
LECTURAS
(elo.208)
LA COLUMNA DE HIERRO
Manuel Chaves Nogales
Austral
Me sorprende la extraña virtud que poseen los relatos de Chaves Nogales para conseguir no dejarme indiferente. Desde hace tiempo tengo el volumen editado por Austral con el título “A sangre y fuego”, estoy leyendo sus relatos poco a poco, como creo que hay que leer toda obra de tales características. Lo que me llama la atención, a pesar que desde que leí el primero hasta éste último que acabo de terminar hace unos instantes ha pasado bastante tiempo, es que recuerdo cada uno de los relatos como si los hubiera leído ayer mismo, y esto evidentemente no es normal.
Hace unos días, bajo la lluvia, me encontré con un gran amigo que a su vez es un gran lector, y comentamos, como siempre hacemos, sobre lo último que habíamos leído que nos hubiera llamado realmente la atención, sorprendiéndome, que le interesara un autor, muy de moda en estos momentos, que a mí, sin embargo, me resulta completamente anodino e insustancial. Le dije que había leído una novela de ese autor recientemente, un poco por obligación, dándome cuenta a la mitad de la lectura, que ya la había leído con anterioridad, lo que demostraba, lo que me demostraba le dije, que poca fuerza podían tener sus historias, cuando ni tan siquiera conseguían arraigar en la memoria de los que las leen. Le comenté también, que estaba convencido que el tiempo, ese ecuánime juez que consigue dejarlo todo en su sitio, con toda seguridad, se encargaría de que ese autor, a pesar de los grandes elogios que cosecha en la actualidad, en buena medida debido a la timorata crítica existente, pasaría directamente, y no habría que esperar mucho para ello, al enorme panteón de autores que a pesar de conseguir cierta gloria, quedaban, de forma definitiva, anclados en el olvido por meritos propios. Precisamente lo contrario le ocurre a Chaves Nogales, cuyas potentes historias siempre quedan en la memoria del lector, exigiéndoles a éstos, que profundicen en las mismas, para que no se queden sólo con eso tan absurdo de “me ha gustado”, ya que están realizadas con la intención de que se desarrollen con posterioridad, pues nunca, en ningún caso, son tramas gratuitas. Y este es el grave problema que está logrando arrinconar a la literatura en la actualidad, el que está convirtiéndola en algo banal y completamente prescindible, que las historias que últimamente se escriben, en contra de la naturaleza última de la literatura, carecen de la más mínima sustancia. Este hecho está provocando que muchos lectores, de forma errónea a mi entender, se estén refugiando en el estilo, en la forma en que se cuenta lo que se desea narrar, dejando de lado a la historia misma, sin entender, o sin querer comprender, que una novela decente es aquella que muestra una buena historia contada de la mejor forma posible, siendo todo lo demás divagaciones que carecen sentido.
En “La columna de hierro”, como en todos los relatos de este volumen, se habla de la intrahistoria de La Guerra Civil, de la parte oscura de esa contienda en la que pocos han querido profundizar, a pesar de que gracias a ella se puede llegar a entender, en buena medida lo que en realidad sucedió. El periodista sevillano, en lugar de pararse y deleitarse con las heroicas hazañas tanto de los vencedores como de los perdedores, intenta comprender y mostrar lo que según él acaeció, centrándose en lo que se escondía detrás de tantas banderas y de tantas ideologías, en lo que de humano, para bien o para mal, hubo en aquella fraticida contienda. Sí, porque no se trató de una guerra, como en tantas ocasiones nos han contado, esencialmente idealista, algunos incluso, sin conocer bien lo que ocurrió, llegaron a calificarla como la última guerra romántica, ya que al grito de “sálvese quien pueda”, cada cual hizo estrictamente lo que pudo, haciéndola mucho más complicada de entender y por supuesto de explicar.
En este relato se habla de uno de los problemas que tenía el bando republicano, la existencia de bandas, en este caso un grupo de anarquistas, que intentaban hacer la guerra por separado sin reparar ni hacer caso a las directrices que emanaban del alto mando al que teóricamente pertenecían. Eran bandas, bandas terroristas, que en lugar de estar en el frente luchando en primera línea que era donde tenían que estar, se dedicaban a la rapiña en el propio territorio republicano, al creerse con el derecho, y con el deber de hacer la revolución por su cuenta, lo que acarreó, por las atrocidades que realizaron, casi siempre contando con la oposición de los que velaban por la legalidad, un fuerte malestar en la población hacia lo que en esencia representaba la república.
