lunes, 30 de enero de 2012

Reflexiones republicanas



LECTURAS

(elo.233)


REFLEXIONES REPUBLICANAS

Philip Pettit

Claves, nº215


La idea del republicanismo se basa, en que el hombre actual, con el tiempo, ha logrado crear una especie de ecosistema, elaborado a base de una serie de instituciones y de una legislación acorde a sus intereses, que entre otras virtudes le ha impedido vivir a la intemperie, gracias a que en todo momento conseguía resguardarlo de los elementos. El ciudadano de nuestro tiempo, sobre todo el que vive en el primer mundo, que al menos hasta ahora ha sido el mundo institucionalizado por excelencia, se ha visto salvaguardado por ese sistema que lo envolvía y en el que vivía, sistema que evidentemente no era gratuito, ya que no había caído graciosamente del cielo, sino que, después de muchas probaturas, de muchos errores y fracasos, se había constituido como el menos malo de los posibles. El problema, o uno de los problemas, es que en poco tiempo, ese ciudadano satisfecho, ha visto como esas estructuras que lo amparaban, que le aportaba esa seguridad necesaria para dedicarse a otros quehaceres, por unas series de circunstancias se le ha venido abajo, motivo por el que se ha visto en la obligación de replantearse su forma de vida, ya que parece, que todo lo que hasta hace poco servía, y que superaba todas las pruebas de eficacia, sin saberse muy bien por qué, ha dejado de tener utilidad, lo que le ha provocado, como es lógico, además de cierta extrañeza, una profunda inquietud. Este hecho es el que define a nuestra época, la certeza de que se ha llegado a un fin de etapa, y que a partir de ahora, con seguridad, todo será distinto, pero también este nuevo tiempo se singulariza, por la extraña sensación de no saberse, por mucho que se explique, las causas que han provocado su llegada.

Parece que durante el tiempo de bonanza, cuando nadie, ni por asomo, pudo prever lo que podía ocurrir, se fue fraguando “la tormenta perfecta” que en estos momentos asola nuestras costas. Que nadie analizó con detenimiento los indicadores macroeconómicos, o que no se le dio la importancia adecuada a las desviaciones o a los pequeños cortocircuitos que se detectaban, posiblemente al estimarse, que con toda seguridad, la buena marcha de la economía lograría desactivarlos. Cierto, los gobiernos no dieron la voz de alarma de que algo no iba bien, o de que algo podía no ir tan bien, pero al mismo tiempo hay que reconocer, que desde la sociedad civil lo único que se hizo fue cerrar los ojos con objeto de seguir brindando en la fiesta que nunca amenazaba con finalizar. Echarle la culpa al gobierno que en un determinado momento ocupa el poder siempre es demasiado fácil, sobre todo cuando con esa crítica uno consigue lavarse las manos, y la mala consciencia, por no haber estado a la altura del papel que se le exigía. Sí, porque la democracia, al menos una democracia sana, no consiste sólo en delegar el poder, en dejar que por comodidad otros lo ejerzan, sino en intentar posibilitar un equilibrio de corresponsabilidad, o de cogestión, entre los teóricos profesionales del mismo (los gobiernos, los partidos, los políticos) y una sociedad civil militante, que se obligue de forma permanente a verificar el uso que de ese poder se lleva a cabo.

Philip Pettit, además de ser uno de los abanderados del nuevo republicanismo, es también, y posiblemente por ello, un socialdemócrata convencido, lo que queda de manifiesto en este trabajo, ya que ambas concepciones, se quiera o no, siempre tendrán que ir estrechamente entrelazadas. Lo que ocurre, es que el republicanismo, además de exigir un Estado activo, necesita para que funcione, la existencia de una sociedad que no se encuentre adormecida y que constantemente esté pendiente, como si estuviera de guardia, de sus asuntos comunitarios, algo a lo que desde hace tiempo la socialdemocracia clásica ha dejado de prestar atención. Hay que reconocer, a pesar de todo lo que se habla de la bondad de nuestro sistema democrático, que nuestras democracias están enfermas, que están enfermas de apatía, al ser unas democracias desmovilizadas, en donde no existe una relación directa, fluida y constante entre su base social y su élite dirigente, y lo que es peor, por el interés que ésta última manifiesta, día a día, para que todo siga como hasta ahora, delatando el temor que padecen, a que los “que no entienden” metan sus narices en aquellas cuestiones para las que no se encuentran teóricamente capacitadas. Posiblemente ésta ha sido la causa última de lo que estamos padeciendo, “que los que entienden”, por esa autonomía que creen poseer, no han velado adecuadamente por los intereses de esa comunidad a la que se debían y de la que dependían, al tiempo que la ciudadanía, por comodidad, prefirió dejarlo todo en sus manos.

