
LECTURAS
(elo.198)
EL PERDEDOR RADICAL
Hans Magnus Enzensberger
Anagrama
No hay dudas de que nuestras sociedades, en lugar de encaminarse hacia su perfeccionamiento, como siempre nos habían prometido y siempre habíamos creído, echando mano de los mecanismos tendentes a intentar superar sus contradicciones internas, parecen que poco a poco se empeñan en todo lo contrario, como si hubieran arrojado definitivamente la toalla y aceptando su incapacidad para hacer realidad el sueño de hacer posible unos marcos de convivencia más justos y más libres en donde la exclusión, si bien con dificultad, pudiera con el tiempo ser erradicada.
Vamos a peor, siendo ésta la convicción que poco a poco se va apoderando de todos, independientemente a que se pertenezca a una determinada clase social o a otra, lo que está obligando, a que cada cual intente “buscarse la vida por su cuenta”, sin confiar mucho, por no decir nada, en la cobertura que hasta hace poco proporcionaba el Estado. Sí, vamos a peor, observando cómo lentamente se van derrumbando o desmantelando todas las conquistas sociales que definían con nitidez a nuestras sociedades, sin que hagamos nada, porque nos han convencido que todo esfuerzo resultará inútil, con objeto de poder sostenerlas o reinventarlas, a pesar de que tal hecho se presenta como una involución histórica, como un paso atrás de la humanidad que con toda seguridad dentro de poco tiempo, cuando esta tormenta que nos acorrala pase definitivamente, no tengamos más remedio que arrepentirnos de todo los que no hemos hecho.
Nos encaminamos hacia una sociedad débil, dominada y gestionada por un Estado débil, centrado sobre todo en cuestiones tendentes al mantenimiento de la legalidad, sin tener que gastar energías en otras cuestiones que dicen no tienen que interesarle, hacia una sociedad en la que cada cual, sin ayudas, tendrá que ser responsable de su propia existencia. Para algunos, el papel del Estado ha sido excesivo, al haberse inmiscuido en asuntos que no le incumbían, estando ahí, precisamente el origen de la precaria situación que padece en la actualidad. Por ello, para los que piensan así, que son los que menos necesitan al Estado, éste debe reestructurarse y centrarse, olvidando su afán omnímodo, en las cuestiones que realmente deben preocuparle, para que de esta forma, la sociedad, pueda recobrar la vitalidad que el Estado desde hace bastante tiempo le viene usurpando. Se afirma que el Estado, gracias a su labor ortopédica, ha creado ciudadanos frágiles, que en lugar de creer y apostar por su propia voluntad, se han apoyado en los instrumentos que gentilmente le proporciona el propio Estado para llevar una saludable vida en la retaguardia lejos del fragor del campo de combate. Los que opinan de esta forma, al parecer desean, que se vuelva a constituir una sociedad, en donde en principio la voluntad y la libre determinación de cada ser humano, sin ingerencias externas, sea la que en último término determine su posición, y en la que los parásitos sociales, amparados por el propio Estado, pasen a mejor vida. Propugnan, por tanto, una sociedad vitalmente fuerte, en la que cada cual tenga que enfrentarse a su realidad de la mejor forma que pueda, pues sólo de esta forma, se podría superar la situación que padece Occidente en la actualidad, que le impide ejercer el liderazgo, que perdió hace años, y que tanto necesita la humanidad.
Bien, el planteamiento o los planteamientos anteriores, hablan precisamente de lo poco que ha evolucionado el liberalismo en los últimos tiempos, pues sigue, a pesar de todo lo que ha llovido, proporcionando las mismas recetas de siempre. El problema, al menos para los que no creemos que los dogmas liberales sean los más adecuados, al estimar que pueden resultar de una toxicidad extrema, es que las circunstancias actuales, pueden hacer posible que se impongan precisamente en las sociedades que siempre se han negado a recibirlos con los brazos abiertos.
La crisis económica provocada por el estallido de la burbuja financiera neoliberal, en lugar de poner en jaque a esa ideología y por extensión al capitalismo más radical, paradójicamente está sirviendo para que se pongan en práctica sus postulados, ya que en lugar de analizarse, como era de esperar, el papel jugado por el capital y de los instrumentos de los que se sirve, se ha pasado a evaluar con lupa el coste de las estructuras sociales que hasta la fecha, han impedido que el naufragio del capitalismo sin frontera llegara a mayores. Sí, pues parece, aunque resulte incomprensible, que los últimos culpables de la crisis son las clases populares y las estructuras estatales que tratan de salvaguardar al grueso de la sociedad, y no, la mala gestión de la globalización capitalista, de la globalización negativa, que ha sido la que ición ha estado a punto de hundir la economía, la economía real del mundo.
La situación es la que es, y el nuevo fantasma que recorre Europa, es el de la desregulación, lo que puede convertir a nuestras sociedades en un marco en el que “El sálvese quien pueda”, se convierta en la consigna a seguir, aunque siempre, maquillada con conceptos tan manipulables como el de la libertad y el de la rentabilidad.
En éstas estábamos cuando ha caído en mis manos un pequeño e irregular trabajo de Hans Magnus Enzensberger, “El perdedor radical”, en donde se habla precisamente de una de las consecuencias que pueden provocar esas sociedades abiertas con las que sueñan muchos de nuestros líderes de opinión, la de llenar los márgenes, cada día más amplios de nuestras sociedades, de perdedores, de personas que en ese todos contra todos, tiren la toalla y se retiren a lamerse las heridas recibidas a un lado de la contienda permanente en la que se pueden convertir nuestras sociedades, con la esperanza únicamente depositada en poder vengarse a la primera oportunidad que encuentren, de los que lo han convertido precisamente en eso, en unos perdedores sin posibilidad alguna de redención. El ensayista alemán, en este breve trabajo, por extensión compara a estos perdedores con los militantes islamistas, que representan para él, el fracaso del islamismo con respecto a las otras civilizaciones existentes, fracaso que les conduce a acciones trufadas de un nihilismo, que a pesar de la repercusión mediática que suelen obtener, sólo conducen a un aumento de su aislamiento internacional.
El perdedor radical en Occidente, al carecer de una ideología que lo ampare o lo sociabilice, sólo puede hacer, en el fondo, lo mismo que el militante fundamentalista islámico, realizar actos aislados, como destrozar todo lo que encuentre a su alrededor, o entre otras cosas, matar a su vecino o a la que había sido su mujer, actos que en el fondo, sólo servirán para llevar las páginas de los periódicos, o los titulares de suceso de algún informativo radiofónico o televisivo, medios siempre ávidos de noticias de este tipo.
Pero lo que más me ha sorprendido del texto, ha sido la actitud mantenida por el propio autor, que después de analizar la cuestión, creo que de forma adecuada, se conforma con decir, que en el fondo la culpa es del perdedor, que en lugar de comprender que el problema es suyo y no del otro, con el que se compara, sigue pensando, de forma desesperada, que la culpa de todos los problemas que padece la tienen los demás. Imaginaba que Enzensberger, después del análisis que realiza, que es correcto, abogaría para atajar el mal por la potenciación de los instrumentos de inserción existentes, con la intención de que la profunda brecha entre los que se consideran unos triunfadores y los que por el contrario, están convencidos que han sido apartados de la senda común siga acrecentándose. En fin, como dije hace poco, no basta con realizar buenos análisis, es fundamental aportar alternativas viables que nos aleje de la inercia de lo inevitable.
Domingo, 4 de julio de 2010