LECTURAS
(elo.270)
NO
ME CUENTES TU VIDA
Luis
García Montero
Planeta,
2012
Aunque no me gusta nada, posiblemente porque los años no
perdonan, de un tiempo a esta parte me veo hablando demasiado de mi
generación, de los problemas, nos empeñamos en creer que todos
fueron problemas, a los que los componentes de ese variopinto grupo
de individuos tuvimos que enfrentarnos. Cierto que habitamos un
periodo extraño, con más luces que sombras, periodo que vivimos con
intensidad y que nos marcó de forma profunda, que nos ha dejado
rasgos, que lo queramos o no, nos hace pertenecer a una extraña
tribu que aún, pese a los años y las canas, pese a las derrotas
consecutivas, y esto sí que nos identifica, no dejamos “de dar
guerra”. Sí, como diría aquel, a las primeras de cambio se nos
ve “el plumar”, pues para nuestra desgracia, siempre somos los
primeros en levantar la manos, en subrayar nuestro desacuerdo, en
pensar y a veces decir, aunque con cierta vergüenza aquello tan
ajado de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, lo que denota una
falta, o una incapacidad para comprender lo que está sucediendo,
para apreciar, y no sólo de forma negativa, los nuevos aires que
configuran la realidad actual. Y esto se debe en cierta medida a que
nos estamos convirtiendo en pequeños autistas, que encerrados y
enrocados en nuestro mundo, en nuestras verdades y en nuestras
historias, nos negamos a aceptar lo que vemos, en parte porque con
razón no nos gusta, y en parte, aunque no deseemos admitirlo, porque
difícilmente llegamos a comprender lo que acontece a nuestro
alrededor.
El
problema, “aunque sin oficio y sin vocación”, es que muchos
tenemos hijos ante lo que nos encontramos impotentes, ante los que no
sabemos cómo actuar, sin entender, que en realidad son ellos los que
no nos comprenden, los que “pasan” de nosotros, no porque no nos
quieran o no nos necesiten, sino en gran medida porque están hartos
de nuestras “batallitas”, que no les interesan, al igual que a
nosotros nos aburrían la de nuestros padres. Sí, nos estamos
haciendo mayores “sin contemplaciones”, y sin embargo aún
queremos que todo gire alrededor de nuestros dioses y de nuestra
forma de ver el mundo, como si aún no se hubiera demostrado de forma
fehaciente que todo o que casi todo ha sido un fracaso, sin
esforzarnos siquiera en mirar, con un mínimo de atención, lo que
ocurre en la calle, o lo que carbura en la cabeza de nuestros hijos.
¿Qué
hacer? ¿Qué hacer ante lo que ocurre en nuestro entorno que a
muchos nos bloquea y que todos nos llena de preocupación? Creo que
todo lo contrario de lo que hace, de lo que le obliga a hacer Luis
García Montero al protagonista de su novela, que observo como una
estrategia, además de narcisista, completamente errónea, ya que en
lugar de repasar y de regocijarnos en nuestra propia historia, de la
que aunque digamos lo contario nos encontramos muy orgulloso, lo
sensato es ante todo aceptar la existencia de otras realidades, desde
la nuestra, desde la que nos ha tocado, para atrevernos a construir
puentes tendentes a intentar, en la medida de lo posible, en lugar de
descalificarlas como siempre hacemos, a tratar de comprenderlas, o al
menos, si no somos capaces de ello, a “dejarla vivir”, hacer lo
posible y también lo imposible para no ponerles trabas a los que se
encuentran embarcados en ella.
“No
me cuentes tu vida” es una extraña novela, en donde la ficción se
conjuga, según parce, con algunas experiencias del propio autor, por
lo que en determinados momentos puede parecer que se trata de una
obra autobiográfica. La novela parte cuando el hijo del protagonista
le dice “no me cuentes tu vida”, después de que aquél le
sorprendiera haciendo el amor con la joven asistenta rumana que
tenían contratada para realizar las labores domésticas. Ante ello,
ante esta advertencia, en lugar de hacerle caso, se dedica a escribir
en unos cuadernos precisamente eso, su vida, en el convencimiento de
que su hijo no la conocía, y que ese conocimiento le ayudaría a que
se acercara a él.
La
novela no es más que eso, la rememoración de diferentes
“batallitas” que según el protagonista le había convertido en
lo que era, “batallas” que llegan a aburrir al lector, al igual
que imagino, a ese hipotético hijo cuando las leyera. La novela se
hace pesada porque el autor se mete en berenjenales circunstanciales,
a veces demasiado impostados y previsibles, sin profundizar en
aquellos hechos esenciales que conformaron a su generación, y a él
mismo, lo que no quiere decir, por supuesto, que hubiera sido mejor
que se hubiera dedicado a recordar hechos externos comunes a muchos y
sobradamente conocidos por todos, no, sino a profundizar, si no
quedaba otro remedio, sobre los estragos que esos hechos objetivos
provocaron en él.
Por
eso creo que el enfoque de la novela es erróneo, y creo que lo es en
una doble vertiente, en el plano literario porque a pesar de que
literariamente es correcta, la novela resulta aburrida, ya que para
colmo al protagonista apenas se le llega a conocer, al quedar su
estructura mental sepultada bajo una serie de hechos, de historias
entre las que apenas se le vislumbra, sin que quede al descubierto,
tal como era su deseo, los mecanismo que le obligaban a actuar de la
manera en que actuaba, confundiendo los hechos, los acontecimientos
que se amontonaban sobre su historia, con lo que él realmente era.
Por otro lado, la estrategia del acercamiento, y ahora me estoy
refiriendo al fondo, no creo que fuera la más acertada, pues en
lugar de dedicarse a contar su vida para que su hijo le conociera
mejor, debió de realizar un esfuerzo para aproximarse a él, para
conocer sobre qué elementos axiomáticos se edificaba esa existencia
que tanto le desorientaba. Hay una escena creo que significativa en
la novela, y es cuando el protagonista entre en la habitación de su
hijo y no comprende nada de lo que ve, ya que ni tan siquiera conoce,
él que era catedrático de literatura, los autores de los libros que
se encontraban en las estanterías.
Lo
que está claro, es que no podemos pretender que nuestros hijos se
nos parezcan, aunque nuestra obligación es la de estar siempre
pendientes de ellos por si en algún momento nos necesitan, ya que
como nosotros, deben contar con la libertad suficiente, aunque se
equivoquen o creamos que se equivocan, para hacer con sus vidas lo
que deseen, pues como dice en determinado momento el protagonista, y
estoy convencido que de forma acertada, “el mundo avanza gracias a
que los hijos nunca hacen lo que dicen sus padres”.
“No
me cuentes tu vida” es una novela que me ha defraudado, ya que
esperaba algo más de alguien como Luis García Montero, sobre todo
después de haber leído “Mañana no será lo que Dios quiera”,
obra que me llamó la atención y que presagiaba que el autor
desembarcaría en la narrativa para convertirse, como lo es en la
poesía, en un novelista a tener en cuenta.
Miércoles,
3 de enero de 2013
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