jueves, 3 de junio de 2010

La buena vida


LECTURAS
(elo.190)

LA VIDA BUENA
Javier Sádaba
Península, 2009

Sin duda alguna, la felicidad es el gran objetivo, el lugar hacia el que tienen que dirigirse todos nuestros pasos. La felicidad con mayúsculas, de suerte, siempre ha funcionado sobre nosotros como si de una zanahoria se tratara, detrás de la cual, y de forma incansable hemos corrido sin llegar nunca a poder alcanzarla. La imagen que se tiene de ella, que de ella se nos ha impuesto, ha sido tan pura, tan idealizada, que se tiene la convicción de que sólo es posible gozar de la felicidad en momentos muy puntuales. La felicidad, por tanto, así al menos la tenemos interiorizada, es algo, que sólo de vez en cuando, y muy de tarde en tarde, consigue, o puede llegar a iluminar nuestra existencia, pero así y todo, resulta suficiente como justificar todas las penalidades que necesariamente tenemos que soportar. Por ello, al encontrarse tan lejana e inaccesible, la vida ha sido asumida como “un valle de lágrimas”, sólo iluminada por algunas esporádicas bengalas que consiguen hacerla más soportable. Entendida de esta forma, la felicidad no es más que un engañabobos, que en todo momento emparentada con la esperanza, tiene como finalidad la de hacernos soñar con realidades diferentes en las que en un futuro poder gozar, mientras que con naturalidad, se aceptan todas la penalidades que la propia realidad se dedica a imponer a nuestro alrededor. Gracias a esa visión de la felicidad en la que ésta aparece como algo milagroso, como un árbol en mitad del secano, se comprende que la felicidad es algo sólo a disposición de los elegidos, y que la mayoría de los mortales, sólo podrán contactar con ella de forma esporádica, ya que a este mundo no se ha venido para ser feliz (¿quién ha dicho eso?), sino para soportar los rigores y las asperezas de la realidad.
Ante la anterior concepción de la felicidad, en su libro, Javier Sádaba trata de emparentar, o de bajar la felicidad a la vida cotidiana, lo que aparte de hacerla más accesible, haría posible el milagro de convertir nuestro mundo en un lugar más habitable, en donde a pesar de los pesares, resulte posible ser feliz. Para ello, el filósofo vasco hace una definición de la felicidad que consigue bajarla de su pedestal, al estimar que la felicidad “es estar bien, y punto”, lo que nos conduce a un concepto de felicidad más pedestre, porque el estar a gusto, el estar bien, poco tiene que ver con la ensortijada idea que de la felicidad siempre nos ha acompañado. El paso siguiente de Sádaba es identificar la felicidad con el bienestar, y aquí es donde la desmonta de forma definitiva, o lo que es lo mismo, con ese estar bien sin más, lo que hace es destronarla y hacerla casadera. Sí, hacerla casadera y disponible para el hombre corriente, que se contentará con ese estar a gusto, satisfecho consigo mismo, en lugar de seguir soportando la ansiedad de intentar llegar por todos los medios, a un lugar en el que nunca podrá definitivamente instalarse. Para el autor, estar bien, es estar satisfecho con uno mismo, lo que en el fondo no resulta fácil. No resulta fácil, porque en el mundo en que vivimos, estar satisfecho, o sentirse bien con lo que se es o con lo que se posee, es algo completamente anormal, ya que lo usual es todo lo contrario, que nadie se sienta satisfecho con su vida, y que se viva en perpetua inestabilidad, debido a la constante lucha por alcanzar, sea lo que sea, lo que siempre se le escapa a uno de las manos.
El estar bien, el encontrarse a gusto, es un estado al que en buena medida se llega gracias al carácter que se posea, lo que no significa según Sádaba que haya que tener un carácter fuerte, que es lo que singulariza a las personas que tienen opiniones fijas y dogmáticas sobre todo lo que se mueve a su alrededor, característica que siempre ha caracterizado a los que han conseguido cierta relevancia, a los que comúnmente se califican como triunfadores. No, tener carácter, o tener un carácter positivo es para el filósofo vasco, el saber armonizar todas las personalidades potenciales que existen en nuestro interior, pero sobre todo saber convivir con ellas, sin entablar una feroz lucha contra aquellas que se resistan a ser dominadas. Tener carácter es saber convivir con las diferentes posibilidades que nos conforman, y también, con todo lo que nos rodea, porque el que tiene un buen carácter es el que sabe lo que es y el que sabe dónde se encuentra, circunstancias que de hecho, son las que nos pueden aportar el equilibrio necesario para gozar del sosiego imprescindible para afrontar una existencia adecuada.
Estoy de acuerdo con Javier Sádaba, entre otras razones, aparte de que sus planteamientos me parecen coherentes y acertados, porque desde hace bastante tiempo vengo despotricando de la concepción clásica imperante que define tanto a la felicidad como a la esperanza, sobre todo por la cantidad de muertos y mutilados que ambas han dejado y siguen dejando en el camino. Pero también estoy convencido, que en un mundo como en el que vivimos, difícilmente se podrá implantar la visión de lo que debe ser la felicidad según el autor del texto, pues las dinámicas que exigen los ejes vertebrales del sistema, que no hay que olvidar que son el consumismo y la competitividad, de una competitividad de todos contra todos, exige el predominio de una tipología humana determinada, de unos individuos que en lugar de buscar la tranquilidad, desasosegados se dedican sin descanso a ir de aquí para allá, y con posterioridad de allá para acá, mostrando una debilidad y una fragilidad que los deja indefensos y desubicados culturalmente, mostrándolos como terreno fértil a todas las influencias. Difícil, en primer lugar porque es una apuesta revolucionaria, que atenta contra los cimientos del sistema imperante, que se asiente precisamente sobre esos individuos desubicados e influenciables, sobre esos individuos que en lugar de concepciones culturales propias, han preferido, por comodidad, adoptar las que se aportan desde el propio sistema, es decir, las que sirven para todos, pero que en ningún momento son de todos.
El texto me ha resultado muy desigual, interesante en algunos momentos, sobre todo en su primer tercio, pero resultándome el resto demasiado previsible, en donde el autor, basándose en las ideas que expone en un principio, trata, lo que le acerca demasiado a las estructuras de los libros de autoayuda, de implantar dichos postulados en la vida cotidiana, a casos concretos, con los que poco a poco va perdiendo interés, lo que convierte a “La vida buena”, si bien no en un libro prescindible, si en un texto manifiestamente mejorable.

Martes, 13 de abril de 2010

No hay comentarios: