
LECTURAS
(elo.192)
TIEMPOS LÍQUIDOS
Zigmunt Bauman
Tusquets, 2007
Más o menos decía Javier Sádaba en su libro “Saber vivir”, que la felicidad consta dos caras, en una de las cuales se halla el placer y el disfrute, mientras que en la otra, que es realmente la importante, se encuentra la sensación de estar bien, la de estar satisfecho con uno mismo. La felicidad, por tanto, en lugar de ser una meta inaccesible, detrás de la cual hay que correr sin descanso, es ante todo, si se le hace caso al filósofo vasco, una sensación y un estado de espíritu, algo terrenal y en todo momento al alcance de la mano. Pero curiosamente, esa sensación se echa en falta en nuestros días, ya que un profundo malestar ha conseguido apoderarse del ser humano actual. No puede dejar de llamar la atención, el hecho de que cuando parecía que se había llegado a una cima histórica (algún iluso llegó a decir incluso que por fin se había alcanzado “el fin de la historia”), a un tiempo sin igual, se empieza a comprender que algo tiene que estar fallando, que las cosas no pueden estar funcionando como debieran cuando nadie parece estar satisfecho con la vida que lleva. Afortunadamente hoy todo el mundo tiene de todo, estando al alcance de la mayoría, sobre todo en el rico Occidente, posibilidades que pocos podían imaginar hace tan sólo unos años, pero pese a ello, el desencanto hace su agosto sin que nadie parezca conocer la razón. De forma independiente a los pequeños problemas que a todos nos atenazan, y que estamos convencidos que con una dosis más o menos importante de voluntarismo podrían solventarse, sobrevuela sobre nuestras sociedades la extraña sensación, que en muchas ocasiones se convierte en convicción, de que no somos dueños de nuestro presente, y de que por tanto, el futuro, ese futuro en el que siempre tanto se ha confiado, se perfila al menos como algo problemático. Ante tal hecho, que quiebra la base sobre la que debería asentarse la idea de felicidad de Sádaba, al impedir, o imposibilitar que se esté satisfecho con lo que se es o con lo que se hace, poco en realidad se puede hacer, salvo intentar analizar las causas que provocan tanta desazón, que, al menos en principio, tienen que estar fuera de cada cual, pues al parecer es un problema generalizado.
Sí, parece que algo ocurre, y que ese algo se genera fuera de nosotros, proyectando una alargada e insípida sombra que consigue enturbiar todo lo que hacemos, lo que produce un sabor amargo que nos impide saborear, al menos como en principio nos gustaría, de una existencia que a pesar de resultar cada día más problemática, se presenta desde hace tiempo como algo carente de sentido. Se podría afirmar, que ese buscar sentido es algo netamente burgués, algo propio de nuestras desarrolladas sociedades, algo evidentemente secundario si se tuviera que afrontar una existencia digamos que más precaria, y es cierto, pero también lo es, que sin encontrar esa “sal de la vida”, la que consigue llenar de significado, y en suma justificar la existencia que llevamos, nuestra existencia tiende a devaluarse y a dejar de ser atractiva incluso para nosotros mismos. A lo anterior, que no es poco, se une otra sensación devastadora, el de la fragilidad, y es que cada día que pasa, y este hecho resulta incomprensible, en lugar de fortalecerse más y más las estructuras sociales destinadas a asegurar nuestras existencias, éstas se van deteriorando y desmantelando, dejándonos indefensos en un mundo que se presenta cada vez más caótico, lo que nos obliga a agarrarnos a esa vida carente de sentido, que al menos conocemos y creemos controlar, al comprender que si la perdemos, porque busquemos otra mejor o porque por algún extraño motivo quedemos fuera de ella, podemos encontrarnos en medio de un mundo dominado por fuerzas desconcertantes que sabemos que nunca llegaremos a dominar. Efectivamente, las dos variables que se proyectan sobre el hombre actual, son la falta de sentido que encuentra en su existencia, y el pánico que le provoca considerarse débil, muy débil para afrontar un mundo, o una realidad que se le escapa de las manos, circunstancias que entrelazadas entre sí, pueden ser las causas de ese malestar generalizado del que hablé en un principio.
Bauman, en este texto, habla de ese malestar, y analiza las causas que lo provocan, estimando, que aún no nos hemos acostumbrado al nuevo mundo que nos ha tocado en suerte, pues la modernidad, que aportaba un mundo sólido y seguro, con horizontes diáfanos hacia los que caminar, ha dado paso al mundo líquido de la posmodernidad, en donde nada parece que tenga intención de asentarse de forma definitiva y en donde el ser humano, en lugar de a la coherencia, como hasta hace poco, sólo puede aspirar a la flexibilidad, con objeto de intentar adaptarse a los permanentes y continuados cambios que la propia realidad se encarga de producir. Esa incertidumbre es para Bauman la causante de la zozobra que embarga y paraliza al ser humano de nuestros días, que para su desgracia, aún vive a caballo entre el mundo sólido en el que creció y se educó, y la liquidez posmoderna con la que se ha encontrado.
Este profundo cambio se ha producido no porque mayoritariamente se haya aspirado a él, ni mucho menos, sino porque se ha producido, sin que apenas nos percatáramos, una revolución radical, gracias a la cual, el poder se ha liberado del control que sobre él ejercía la política, es decir la ciudadanía. Pese a las dificultades que encontraba, la política se encargaba de humanizar al poder, de hacer que éste mantuviera, aunque a regañadientes, cierto rostro humano, de bajarlo, en suma, al imperfecto reino de los mortales. Pero el neoliberalismo, el brazo político del capitalismo radical, apoyándose en los inevitables procesos globalizadores que la alta tecnología ha posibilitado, ha hecho posible el eterno sueño del poder, el de independizarse de la política, de la sociedad, de suerte, que desde hace tiempo, el poder y la política llevan vidas por separado, con las consecuencias que tal nefasto divorcio han deparado para el hombre actual.
El neoliberalismo, ha convertido la globalización, que en principio resultaba esperanzadora, en una globalización negativa, circunstancia que ha posibilitado una sociedad individualizada en donde “El sálvese quien pueda” ha logrado o está intentando borrar del mapa conceptos como el de solidaridad o realidades como la del Estado social o del bienestar, dejando al individuo sólo ante los elementos, lo que ha conseguido empequeñecerlo y mantenerlo atemorizado, tanto ante su presente, que no controla, como ante su futuro, del que espera lo peor. Para Bauman, la tarea inmediata, no puede ser otra, que la de intentar reconciliar el poder con la política, lo que tendría que pasar, y esto lo digo yo, por desbancar a la ideología dominante, al neoliberalismo, del lugar privilegiado que ocupa en la actualidad.
Miércoles, 28 de abril de 2010
(elo.192)
TIEMPOS LÍQUIDOS
Zigmunt Bauman
Tusquets, 2007
Más o menos decía Javier Sádaba en su libro “Saber vivir”, que la felicidad consta dos caras, en una de las cuales se halla el placer y el disfrute, mientras que en la otra, que es realmente la importante, se encuentra la sensación de estar bien, la de estar satisfecho con uno mismo. La felicidad, por tanto, en lugar de ser una meta inaccesible, detrás de la cual hay que correr sin descanso, es ante todo, si se le hace caso al filósofo vasco, una sensación y un estado de espíritu, algo terrenal y en todo momento al alcance de la mano. Pero curiosamente, esa sensación se echa en falta en nuestros días, ya que un profundo malestar ha conseguido apoderarse del ser humano actual. No puede dejar de llamar la atención, el hecho de que cuando parecía que se había llegado a una cima histórica (algún iluso llegó a decir incluso que por fin se había alcanzado “el fin de la historia”), a un tiempo sin igual, se empieza a comprender que algo tiene que estar fallando, que las cosas no pueden estar funcionando como debieran cuando nadie parece estar satisfecho con la vida que lleva. Afortunadamente hoy todo el mundo tiene de todo, estando al alcance de la mayoría, sobre todo en el rico Occidente, posibilidades que pocos podían imaginar hace tan sólo unos años, pero pese a ello, el desencanto hace su agosto sin que nadie parezca conocer la razón. De forma independiente a los pequeños problemas que a todos nos atenazan, y que estamos convencidos que con una dosis más o menos importante de voluntarismo podrían solventarse, sobrevuela sobre nuestras sociedades la extraña sensación, que en muchas ocasiones se convierte en convicción, de que no somos dueños de nuestro presente, y de que por tanto, el futuro, ese futuro en el que siempre tanto se ha confiado, se perfila al menos como algo problemático. Ante tal hecho, que quiebra la base sobre la que debería asentarse la idea de felicidad de Sádaba, al impedir, o imposibilitar que se esté satisfecho con lo que se es o con lo que se hace, poco en realidad se puede hacer, salvo intentar analizar las causas que provocan tanta desazón, que, al menos en principio, tienen que estar fuera de cada cual, pues al parecer es un problema generalizado.
