martes, 22 de junio de 2010

Tiempos líquidos


LECTURAS
(elo.192)

TIEMPOS LÍQUIDOS
Zigmunt Bauman
Tusquets, 2007

Más o menos decía Javier Sádaba en su libro “Saber vivir”, que la felicidad consta dos caras, en una de las cuales se halla el placer y el disfrute, mientras que en la otra, que es realmente la importante, se encuentra la sensación de estar bien, la de estar satisfecho con uno mismo. La felicidad, por tanto, en lugar de ser una meta inaccesible, detrás de la cual hay que correr sin descanso, es ante todo, si se le hace caso al filósofo vasco, una sensación y un estado de espíritu, algo terrenal y en todo momento al alcance de la mano. Pero curiosamente, esa sensación se echa en falta en nuestros días, ya que un profundo malestar ha conseguido apoderarse del ser humano actual. No puede dejar de llamar la atención, el hecho de que cuando parecía que se había llegado a una cima histórica (algún iluso llegó a decir incluso que por fin se había alcanzado “el fin de la historia”), a un tiempo sin igual, se empieza a comprender que algo tiene que estar fallando, que las cosas no pueden estar funcionando como debieran cuando nadie parece estar satisfecho con la vida que lleva. Afortunadamente hoy todo el mundo tiene de todo, estando al alcance de la mayoría, sobre todo en el rico Occidente, posibilidades que pocos podían imaginar hace tan sólo unos años, pero pese a ello, el desencanto hace su agosto sin que nadie parezca conocer la razón. De forma independiente a los pequeños problemas que a todos nos atenazan, y que estamos convencidos que con una dosis más o menos importante de voluntarismo podrían solventarse, sobrevuela sobre nuestras sociedades la extraña sensación, que en muchas ocasiones se convierte en convicción, de que no somos dueños de nuestro presente, y de que por tanto, el futuro, ese futuro en el que siempre tanto se ha confiado, se perfila al menos como algo problemático. Ante tal hecho, que quiebra la base sobre la que debería asentarse la idea de felicidad de Sádaba, al impedir, o imposibilitar que se esté satisfecho con lo que se es o con lo que se hace, poco en realidad se puede hacer, salvo intentar analizar las causas que provocan tanta desazón, que, al menos en principio, tienen que estar fuera de cada cual, pues al parecer es un problema generalizado.
Sí, parece que algo ocurre, y que ese algo se genera fuera de nosotros, proyectando una alargada e insípida sombra que consigue enturbiar todo lo que hacemos, lo que produce un sabor amargo que nos impide saborear, al menos como en principio nos gustaría, de una existencia que a pesar de resultar cada día más problemática, se presenta desde hace tiempo como algo carente de sentido. Se podría afirmar, que ese buscar sentido es algo netamente burgués, algo propio de nuestras desarrolladas sociedades, algo evidentemente secundario si se tuviera que afrontar una existencia digamos que más precaria, y es cierto, pero también lo es, que sin encontrar esa “sal de la vida”, la que consigue llenar de significado, y en suma justificar la existencia que llevamos, nuestra existencia tiende a devaluarse y a dejar de ser atractiva incluso para nosotros mismos. A lo anterior, que no es poco, se une otra sensación devastadora, el de la fragilidad, y es que cada día que pasa, y este hecho resulta incomprensible, en lugar de fortalecerse más y más las estructuras sociales destinadas a asegurar nuestras existencias, éstas se van deteriorando y