LECTURAS
(elo.
268)
ARDOR
GUERRERO
Antonio
Muñoz Molina
Alfaguara,
1995
Me
ha costado encontrar este libro, que en su momento leí y que
recordaba como una obra menor de Muñoz Molina, eclipsado sin duda
por el poderío literario de su anterior obra, posiblemente su mejor
novela, “El jinete polaco”, pero ahora, mucho tiempo después,
casi doce años después, no sólo me ha parecido digna, sino incluso
necesaria para comprender, en un tiempo en que casi todo se olvida
con demasiada facilidad, nuestra propia historia reciente. Recordaba
a “Ardor guerrero” como un mero ejercicio narrativo del autor,
que trataba, mediante la escritura, de rememorar su servicio militar
en el País Vasco, un trabajo sin apenas importancia en su obra, que
trataba de profundizar, tal como hizo con su anterior novela, en su
propia memoria, haciendo de ésta, de su vida, su particular
yacimiento literario.
Hoy
que tanto se habla de lo mal que estamos, cuando incluso se pone en
duda al propio sistema democrático, por ineficaz, es conveniente
echar una mirada hacia atrás para recordar dónde nos encontrábamos
hace treinta años, pues en caso contrario se corre el riesgo, de no
valorar el enorme salto cualitativo que ha dado este país gracias en
parte a ese sistema político, que desde ciertos sectores hoy se
trata de poner en cuarentena, al creerse que gran parte de los
problemas que hoy nos mantienen empantanados provienen precisamente
de sus disfunciones. Hace unas semanas, cuando estaba tratando de
encontrar este libro de forma desesperada, una bibliotecaria amiga me
comentó, ya que lo había leído recientemente, que le había
recordado unos tiempos tenebrosos, unos tiempos en blanco y negro en
los que sencillamente no había futuro, unos tiempos en los que
estábamos en suspenso, como a la espera, en los que nadie sabía que
nos depararía el futuro, pues las esperanzas que poco a poco se
abrían camino, los sueños de muchos, estaban amenazadas por todos
los peligros. Eran tiempos de atentados terroristas, de prensa
golpista, de desempleo y de inflación, de absoluta inseguridad, de
“cualquier tiempo pasado fue mejor”, de utilitarios y de libretas
de ahorros a plazo fijo, pero sobre todo de inestabilidad. Por ello,
cuando ahora nos aprieta la realidad, cuando parece que hemos dejado
de viajar hacia el futuro a lomos de un tren de alta velocidad, es
necesario recordar de donde, de qué país provenimos, para comparar
esa realidad anémica y ensombrecida que algunos padecimos, con la
que ahora, a pesar de todo, nos ha tocado en suerte, lo que ni mucho
menos quiere decir, que tengamos que conformarnos de forma acrítica
con lo que en estos momentos disfrutamos o padecemos, sino que
tenemos la obligación de mirar al mundo, a nuestro mundo con
perspectiva, pues si algo parece que ya no tenemos es memoria
histórica.
Al
leer las páginas de estas memorias he tenido la sensación de caer,
según narraba el autor, en otro mundo, en un mundo ya casi olvidado
pero que ha configurado casi por entero a mi generación, pero
curiosamente, aunque no hace tanto de todo aquello, también he
tenido la sensación, de que Muñoz Molina me hablaba de mi
prehistoria, de un periodo oscuro del que trato de salvaguardarme
mediante el olvido.
Después
de “el jinete polaco”, una novela que marcó un antes y un
después en la obra del autor jiennense, un novela que tuvo que
dejarlo agotado creativamente, por su intensidad y por su trabajosa
arquitectura, pocos podíamos pensar que nos sorprendería con otra
obra de tales características, aunque casi todos estábamos
convencidos de que no volvería a dar un paso hacia atrás,
regresando a las novelas detectivescas de corte cinematográfico que
en lugar de sostenerse en la realidad, en su realidad, lo hacían
sobre su imaginario cultural. No, no podía ser. El salto que había
dado resultaba ya irreversible, pues para colmo su potencial
narrativo se adaptaba bastante mejor a esos territorios descubiertos
en “el jinete polaco” que sus las dos extrañas, aunque exitosas
novelas anteriores. Pero tampoco esperábamos encontrarnos con unas
memorias, y menos con unas memorias que versaran sobre su servicio
militar, sobre su “mili”, sobre todo porque todos estábamos un
poco hartos, de que nos hablaran nuestros amigos y nuestros
familiares de sus “inigualables” y “enriquecedoras”
experiencias en la misma.
Sí,
en “Ardor guerrero” Antonio Muñoz Molina habla de “la mili”,
de su experiencia en el servicio militar, ya afortunadamente extinto,
que realizó en las lejanas tierras de el País Vasco, pero en lugar
de relatarnos las comunes “batallitas” que sobre la misma siempre
hemos tenido que soportar, nos habla de las sensaciones de
humillación y de envilecimiento que padeció, pero sobre todo, de su
justificación última, del castigo que se le imponía a los jóvenes
en ese momento tan crucial de sus vidas, como si se quisiera
certificar con ello, aquello que tanto se decía por aquél entonces,
de “que hasta que no hicieras la mili no te convertirías en un
hombre”.
Según
nos deja entrever en este texto el autor, “la mili” no era más
que un intento por someter a unos jóvenes llenos de vida, a un
régimen disciplinario y cuasi carcelario, que no iba a tener nada
que ver con su existencia futura, en donde la humillación, los
castigos y la subordinación a unas normativas pretéritas y
abusivas, eran su única justificación, aunque todo se embadurnara
torpemente con aquello tan socorrido de que estaban preparándolos
para “servir a la patria” por si ésta en algún momento los
necesitaba, en fin, algo parecido al tercio de banderillas en el
toreo, con el que se intenta quitarle vitalidad a los astados antes
de que comience lo más importante de la lidia.
Pero
lo que más me ha llamado la atención de este texto, que yo
recordaba de bajo nivel, es la fortaleza narrativa, la capacidad del
autor para, en un tema de tales características, y repito que sin
echar mano de ninguna “batallita” que pudiera tener la virtud de
amenizar la lectura, atrapar al lector desde la primera página hasta
la última. Creo, para continuar con el símil taurino que empleé
más arriba, que los buenos diestros son aquellos que ante toros
mediocres, son capaces de realizar buenas faenas, que es lo que hace
Muñoz Molina en esta obra, crecerse y demostrar su solvencia
narrativa con un tema, que poco o nada, en manos de otros, hubiera
podido dar de sí.
Martes,
18 de diciembre de 2012