jueves, 31 de marzo de 2011

Lo que sé de los hombrecillos


LECTURAS (elo.218)


LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS

Juan José Millás Seix barral, 2010


Nunca me ha gustado la literatura alegórica, pues siempre la he visto demasiado explícita, lo que a mi entender va en contra de la buena literatura, que debe ser más recatada con objeto de esconder lo que desea transmitir al lector, si es posible debajo de siete velos, para que éste, con paciencia, después de disfrutar con la lectura, descubra “ese algo más” que siempre debe tener toda novela que se precie. No me gusta saber desde la primera página, que la novela que estoy leyendo tiene doble fondo, al estar convencido que lo que debe ocurrir es todo lo contrario, evitar por todos los medios que el lector descubra con facilidad la intención del novelista, con objeto, de que cuando encuentre el tesoro oculto, observe el sentido y la justificación de lo que ha leído. No me gusta, no lo puedo remediar, la literatura entendida como un juego, lo que posiblemente sea una de mis múltiples deficiencias como lector, pues estoy seguro que debería de comprender, que existen muchas literaturas diferentes, que no por ser distintas a las que me interesan, dejan, o pueden dejar de ser interesantes. Por todo lo anterior, comencé a leer con precaución esta obra de Millás, a quien admiro como articulista de ingenio, y por lo que, debido a ese ingenio que posee, apenas he frecuentado como novelista, faceta gracias a la cual atesora un gran número de seguidores. Sí, reconozco que comencé con precaución la lectura, y ya desde la primera página, en la que con naturalidad aparecen los hombrecillos, tuve que realizar un esfuerzo para no abandonar la novela, lo que afortunadamente no llevé a cabo. Digo afortunadamente porque la novela me ha entretenido, dejando para colmo sobre la mesa un tema importante, al que, por desgracia, estoy convencido de que desde otra perspectiva se le hubiera podido sacar más partido, que es algo en lo que nunca me debo meter, pues cada cual hace las cosas como quiere, o como me gusta decir, como puede. Quizás debido a la importancia del tema que aborda, el despiadado control que ejerce la personalidad que se posee sobre las otras posibles personalidades que se podrían tener, un tema que como todos, ya se ha abordado en múltiples ocasiones por otros autores, me hubiera gustado, por egoísmo por supuesto, verlo desarrollado de forma distinta. No obstante, cada autor, calibrando sus posibilidades, sabe la mejor forma de sacarle partido a los temas que va encontrando, no teniendo dudas por tanto, que para él, la utilizada es la más conveniente. Millás tiene una facilidad endiablada para la narrativa, ya que al menos en esta novela, no soy un entendido de su obra, a base de capítulos cortos, y amenos, hace que la historia sea asumida, a pesar de su argumento, con facilidad por sus lectores. En este tipo de obras, en las que se parte de algo absurdo o sencillamente increíble, lo esencial es la credibilidad, es decir, que el que la lea, en un pacto con el autor, acepte lo que va sucediendo ante sus ojos, lo que Millás consigue en buena medida presentado una novela ligera que se puede leer en pocas horas. El autor dibuja a un personaje con la vida ya hecha, un catedrático jubilado, que se mantenía en activo escribiendo artículos y dando alguna que otra clase en la universidad como profesor emérito; alguien con la vida ya ordenada, que a lo único que aspiraba, era a vivir de forma