desmantelando, dejándonos indefensos en un mundo que se presenta cada vez más caótico, lo que nos obliga a agarrarnos a esa vida carente de sentido, que al menos conocemos y creemos controlar, al comprender que si la perdemos, porque busquemos otra mejor o porque por algún extraño motivo quedemos fuera de ella, podemos encontrarnos en medio de un mundo dominado por fuerzas desconcertantes que sabemos que nunca llegaremos a dominar. Efectivamente, las dos variables que se proyectan sobre el hombre actual, son la falta de sentido que encuentra en su existencia, y el pánico que le provoca considerarse débil, muy débil para afrontar un mundo, o una realidad que se le escapa de las manos, circunstancias que entrelazadas entre sí, pueden ser las causas de ese malestar generalizado del que hablé en un principio.
Bauman, en este texto, habla de ese malestar, y analiza las causas que lo provocan, estimando, que aún no nos hemos acostumbrado al nuevo mundo que nos ha tocado en suerte, pues la modernidad, que aportaba un mundo sólido y seguro, con horizontes diáfanos hacia los que caminar, ha dado paso al mundo líquido de la posmodernidad, en donde nada parece que tenga intención de asentarse de forma definitiva y en donde el ser humano, en lugar de a la coherencia, como hasta hace poco, sólo puede aspirar a la flexibilidad, con objeto de intentar adaptarse a los permanentes y continuados cambios que la propia realidad se encarga de producir. Esa incertidumbre es para Bauman la causante de la zozobra que embarga y paraliza al ser humano de nuestros días, que para su desgracia, aún vive a caballo entre el mundo sólido en el que creció y se educó, y la liquidez posmoderna con la que se ha encontrado.
Este profundo cambio se ha producido no porque mayoritariamente se haya aspirado a él, ni mucho menos, sino porque se ha producido, sin que apenas nos percatáramos, una revolución radical, gracias a la cual, el poder se ha liberado del control que sobre él ejercía la política, es decir la ciudadanía. Pese a las dificultades que encontraba, la política se encargaba de humanizar al poder, de hacer que éste mantuviera, aunque a regañadientes, cierto rostro humano, de bajarlo, en suma, al imperfecto reino de los mortales. Pero el neoliberalismo, el brazo político del capitalismo radical, apoyándose en los inevitables procesos globalizadores que la alta tecnología ha posibilitado, ha hecho posible el eterno sueño del poder, el de independizarse de la política, de la sociedad, de suerte, que desde hace tiempo, el poder y la política llevan vidas por separado, con las consecuencias que tal nefasto divorcio han deparado para el hombre actual.
El neoliberalismo, ha convertido la globalización, que en principio resultaba esperanzadora, en una globalización negativa, circunstancia que ha posibilitado una sociedad individualizada en donde “El sálvese quien pueda” ha logrado o está intentando borrar del mapa conceptos como el de solidaridad o realidades como la del Estado social o del bienestar, dejando al individuo sólo ante los elementos, lo que ha conseguido empequeñecerlo y mantenerlo atemorizado, tanto ante su presente, que no controla, como ante su futuro, del que espera lo peor. Para Bauman, la tarea inmediata, no puede ser otra, que la de intentar reconciliar el poder con la política, lo que tendría que pasar, y esto lo digo yo, por desbancar a la ideología dominante, al neoliberalismo, del lugar privilegiado que ocupa en la actualidad.

