sábado, 7 de agosto de 2010

La marcha Radetzky


LECTURAS
(elo.195)

LA MARCHA RADETZKY
Joseph Roth
Edhasa, 1932

Con motivo de La Feria del Libro, Diario de Sevilla sacó un interesante suplemento, en donde diferentes autores recomendaban una novela, sorprendiéndome que entre los mismos se encontrara Rafael Chirbes, alguien que si por algo se caracteriza, es precisamente por evitar cualquier tipo de protagonismo. El valenciano habló de una novela, “La marcha Radetzky”, que según él, además de ser la mejor novela de Roth, de Joseph Roth, se trataba de un texto imprescindible para comprender la gran literatura centroeuropea. Ni que decir tiene, que con rapidez me hice con la novela, como si hubiera estado esperando, que alguien de la talla de Chirbes, a quien desde que leí su novela “Crematorio” admiro y trato de seguir, me señalara con el dedo al escritor de origen judío, al que deseaba acercarme desde hacía tiempo.
No suele gustarme de manera especial la novela histórica, sobre todo la que se hace y triunfa en la actualidad, pero cuando una obra literaria tiene calidad, no puede admitir ningún tipo de calificativo que trate de etiquetarla, ninguno, como le ocurre a esta novela, que trata, desde los avatares de tres generaciones de una misma familia, los Trotta, de dibujar la decadencia en la que se encontraba sumido el Imperio Austrohúngaro en los años anteriores al gran estallido bélico, que todos esperaban como inevitable, y que acabó certificando la defunción del mismo.
Cuando hace algunos años leí las memorias de Stefan Zweig, “El mundo de ayer”, me sorprendió la nostalgia que desprendía aquella obra por un mundo que carecía de sentido, extemporáneo y elitista, que de forma extraña parecía darle la espalda al advenimiento de la modernidad, al igual que me ha llamado la atención, el hecho de que Joseph Roth, se convirtiera al catolicismo por fidelidad a una monarquía a la que admiraba. Esto último me ha resultado más incomprensible aún después de leer la novela, pues en el paisaje que en ella se dibuja, poco es lo que cabría calificar de edificante. Roth parece que conocía a la perfección los problemas que padecía la sociedad en la que vivía, no parándose como en su momento hizo Zweig en los aspectos positivos de la misma, sino que por el contrario, se dedica a dejar constancia de las patologías que la aquejaban, dejando a sus lectores la sensación, que el derrumbe de la misma, en el fondo no fue más que un suicidio, ya que poco se hizo, por parte de los que podían hacer algo, para atajar todo aquello que la estaba estrangulando. El Imperio Austrohúngaro era un conglomerado político anacrónico, vertical, que se basaba en una burocracia mastodóntica y en un ejército numeroso y de opereta, en el que convivían diferentes pueblos, en los que el bacilo del nacionalismo encontró acomodo, y en el que existían enormes diferencias sociales, hecho que facilitó la expansión de las teorías socialistas entre las clases más populares. Ante tal decorado, se unía, para que todo resultara más explosivo, el acartonamiento de la clase política, que en lugar de afrontar los problemas que se le presentaban, posiblemente al estimar que resultaba inevitable, se dedicó a esperar que todo se consumara. Desde hacía tiempo el Imperio, el muy católico Imperio centroeuropeo, se presentaba como una estructura política fuera del tiempo histórico, pareciéndose a un envejecido y solitario dinosaurio, que sólo esperaba su muerte por inanición para que pudiera ponerse el punto y final definitivo a una época, que a un Estado eficaz siempre pendiente de las preocupaciones de su ciudadanía. Tenía que explotar, y eso todo el mundo lo sabía, para que por fin, la modernidad, ese nuevo periodo que pacientemente esperaba, se implantara de forma definitiva en el viejo continente.
Lo que me resulta extraño, muy extraño, es la nostalgia con que algunos han recordado la vida bajo aquel Imperio, algo asombroso, a no ser, que se perteneciera a la burguesía de la época, a una burguesía siempre pendiente de los oropeles y del “saber estar” de la corte, pero ciega a la realidad social que bullía bajo los decorados del imperio. También me resulta curioso, el intento que otros realizan, para buscar y encontrar similitudes con “ese estar ciego de la época” ante todo lo que sucedía y la euforia que se ha vivido en Occidente durante estos años de abundancia, sin que nadie prestara atención a lo que sustentaba tal expansión, aunque creo, después de lo visto, que el estallido de la burbuja en la que hemos vivido dislocados, no le va a abrir la puerta a ningún nuevo periodo histórico, como la desaparición del Imperio Austrohúngaro posibilitó.
“La marcha Radetzky” es una gran novela, de las que ya no se hacen, de una solidez desacostumbrada que va generando la trama de forma natural, sin que el lector tropiece con elementos impostados o de mero relleno. Es una novela, de esas que uno comprende que sólo pueden llevarla a cabo autores con fundamentos contrastados, de los que parecen haber nacido sólo para ser novelistas de altura. Para colmo, independientemente a su calidad literaria, que la tiene, es esencial, como sólo puede ocurrir con las grandes novelas, para comprender desde la vida, lo que en realidad acaeció en un momento histórico determinado, pues la historia, desde la frialdad de sus conceptos, sólo nos puede aportar un acercamiento a lo que ocurrió, al tiempo que demuestra su incapacidad para zambullirse por entera en lo que se esconde detrás de ellos.
En el lector quedarán imágenes que difícilmente se le olvidarán cuando recuerde la novela, como la muerte del protagonista, avanzando hacia el pozo en busca de agua al ritmo de la marcha Radetzky, o la discusión que se genera cuando llega la noticia del asesinato del príncipe heredero al trono en Sarajevo, sobre la necesidad o no, de celebrar la fiesta que con tanto interés se había preparado, en donde queda de manifiesto la disparatada Torre de Babel en que se había precipitado el Imperio.
Me hacía falta leer una novela de tales características, una novela “bien aliñada”, con todos sus elementos, y con una estructura y con un estilo que se acoplan a la perfección a la historia que se intenta narrar. Un auténtico placer perderse con ella durante largo fin de semana.

Martes, 25 de mayo de 2010

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