltiples vías de agua existentes, pues lo que hay que buscar, por
lo que hay que trabajar, es por encontrar soluciones estructurales para poner
fin a este periodo de dominio absoluto del capitalismo, para lo que es
necesario crear y articular una nueva hegemonía que ponga en su centro al ser
humano, a los ciudadanos, lo que sólo se podrá conseguir mediante amplios
consensos que consigan acabar con esta locura que padecemos.
Por lo que aboga el joven diputado malagueño
es por rescatar la democracia, con objeto de que mediante ella, la ciudadanía
vuelva a recuperar el control de la situación, en donde el Estado, en lugar de
limitarse sólo a “verlas venir”, como
desde hace tiempo viene sucediendo, o de actuar como mero títere de lo que se
acuerde en opacos cenáculos en actitud claramente colaboracionista, vuelva a
intervenir de forma activa y decidida, poniéndose al servicio de los intereses
de la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Lo
que parece evidente es que así no se puede continuar, que se hace un esfuerzo
para recuperar las riendas, para que todo sencillamente vuelva a su lugar, o
las dinámicas devastadoras que emanan del capitalismo extremo nos conducirán al
colapso, al colapso social y al colapso ecológico. El dislate de las
desregularizaciones, el de “la ley de la selva”, tiene necesariamente que abrir
las puertas de un nuevo escenario, en donde desde el Estado, desde un Estado
democrático, se marquen las pautas a seguir, no olvidando nunca que las
necesidades y las aspiraciones del ser humano en todo momento tiene que estar
en el centro del sistema.
Después
de leer este texto, no tengo más remedio que subrayar, como también lo hace
Garzón, aquello de “Socialismo o barbarie”, o lo que decían otros, lo de que
“el futuro será socialista o sencillamente no será”, pues sólo desde un mundo
regulado por el Estado, repito que controlado democráticamente, se podrá
afrontar el futuro con un mínimo de optimismo.
Viernes 13 de
junio de 2014
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