Miércoles, 28 de abril de 2010

domingo, 13 de junio de 2010

Si ahora no, ¿cuándo?


LECTURAS
(elo.191)

SI AHORA NO, ¿CUÁNDO?
Primo Levi
El Aleph Editores, 1982

La existencia del Estado de Israel, desde su creación hasta nuestros días, representa un monumento al fracaso del multiculturalismo, a la imposibilidad de que puedan convivir en un mismo territorio diferentes pueblos, diferentes culturas. Israel nos habla de la xenofobia europea, pero también, de la xenofobia de los propios judíos con respecto a las otras comunidades que viven en sus actuales territorios. Por ello, ese Estado, tan elogiado por muchos y vilipendiado por otros, en ningún caso puede erigirse como un ejemplo, sino como la constatación de que una cosa es la convivencia teórica y otra la real. La Segunda Guerra Mundial, ha quedado en la memoria, sobre todo gracias al voluntarismo de los propios judíos, que consiguieron que el mundo mirase hacia donde nadie quería mirar, como un acontecimiento histórico en donde una nación, Alemania, basándose en unos planteamientos ideológicos que hablaban de la pureza de una raza, del predominio de una raza sobre las restantes, idea que se encontraba profundamente arraigada en la población, intentó exterminar a los que vivían dentro de ese país y que no pertenecían a dicha raza, es decir a los judíos. Sí, a los judíos, pero no sólo a los judíos, sino también, por ejemplo a los gitanos, que desgraciadamente carecían, y aún carecen, de la vertebración necesaria, como para dejar constancia y publicitar lo que padecieron junto a los judíos en aquel confuso, dramático y singular momento histórico. Hay que recordar que lo que en la actualidad se denomina holocausto, concepto que encierra el sistemático proceso de persecución y exterminio que el régimen nacionalsocialista ejerció sobre el pueblo judío, no se hubiera conocido, al menos tal y como nos ha llegado, si no hubiera sido por la labor publicitaria que ejercieron determinados supervivientes, como por ejemplo el propio Levi, que consagraron sus vidas, como si de un sacerdocio se tratara, para que se difundiera lo que realmente ocurrió, y sin la presión que en todo momento ejerció la denominada Comunidad Judía Internacional, sobre todo la norteamericana. Y esto fue así, a pesar de que en un primer momento, posiblemente por desconocimiento de lo que ocurrió en los campos de concentración (y de exterminio) que se iban descubriendo, se trató de ocultar por parte de las potencias vencedoras esa otra cara de un conflicto que aún, posiblemente porque fue demasiado humano, sigue avergonzando a la humanidad.
En esa labor propagandista que bajo el lema “para que nunca se olvide” realizaron muchos supervivientes, hay que reconocer que la literatura ejerció un papel esencial, pues el público se encontró con una serie de narraciones, que detalladamente describían lo que aconteció en aquellos lugares hacia donde fueron conducidos tantos y tantos detenidos, y lo descubrió de la forma que exige toda novela, con amenidad y accesibilidad. Evidentemente, antes de de llegar al público tales narraciones, se sabía lo que había ocurrido, pero dichas obras tuvieron la virtud de hacer que importantes sectores de la población que sólo se habían enterado de que algo raro había tenido lugar, comprendiera la magnitud de lo acontecido, al igual que con posterioridad y para otras generaciones ha hecho el cine. Como es lógico, esta labor no pudo realizarla la multitud de informes que se elaboraron, ni las conferencias, ni los muchos ensayos que sobre ese tema