miércoles, 15 de mayo de 2013

Baila, baila, baila

LECTURA
(elo.278)

BAILA, BAILA, BAILA
Haruki Murakami
Tusquets, 1988

Después de la positiva e inesperada experiencia que hace poco tuve con la lectura de “After Dark”, no he dudado en esta ocasión en zambullirme en la última novela que de Murakami se ha publicado en nuestro país, con la intención de evadirme durante un tiempo con ella, al tiempo que intentar comprender mejor el universo literario del japonés, que si bien no me interesa demasiado, tengo que reconocer que al menos es singular. El primer objetivo que me impuse, el de pasar sin complicaciones unas horas agradables de lectura, lo he conseguido sobradamente, pues “Baila, baila, baila”, es una novela entretenida que agarra con facilidad gracias a la agilidad narrativa que muestra el autor, que sin complicarse la vida en ningún momento, consigue crear los elementos necesarios para obligar al lector a no perder el hilo de las trama que crea, a la que condimenta con episodios oníricos que logra momentos de intriga, que en buena medida son los que hacen posible que la historia se mantenga en pie, pues la debilidad de la misma, y este hecho se comprueba al final, cuando se consigue una perspectiva total, resulta asombrosa. Sí, la historia se sostiene en buena medida por esos episodios eminentemente kafkianos que Murakami inserta con gran maestría en la narración, y que son los que en buena medida distinguen su literatura, pero también, por el mensaje que desea dejar, que es sobre el que se articula todo lo demás y lo que justifica en último extremo la novela, que sin duda es lo que más llama la atención, y lo que también más me aleja de él, en esta ocasión, el de la necesidad que todos tenemos de ocupar el lugar que nos corresponde en el mundo, pues sólo desde ese lugar, es posible poder atarnos a él.
Me gustan las novelas que digan algo, que apunten hacia algún lugar, que aporten alguna enseñanza, pues no puedo soportar aquellas que carecen de contenido, las inanes que sólo aspiran a justificarse por el estilo con el que se desarrollan, pero como dije en alguna otra ocasión, lo peor que le puede pasar a una novela es que su contenido sea demasiado explícito, lo que en las novelas de Murakami se agrava al girar todo en torno a pensamientos, o sobre sentencias demasiado manoseadas, más propias de libros sagrados, o de libros de autoayuda, que de la vida real que a todos nos envuelve.
Creo que este es el coctel que ha convertido a Murakami en un escritor de éxito, a saber, su indudable maestría literaria, sus exóticos y siempre inquietantes toques oníricos y sus contenidos morales, siempre políticamente correctos aunque de cara a la galería puedan parecer transgresores. Pero esta fórmula que tan buenos resultados le ha aportado, es lo que al mismo tiempo le aleja de la literatura de calidad, acercándole más a los autores de best sellers, que de aquellos otros que aún tratan de encontrar nuevos territorios en donde la literatura pueda arraigar. Uno entra en sus novelas y tiene la sensación de que tienen truco, y para colmo, se queda con la desagradable sensación de que nunca se llega en ellas al fondo de los problemas que plantea, que se detiene ante el enunciado del pensamiento o de la sentencia sobre la que se articula, como si la vida consistiera en eso, en sólo obedecer o acercarse a determinados postulados que son los que nos podrán aportar, si no la felicidad, sí algo parecido a ella, que no se sabe bien lo que es, pero que parece que entronca más con la estabilidad que con cualquier otro estado anímico.
Cuando leo una novela de Murakami, al menos esa es la sensación que las mismas siempre me han provocado, me inunda la certeza de que todo es más fácil de lo que parece, y que los problemas ante los que sus protagonistas se enfrentan provienen de un hecho evidente, de que éstos, como el resto de los mortales, se han alejado de la simplicidad y de la luminosidad que aporta el camino correcto, y que sólo hay que volver a él, aunque cueste trabajo hacerlo, para que todo de nuevo vuelva a su cauce, y claro, ese optimismo y esa simplicidad intelectual, choca de forma radical contra la complejidad de nuestras sociedades avanzadas en las que viven todos sus personajes.
En esta ocasión, el protagonista de la novela, que vive de forma apática una existencia a la que no le encuentra sentido, tiene unos sueños que le obligan a abandonarlo todo para regresar a un extraño lugar, en donde se encuentra con algo o con alguien, el hombre carnero, quien le da a entender que allí se halla el centro de su mundo, que allí se encuentra el lugar en donde podrá conectar de nuevo con las cosas, y que gracias a lo cual, podrá conseguir de nuevo la justificación que tanto necesita su existencia. Y efectivamente, después de superar una serie de cuestiones, allí, en aquella ciudad, que curiosamente no era la suya, encuentra lo que podrían ser el principio de su nueva vida.
En esta novela se observa un mundo complejo, en donde diferentes personajes se encuentran a la deriva, casi todos ahogados por sus propios problemas, ante los cuales no atisban una salida aceptable, pero sin embargo la salida que propone el autor es de una simplicidad extrema, a lo que para colmo, y este hecho me ha llamado la atención, hay que añadir la aparición de personajes extraños, poco creíbles, que cogido por alfileres juegan un papel esencial en la trama, y no me refiero al hombre carnero, sino por ejemplo, aparte de la niña, personaje que por irreal resultaría insostenible en cualquier otra novela, la de la joven recepcionista de la que el protagonista parece incomprensiblemente enamorarse, y a la que se agarra para conectar de nuevo con el mundo real. En fin, una novela extraña, que se lee bien, pero que no resiste el más mínimo análisis, motivo por el que posiblemente haya tardado más de veinticuatro años en publicarse en nuestro país.
No obstante, me llama la atención el éxito de Murakami, el prestigio que en determinados ámbitos posee, lo que puede deberse precisamente a esas soluciones tan simples que plantea, que tan deseosos estamos, todos, de poder algún día alcanzar.

Sábado, 13 de abril de 2013








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