viernes, 8 de febrero de 2013

No me cuentes tu vida

LECTURAS
(elo.270)

NO ME CUENTES TU VIDA
Luis García Montero
Planeta, 2012
Aunque no me gusta nada, posiblemente porque los años no perdonan, de un tiempo a esta parte me veo hablando demasiado de mi generación, de los problemas, nos empeñamos en creer que todos fueron problemas, a los que los componentes de ese variopinto grupo de individuos tuvimos que enfrentarnos. Cierto que habitamos un periodo extraño, con más luces que sombras, periodo que vivimos con intensidad y que nos marcó de forma profunda, que nos ha dejado rasgos, que lo queramos o no, nos hace pertenecer a una extraña tribu que aún, pese a los años y las canas, pese a las derrotas consecutivas, y esto sí que nos identifica, no dejamos “de dar guerra”. Sí, como diría aquel, a las primeras de cambio se nos ve “el plumar”, pues para nuestra desgracia, siempre somos los primeros en levantar la manos, en subrayar nuestro desacuerdo, en pensar y a veces decir, aunque con cierta vergüenza aquello tan ajado de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, lo que denota una falta, o una incapacidad para comprender lo que está sucediendo, para apreciar, y no sólo de forma negativa, los nuevos aires que configuran la realidad actual. Y esto se debe en cierta medida a que nos estamos convirtiendo en pequeños autistas, que encerrados y enrocados en nuestro mundo, en nuestras verdades y en nuestras historias, nos negamos a aceptar lo que vemos, en parte porque con razón no nos gusta, y en parte, aunque no deseemos admitirlo, porque difícilmente llegamos a comprender lo que acontece a nuestro alrededor.
El problema, “aunque sin oficio y sin vocación”, es que muchos tenemos hijos ante lo que nos encontramos impotentes, ante los que no sabemos cómo actuar, sin entender, que en realidad son ellos los que no nos comprenden, los que “pasan” de nosotros, no porque no nos quieran o no nos necesiten, sino en gran medida porque están hartos de nuestras “batallitas”, que no les interesan, al igual que a nosotros nos aburrían la de nuestros padres. Sí, nos estamos haciendo mayores “sin contemplaciones”, y sin embargo aún queremos que todo gire alrededor de nuestros dioses y de nuestra forma de ver el mundo, como si aún no se hubiera demostrado de forma fehaciente que todo o que casi todo ha sido un fracaso, sin esforzarnos siquiera en mirar, con un mínimo de atención, lo que ocurre en la calle, o lo que carbura en la cabeza de nuestros hijos.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer ante lo que ocurre en nuestro entorno que a muchos nos bloquea y que todos nos llena de preocupación? Creo que todo lo contrario de lo que hace, de lo que le obliga a hacer Luis García Montero al protagonista de su novela, que observo como una estrategia, además de narcisista, completamente errónea, ya que en lugar de repasar y de regocijarnos en nuestra propia historia, de la que aunque digamos lo contario nos encontramos muy orgulloso, lo sensato es ante todo aceptar la existencia de otras realidades, desde la nuestra, desde la que nos ha tocado, para atrevernos a construir puentes tendentes a intentar, en la medida de lo posible, en lugar de descalificarlas como siempre hacemos, a tratar de comprenderlas, o al menos, si no somos capaces de ello, a “dejarla vivir”, hacer lo posible y también lo imposible para no ponerles trabas a los que se encuentran embarcados en ella.
“No me cuentes tu vida” es una extraña novela, en donde la ficción se conjuga, según parce, con algunas experiencias del propio autor, por lo que en determinados momentos puede parecer que se trata de una obra autobiográfica. La novela parte cuando el hijo del protagonista le dice “no me cuentes tu vida”, después de que aquél le sorprendiera haciendo el amor con la joven asistenta rumana que tenían contratada para realizar las labores domésticas. Ante ello, ante esta advertencia, en lugar de hacerle caso, se dedica a escribir en unos cuadernos precisamente eso, su vida, en el convencimiento de que su hijo no la conocía, y que ese conocimiento le ayudaría a que se acercara a él.
La novela no es más que eso, la rememoración de diferentes “batallitas” que según el protagonista le había convertido en lo que era, “batallas” que llegan a aburrir al lector, al igual que imagino, a ese hipotético hijo cuando las leyera. La novela se hace pesada porque el autor se mete en berenjenales circunstanciales, a veces demasiado impostados y previsibles, sin profundizar en aquellos hechos esenciales que conformaron a su generación, y a él mismo, lo que no quiere decir, por supuesto, que hubiera sido mejor que se hubiera dedicado a recordar hechos externos comunes a muchos y sobradamente conocidos por todos, no, sino a profundizar, si no quedaba otro remedio, sobre los estragos que esos hechos objetivos provocaron en él.
Por eso creo que el enfoque de la novela es erróneo, y creo que lo es en una doble vertiente, en el plano literario porque a pesar de que literariamente es correcta, la novela resulta aburrida, ya que para colmo al protagonista apenas se le llega a conocer, al quedar su estructura mental sepultada bajo una serie de hechos, de historias entre las que apenas se le vislumbra, sin que quede al descubierto, tal como era su deseo, los mecanismo que le obligaban a actuar de la manera en que actuaba, confundiendo los hechos, los acontecimientos que se amontonaban sobre su historia, con lo que él realmente era. Por otro lado, la estrategia del acercamiento, y ahora me estoy refiriendo al fondo, no creo que fuera la más acertada, pues en lugar de dedicarse a contar su vida para que su hijo le conociera mejor, debió de realizar un esfuerzo para aproximarse a él, para conocer sobre qué elementos axiomáticos se edificaba esa existencia que tanto le desorientaba. Hay una escena creo que significativa en la novela, y es cuando el protagonista entre en la habitación de su hijo y no comprende nada de lo que ve, ya que ni tan siquiera conoce, él que era catedrático de literatura, los autores de los libros que se encontraban en las estanterías.
Lo que está claro, es que no podemos pretender que nuestros hijos se nos parezcan, aunque nuestra obligación es la de estar siempre pendientes de ellos por si en algún momento nos necesitan, ya que como nosotros, deben contar con la libertad suficiente, aunque se equivoquen o creamos que se equivocan, para hacer con sus vidas lo que deseen, pues como dice en determinado momento el protagonista, y estoy convencido que de forma acertada, “el mundo avanza gracias a que los hijos nunca hacen lo que dicen sus padres”.
“No me cuentes tu vida” es una novela que me ha defraudado, ya que esperaba algo más de alguien como Luis García Montero, sobre todo después de haber leído “Mañana no será lo que Dios quiera”, obra que me llamó la atención y que presagiaba que el autor desembarcaría en la narrativa para convertirse, como lo es en la poesía, en un novelista a tener en cuenta.

Miércoles, 3 de enero de 2013

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