apacible, alejado de todo lo que ya no le interesaba. A un hombre con una personalidad definida, de esos que saben en cada momento lo que tienen que hacer, a pesar de que ese individuo tenía una particularidad, pues desde pequeño había estado rodeado de pequeños hombrecillos con vida propia, algo que había mantenido en secreto. De forma inexplicable, en cierta ocasión, mientras dormía, esos pequeños seres elaboraron, con sus tejidos, a un nuevo hombrecillo a imagen y semejanza del catedrático jubilado, con lo que cambia de forma radical la existencia de éste. Pero esa nueva y pequeña criatura, parece poseer todos los apetitos que el protagonista tenía reprimidos, instándolo en cada momento, a que se deslizara sin miedo por ellos. Aquí Millás, como otros autores ya han dibujado, parece que desea poner, o contraponer a la consolidada personalidad del catedrático, que era alguien que ya había podado todas sus aristas y que había conseguido domesticar todos sus instintos en aras de la sólida imagen que con el tiempo se había creado, a un pequeño y casi insignificante hombrecillo, que representaba todas los apetitos que el protagonista había conseguido reprimir a lo largo de su existencia, en beneficio, por supuesto, de esa personalidad que había elegido. Está claro, o al menos yo estoy convencido de ello, que toda personalidad dominante se erige, reprimiendo con mano de hierro, todas las personalidades que pudieran ir surgiendo que pudieran tener la facultad de posicionarse como su alternativa, de suerte, que se es lo que se es, porque se ha eliminado consciente o inconscientemente todo aquello, que por una causa o por otra no se desea ser, o lo que es lo mismo, porque se han eliminado a todos aquellos yo, que pudieran poner en tela de juicio al yo dominante por el que se ha optado. Partiendo de lo anterior, se podría decir, por el contrario, que las personalidades “titubeantes”, serían aquellas que no han logrado cumplir tal cometido, por lo que, en ellas se produce de forma constante un intenso debate para decidir qué es lo que hay que hacer en cada momento. Pero lejos de estas diatribas, que en realidad no conducen a nada, sólo a enturbiar este comentario, lo que quiero decir, es que Millás, reduciendo el tema a los deseos y a los distintos reprimidos, trata de pintar un cuadro, en donde alguien que se creía a salvo, cae en ellos en un momento de debilidad, cuando siente desde lejos, las voces de todo aquello que durante tanto tiempo había logrado reprimir con éxito. Sí, porque esos deseos y esos instintos se pueden reprimir, pero no matar, estando en todo momento ahí, agazapados, siempre llamándonos y esperando a que un día, por los motivos que sean, se recurran a ellos. Como dije antes, la novela me ha entretenido, pero me he quedado con el mal sabor de boca de que se encuentra muy por debajo del nivel que el tema exigía, de lo que tampoco hay que acusar a Millás, pues el valenciano ha realizado lo que creía que tenía que hacer, ya que desde un principio, se sabía hasta donde podía llegar esta narración tal y como estaba planteada. No creo que se haya tratado de un simple divertimento, pero estoy convencido, por lo que conozco del autor, que con el ingenio que le caracteriza, le ha intentado sacar demasiado punta a un tema, que posiblemente requería un tratamiento diferente. No obstante, ahí queda esta obra suya que sin bien puede llegar a entretener, seguro que dentro de poco nadie conseguirá acordarse de ella. Miércoles, 23 de febrero de 2011

viernes, 18 de marzo de 2011

Bilbao-Nueva York-Bilbao


LECTURAS
(elo.217)

BILBAO-NUEVA YORK-BILBAO
Kirmen Uribe
Seix barral, 2008

El propio Kirmen Uribe, subraya en algún lugar de su novela una frase del escritor Foster Wallace en la que éste dice, “que desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en el estómago. Lo demás no sirve para nada”. Bien, la pregunta entonces resulta obvia, ¿consigue emocionar esta novela?, y la respuesta, mi respuesta es no, por la sencilla razón de que la estructura que impone el autor lo impide. En un principio el objetivo de la novela, su justificación, puede parecer que no es otro que el de recordar y recuperar la historia de la familia del propio autor, pero también la de una parte de su país, la de la Euskadi marítima y pesquera, que desde hacía tiempo se encontraba amenazada por el olvido, a pesar de la importancia que en otros tiempos no muy lejanos había tenido. Esos recuerdos que poco a poco va desgranando el autor de forma fragmentaria, incitan como es lógico al sentimentalismo, pero en todo momento intenta evitar esa deriva al no desarrollar la narración de forma lineal, dosificando, a cuenta gotas, todo lo que va hallando de la vida de su familia. Es una narración medida, en donde la estructura elegida adquiere un protagonismo esencial, de suerte que esa forma de contar lo que desea contar, ejerce de dique de contención, contra ese sentimentalismo que desde un primer momento amenazaba con anegarlo todo. Pero a pesar que en algún momento de forma explícita lo diga el propio autor, poco a poco uno va comprendiendo que la novela no aspira sólo a eso, a recuperar determinados recuerdos con la intención de comprender la vida, y la actitud ante la vida de los antepasados del propio Uribe, sino a algo más, a bastante más que a colocar todas las piezas en el lugar que le corresponden. Parece que Uribe tiene claro que ese sólo puede ser el paso previo e inevitable, porque sabe que ninguna historia personal, ni por supuesto la de ningún pueblo puede ser nunca inmaculada, y que siempre es conveniente, en un momento dado, detenerse para hacer las cuentas, con objeto de comprobar lo que uno posee, con lo que se cuenta, para afrontar sin demasiados lastres el futuro. En este sentido esta obra también podría ser entendida como una novela más sobre “la memoria histórica”, pero no para quedarse y deleitarse con ella como muchas otras, sino para superar de una vez por todas el pasado y poder desafiar, sin mirar constantemente hacia atrás, tanto el presente como todo aquello que aún tiene que llegar. Así entendida, la novela puede servir, no ya para sostener ciertas actitudes nacionalistas, sino para consolidar y vertebrar, pero sobre todo para enraizar ese paso adelante, en el caso de que no se desee quedar estancado en tierra de nadie, que necesariamente hay que dar en un mundo cada vez más globalizado, en el que es fundamental, no sólo saber, sino tener consciencia de que se pertenece a una determinada tradición cultural con objeto de no vivir en el vacío y permanecer a merced de todos los vientos. Estoy tratando de decir, que no se trata de una novela que sólo aspira a recuperar ciertas tradiciones pretéritas, con objeto de alzarlas como banderas después de haberlas analizado antropológicamente con lupa, en absoluto, sino de que es una obra que en esencia parece decirnos que hay que apostar decididamente por el futuro, con todo lo que este trae consigo, pero sin olvidar