
LECTURAS
(elo.187)
JUEGO DE ESPÍAS
Michael Frayn
Salamandra, 2002
Es curioso esto de la literatura, pues cuando menos se espera, puede aparecer un texto, del que se carecía de referencias, que desde la primera página nos obligue de nuevo a reconciliarnos con la propia literatura. Sí, todo lector habitual vive en permanente conflicto con la literatura, ya que ésta, no siempre se presenta como debiera, es decir, que su cara amable y enriquecedora sólo la muestra de vez en cuando, y no precisamente cuando más se la necesita. Sorprende, como me ocurrió la semana pasada con “Nuestro hombre en La Habana”, que una novela que tenía interés de leer desde hacía bastante tiempo me defraudara de la forma en que lo hizo, dejándome sin ganas de volver a coger otra, al menos hasta que me olvidara de la decepción sufrida, pero sin embargo, otra que me llegó por casualidad, que elegí por mero instinto, como “Juego de espías”, de la que no había escuchado ni leído ningún comentario, ninguno, ni a favor ni en contra, consiguió desde sus primeras página llamarme la atención. No quiero decir con lo anterior que con “Juegos de espías” haya localizado el lugar exacto de la ubicación de la antigua Tartessos, no, ni mucho menos, sólo que la calidad, en más ocasiones de las imaginadas, consigue pasar desapercibida, mientras que, obras que en su momento tuvieron gran éxito, tanto de crítica como de público, con el paso del tiempo, sin que hayan sido de nuevo evaluadas, consiguen mantener una consideración, que ni de lejos ya merecen. El tiempo, el paso del tiempo, como en otro contexto dijo Cernuda, cuando sopla mata, pero mata o abandona en la cuneta del olvido, que al fin y al cabo es lo mismo, a todo aquello, y no sólo en literatura, que se atenaza o que consigue sostenerse más de lo debido en las modas y en las circunstancias accesorias que acompañan a un determinado momento histórico. Es lo que le ha pasado, para no ir más lejos a “Nuestro hombre en La Habana”, que el tiempo la ha avejentado, haciendo que a estas alturas resulte una novela infumable. Creo que la crítica, aunque no es fácil, debería tener en cuenta lo anterior y prestar atención hacia todo aquello que apunte hacia lo imperecedero, a la narrativa que se sostenga sobre valores y situaciones que no dependan de modas o de tendencias coyunturales, precisamente aquella que intenta comprender lo que siempre estará acompañando al ser humano, a todo lo que es consustancial a él. La literatura, como toda actividad artística que se precie, tiene que mirar con desprecio lo que se apoye en lo accesorio, parándose sólo en ello para comprender las causas que consiguen hacerlo posible, al tiempo que tratar, de forma obsesiva si fuera necesario, de intentar captar lo que se esconde detrás de lo que se muestra en los escaparates de la realidad.
“Juegos de espías” es una novela que no va a formar parte del ramillete de obras literarias que pasen a la posterioridad, pero tiene la virtud de ser una novela digna, que es lo primero que hay que pedirle, aunque yo diría que mejor habría que exigirle a todo lo que se escribe y que se publica. Es digna porque está bien escrita, sin presentar impedimentos innecesarios que dificulten su lectura, pero al mismo tiempo, con todo lo que ello significa, está desarrollada de forma inteligente, sin ceder demasiado de cara a la galería, y sin, por supuesto, buscar intencionadamente al lector fácil y agradecido, ese que aspira a encontrar en lo que lee hechos y más hechos que le impidan abandonar, por aburrimiento, el libro que tiene entre sus manos. Es una novela sensible para lectores sensibles, en la que se habla de un joven, casi de un niño, que trata de comprender, en unos tiempos difíciles, cuando Inglaterra estaba siendo bombardeada por la aviación alemana, lo que sucedía a su alrededor. Pero también es una novela que habla de la influencia de los amigos, cuando en esas edades se posee un carácter débil, y de la deficiente perspectiva que se tiene a esos años, aunque paradójicamente se crea que en ese periodo todo resulta diáfano y explicable. Michael Frayn, autor del que nunca había oído hablar, afronta lo que quiere contar, creando un personaje que después de cincuenta años de ausencia, regresa al escenario de su niñez, en donde presenció una serie de acontecimientos que le marcaron profundamente, de suerte, que su regreso estaba motivado por la necesidad que tenía de recrear, recordándolos desde otra perspectiva, todo lo que ocurrió en aquellos lejanos días. Recuerda y reaparece el niño que fue, el niño inseguro con orejas de soplillo del que todos sus amigos se burlaban, que creyó presenciar algo que en realidad no era lo que parecía.
La guerra siempre es un magnífico yacimiento literario, ya que ésta, consigue llevar a los seres humanos a unos extremos a los que difícilmente suelen acceder en condiciones normales, y que observados desde la distancia, puede servir para conocer con mayor amplitud y propiedad la propia naturaleza humana. Pero si esa realidad, que en gran medida resulta compleja para los adultos, que en esas circunstancias bastante tienen con salir indemnes de ella, para un niño, para la mente inmadura de un niño, aunque no se encuentre en primera línea de combate sino sufriendo las duras condiciones de la vida en retaguardia, todo tiene que resultar difuso y contradictorio, en donde fantasmas de diverso pelaje tienen que recorrer con normalidad, distorsionándola, la realidad que creen encontrar a su alrededor.
“Juegos de espías” es una novela inteligente, reposada, que carece de altibajos y que difícilmente puede llegar a convertirse en una de esas novelas que todos compran y regalan en navidad, no porque carezca de calidad, sino precisamente, y esto es lo que debe preocupar y llamar la atención, porque le sobra calidad por los cuatro costados.
Domingo, 21 de marzo de 2010
(elo.187)
JUEGO DE ESPÍAS
Michael Frayn
Salamandra, 2002
Es curioso esto de la literatura, pues cuando menos se espera, puede aparecer un texto, del que se carecía de referencias, que desde la primera página nos obligue de nuevo a reconciliarnos con la propia literatura. Sí, todo lector habitual vive en permanente conflicto con la literatura, ya que ésta, no siempre se presenta como debiera, es decir, que su cara amable y enriquecedora sólo la muestra de vez en cuando, y no precisamente cuando más se la necesita. Sorprende, como me ocurrió la semana pasada con “Nuestro hombre en La Habana”, que una novela que tenía interés de leer desde hacía bastante tiempo me defraudara de la forma en que lo hizo, dejándome sin ganas de volver a coger otra, al menos hasta que me olvidara de la decepción sufrida, pero sin embargo, otra que me llegó por casualidad, que elegí por mero instinto, como “Juego de espías”, de la que no había escuchado ni leído ningún comentario, ninguno, ni a favor ni en contra, consiguió desde sus primeras página llamarme la atención. No quiero decir con lo anterior que con “Juegos de espías” haya localizado el lugar exacto de la ubicación de la antigua Tartessos, no, ni mucho menos, sólo que la calidad, en más ocasiones de las imaginadas, consigue pasar desapercibida, mientras que, obras que en su momento tuvieron gran éxito, tanto de crítica como de público, con el paso del tiempo, sin que hayan sido de nuevo evaluadas, consiguen mantener una consideración, que ni de lejos ya merecen. El tiempo, el paso del tiempo, como en otro contexto dijo Cernuda, cuando sopla mata, pero mata o abandona en la cuneta del olvido, que al fin y al cabo es lo mismo, a todo aquello, y no sólo en literatura, que se atenaza o que consigue sostenerse más de lo debido en las modas y en las circunstancias accesorias que acompañan a un determinado momento histórico. Es lo que le ha pasado, para no ir más lejos a “Nuestro hombre en La Habana”, que el tiempo la ha avejentado, haciendo que a estas alturas resulte una novela infumable. Creo que la crítica, aunque no es fácil, debería tener en cuenta lo anterior y prestar atención hacia todo aquello que apunte hacia lo imperecedero, a la narrativa que se sostenga sobre valores y situaciones que no dependan de modas o de tendencias coyunturales, precisamente aquella que intenta comprender lo que siempre estará acompañando al ser humano, a todo lo que es consustancial a él. La literatura, como toda actividad artística que se precie, tiene que mirar con desprecio lo que se apoye en lo accesorio, parándose sólo en ello para comprender las causas que consiguen hacerlo posible, al tiempo que tratar, de forma obsesiva si fuera necesario, de intentar captar lo que se esconde detrás de lo que se muestra en los escaparates de la realidad.
“Juegos de espías” es una novela que no va a formar parte del ramillete de obras literarias que pasen a la posterioridad, pero tiene la virtud de ser una novela digna, que es lo primero que hay que pedirle, aunque yo diría que mejor habría que exigirle a todo lo que se escribe y que se publica. Es digna porque está bien escrita, sin presentar impedimentos innecesarios que dificulten su lectura, pero al mismo tiempo, con todo lo que ello significa, está desarrollada de forma inteligente, sin ceder demasiado de cara a la galería, y sin, por supuesto, buscar intencionadamente al lector fácil y agradecido, ese que aspira a encontrar en lo que lee hechos y más hechos que le impidan abandonar, por aburrimiento, el libro que tiene entre sus manos. Es una novela sensible para lectores sensibles, en la que se habla de un joven, casi de un niño, que trata de comprender, en unos tiempos difíciles, cuando Inglaterra estaba siendo bombardeada por la aviación alemana, lo que sucedía a su alrededor. Pero también es una novela que habla de la influencia de los amigos, cuando en esas edades se posee un carácter débil, y de la deficiente perspectiva que se tiene a esos años, aunque paradójicamente se crea que en ese periodo todo resulta diáfano y explicable. Michael Frayn, autor del que nunca había oído hablar, afronta lo que quiere contar, creando un personaje que después de cincuenta años de ausencia, regresa al escenario de su niñez, en donde presenció una serie de acontecimientos que le marcaron profundamente, de suerte, que su regreso estaba motivado por la necesidad que tenía de recrear, recordándolos desde otra perspectiva, todo lo que ocurrió en aquellos lejanos días. Recuerda y reaparece el niño que fue, el niño inseguro con orejas de soplillo del que todos sus amigos se burlaban, que creyó presenciar algo que en realidad no era lo que parecía.
La guerra siempre es un magnífico yacimiento literario, ya que ésta, consigue llevar a los seres humanos a unos extremos a los que difícilmente suelen acceder en condiciones normales, y que observados desde la distancia, puede servir para conocer con mayor amplitud y propiedad la propia naturaleza humana. Pero si esa realidad, que en gran medida resulta compleja para los adultos, que en esas circunstancias bastante tienen con salir indemnes de ella, para un niño, para la mente inmadura de un niño, aunque no se encuentre en primera línea de combate sino sufriendo las duras condiciones de la vida en retaguardia, todo tiene que resultar difuso y contradictorio, en donde fantasmas de diverso pelaje tienen que recorrer con normalidad, distorsionándola, la realidad que creen encontrar a su alrededor.
“Juegos de espías” es una novela inteligente, reposada, que carece de altibajos y que difícilmente puede llegar a convertirse en una de esas novelas que todos compran y regalan en navidad, no porque carezca de calidad, sino precisamente, y esto es lo que debe preocupar y llamar la atención, porque le sobra calidad por los cuatro costados.
Domingo, 21 de marzo de 2010
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