Sí, parece que algo ocurre, y que ese algo se genera fuera de nosotros, proyectando una alargada e insípida sombra que consigue enturbiar todo lo que hacemos, lo que produce un sabor amargo que nos impide saborear, al menos como en principio nos gustaría, de una existencia que a pesar de resultar cada día más problemática, se presenta desde hace tiempo como algo carente de sentido. Se podría afirmar, que ese buscar sentido es algo netamente burgués, algo propio de nuestras desarrolladas sociedades, algo evidentemente secundario si se tuviera que afrontar una existencia digamos que más precaria, y es cierto, pero también lo es, que sin encontrar esa “sal de la vida”, la que consigue llenar de significado, y en suma justificar la existencia que llevamos, nuestra existencia tiende a devaluarse y a dejar de ser atractiva incluso para nosotros mismos. A lo anterior, que no es poco, se une otra sensación devastadora, el de la fragilidad, y es que cada día que pasa, y este hecho resulta incomprensible, en lugar de fortalecerse más y más las estructuras sociales destinadas a asegurar nuestras existencias, éstas se van deteriorando y desmantelando, dejándonos indefensos en un mundo que se presenta cada vez más caótico, lo que nos obliga a agarrarnos a esa vida carente de sentido, que al menos conocemos y creemos controlar, al comprender que si la perdemos, porque busquemos otra mejor o porque por algún extraño motivo quedemos fuera de ella, podemos encontrarnos en medio de un mundo dominado por fuerzas desconcertantes que sabemos que nunca llegaremos a dominar. Efectivamente, las dos variables que se proyectan sobre el hombre actual, son la falta de sentido que encuentra en su existencia, y el pánico que le provoca considerarse débil, muy débil para afrontar un mundo, o una realidad que se le escapa de las manos, circunstancias que entrelazadas entre sí, pueden ser las causas de ese malestar generalizado del que hablé en un principio.
Bauman, en este texto, habla de ese malestar, y analiza las causas que lo provocan, estimando, que aún no nos hemos acostumbrado al nuevo mundo que nos ha tocado en suerte, pues la modernidad, que aportaba un mundo sólido y seguro, con horizontes diáfanos hacia los que caminar, ha dado paso al mundo líquido de la posmodernidad, en donde nada parece que tenga intención de asentarse de forma definitiva y en donde el ser humano, en lugar de a la coherencia, como hasta hace poco, sólo puede aspirar a la flexibilidad, con objeto de intentar adaptarse a los permanentes y continuados cambios que la propia realidad se encarga de producir. Esa incertidumbre es para Bauman la causante de la zozobra que embarga y paraliza al ser humano de nuestros días, que para su desgracia, aún vive a caballo entre el mundo sólido en el que creció y se educó, y la liquidez posmoderna con la que se ha encontrado.
Este profundo cambio se ha producido no porque mayoritariamente se haya aspirado a él, ni mucho menos, sino porque se ha producido, sin que apenas nos percatáramos, una revolución radical, gracias a la cual, el poder se ha liberado del control que sobre él ejercía la política, es decir la ciudadanía. Pese a las dificultades que encontraba, la política se encargaba de humanizar al poder, de hacer que éste mantuviera, aunque a regañadientes, cierto rostro humano, de bajarlo, en suma, al imperfecto reino de los mortales. Pero el neoliberalismo, el brazo político del capitalismo radical, apoyándose en los inevitables procesos globalizadores que la alta tecnología ha posibilitado, ha hecho posible el eterno sueño del poder, el de independizarse de la política, de la sociedad, de suerte, que desde hace tiempo, el poder y la política llevan vidas por separado, con las consecuencias que tal nefasto divorcio han deparado para el hombre actual.
El neoliberalismo, ha convertido la globalización, que en principio resultaba esperanzadora, en una globalización negativa, circunstancia que ha posibilitado una sociedad individualizada en donde “El sálvese quien pueda” ha logrado o está intentando borrar del mapa conceptos como el de solidaridad o realidades como la del Estado social o del bienestar, dejando al individuo sólo ante los elementos, lo que ha conseguido empequeñecerlo y mantenerlo atemorizado, tanto ante su presente, que no controla, como ante su futuro, del que espera lo peor. Para Bauman, la tarea inmediata, no puede ser otra, que la de intentar reconciliar el poder con la política, lo que tendría que pasar, y esto lo digo yo, por desbancar a la ideología dominante, al neoliberalismo, del lugar privilegiado que ocupa en la actualidad.
Miércoles, 28 de abril de 2010
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