Para Pettit, que siempre ha apoyado a Rodríguez Zapatero, lo ocurrido también le ha sorprendido, pero no obstante, en lugar de embarcarse en la línea política habitual, que no es otra que la de plegarse a las imposiciones de los mercados, opina, está convencido que lo que hay que hacer es todo lo contrario, modificar y crear nuevos instrumentos de control que eviten que se vuelva a la “ley de la selva”, es decir, que ante la actual situación, en lugar de renegar de sus posicionamientos, aboga por profundizar en los mismos. Sí, porque parece que ese ecosistema que se creó, y en el que tan satisfechas se encontraban nuestras sociedades, ha quedado desfasado y superado por el tsunami de la realidad económica y financiera actual, por las nuevas variables que de improviso han aparecido, y que de forma inexplicable se han potenciado. Lo que hay que hacer, dice Pettit, o parece decir Pettit, es volver a encajonar a esa realidad, para lo cual es necesario crear nuevos cauces, gracias a los cuales poder volver a reconducirla, para lo que sería necesario diseñar nuevos controles que se adecuen mejor a lo que está aconteciendo. O dicho de otra forma, que la política democrática vuelva a controlar a la economía.

Para ilustrar su planteamiento pone un ejemplo significativo: la confianza del gobierno, de todos los gobiernos actuales en la economía, es como ir a lomo de un tigre. Ese tigre estaba hasta hace poco domesticado, pero ahora se ha convertido en indomable y es él quien controla la situación. Ante tal hecho sólo existen tres posibilidades, seguir dejando que el tigre haga o deshaga a su antojo, matar al tigre, o intentar domesticarlo de nuevo para que vuelva a entrar en cintura. Pettit opta por la última posibilidad, la más difícil sin duda, pues la primera es dejar que los mercados continúen dominando la política, mientras que la segunda, también suicida, no significa, no puede significar otra cosa que imponer el totalitarismo de la política.

El problema ahora es detener a ese tigre, lo que se puede conseguir, según el autor, mediante una presión de la ciudadanía a nivel global, para que con posterioridad, esa misma ciudadanía exija a sus gobernantes, mediante una movilización permanente, que vele por sus intereses, con objeto, de que lo sustancial marque las pautas que tiene que seguir lo accesorio. Lo anterior es lo que ha intentado llevar a cabo, aunque a unos niveles muy embrionarios, el denominado movimiento del “15M”.

Pettit, como no podía ser de otra forma, todo lo subordina a que la ciudadanía vuelva a politizarse, ya que si esto no es posible, nada, absolutamente nada podrá cambiar, lo que significaría que todo estaría perdido, que toda posibilidad de conseguir una sociedad mejor, más justa y cohesionada resultaría imposible.


Jueves, 15 de diciembre de 2011.




martes, 24 de enero de 2012

El retorno a Brideshead


LECTURAS

(elo.232)


EL RETORNO BRIDESHEAD

Evelyn Waugh

Tusquets, 1945


Hay algo que tengo claro, y es que, simplificando de forma radical, hay una buena y una mala literatura, hecho que para cualquier lector avezado es fácil de comprender. De forma independiente al estilo que se emplee, a la escuela a la que una determinada novela pertenezca, cualquier lector que se precie, desde las primeras páginas, sí, desde las primeras páginas sabrá si lo que está leyendo vale o no la pena, si la obra que tiene entre sus manos tiene calidad, o si por el contrario, es sólo una de tantas lecturas, que sin importar nada, se puede dejar sin problemas a un lado, ya que sabe con seguridad que no le aportará absolutamente nada. “El retorno a Brideshead” , a pesar de que puede ser criticada desde algunos ángulos, es una de esas novelas que una vez iniciada uno tiene la convicción de que está leyendo algo bueno, es decir, de que lo que se tienen entre las manos es un texto de calidad. Evidentemente se trata de una novela de otros tiempos, de un tipo de literatura en desuso, sobre todo porque la actual novelística, muy influenciada por la literatura norteamericana de calidad, apuesta más por un estilo directo en la que sobra todo arabesco, y en la que “al pan se le llama pan, y al vino vino”, y en donde las tramas, por muy complejas que sean, nunca llegan a adentrarse por sinuosos y ensombrecidos vericuetos. Se aspira a una literatura diáfana, en la que todas las variables cuadren a la perfección, en donde resulte difícil perderse, y en la que es esencial, que una vez leída, uno sepa a la perfección qué es lo que ha querido decir el autor. De todas formas, a pesar de que la literatura dominante tienda a eliminar todas aquellas formas de entenderla que se aparte de sus cánones, no cabe duda, que ante determinadas obras, no tiene más remedio que quitarse el sombrero, como ocurre con esta novela de Evelyn Waugh. Y no tiene más remedio, porque en esta novela concurren un estilo preciosista, de una indudable riqueza, con una temática que propone una reflexión que aún hoy, aunque en principio pueda parecer pretérita, si se consigue abrir con generosidad el enfoque de la misma, puede resultar tremendamente atractiva. A todo lo anterior hay que añadir, que la obra está cimentada sobre por una sólida estructura que hace que tenga un peso innegable.