Sí, desde muy joven he asistido a la polémica, entablada casi siempre por personas mayores, ente los que afirmaban, por norma general de tendencia anarquista, que todo se perdió porque se intentó hacer antes la guerra que la revolución, y los que por el contrario decían que no, que todo se fue al garete, por culpa de los que creyeron que la revolución había que hacerla antes o en paralelo a la propia guerra, al provocar éstos, una importante desunión en el bando republicano, una desunión y también un miedo innecesario en la población, que veía que la barbarie también anidaba entre los miembros de su propio bando. Ahora, después de tantos años, estoy convencido que la única forma de haberse podido ganar aquella guerra, era mediante la unidad y la ciega lealtad de los partidarios de la legalidad a un mando único, y que más que la revolución lo que había que poner era orden, un orden que sin duda daría credibilidad a los que luchaban por mantener la república, es decir la democracia y la libertad, y que más adelante, cuando todo se hubiera calmado, sin duda se encontraría tiempo suficiente para todo lo demás. Pero hay que reconocer que eran tiempos difíciles y que el país posiblemente no estaba preparado, sin clase media, para sostener una república democrática, que desde el inicio se encontró sin un amplio sector social que la apoyara, lo que provocó la potenciación de los extremismos suicidas, lo que a su vez dio lugar a la carnicería que produjo. No, evidentemente no se trató de una guerra romántica, pues en ella afloró toda la podredumbre que existía en la sociedad española de la época, y sucedió lo que tenía que suceder, que los que pudieron hacer valer su autoridad entre los suyos consiguieron llevarse el gato al agua.
“La columna de hierro” es un pequeño relato sin ambiciones estilísticas, pero correcto, en donde sólo se trata de contar algo, pero algo de interés, por eso, a pesar de los años, sigue siendo interesante su lectura. Creo que la literatura, para que de una vez por todas supere el estéril interrogante sobre su futuro, debe dejar de buscar la cuadratura del círculo, para con modestia volver a sus orígenes, a presentar textos que aspiren sencillamente a despertar el interés de los que se acerquen a ellos, como magistralmente hace, o hacía Chaves Nogales.
Lunes, 22 de noviembre de 2010
(elo.208)
LA COLUMNA DE HIERRO
Manuel Chaves Nogales
Austral
Me sorprende la extraña virtud que poseen los relatos de Chaves Nogales para conseguir no dejarme indiferente. Desde hace tiempo tengo el volumen editado por Austral con el título “A sangre y fuego”, estoy leyendo sus relatos poco a poco, como creo que hay que leer toda obra de tales características. Lo que me llama la atención, a pesar que desde que leí el primero hasta éste último que acabo de terminar hace unos instantes ha pasado bastante tiempo, es que recuerdo cada uno de los relatos como si los hubiera leído ayer mismo, y esto evidentemente no es normal.
Hace unos días, bajo la lluvia, me encontré con un gran amigo que a su vez es un gran lector, y comentamos, como siempre hacemos, sobre lo último que habíamos leído que nos hubiera llamado realmente la atención, sorprendiéndome, que le interesara un autor, muy de moda en estos momentos, que a mí, sin embargo, me resulta completamente anodino e insustancial. Le dije que había leído una novela de ese autor recientemente, un poco por obligación, dándome cuenta a la mitad de la lectura, que ya la había leído con anterioridad, lo que demostraba, lo que me demostraba le dije, que poca fuerza podían tener sus historias, cuando ni tan siquiera conseguían arraigar en la memoria de los que las leen. Le comenté también, que estaba convencido que el tiempo, ese ecuánime juez que consigue dejarlo todo en su sitio, con toda seguridad, se encargaría de que ese autor, a pesar de los grandes elogios que cosecha en la actualidad, en buena medida debido a la timorata crítica existente, pasaría directamente, y no habría que esperar mucho para ello, al enorme panteón de autores que a pesar de conseguir cierta gloria, quedaban, de forma definitiva, anclados en el olvido por meritos propios. Precisamente lo contrario le ocurre a Chaves Nogales, cuyas potentes historias siempre quedan en la memoria del lector, exigiéndoles a éstos, que profundicen en las mismas, para que no se queden sólo con eso tan absurdo de “me ha gustado”, ya que están realizadas con la intención de que se desarrollen con posterioridad, pues nunca, en ningún caso, son tramas gratuitas. Y este es el grave problema que está logrando arrinconar a la literatura en la actualidad, el que está convirtiéndola en algo banal y completamente prescindible, que las historias que últimamente se escriben, en contra de la naturaleza última de la literatura, carecen de la más mínima sustancia. Este hecho está provocando que muchos lectores, de forma errónea a mi entender, se estén refugiando en el estilo, en la forma en que se cuenta lo que se desea narrar, dejando de lado a la historia misma, sin entender, o sin querer comprender, que una novela decente es aquella que muestra una buena historia contada de la mejor forma posible, siendo todo lo demás divagaciones que carecen sentido.
En “La columna de hierro”, como en todos los relatos de este volumen, se habla de la intrahistoria de La Guerra Civil, de la parte oscura de esa contienda en la que pocos han querido profundizar, a pesar de que gracias a ella se puede llegar a entender, en buena medida lo que en realidad sucedió. El periodista sevillano, en lugar de pararse y deleitarse con las heroicas hazañas tanto de los vencedores como de los perdedores, intenta comprender y mostrar lo que según él acaeció, centrándose en lo que se escondía detrás de tantas banderas y de tantas ideologías, en lo que de humano, para bien o para mal, hubo en aquella fraticida contienda. Sí, porque no se trató de una guerra, como en tantas ocasiones nos han contado, esencialmente idealista, algunos incluso, sin conocer bien lo que ocurrió, llegaron a calificarla como la última guerra romántica, ya que al grito de “sálvese quien pueda”, cada cual hizo estrictamente lo que pudo, haciéndola mucho más complicada de entender y por supuesto de explicar.
En este relato se habla de uno de los problemas que tenía el bando republicano, la existencia de bandas, en este caso un grupo de anarquistas, que intentaban hacer la guerra por separado sin reparar ni hacer caso a las directrices que emanaban del alto mando al que teóricamente pertenecían. Eran bandas, bandas terroristas, que en lugar de estar en el frente luchando en primera línea que era donde tenían que estar, se dedicaban a la rapiña en el propio territorio republicano, al creerse con el derecho, y con el deber de hacer la revolución por su cuenta, lo que acarreó, por las atrocidades que realizaron, casi siempre contando con la oposición de los que velaban por la legalidad, un fuerte malestar en la población hacia lo que en esencia representaba la república.
Sí, desde muy joven he asistido a la polémica, entablada casi siempre por personas mayores, ente los que afirmaban, por norma general de tendencia anarquista, que todo se perdió porque se intentó hacer antes la guerra que la revolución, y los que por el contrario decían que no, que todo se fue al garete, por culpa de los que creyeron que la revolución había que hacerla antes o en paralelo a la propia guerra, al provocar éstos, una importante desunión en el bando republicano, una desunión y también un miedo innecesario en la población, que veía que la barbarie también anidaba entre los miembros de su propio bando. Ahora, después de tantos años, estoy convencido que la única forma de haberse podido ganar aquella guerra, era mediante la unidad y la ciega lealtad de los partidarios de la legalidad a un mando único, y que más que la revolución lo que había que poner era orden, un orden que sin duda daría credibilidad a los que luchaban por mantener la república, es decir la democracia y la libertad, y que más adelante, cuando todo se hubiera calmado, sin duda se encontraría tiempo suficiente para todo lo demás. Pero hay que reconocer que eran tiempos difíciles y que el país posiblemente no estaba preparado, sin clase media, para sostener una república democrática, que desde el inicio se encontró sin un amplio sector social que la apoyara, lo que provocó la potenciación de los extremismos suicidas, lo que a su vez dio lugar a la carnicería que produjo. No, evidentemente no se trató de una guerra romántica, pues en ella afloró toda la podredumbre que existía en la sociedad española de la época, y sucedió lo que tenía que suceder, que los que pudieron hacer valer su autoridad entre los suyos consiguieron llevarse el gato al agua.
“La columna de hierro” es un pequeño relato sin ambiciones estilísticas, pero correcto, en donde sólo se trata de contar algo, pero algo de interés, por eso, a pesar de los años, sigue siendo interesante su lectura. Creo que la literatura, para que de una vez por todas supere el estéril interrogante sobre su futuro, debe dejar de buscar la cuadratura del círculo, para con modestia volver a sus orígenes, a presentar textos que aspiren sencillamente a despertar el interés de los que se acerquen a ellos, como magistralmente hace, o hacía Chaves Nogales.
Lunes, 22 de noviembre de 2010
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