LECTURA
(elo.278)
BAILA,
BAILA, BAILA
Haruki
Murakami
Tusquets,
1988
Después
de la positiva e inesperada experiencia que hace poco tuve con la
lectura de “After Dark”, no he dudado en esta ocasión en
zambullirme en la última novela que de Murakami se ha publicado en
nuestro país, con la intención de evadirme durante un tiempo con
ella, al tiempo que intentar comprender mejor el universo literario
del japonés, que si bien no me interesa demasiado, tengo que
reconocer que al menos es singular. El primer objetivo que me impuse,
el de pasar sin complicaciones unas horas agradables de lectura, lo
he conseguido sobradamente, pues “Baila, baila, baila”, es una
novela entretenida que agarra con facilidad gracias a la agilidad
narrativa que muestra el autor, que sin complicarse la vida en ningún
momento, consigue crear los elementos necesarios para obligar al
lector a no perder el hilo de las trama que crea, a la que condimenta
con episodios oníricos que logra momentos de intriga, que en buena
medida son los que hacen posible que la historia se mantenga en pie,
pues la debilidad de la misma, y este hecho se comprueba al final,
cuando se consigue una perspectiva total, resulta asombrosa. Sí, la
historia se sostiene en buena medida por esos episodios eminentemente
kafkianos que Murakami inserta con gran maestría en la narración, y
que son los que en buena medida distinguen su literatura, pero
también, por el mensaje que desea dejar, que es sobre el que se
articula todo lo demás y lo que justifica en último extremo la
novela, que sin duda es lo que más llama la atención, y lo que
también más me aleja de él, en esta ocasión, el de la necesidad
que todos tenemos de ocupar el lugar que nos corresponde en el mundo,
pues sólo desde ese lugar, es posible poder atarnos a él.
Me
gustan las novelas que digan algo, que apunten hacia algún lugar,
que aporten alguna enseñanza, pues no puedo soportar aquellas que
carecen de contenido, las inanes que sólo aspiran a justificarse
por el estilo con el que se desarrollan, pero como dije en alguna
otra ocasión, lo peor que le puede pasar a una novela es que su
contenido sea demasiado explícito, lo que en las novelas de Murakami
se agrava al girar todo en torno a pensamientos, o sobre sentencias
demasiado manoseadas, más propias de libros sagrados, o de libros de
autoayuda, que de la vida real que a todos nos envuelve.
Creo
que este es el coctel que ha convertido a Murakami en un escritor de
éxito, a saber, su indudable maestría literaria, sus exóticos y
siempre inquietantes toques oníricos y sus contenidos morales,
siempre políticamente correctos aunque de cara a la galería puedan
parecer transgresores. Pero esta fórmula que tan buenos resultados
le ha aportado, es lo que al mismo tiempo le aleja de la literatura
de calidad, acercándole más a los autores de best sellers, que de
aquellos otros que aún tratan de encontrar nuevos territorios en
donde la literatura pueda arraigar. Uno entra en sus novelas y tiene
la sensación de que tienen truco, y para colmo, se queda con la
desagradable sensación de que nunca se llega en ellas al fondo de
los problemas que plantea, que se detiene ante el enunciado del
pensamiento o de la sentencia sobre la que se articula, como si la
vida consistiera en eso, en sólo obedecer o acercarse a determinados
postulados que son los que nos podrán aportar, si no la felicidad,
sí algo parecido a ella, que no se sabe bien lo que es, pero que
parece que entronca más con la estabilidad que con cualquier otro
estado anímico.
Cuando
leo una novela de Murakami, al menos esa es la sensación que las
mismas siempre me han provocado, me inunda la certeza de que todo es
más fácil de lo que parece, y que los problemas ante los que sus
protagonistas se enfrentan provienen de un hecho evidente, de que
éstos, como el resto de los mortales, se han alejado de la
simplicidad y de la luminosidad que aporta el camino correcto, y que
sólo hay que volver a él, aunque cueste trabajo hacerlo, para que
todo de nuevo vuelva a su cauce, y claro, ese optimismo y esa
simplicidad intelectual, choca de forma radical contra la complejidad
de nuestras sociedades avanzadas en las que viven todos sus
personajes.
En
esta ocasión, el protagonista de la novela, que vive de forma
apática una existencia a la que no le encuentra sentido, tiene unos
sueños que le obligan a abandonarlo todo para regresar a un extraño
lugar, en donde se encuentra con algo o con alguien, el hombre
carnero, quien le da a entender que allí se halla el centro de su
mundo, que allí se encuentra el lugar en donde podrá conectar de
nuevo con las cosas, y que gracias a lo cual, podrá conseguir de
nuevo la justificación que tanto necesita su existencia. Y
efectivamente, después de superar una serie de cuestiones, allí, en
aquella ciudad, que curiosamente no era la suya, encuentra lo que
podrían ser el principio de su nueva vida.
En
esta novela se observa un mundo complejo, en donde diferentes
personajes se encuentran a la deriva, casi todos ahogados por sus
propios problemas, ante los cuales no atisban una salida aceptable,
pero sin embargo la salida que propone el autor es de una simplicidad
extrema, a lo que para colmo, y este hecho me ha llamado la atención,
hay que añadir la aparición de personajes extraños, poco
creíbles, que cogido por alfileres juegan un papel esencial en la
trama, y no me refiero al hombre carnero, sino por ejemplo, aparte de
la niña, personaje que por irreal resultaría insostenible en
cualquier otra novela, la de la joven recepcionista de la que el
protagonista parece incomprensiblemente enamorarse, y a la que se
agarra para conectar de nuevo con el mundo real. En fin, una novela
extraña, que se lee bien, pero que no resiste el más mínimo
análisis, motivo por el que posiblemente haya tardado más de
veinticuatro años en publicarse en nuestro país.
No
obstante, me llama la atención el éxito de Murakami, el prestigio
que en determinados ámbitos posee, lo que puede deberse precisamente
a esas soluciones tan simples que plantea, que tan deseosos estamos,
todos, de poder algún día alcanzar.
Sábado,
13 de abril de 2013
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