En la novela se habla de la religión, por supuesto, de la línea a seguir que impone una determinada fe, en este caso la católica, y del esfuerzo y de las dudas que muestran ante ese teórico camino luminoso los miembros de una determinada familia. Evidentemente ese “camino luminoso” no sólo lo pueden presentar las religiones, aunque tengo la sensación, de que esa, y no otra, es su función principal, aunque lógicamente cada forma de entender la existencia posee el suyo. Todos, por supuesto, por muy anegados y perdidos que nos encontremos, por muy heterodoxa que sea la visión del mundo que poseamos, sabemos, sin ningún género de dudas, el sendero por el que tenemos que adentrarnos, de forma independiente a que sea muy concurrido o que se encuentre siempre solitario, y que dependiendo de la distancia a que nos encontremos de él, en todo momento sabremos si nos van bien o nos van mal. Se puede rehuir del mismo, por supuesto, pero si no se es capaz de crear uno propio que nos convenga, y en el que podamos sentirnos satisfecho, o de hallar otro común que lo sustituya, siempre se tendrá la sensación de que no se estará obrando correctamente, de que por las circunstancias que sean, uno se encuentra perdido y sintiendo como la consciencia, la mala consciencia enturbia la percepción que tengamos de todos nuestros actos.

El “Retorno de Brideshead” nos habla de una familia católica inglesa, en la que algunos de sus miembros discrepan de la forma de vida que en ella se impone, con la que no comulgan, manteniendo actitudes radicalmente opuestas, algunas rayando el esnobismo más absoluto, pero a la que con el tiempo, buscando la seguridad y la estabilidad perdida, vuelven para recuperar los anclajes que tanto echaban en falta. Para contar su historia, Evelyn Waugh, autor del que no había oído hablar con anterioridad, crea un personaje, que hace amistad mientras estudiaba en Oxford, con uno de los miembros de dicha familia, que lo introduce en la misma, y que años después, narra todo lo que vio, vivió y sintió, con un estilo cuidado, complejo y ambiguo, junto a los que transformaron su existencia.

Lo que llama poderosamente la atención desde un principio, es la calidad de la narración, la línea directa que se establece entre el lector y la historia que se cuenta, y eso a pesar, de que no es una novela de lectura rápida, pues toda ella está jalonada de mil y un recovecos, que en principio deberían dificultar la lectura. Pero no, la novela tiene la virtud de poder leerse, pese a su aparente dificultad, con una facilidad incomprensible, debido a que su lectura produce un deleite que muy pocas novelas consiguen, lo que hace posible que se posicione en un lugar muy por encima de la media. La temática, que en un principio podría chirriar, ya que no se encuentra aparentemente entre las prioridades del lector actual, mucho más preocupado por otras cuestiones, coge fuerza debido a la sutileza con que es tratada, reconvirtiéndose, sobre todo para aquellos que siempre se empeñan en ver algo más de lo que se les muestra, en la necesidad que todos tenemos por conducirnos dentro de unos determinados parámetros éticos, sean estos los que sean, para afrontar, mínimamente protegidos, las arremetidas de una realidad que difícilmente se consigue controlar.

La novela de Waugh me ha sorprendido, posiblemente porque poco esperaba de ella, llamándome poderosamente la atención, de forma independiente al estilo que he encontrado y al deleite que me ha producido la lectura, porque me ha recordado la capacidad que posee la buena literatura para hacer frente a los problemas y a las inquietudes que realmente interesan al ser humano.


Sábado, 3 de diciembre de 2011


lunes, 16 de enero de 2012

Como construir Europa


LECTURAS

(elo.231)


COMO CONSTRUIR EUROPA

Felipe González

RBA, 2008


En momentos como los actuales, en donde desde todos los ámbitos se escuchan voces que ponen en duda la viabilidad de la Unión Europea, resulta conveniente, que al menos teóricamente, se vuelva a plantear si en los tiempos que vivimos, en donde la crisis existente amenaza con anegarlo todo, la Unión sigue siendo un instrumento válido para los europeos, o si por el contrario, no es más que una pesada carga que difícilmente se podrá soportar por mucho más tiempo. La cuestión no es otra que la de saber, si la estructura creada, que para muchos es de un coste insostenible, es rentable para los ciudadanos de los diferentes países que la componen, o si por el contrario no es más un lujo político que sólo podía costearse en tiempos de bonanza, y que tal y como están las cosas, lo mejor, lo más acertado, sería desprenderse de ella lo antes posible. Se escuchan y se leen comentarios en uno y en otro sentido, desde los que afirman que la Unión es un rémora que impide afrontar con la agilidad necesaria la actual coyuntura negativa, hasta los que están convencidos que ella es la única posibilidad real de hacerle frente, lo que provoca grandes dudas que imposibilitan una actuación contundente, ya que esa diversidad de criterios acarrea una incuestionable debilidad, que sin duda, al incrementarse las incertidumbres, agudizan los problemas ya que se dilatan las respuestas a los innumerables problemas existentes, que amenazan con enquistarse y con dinamitar la confianza que muchos aún tienen puesta en ella.

Lo que parece evidente, es que existen sectores, o mejor dicho poderes que se frotan las manos ante la actual situación que padece la Unión, que están haciendo todo lo posible, imposibilitando acuerdos, vetando actuaciones, para que no de ese paso adelante que tanto necesita para dejar de ser lo que actualmente es, con objeto de poder convertirse en eso que tanto exigen sus defensores. Sí, porque parece que una Unión Europea sólida, amenaza y atemoriza a determinados poderes y actores sociales, que verían en ella todo lo que desearían erradicar, pues nunca se pude perder de vista lo que en el fondo ese proyecto significa, o lo que significó en sus orígenes, el intento de consolidar a nivel europeo un Estado social y de derecho, o dicho de otra forma, eso tan excepcional como es el Estado del bienestar. Y creo que aquí es donde se encuentra el problema, ya que la Europa unida ante todo es una apuesta por el Estado del bienestar, por una forma de entender la sociedad, en donde las instituciones tienen que ejercer un papel activo en todo lo referente a la cohesión y la redistribución. Estoy convencido que si no se tiene en cuenta este hecho, no se puede comprender lo que realmente está ocurriendo.

En momentos como los presentes, cuando se observa que la Unión, o hablando claro, cuando los países que controlan la Unión europea, que no son otros que Alemania y Francia, no se ponen de acuerdo sobre las medidas a adoptar ante los graves problemas que está provocando el euro, se tiene la sensación, que ha desaparecido la voluntad europeísta que en otros momentos, aún no tan lejanos, impulsaba a los grandes líderes europeos, como si los actuales dirigentes, en lugar de mirar hacia el futuro, dejando al descubierto su verdadera talla política, se conformaran sólo con intentar resolver los problemas internos de sus respectivos países, sin querer comprender, que la solución de los mismos se encuentra en una Europa fuerte, en la consolidación de un espacio común, sin el que ningún país europeo podría sobrevivir en la actualidad. Sí, porque de lo que no se puede dudar, se quiera o no, es que hoy en día, Europa es esencial para todos y para cada uno de esos países, desde el más poderoso al más insignificante. Por ello, ante la actual incertidumbre generalizada, no viene de más, acercarse a lo que piensan algunos líderes que ejercieron, y que aún ejercer de europeístas convencidos, y para ello nadie más cercano que Felipe González.