nunca, para no deambular indefensos en la vacuidad más absoluta, las raíces que se poseen, que bien como en este caso pueden ser vascas, como en otros andaluzas o bretonas. O dicho de otra forma, la nueva era de la globalización, en la que no existen, porque han quedado obsoletas, ni las fronteras ni las banderas, sólo se puede afrontar cuando se es consciente que se pertenece a una tradición cultural concreta, al ser lo único que nos puede obligar a mantener los pies sobre la tierra. En la novela, y esto creo que puede subrayar lo anterior, alguien dice que “el barco debe estar bien anclado, firme. Por eso importa que tenga peso. Lo mismo pasa con las personas”. Sí, lo importante es mantener y cuidar las raíces que uno posee, para no perder el norte en el mundo globalizado en el que necesariamente en estos tiempos hay que moverse. Eso es tener peso, al menos el suficiente para no ser arrastrado por el vendaval de los acontecimientos.
Uribe, de forma implícita, habla de una forma diferente de ser nacionalista, que se encuentra muy alejada del nacionalismo de campanario en los que algunos, aún, sin comprender la auténtica naturaleza de los tiempos que corren, siguen empeñados en reivindicar. El mundo cada día es más pequeño, la información va de un sitio para otro a una velocidad de vértigo, al tiempo que los estereotipos culturales se estandarizan, amenazando, ya no sólo las diferentes formas culturales existentes, o preexistentes, que en el fondo sería lo de menos, sino con la creación de una cultura global, de una forma homogénea de entender la existencia, a imagen y semejanza de los postulados de la ideología que en estos momentos gobierna dicha globalización, con la intención de utilizarla en beneficio propio. A esa fuerza arrolladora sólo se le puede hacer frente, si la ciudanía a la que van dirigida sus postulados se “encuentra bien anclada”, si posee el peso y los fundamentos suficientes como para soportar la gruesa marejada que amenaza con neutralizarla, si cuenta con la entereza necesaria para anteponer los discursos propios, a los que en oleadas llegan, para en lugar de aceptarlos sin más, de forma acrítica, articular un diálogo con ellos, con objeto no sólo de prestar resistencia a ese empeño colonizador, sino con la intención de enriquecer estos nuevos tiempos con unos contenidos diferentes a los que continuamente se publicitan.
“Bilbao-Nueva York-Bilbao” es una novela que se desarrolla desde el presente, donde el narrador, a bordo de un vuelo transoceánico con destino a Nueva York, va recordando las indagaciones que había llevado a cabo sobre las últimas tres generaciones de su familia, ya que debido a una serie de circunstancias, existían agujeros negros en la misma que desconocía. La novela en principio, al menos eso es lo que el autor desea aparentar, no aspira más que a eso, a profundizar en un pasado familiar, desde un presente, digamos que cosmopolita.
Como dije al principio, no se trata de una novela, como se podría esperar, cargada de sentimentalismo, ni de esas que emocionan profundamente al lector, pero a pesar de ello, llevándole la contraria a Foster Wallace, no todas las buenas novelas tienen que provocar dichos sentimientos, ya que existen otras, que sin aparentemente proponérselo, provocan otro tipo de reacción, como por ejemplo, que es lo que ocurre en ésta, la de obligar al lector a que reflexione una vez terminada la lectura, sobre las ideas que solapadamente se ofrecen en la misma.