se publicaron, y es que, aunque todo tenía la misma finalidad, la de dar a conocer unos hechos que nadie debería olvidar, no todos contaban con la capacidad amplificadora y la popularidad que siempre ha tenido la novela. La novela, a pesar de que últimamente padece una importante crisis, que sobre todo, se diga lo que se diga es de contenidos, posee la capacidad de vivificar, de dotar de vida a las ideas o a los planteamientos que se desean desarrollar, de suerte que no es lo mismo, al menos para el gran público, leer un pormenorizado informe sobre la metodología empleada por los nazis para explotar y exterminar a sus prisioneros, que leer una historia, en primera persona, sobre las vivencias de uno de esos apresados, por ejemplo en Auschwitz. El lector, gracias a la novela puede llegar, si está bien escrita, a empatizar con el protagonista, a ponerse en su lugar y a observar con unos ojos que no son los suyos, todo el sufrimiento y la crueldad que en aquellos lugares y en aquellos años se acumularon. Ese es el gran poder de la literatura, y en concreto de la novela, el de dar vida a los conceptos, en humanizarlos, haciendo creíble, como en el caso del Holocausto, lo que difícilmente se puede llegar a creer.
Sólo había leído de Primo Levi su famosa trilogía, con la que en su momento quedé deslumbrado, sobre todo con el primer y con el tercer volumen de la misma, en donde me sorprendió la forma de narrar del italiano, pues la frialdad de la que hizo gala en “Si esto es un hombre”, contrastaba con lo que con seguridad tuvo que padecer. También me llamó la atención “Hundidos y salvados”, un texto en el que el autor reflexiona sobre lo acontecido en Auschwitz y sobre la culpa que había que imputarle al pueblo alemán sobre todo lo ocurrió. Con tales precedentes, cuando ante mis ojos apareció “Si ahora no, ¿cuándo?”, no dudé en leerlo, encontrándome con una novela muy parecida al segundo volumen de la trilogía, “La tregua”, desde mi punto de vista el más débil de los tres. Se trata de una novela marcadamente sionista, entendiendo esto, como una justificación de la necesidad de que el pueblo judío, encontrara, por fin, un lugar propio en donde vivir. En la novela se narra el peregrinar de un grupo de partisanos, casi todos judíos, que se movían por una tierra de nadie, entre la retaguardia del ejercito alemán y la vanguardia del ejercito soviético, lo que puede servir también como metáfora de la desubicación que siempre han padecido los judíos, siempre aposentado en un lugar que no es el suyo, en un lugar que pertenecía a otros. Ese grupo, después de un largo recorrido y después de terminada la guerra llega a Milán, con la intención, de poder trasladarse con el tiempo a “la tierra prometida”, a Israel, ya que estaban convencido de que hasta que no llegaran a su destino, no terminaría la guerra definitivamente para ellos.
Es una novela poco atractiva, al menos desde el punto de vista literario, aunque puede resultar interesante como obra metafórica sobre, como apunté con anterioridad, el tema de la necesidad de que el pueblo judío encuentre de una vez por todas su propia patria. Lo más endeble de la obra, posiblemente se encuentre en la debilidad de la trama y en lo escasamente dibujados que se encuentran los diferentes personajes, algunos de los cuales, con toda seguridad, hubieran merecido una mayor atención.
En fin, se trata de una novela curiosa, sobre todo para los que estamos interesados en el tema, pero que no puede levantar aplausos entre los que sólo desean leer buena literatura.

Sábado, 24 de abril 2010

jueves, 3 de junio de 2010

La buena vida


LECTURAS
(elo.190)

LA VIDA BUENA
Javier Sádaba
Península, 2009

Sin duda alguna, la felicidad es el gran objetivo, el lugar hacia el que tienen que dirigirse todos nuestros pasos. La felicidad con mayúsculas, de suerte, siempre ha funcionado sobre nosotros como si de una zanahoria se tratara, detrás de la cual, y de forma incansable hemos corrido sin llegar nunca a poder alcanzarla. La imagen que se tiene de ella, que de ella se nos ha impuesto, ha sido tan pura, tan idealizada, que se tiene la convicción de que sólo es posible gozar de la felicidad en momentos muy puntuales. La felicidad, por tanto, así al menos la tenemos interiorizada, es algo, que sólo de vez en cuando, y muy de tarde en tarde, consigue, o puede llegar a iluminar nuestra existencia, pero así y todo, resulta suficiente como justificar todas las penalidades que necesariamente tenemos que soportar. Por ello, al encontrarse tan lejana e inaccesible, la vida ha sido asumida como “un valle de lágrimas”, sólo iluminada por algunas esporádicas bengalas que consiguen hacerla más soportable. Entendida de esta forma, la felicidad no es más que un engañabobos, que en todo momento emparentada con la esperanza, tiene como finalidad la de hacernos soñar con realidades diferentes en las que en un futuro poder gozar, mientras que con naturalidad, se aceptan todas la penalidades que la propia realidad se dedica a imponer a nuestro alrededor. Gracias a esa visión de la felicidad en la que ésta aparece como algo milagroso, como un árbol en mitad del secano, se comprende que la felicidad es algo sólo a disposición de los elegidos, y que la mayoría de los mortales, sólo podrán contactar con ella de forma esporádica, ya que a este mundo no se ha venido para ser feliz (¿quién ha dicho eso?), sino para soportar los rigores y las asperezas de la realidad.
Ante la anterior concepción de la felicidad, en su libro, Javier Sádaba trata de emparentar, o de bajar la felicidad a la vida cotidiana, lo que aparte de hacerla más accesible, haría posible el milagro de convertir nuestro mundo en un lugar más habitable, en donde a pesar de los pesares, resulte posible ser feliz. Para ello, el filósofo vasco hace una definición de la felicidad que consigue bajarla de su pedestal, al estimar que la felicidad “es estar bien, y punto”, lo que nos conduce a un concepto de felicidad más pedestre, porque el estar a gusto, el estar bien, poco tiene que ver con la ensortijada idea que de la felicidad siempre nos ha acompañado. El paso siguiente de Sádaba es identificar la felicidad con el bienestar, y aquí es donde la desmonta de forma definitiva, o lo que es lo mismo, con ese estar bien sin más, lo que hace es destronarla y hacerla casadera. Sí, hacerla casadera y disponible para el hombre corriente, que se contentará con ese estar a gusto, satisfecho consigo mismo, en lugar de seguir soportando la ansiedad de intentar llegar por todos los medios, a un lugar en el que nunca podrá definitivamente instalarse. Para el autor, estar bien, es estar satisfecho con uno mismo, lo que en el fondo no resulta fácil. No resulta fácil, porque en el mundo en que vivimos, estar satisfecho, o sentirse bien con lo que se es o con lo que se posee, es algo completamente anormal, ya que lo usual es todo lo contrario, que nadie se sienta satisfecho con su vida, y que se viva en perpetua inestabilidad, debido a la constante lucha por alcanzar, sea lo que sea, lo que siempre se le escapa a uno de las manos.
El estar bien, el encontrarse a gusto, es un estado al que en buena medida se llega gracias al carácter que se posea, lo que no significa según Sádaba que haya que tener un carácter fuerte, que es lo que singulariza a las personas que tienen opiniones fijas y dogmáticas sobre todo lo que se mueve a su alrededor, característica que siempre ha caracterizado a los que han conseguido cierta relevancia, a los que comúnmente se califican como triunfadores. No, tener carácter, o tener un carácter positivo es para el filósofo vasco, el saber armonizar todas las personalidades potenciales que existen en nuestro interior, pero sobre todo saber convivir con ellas, sin entablar una feroz lucha contra aquellas que se resistan a ser dominadas. Tener carácter es saber convivir con las diferentes posibilidades que nos conforman, y también, con todo lo que nos rodea, porque el que tiene un buen carácter es el que sabe lo que es y el que sabe dónde se encuentra, circunstancias que de hecho, son las que nos pueden aportar el equilibrio necesario para gozar del sosiego imprescindible para afrontar una existencia adecuada.
Estoy de acuerdo con Javier Sádaba, entre otras razones, aparte de que sus planteamientos me parecen coherentes y acertados, porque desde hace bastante tiempo vengo despotricando de la concepción clásica imperante que define tanto a la felicidad como a la esperanza, sobre todo por la cantidad de muertos y mutilados que ambas han dejado y siguen dejando en el camino. Pero también estoy convencido, que en un mundo como en el que vivimos, difícilmente se podrá implantar la visión de lo que debe ser la felicidad según el autor del texto, pues las dinámicas que exigen los ejes vertebrales del sistema, que no hay que olvidar que son el consumismo y la competitividad, de una competitividad de todos contra todos, exige el predominio de una tipología humana determinada, de unos individuos que en lugar de buscar la tranquilidad, desasosegados se dedican sin descanso a ir de aquí para allá, y con posterioridad de allá para acá, mostrando una debilidad y una fragilidad que los deja indefensos y desubicados culturalmente, mostrándolos como terreno fértil a todas las influencias. Difícil, en primer lugar porque es una apuesta revolucionaria, que atenta contra los cimientos del sistema imperante, que se asiente precisamente sobre esos individuos desubicados e influenciables, sobre esos individuos que en lugar de concepciones culturales propias, han preferido, por comodidad, adoptar las que se aportan desde el propio sistema, es decir, las que sirven para todos, pero que en ningún momento son de todos.
El texto me ha resultado muy desigual, interesante en algunos momentos, sobre todo en su primer tercio, pero resultándome el resto demasiado previsible, en donde el autor, basándose en las ideas que expone en un principio, trata, lo que le acerca demasiado a las estructuras de los libros de autoayuda, de implantar dichos postulados en la vida cotidiana, a casos concretos, con los que poco a poco va perdiendo interés, lo que convierte a “La vida buena”, si bien no en un libro prescindible, si en un texto manifiestamente mejorable.

Martes, 13 de abril de 2010