Para el ex presidente gobernó español, que siempre ha abogado por la necesidad de una Europa sólida y unida, en los últimos tiempos se ha perdido el rumbo, la sensación “de que todos navegamos en el mismo barco”, lo que demuestra que algo está fallando. Y lo que está fallando, para él, no es otra cosa que la escasa competitividad que en estos momentos padece Europa, al menos si se la compara con los Estados Unidos y con los denominados países emergentes. Para González la cuestión radica en que Europa ha dejado de ser competitiva, hecho que ya no le brinda los excedentes necesarios para poder mantener su poderosa y modélica estructura social, lo que obliga a cada país, a intentar solucionar sus problemas de la mejor forma que puede, enrocándose en sí mismos, y dándole la espalda a ese gran experimento de ingeniería política, al que muchos se atreven a identificar como la causa de todos sus males. Por lo anterior, por la escasa fe existente en el proyecto, los grandes países se muestran reacios a ayudar a los que padecen problemas, mientras que éstos, no cesan de acusar a aquéllos, de imponer una política económica en la Unión que parece estar ideadas para asfixiarles, lo que genera un clima de clara desunión entre los diferentes miembros. Para Felipe González el problema de fondo se encuentra en que Europa no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, y que debido a sus rigideces estructurales, esas mismas que tan útiles fueron en los buenos tiempos, ha perdido el tren de la revolución tecnológica y de la globalización en beneficio de otros actores. Por ello estima que es fundamental darles alcance de nuevo, pues en caso contrario todo estaría perdido, para lo cual, resultaría necesario, después de un examen concienzudo, que adapte su sistema productivo, aligerando las rigideces y las restricciones que hoy por hoy lo definen, para acomodarlos a las nuevas dinámicas imperantes.

Cierto. Evidentemente Europa tiene que verificar si su sistema está o no anquilosado, con objeto de perfeccionarlo en la medida de lo posible, pero me da la sensación, de que por miedo, González “tira la piedra y esconde la mano”, tal y como hacen otros tantos, ya que parece que lo que se oculta detrás de todo lo que dice, es que lo que de verdad salvaría a Europa del colapso, no puede ser otra cosa que una desregularización que la empareje tanto a Estados Unidos como a los países emergentes que tanto parece admirar, lo que si es así, como estoy convencido, “no hubieran hecho falta tantas alforjas para ese viaje”. Creo que lo que en realidad es imprescindible es presentar nuevas propuestas, que en lugar de apuntar hacia donde siempre, a poner como modelos a determinados países que si por algo se caracterizan es por no ser precisamente modélicos, apuesten por sociedades cohesionadas y con la solidez suficiente para hacer frente a los retos de los nuevos tiempos. Hay que avanzar y no retroceder. Después de leer este trabajo, estoy convencido que Felipe González a estas alturas se encuentra políticamente amortizado, al menos para la izquierda. Una lástima.


Lunes, 7 de noviembre 2011


lunes, 9 de enero de 2012

Algo va mal


LECTURAS

(elo.230)


ALGO VA MAL

Tony Judt

Taurus, 2010


No, las cosas no van bien, y sobre este hecho, hoy por hoy, existe un acuerdo generalizado. Al derrumbe del denominado “socialismo realmente existente” ocurrido a finales del siglo pasado, le ha seguido, aunque se quiera negar de forma grotesca, el brutal descarrilamiento de al parecer su única alternativa ideológica, aquella que tenía como tarea la de conducirnos hasta “el final de la historia”, la del liberalismo radical, también conocido como neoliberalismo. Por lo anterior no se puede decir, que los hombres y mujeres de mi generación no hayamos vivido un periodo histórico interesante. Acabo de decir que este segundo derrumbamiento ideológico se desea ocultar por todos los medios, y por ello, sus defensores y apologetas cuentan con un importante aparato propagandístico, pero sobre todo, lo que con más eficacia lleva a cabo tal objetivo, es la inexistencia de una alternativa ideológica que se presente contra esa teoría política que durante varios años se creyó la única que podía ser imperecedera. Sí, porque el neoliberalismo no sólo ha sido el pensamiento político dominante durante los últimos tiempos, sino que, a pesar de su estrepitoso fracaso, sigue siendo de forma incomprensible, el único que se presenta con capacidad real para imponer sus postulados. El problema es que en estos momentos “de vacas flacas”, cayendo en múltiples contradicciones, y con objeto de poder “salvar los muebles” de sus valedores, ha dejado provisionalmente en la cuneta alguno de sus más importantes postulados, ya que sabe que lo importante siempre será lo importante. Y lo importante es que el capital, y más concretamente que el capitalismo puro y duro, siga dominando el tablero social, aunque para ello tenga que agarrarse a la estela de su mayor enemigo, justificando la existencia de un Estado interventor que pueda salvarle de la ruina provocada por sus propios errores.

Desde todos los ángulos, y como si se tratara de una lluvia fina, durante los últimos años se ha venido disertando, de forma incansable desde todos los cenáculos, sobre los problemas que a una sociedad abierta le puede acarrear la existencia de un Estado fuerte, ya que para que éste pueda llevar a cabo su actividad, necesita “chuparle la sangre” y desvitalizar a la comunidad sobre la que se asienta, sin que los resultados que pudieran justificar tal evidente expolio, tengan la virtud de la eficacia. Por ello, se ha hecho todo lo posible por hacerle creer a la ciudadanía, que todo resultaría más fácil, más reconfortante para ella misma, pero sobre todo mucho más económico si parte, si parte de las funciones que hasta ahora han recaído sobre las espaldas del Estado, pasaran a manos de la propia sociedad. La cuestión es que cuando estos publicistas del neoliberalismo, que como he dicho en demasiadas ocasiones son el brazo político del capital financiero, hablan de sociedad, de lo que en realidad están hablando es de otra cosa, de la empresa privada, y más concretamente de las grandes corporaciones que aspiran a quedarse con la gestión de las actividades que hasta el momento han estado en manos del Estado, con la única intención de enriquecerse con ellas, pues observan que ahí existe un importante yacimiento económico que se ven en la necesidad de explotar. Sí, porque la intención no es otra que la de obtener beneficios con dicha gestión, y no la de mejorar los servicios que se presten, lo que demuestra el hecho de que no dudan en adaptarlos a la posible rentabilidad que presuponen, y no por supuesto, a las necesidades reales de los teóricos beneficiarios de los mismos.

Ante el innegable fracaso de la praxis política neoliberal, que ha sumido a Occidente en la pavorosa crisis en la que se encuentra, muchos nos preguntamos por el paradero de la socialdemocracia, de ese ideario político que desde un principio intentó conjugar, en beneficio de la mayoría de la población, la democracia política y la redistribución, la libertad y la justicia social, con objeto de alcanzar una cohesión social que hiciera posible que las diferencias sociales no fueran criminales, y para que todos los miembros de un determinado cuerpo social se sintieran enrolados, para bien o para mal, en un mismo navío. Pero a la socialdemocracia no se la espera, pues ha quedado sumida, derrotada y desarbolada por los huracanados vientos que lo ha destrozado todo en los últimos veinticinco años, siendo lo peor de todo, el hecho de que se ha quedado sin discursos, sin capacidad teórica para reaccionar ante los múltiples despropósitos que se han producido a su alrededor, quedando desacreditada incluso ante sus tradicionales seguidores.

En “Algo va mal”, Tony Judt, después de describir la actual situación, y las causas que han provocado que Occidente se encuentre en la actual encrucijada en la que se encuentra, proclama sin ningún entusiasmo, pero sí con realismo, la innegable necesidad del retorno de la socialdemocracia. Para él, la caída en picado del ideario socialdemócrata, que de una forma o de otra ha sido “la prosa política” de la Europa contemporánea, se ha debido más que a la brutal ofensiva del liberalismo radical, al agotamiento de sus propios discursos, que en lugar de ir enriqueciéndose día a día, de la mano de unos políticos vacuos y de perfil bajo, de unos líderes light, se ha quedado sin nada que decir, sin nada que aportar ante el elevado número de problemas que se han ido acumulando hasta amenazar con anegarlo definitivamente todo.

Para Judt, la necesidad de un retorno de la socialdemocracia, se debe, al hecho de que los innumerables retos a los que la humanidad tendrá que enfrentarse a medio plazo, como el aumento estructural del desempleo, los efectos del calentamiento global, los cambios tecnológicos, el desmesurado e insoportable aumento de la población mundial, o el incremento de las desigualdades, obligarán, se quiera o no, a la existencia de un Estado fuerte y regulador que articule, coordine y planifique a la propia sociedad para que ésta afronte con un mínimo de garantías su futuro próximo.

Parece como si el autor pensara, que entre las diferentes posibilidades que se presentan, la del Estado socialdemócrata fuera la más aceptable, y no sólo para actuar contra la actual crisis, pues las otras alternativas, la del Estado autoritario (“en donde los trenes siempre llegan puntuales”), o la existencia de una multitud de Estados fallidos, siempre se encuentran ahí como una posibilidad que bajo determinadas circunstancias se podrían materializar. Lo que sí parece claro, y no sólo para el autor de este trabajo, es que el Estado mínimo neoliberal, como se ha demostrado en la actual coyuntura, que sólo puede ser un resfriado ante lo que se avecina, es una receta no sólo inviable sino también suicida.


Viernes, 21 de octubre 2011