Sábado, 19 de febrero de 2011

viernes, 11 de marzo de 2011

Brooklyn follies


LECTURAS
(elo.216)

BROOKLYN FOLLIES
Paul Auster
Anagrama, 2006


Por fin, posiblemente por aquello de que “quien la sigue la consigue”, he leído una buena novela de Paul Auster. Con seguridad, es el autor al que más oportunidades le he dado, debido, a que la primera novela que de él leí, “El libro de las ilusiones”, consiguió sorprenderme gratamente. Por ello, no llegaba a comprender, cómo todas sus obras que con posterioridad fueron cayendo en mis manos, y puedo asegurar que no han sido pocas, pues tiene una capacidad de trabajo a todas luces envidiable, ya que raro es el año que no aparece una nueva novela suya en los escaparates de las librerías, no llegaban a tener, al menos en mi opinión, ese nivel mínimo que toda buena obra literaria debe poseer. Lo he aguantado tanto, no por el magnífico crédito que posee en determinados ámbitos, en absoluto, sino porque estaba convencido que el potencial narrativo que atesora, y que estaba despilfarrando en obras menores, de esas que no aportan absolutamente nada, acabaría, aunque fuera en contra de su voluntad, por ofrecer una novela de valía, aunque para ser sincero, ya se me estaban agotando las esperanzas. Este año, como prueba de lo anterior, no me he hecho con la obra que nos obliga a comprar todas las navidades, lo que habla a las claras de lo cansado que me encontraba de Auster. No obstante, por casualidad, sin proponérmelo, lo que demuestra que existen fuerzas extrañas en el universo, un conocido, después de haber escuchado mi opinión sobre el autor norteamericano, con la que estaba casi en absoluto de acuerdo, me dejó, según su opinión, la única novela que a él le había gustado de Auster, “Brooklyn Follies”, lo que a pesar de mis reticencias, le prometí leer. La he tenido sobre mi mesa durante un tiempo, haciéndome rogar, pero al final, sin apenas esperanzas, y con otra novela alternativa al lado, ya que estaba convencido que no tardaría en abandonarla nada más comenzar su lectura, me zambullí en ella encontrando una obra notable, de esas que uno no desea que finalicen. Sí, como estaba convencido, necesariamente tenía que existir otro Auster, un Auster diferente al de sus obras menores, al igual que le ocurre a ese otro enamorado de Nueva York, el cineasta Woody Allen, que de cuatro o cinco películas que dirige sólo nos deja una buena. El problema, al menos así lo veo, es que no se puede ser tan prolífico, pues con seguridad no es bueno escribir, o dirigir tanto, sobre todo cuando se está capacitado para empresas de más envergadura. El mismo caso ocurre con Roth, aunque el nivel medio de éste, a pesar de que algunos también se quejen, desde mi punto de vista es mucho más elevado.
En esta novela Auster realiza una alabanza a la ciudad, a las virtudes de las ciudades, a esos caóticos engendros tan criticados y de los que muchos desean escapar, sin que se comprenda, que son los lugares idóneos para que se desarrolle una vida aceptable. La historia se desarrolla en el barrio neoyorkino de Brooklyn, que es donde tiene su residencia el propio autor, en el que, a diferencia de lo que suele ocurrir, alguien se instala allí para pasar los últimos años de su existencia. Digo que es lo contrario de lo que suele ocurrir, porque lo normal, lo que habitualmente se hace, es que a ciertas edades, sobre todo cuando se poseen medios para ello, se abandonen las ciudades para encontrar acomodo en algún lugar soleado, a ser posible con vistas al mar, lo que es un tremendo error, parece que nos quiere decir Auster. Y lo es, por el hecho, a pesar de que se piense lo contrario, de que la ciudad es el lugar ideal para crear ese tejido social que tanto se necesita para vivir, para vivir de forma satisfactoria. El protagonista de la novela, a pesar de haber cumplido ya los sesenta años, y después de haber sufrido una grave enfermedad, lo deja todo y vuelve al barrio en el que nació, con la esperanza de poder acabar allí de forma apacible sus días, pero en lugar de eso, un poco por casualidad, va creando poco a poco a su alrededor un tupida red de contactos, entre familiares reencontrados y nuevos amigos, que le devuelven las ganas de vivir. Sí, porque la ciudad es sinónimo del encuentro inesperado, el lugar en donde cuando menos se espera, puede surgir lo que durante tantos años se ha deseado, en donde reina la actividad constante, es decir, donde habita todo aquello que se contrapone a la muerte.
Lo que siempre me sorprende de la literatura de Auster, tanto en sus buenas como en sus malas novelas, es la fluidez con que desarrolla sus narraciones, lo que para muchos otros, lo que demuestra su capacidad para este oficio, resulta de una dificultad extrema. En esta ocasión, como ya he comentado, su protagonista llega a Brooklyn para comenzar desde cero, sin nada salvo sus recuerdos, pero poco a poco, va construyendo una nueva vida a base de encuentros que le van abriendo puertas, detrás de las cuales va hallando historias, que a pesar de ser todas laterales, o secundarias, conforman la viga maestra de la novela, historias que Auster no duda en desarrollar sin ningún tipo de cortapisas. La novela se sostiene, como digo, en esas otras historias, que van definiendo y configurando, y aportando credibilidad a la malla vital, que ese individuo que aspiraba a apartarse del mundo, con la única intención posiblemente de lamerse sus heridas, un poco sin querer, pero al mismo tiempo entusiasmado con ello, va logrando sin muchas dificultades articular, de la que se siente satisfecho, ya que él mismo se convierte en el centro de la misma.
Existen novelas objetivamente buenas, pero que sin embargo, uno desea acabar cuanto antes, lo que se puede deber, a que el peso de la misma puede resultar insoportable, mientras que hay otras, con la misma calidad, en las que parece que la lectura se acelera, de suerte que uno cuando se da cuenta, no tiene más remedio que lamentarse de no haber apurado más la lectura con objeto de haber disfrutado más con ellas. Este hecho me suele pasar con la literatura americana de calidad, mientras que lo contrario, por lo general, me sucede con la europea, que apuesta más por la introspección. “Brooklyn Follies” es una de esas novelas que se leen sin que uno se dé cuenta, una novela optimista, en la que todos los personajes que intervienen en la misma encuentran un acomodo satisfactorio, y con la que el lector se queda con un agradable sabor de boca. Esto es sin duda lo que deseaba Auster, dejando para otra ocasión la otra cara de las grandes ciudades, en donde el abandono y la soledad son las únicas monedas de curso legal. Para terminar, en contra de lo que tenía previsto, sólo tengo que decir que seguiré leyendo a Auster.

