viernes, 11 de marzo de 2011

Brooklyn follies


LECTURAS
(elo.216)

BROOKLYN FOLLIES
Paul Auster
Anagrama, 2006


Por fin, posiblemente por aquello de que “quien la sigue la consigue”, he leído una buena novela de Paul Auster. Con seguridad, es el autor al que más oportunidades le he dado, debido, a que la primera novela que de él leí, “El libro de las ilusiones”, consiguió sorprenderme gratamente. Por ello, no llegaba a comprender, cómo todas sus obras que con posterioridad fueron cayendo en mis manos, y puedo asegurar que no han sido pocas, pues tiene una capacidad de trabajo a todas luces envidiable, ya que raro es el año que no aparece una nueva novela suya en los escaparates de las librerías, no llegaban a tener, al menos en mi opinión, ese nivel mínimo que toda buena obra literaria debe poseer. Lo he aguantado tanto, no por el magnífico crédito que posee en determinados ámbitos, en absoluto, sino porque estaba convencido que el potencial narrativo que atesora, y que estaba despilfarrando en obras menores, de esas que no aportan absolutamente nada, acabaría, aunque fuera en contra de su voluntad, por ofrecer una novela de valía, aunque para ser sincero, ya se me estaban agotando las esperanzas. Este año, como prueba de lo anterior, no me he hecho con la obra que nos obliga a comprar todas las navidades, lo que habla a las claras de lo cansado que me encontraba de Auster. No obstante, por casualidad, sin proponérmelo, lo que demuestra que existen fuerzas extrañas en el universo, un conocido, después de haber escuchado mi opinión sobre el autor norteamericano, con la que estaba casi en absoluto de acuerdo, me dejó, según su opinión, la única novela que a él le había gustado de Auster, “Brooklyn Follies”, lo que a pesar de mis reticencias, le prometí leer. La he tenido sobre mi mesa durante un tiempo, haciéndome rogar, pero al final, sin apenas esperanzas, y con otra novela alternativa al lado, ya que estaba convencido que no tardaría en abandonarla nada más comenzar su lectura, me zambullí en ella encontrando una obra notable, de esas que uno no desea que finalicen. Sí, como estaba convencido, necesariamente tenía que existir otro Auster, un Auster diferente al de sus obras menores, al igual que le ocurre a ese otro enamorado de Nueva York, el cineasta Woody Allen, que de cuatro o cinco películas que dirige sólo nos deja una buena. El problema, al menos así lo veo, es que no se puede ser tan prolífico, pues con seguridad no es bueno escribir, o dirigir tanto, sobre todo cuando se está capacitado para empresas de más envergadura. El mismo caso ocurre con Roth, aunque el nivel medio de éste, a pesar de que algunos también se quejen, desde mi punto de vista es mucho más elevado.
En esta novela Auster realiza una alabanza a la ciudad, a las virtudes de las ciudades, a esos caóticos engendros tan criticados y de los que muchos desean escapar, sin que se comprenda, que son los lugares idóneos para que se desarrolle una vida aceptable. La historia se desarrolla en el barrio neoyorkino de Brooklyn, que es donde tiene su residencia el propio autor, en el que, a diferencia de lo que suele ocurrir, alguien se instala allí para pasar los últimos años de su existencia. Digo que es lo contrario de lo que suele ocurrir, porque lo normal, lo que habitualmente se hace, es que a ciertas edades, sobre todo cuando se poseen medios para ello, se abandonen las ciudades para encontrar acomodo en algún lugar soleado, a ser posible con vistas al mar, lo que es un tremendo error, parece que nos quiere decir Auster. Y lo es, por el hecho, a pesar de que se piense lo contrario, de que la ciudad es el lugar ideal para crear ese tejido social que tanto se necesita para vivir, para vivir de forma satisfactoria. El protagonista de la novela, a pesar de haber cumplido ya los sesenta años, y después de haber sufrido una grave enfermedad, lo deja todo y vuelve al barrio en el que nació, con la esperanza de poder acabar allí de forma apacible sus días, pero en lugar de eso, un poco por casualidad, va creando poco a poco a su alrededor un tupida red de contactos, entre familiares reencontrados y nuevos amigos, que le devuelven las ganas de vivir. Sí, porque la ciudad es sinónimo del encuentro inesperado, el lugar en donde cuando menos se espera, puede surgir lo que durante tantos años se ha deseado, en donde reina la actividad constante, es decir, donde habita todo aquello que se contrapone a la muerte.
Lo que siempre me sorprende de la literatura de Auster, tanto en sus buenas como en sus malas novelas, es la fluidez con que desarrolla sus narraciones, lo que para muchos otros, lo que demuestra su capacidad para este oficio, resulta de una dificultad extrema. En esta ocasión, como ya he comentado, su protagonista llega a Brooklyn para comenzar desde cero, sin nada salvo sus recuerdos, pero poco a poco, va construyendo una nueva vida a base de encuentros que le van abriendo puertas, detrás de las cuales va hallando historias, que a pesar de ser todas laterales, o secundarias, conforman la viga maestra de la novela, historias que Auster no duda en desarrollar sin ningún tipo de cortapisas. La novela se sostiene, como digo, en esas otras historias, que van definiendo y configurando, y aportando credibilidad a la malla vital, que ese individuo que aspiraba a apartarse del mundo, con la única intención posiblemente de lamerse sus heridas, un poco sin querer, pero al mismo tiempo entusiasmado con ello, va logrando sin muchas dificultades articular, de la que se siente satisfecho, ya que él mismo se convierte en el centro de la misma.
Existen novelas objetivamente buenas, pero que sin embargo, uno desea acabar cuanto antes, lo que se puede deber, a que el peso de la misma puede resultar insoportable, mientras que hay otras, con la misma calidad, en las que parece que la lectura se acelera, de suerte que uno cuando se da cuenta, no tiene más remedio que lamentarse de no haber apurado más la lectura con objeto de haber disfrutado más con ellas. Este hecho me suele pasar con la literatura americana de calidad, mientras que lo contrario, por lo general, me sucede con la europea, que apuesta más por la introspección. “Brooklyn Follies” es una de esas novelas que se leen sin que uno se dé cuenta, una novela optimista, en la que todos los personajes que intervienen en la misma encuentran un acomodo satisfactorio, y con la que el lector se queda con un agradable sabor de boca. Esto es sin duda lo que deseaba Auster, dejando para otra ocasión la otra cara de las grandes ciudades, en donde el abandono y la soledad son las únicas monedas de curso legal. Para terminar, en contra de lo que tenía previsto, sólo tengo que decir que seguiré leyendo a Auster.

Sábado, 12 de febrero de 2011

1 comentario:

Ángela Borrás dijo...

Mira que hace tiempo que te dije que era lo mejor de Auster... Y ahora, por fin, parece que lo has comprendido. Si te decides, te puedes leer La Historia del Amor, de Nicole Krauss. Tiene ya varios años, pero es muy Austeriana, del Auster que me gusta.