lunes, 16 de agosto de 2010

El viejero del siglo


LECTURAS
(elo.196)

EL VIAJERO DEL SIGLO
Andrés Neuman
Alfaguara, 2009

Sí, en su momento me enteré que Andrés Neuman había ganado el Premio Alfaguara de novela con “El viajero del siglo”, pero no le presté demasiada atención al hecho. Posiblemente obré así, porque lo que había leído de él, “Una vez Argentina” y “Bariloche”, aunque tengo que reconocer que esta última novela sí me sorprendió, sobre todo por su sobrecogedor final, no me hacía presagiar que la obra en cuestión me pudiera interesar. Pensaba, en fin, que se trataba de una novela, que como otras muchas, siempre estaría ahí, en los estantes de cualquier biblioteca pública, o en poder de algún amigo, una de esas novelas, con las que inevitablemente tropezaría cuando menos lo imaginara, y de la que, para ser sincero, no esperaba gran cosa. Pero hace unas semanas me llamó la atención que Neuman había conseguido, gracias a la misma novela, el Premio de la crítica, sin duda el más prestigioso de los que se otorgan en nuestro país, a pesar de que competía con obras de indudable valía, como contra la última novela de Antonio Muñoz Molina. Esta noticia, que me cogió por sorpresa, sí me obligó a anotar en la agenda el título de la novela, para leerla en la primera ocasión que se presentara.
Una vez comenzada la lectura, pues la novela no tardó en caer en mis manos, comprendí que me encontraba ante un texto no esperado, de una calidad sorprendente y que posiblemente por eso, y por la ambición del proyecto, se diferenciaba y mucho de las obras anteriores del autor, así como de lo que habitualmente se suele publicar. Lo primero que me llamó la atención fue la evolución literaria de Neuman, que ahora sí, se presenta como uno de los escasos novelistas de habla castellana que necesariamente hay que seguir.
“El viajero del siglo” es una novela que no es fácil de leer, lo que suele ocurrir con cierta literatura de calidad, pues tanto la trama como el estilo empleado para su desarrollo no la convierten en una novela accesible, lo que imagino, pese a que el autor posee cierto prestigio, habrá impedido que la novela se haya vendido y leído como se merece. Pero intentaré ir por parte. Andrés Neuman, desde hace tiempo, es considerado por muchos como uno de los novelistas con más proyección de nuestra lengua, pero parecía que se encontraba estancado, que no se atrevía a dar el paso necesario para presentar una novela que se adecuara a dichas expectativas, y que perdía el tiempo presentando poemarios o libros de relatos que a pocos le podían interesar. De hecho, para muchos, entre los que me encontraba, el joven autor de origen argentino parecía que se había apagado definitivamente, pero cuál no ha sido mi sorpresa, cuando me he encontrado con esta novela, que me ha demostrado que no estar constantemente en los medios, dando que hablar y hablando sobre lo divino y sobre todo de lo humano, como hacen la mayoría de los que se dedican al oficio literario, no significa, al menos no necesariamente, como ha ocurrido en este caso, que en lugar de acabado, el autor haya estado trabajando y trabajando para intentar aportar un trabajo de innegable calidad. Pero lo anterior tiene más significado en el caso de Neuman, pues a pesar de su juventud, el autor se encontró en un momento de su vida con todas las puertas abiertas, y sólo tenía que introducirse por alguna de ellas, por la que quisiera, publicando una novela cada dos años, lo que le hubiera permitido estar de forma constante en el candelero, para así disfrutar de una fama y de unas remuneraciones, que sin duda, le hubieran permitido vivir sin problemas de la literatura. Neuman, sorprendentemente, en lugar de tirar por donde todos tiran, por el camino de la derecha, ha preferido explorar otras posibilidades, mucho más complejas y arriesgadas, lo que demuestra que es alguien interesado de verdad en la gran literatura, a pesar de que tal actitud, sin duda lo convertirán en un escritor minoritario, de esos que sólo aprecian los buenos amantes de la literatura.
“El viajero del siglo”, repito, no es una obra de fácil lectura, de esas de trama previsible y de lenguaje casi coloquial, sino una novela extraña, anormal para la época en que vivimos, en donde se habla de multitud de temas, la mayoría, a pesar de que se desarrolla en el siglo XIX, de innegable actualidad. Un viajero, el protagonista, que nunca habla de su pasado, llega a una pequeña ciudad alemana con la intención, antes de emprender de nuevo su camino, de pasar sólo unos días en ella, pero se encuentra con que tiene que prorrogar día tras día su marcha, sobre todo, porque había conocido a un insólito organillero y a una mujer con la que mantiene una ardorosa relación amorosa, a pesar de que estaba comprometida con uno de los hombres más poderosos de la ciudad. A lo largo de la novela, se desarrolla de forma implícita el tema de la necesidad de estar siempre en movimiento para evitar el estancamiento y la mediocridad, siendo esa la única vacuna para evitar el provincianismo, enfermedad que padecían mucho de los personajes de la historia.
La novela se puede dividir en tres partes, perfectamente maridadas entre sí, la relación del protagonista con el organillero, en donde se demuestra que también se puede ser libre sin moverse de un determinado lugar, siempre y cuando se viva alejado de cualquier servidumbre; la relación amorosa entre los dos personajes esenciales de la novela, en la que se produce un conflicto entre la estabilidad y el afán de estar siempre en movimiento, o lo que es lo mismo, entre el acatamiento de las normas, aunque fuera de forma hipócrita, y el sentirse libre de las mismas, que acaba de la única forma posible, con la aceptación por cada cual de su destino, y por último, las civilizadas tertulias, que sobre los temas de actualidad se llevaban a cabo en la casa del padre de Sophie.
He repetido en varias ocasiones, que no se trata de una novela al alcance de todos los públicos, lo cual es cierto, pero también lo es, que es una aventura literaria a la que no todos los autores pueden enfrentarse, pues hace falta para desarrollarla de forma adecuada unos conocimientos, y no sólo me refiero a los narrativos, que hoy por hoy le están vedados a la mayoría de los que se dedican a esto de escribir.
“El viajero del siglo” es una novela sorprendente que pone de nuevo en órbita a un autor, que por su edad, con toda seguridad aportará grandes obras al desolado y anémico panorama literario que padecemos, obras literarias que elevarán el listón de la literatura de calidad de nuestro país. Creo, después de lo leído, que no hay más remedio que quitarse el sombrero ante Andrés Neuman.
Jueves 10 de junio de 2010

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