Sábado, 12 de febrero de 2011

martes, 1 de marzo de 2011

Punto omega


LECTURA
(elo.215)

PUNTO OMEGA
Don DeLillo
Seix Barral, 2010

DeLillo está considerado como uno de los grandes autores de la literatura norteamericana actual, pero posiblemente debido a que me pareció infumable la única novela que en su día leí de él, “Libra”, decidí dejarlo a un lado con objeto de centrarme en otros autores que me interesaban mucho más. No obstante, estaba convencido que tarde o temprano, tendría que cruzarme de nuevo con su literatura, pues no paraba de escuchar elogios de la misma. Pues bien, por una serie de circunstancias, hace unos días decidí que ya había llegado el momento, por lo que me hice con su última novela, “Punto omega”, quedando pese a su singularidad deslumbrado con la misma, pero comprendiendo al mismo tiempo que había cometido un error, precisamente por haber comenzado por su obra más reciente, que me ha dado la sensación que representa un final de trayecto, una novela que necesariamente ha tenido que marcar al autor, ya que al menos estilísticamente, se encuentra en los límites de lo que se puede entender por narrativa, de suerte, que una de las múltiples preguntas que me han asaltado cuando he finalizado su lectura, ha sido por las características que tendrá su próxima novela, pues difícilmente el autor podrá continuar, repito que estilísticamente, por el mismo camino. La novela cuenta con dos protagonistas, ambos obsesionados con la idea de la pureza, de una pureza que creen poder hallar fuera de la vida. Uno de ellos es un anciano estratega del ejército norteamericano que decide apartarse del mundanal, a una casa que poseía en mitad del desierto, con la intención de no encontrar obstáculos que pudieran perturbar su existencia, y para poder disfrutar, de lo que él creía que era la vida auténtica, mientras que el otro, era un joven cineasta obsesionado por el cine puro, que estaba interesado en realizar un film, sin estridencias y sin ningún tipo de parafernalia, basado sólo en las palabras y en el rostro de su compañero en la narración.
La pureza es algo que se encuentra fuera de la vida, por lo que si ésta se pudiera definir de alguna forma, tarea nada fácil por supuesto, estaría más cerca, mucho más cerca del mestizaje, que de esa limpieza metafísica de la que sólo hablan algunos poetas, precisamente aquellos que resultan más insoportables. No obstante, la idea de escapar de la vida, de la mezquina existencia cotidiana, ha sido una posibilidad que siempre ha barajado cualquier persona sensible, pues huir a un lugar recóndito y apacible, lejos de tantas y tantas variables incontroladas, para estar sólo con lo que uno se cree que es, no cabe duda que siempre puede resultar atractivo, lo que sucede, es que aún en el caso de que alguien pueda aguantar estar constantemente mirándose en el espejo, hecho de una heroicidad extrema, siempre aparecerá una rendija, por muy pequeña que sea, por donde la vida, con su cegadora luminosidad, acabará desbaratando ese proyecto de vida retirada, que siempre han cantado algunos poetas.
Sí, y esa rendija aparece en esta narración, en el momento en que los protagonistas se encontraban más sosegados, encarnada en la joven hija del estratega, que consigue, pese a que era muy apocada, cambiar la dinámica de aquella casa y la vida de sus ocupantes, sobre todo cuando de forma misteriosa desaparece sin dejar rastro, haciendo que la armonía que a duras penas pudo crearse en aquel lugar en medio de la nada, estallara en mil pedazos.
Al mar, como bien se sabe, nunca se le pueden poner diques, nunca, pues cuando menos se espera, ese mismo mar, o los revientas o consigue desbordarlos, que es lo que ocurre en esta novela, en donde el autor parece querer dejar claro, que cualquier planteamiento teórico, por muy asumido que se tenga, siempre estarán a merced de esos vientos incontrolados, que a veces de forma huracanada, amenazan con dejarnos en la más absoluta indigencia. Pero la historia en esta novela, pese a la fuerza de la misma, es lo menos importante, pues como cualquier lector sabe, este mismo argumento se ha repetido en innumerables ocasiones, siempre con diferentes variables con objeto de poder presentarlo como novedoso, lo que tampoco debe llamar a nadie la atención, al saberse, que casi todas las historias, de una forma o de otra, ya han sido contadas. Son muy pocas, por tanto, las historias auténticamente novedosas que se pueden desarrollar a estas alturas, pero para eso está el autor, para intentar narrar lo que desea contar de la forma más adecuada, siendo en este punto, que literariamente es esencial, en donde se diferencian los distintos autores, en la forma en la que consiguen afrontar un determinado tema, una determinada historia, y lo que singulariza y subraya el tipo de literatura que cada uno lleva a cabo. Lo anterior no significa que quien más experimente tiene más posibilidades de éxito, en absoluto, pues hay autores que sin salir de la ortodoxia formal, son capaces de plantear auténticas obras de arte, mientras que otros, en su afán de romper moldes, son incapaces de articular algo mínimamente comestible, por lo que nada es tan fácil como en principio pudiera parecer.
Lo importante de esta novela no se encuentra, por tanto, en la historia que cuenta, sino en la forma en que DeLillo la presenta, en donde después de conseguir despegarse del lector, no dejándole a éste ninguna agarradera en donde poder aferrarse, dibuja un panorama desolador. La novela se construye sobre dos bloques, uno central, en el que se desarrolla la historia propiamente dicha, y un segundo, que se erige al principio y al final, en donde de forma acerada, se habla de alguien que asiste a una proyección de la película “Psicosis” a cámara lenta en un museo de Nueva York. El lector, como dije antes, siempre se encuentra fuera de la historia, o lo que es lo mismo, nunca puede identificarse ni con la historia ni con ninguno de los personajes de la misma, observando como la narración se desarrolla con una frialdad extrema, Pero a pesar de esa frialdad, de la desolación que lo inunda todo, la poética de la novela queda en el corazón del que la lee.
La lectura de “Punto omega”, sin duda, me va a obligar, cosa que no esperaba, a profundizar en la obra de DeLillo, lo que intentaré hacer con sumo placer.

Martes, 8 de febrero de 2011