
LECTURAS (elo.218)
LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS
Juan José Millás Seix barral, 2010
Nunca me ha gustado la literatura alegórica, pues siempre la he visto demasiado explícita, lo que a mi entender va en contra de la buena literatura, que debe ser más recatada con objeto de esconder lo que desea transmitir al lector, si es posible debajo de siete velos, para que éste, con paciencia, después de disfrutar con la lectura, descubra “ese algo más” que siempre debe tener toda novela que se precie. No me gusta saber desde la primera página, que la novela que estoy leyendo tiene doble fondo, al estar convencido que lo que debe ocurrir es todo lo contrario, evitar por todos los medios que el lector descubra con facilidad la intención del novelista, con objeto, de que cuando encuentre el tesoro oculto, observe el sentido y la justificación de lo que ha leído. No me gusta, no lo puedo remediar, la literatura entendida como un juego, lo que posiblemente sea una de mis múltiples deficiencias como lector, pues estoy seguro que debería de comprender, que existen muchas literaturas diferentes, que no por ser distintas a las que me interesan, dejan, o pueden dejar de ser interesantes. Por todo lo anterior, comencé a leer con precaución esta obra de Millás, a quien admiro como articulista de ingenio, y por lo que, debido a ese ingenio que posee, apenas he frecuentado como novelista, faceta gracias a la cual atesora un gran número de seguidores. Sí, reconozco que comencé con precaución la lectura, y ya desde la primera página, en la que con naturalidad aparecen los hombrecillos, tuve que realizar un esfuerzo para no abandonar la novela, lo que afortunadamente no llevé a cabo. Digo afortunadamente porque la novela me ha entretenido, dejando para colmo sobre la mesa un tema importante, al que, por desgracia, estoy convencido de que desde otra perspectiva se le hubiera podido sacar más partido, que es algo en lo que nunca me debo meter, pues cada cual hace las cosas como quiere, o como me gusta decir, como puede. Quizás debido a la importancia del tema que aborda, el despiadado control que ejerce la personalidad que se posee sobre las otras posibles personalidades que se podrían tener, un tema que como todos, ya se ha abordado en múltiples ocasiones por otros autores, me hubiera gustado, por egoísmo por supuesto, verlo desarrollado de forma distinta. No obstante, cada autor, calibrando sus posibilidades, sabe la mejor forma de sacarle partido a los temas que va encontrando, no teniendo dudas por tanto, que para él, la utilizada es la más conveniente. Millás tiene una facilidad endiablada para la narrativa, ya que al menos en esta novela, no soy un entendido de su obra, a base de capítulos cortos, y amenos, hace que la historia sea asumida, a pesar de su argumento, con facilidad por sus lectores. En este tipo de obras, en las que se parte de algo absurdo o sencillamente increíble, lo esencial es la credibilidad, es decir, que el que la lea, en un pacto con el autor, acepte lo que va sucediendo ante sus ojos, lo que Millás consigue en buena medida presentado una novela ligera que se puede leer en pocas horas. El autor dibuja a un personaje con la vida ya hecha, un catedrático jubilado, que se mantenía en activo escribiendo artículos y dando alguna que otra clase en la universidad como profesor emérito; alguien con la vida ya ordenada, que a lo único que aspiraba, era a vivir de forma apacible, alejado de todo lo que ya no le interesaba. A un hombre con una personalidad definida, de esos que saben en cada momento lo que tienen que hacer, a pesar de que ese individuo tenía una particularidad, pues desde pequeño había estado rodeado de pequeños hombrecillos con vida propia, algo que había mantenido en secreto. De forma inexplicable, en cierta ocasión, mientras dormía, esos pequeños seres elaboraron, con sus tejidos, a un nuevo hombrecillo a imagen y semejanza del catedrático jubilado, con lo que cambia de forma radical la existencia de éste. Pero esa nueva y pequeña criatura, parece poseer todos los apetitos que el protagonista tenía reprimidos, instándolo en cada momento, a que se deslizara sin miedo por ellos. Aquí Millás, como otros autores ya han dibujado, parece que desea poner, o contraponer a la consolidada personalidad del catedrático, que era alguien que ya había podado todas sus aristas y que había conseguido domesticar todos sus instintos en aras de la sólida imagen que con el tiempo se había creado, a un pequeño y casi insignificante hombrecillo, que representaba todas los apetitos que el protagonista había conseguido reprimir a lo largo de su existencia, en beneficio, por supuesto, de esa personalidad que había elegido. Está claro, o al menos yo estoy convencido de ello, que toda personalidad dominante se erige, reprimiendo con mano de hierro, todas las personalidades que pudieran ir surgiendo que pudieran tener la facultad de posicionarse como su alternativa, de suerte, que se es lo que se es, porque se ha eliminado consciente o inconscientemente todo aquello, que por una causa o por otra no se desea ser, o lo que es lo mismo, porque se han eliminado a todos aquellos yo, que pudieran poner en tela de juicio al yo dominante por el que se ha optado. Partiendo de lo anterior, se podría decir, por el contrario, que las personalidades “titubeantes”, serían aquellas que no han logrado cumplir tal cometido, por lo que, en ellas se produce de forma constante un intenso debate para decidir qué es lo que hay que hacer en cada momento. Pero lejos de estas diatribas, que en realidad no conducen a nada, sólo a enturbiar este comentario, lo que quiero decir, es que Millás, reduciendo el tema a los deseos y a los distintos reprimidos, trata de pintar un cuadro, en donde alguien que se creía a salvo, cae en ellos en un momento de debilidad, cuando siente desde lejos, las voces de todo aquello que durante tanto tiempo había logrado reprimir con éxito. Sí, porque esos deseos y esos instintos se pueden reprimir, pero no matar, estando en todo momento ahí, agazapados, siempre llamándonos y esperando a que un día, por los motivos que sean, se recurran a ellos. Como dije antes, la novela me ha entretenido, pero me he quedado con el mal sabor de boca de que se encuentra muy por debajo del nivel que el tema exigía, de lo que tampoco hay que acusar a Millás, pues el valenciano ha realizado lo que creía que tenía que hacer, ya que desde un principio, se sabía hasta donde podía llegar esta narración tal y como estaba planteada. No creo que se haya tratado de un simple divertimento, pero estoy convencido, por lo que conozco del autor, que con el ingenio que le caracteriza, le ha intentado sacar demasiado punta a un tema, que posiblemente requería un tratamiento diferente. No obstante, ahí queda esta obra suya que sin bien puede llegar a entretener, seguro que dentro de poco nadie conseguirá acordarse de ella. Miércoles, 23 de febrero de 2011