
LECTURAS
(elo.233)
REFLEXIONES REPUBLICANAS
Philip Pettit
Claves, nº215
La idea del republicanismo se basa, en que el hombre actual, con el tiempo, ha logrado crear una especie de ecosistema, elaborado a base de una serie de instituciones y de una legislación acorde a sus intereses, que entre otras virtudes le ha impedido vivir a la intemperie, gracias a que en todo momento conseguía resguardarlo de los elementos. El ciudadano de nuestro tiempo, sobre todo el que vive en el primer mundo, que al menos hasta ahora ha sido el mundo institucionalizado por excelencia, se ha visto salvaguardado por ese sistema que lo envolvía y en el que vivía, sistema que evidentemente no era gratuito, ya que no había caído graciosamente del cielo, sino que, después de muchas probaturas, de muchos errores y fracasos, se había constituido como el menos malo de los posibles. El problema, o uno de los problemas, es que en poco tiempo, ese ciudadano satisfecho, ha visto como esas estructuras que lo amparaban, que le aportaba esa seguridad necesaria para dedicarse a otros quehaceres, por unas series de circunstancias se le ha venido abajo, motivo por el que se ha visto en la obligación de replantearse su forma de vida, ya que parece, que todo lo que hasta hace poco servía, y que superaba todas las pruebas de eficacia, sin saberse muy bien por qué, ha dejado de tener utilidad, lo que le ha provocado, como es lógico, además de cierta extrañeza, una profunda inquietud. Este hecho es el que define a nuestra época, la certeza de que se ha llegado a un fin de etapa, y que a partir de ahora, con seguridad, todo será distinto, pero también este nuevo tiempo se singulariza, por la extraña sensación de no saberse, por mucho que se explique, las causas que han provocado su llegada.
Parece que durante el tiempo de bonanza, cuando nadie, ni por asomo, pudo prever lo que podía ocurrir, se fue fraguando “la tormenta perfecta” que en estos momentos asola nuestras costas. Que nadie analizó con detenimiento los indicadores macroeconómicos, o que no se le dio la importancia adecuada a las desviaciones o a los pequeños cortocircuitos que se detectaban, posiblemente al estimarse, que con toda seguridad, la buena marcha de la economía lograría desactivarlos. Cierto, los gobiernos no dieron la voz de alarma de que algo no iba bien, o de que algo podía no ir tan bien, pero al mismo tiempo hay que reconocer, que desde la sociedad civil lo único que se hizo fue cerrar los ojos con objeto de seguir brindando en la fiesta que nunca amenazaba con finalizar. Echarle la culpa al gobierno que en un determinado momento ocupa el poder siempre es demasiado fácil, sobre todo cuando con esa crítica uno consigue lavarse las manos, y la mala consciencia, por no haber estado a la altura del papel que se le exigía. Sí, porque la democracia, al menos una democracia sana, no consiste sólo en delegar el poder, en dejar que por comodidad otros lo ejerzan, sino en intentar posibilitar un equilibrio de corresponsabilidad, o de cogestión, entre los teóricos profesionales del mismo (los gobiernos, los partidos, los políticos) y una sociedad civil militante, que se obligue de forma permanente a verificar el uso que de ese poder se lleva a cabo.
Philip Pettit, además de ser uno de los abanderados del nuevo republicanismo, es también, y posiblemente por ello, un socialdemócrata convencido, lo que queda de manifiesto en este trabajo, ya que ambas concepciones, se quiera o no, siempre tendrán que ir estrechamente entrelazadas. Lo que ocurre, es que el republicanismo, además de exigir un Estado activo, necesita para que funcione, la existencia de una sociedad que no se encuentre adormecida y que constantemente esté pendiente, como si estuviera de guardia, de sus asuntos comunitarios, algo a lo que desde hace tiempo la socialdemocracia clásica ha dejado de prestar atención. Hay que reconocer, a pesar de todo lo que se habla de la bondad de nuestro sistema democrático, que nuestras democracias están enfermas, que están enfermas de apatía, al ser unas democracias desmovilizadas, en donde no existe una relación directa, fluida y constante entre su base social y su élite dirigente, y lo que es peor, por el interés que ésta última manifiesta, día a día, para que todo siga como hasta ahora, delatando el temor que padecen, a que los “que no entienden” metan sus narices en aquellas cuestiones para las que no se encuentran teóricamente capacitadas. Posiblemente ésta ha sido la causa última de lo que estamos padeciendo, “que los que entienden”, por esa autonomía que creen poseer, no han velado adecuadamente por los intereses de esa comunidad a la que se debían y de la que dependían, al tiempo que la ciudadanía, por comodidad, prefirió dejarlo todo en sus manos.
Para Pettit, que siempre ha apoyado a Rodríguez Zapatero, lo ocurrido también le ha sorprendido, pero no obstante, en lugar de embarcarse en la línea política habitual, que no es otra que la de plegarse a las imposiciones de los mercados, opina, está convencido que lo que hay que hacer es todo lo contrario, modificar y crear nuevos instrumentos de control que eviten que se vuelva a la “ley de la selva”, es decir, que ante la actual situación, en lugar de renegar de sus posicionamientos, aboga por profundizar en los mismos. Sí, porque parece que ese ecosistema que se creó, y en el que tan satisfechas se encontraban nuestras sociedades, ha quedado desfasado y superado por el tsunami de la realidad económica y financiera actual, por las nuevas variables que de improviso han aparecido, y que de forma inexplicable se han potenciado. Lo que hay que hacer, dice Pettit, o parece decir Pettit, es volver a encajonar a esa realidad, para lo cual es necesario crear nuevos cauces, gracias a los cuales poder volver a reconducirla, para lo que sería necesario diseñar nuevos controles que se adecuen mejor a lo que está aconteciendo. O dicho de otra forma, que la política democrática vuelva a controlar a la economía.
Para ilustrar su planteamiento pone un ejemplo significativo: la confianza del gobierno, de todos los gobiernos actuales en la economía, es como ir a lomo de un tigre. Ese tigre estaba hasta hace poco domesticado, pero ahora se ha convertido en indomable y es él quien controla la situación. Ante tal hecho sólo existen tres posibilidades, seguir dejando que el tigre haga o deshaga a su antojo, matar al tigre, o intentar domesticarlo de nuevo para que vuelva a entrar en cintura. Pettit opta por la última posibilidad, la más difícil sin duda, pues la primera es dejar que los mercados continúen dominando la política, mientras que la segunda, también suicida, no significa, no puede significar otra cosa que imponer el totalitarismo de la política.
El problema ahora es detener a ese tigre, lo que se puede conseguir, según el autor, mediante una presión de la ciudadanía a nivel global, para que con posterioridad, esa misma ciudadanía exija a sus gobernantes, mediante una movilización permanente, que vele por sus intereses, con objeto, de que lo sustancial marque las pautas que tiene que seguir lo accesorio. Lo anterior es lo que ha intentado llevar a cabo, aunque a unos niveles muy embrionarios, el denominado movimiento del “15M”.
Pettit, como no podía ser de otra forma, todo lo subordina a que la ciudadanía vuelva a politizarse, ya que si esto no es posible, nada, absolutamente nada podrá cambiar, lo que significaría que todo estaría perdido, que toda posibilidad de conseguir una sociedad mejor, más justa y cohesionada resultaría imposible.
Jueves, 15 de diciembre de 2011.