
LECTURAS
(elo.174)
LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2.009
Recuerdo, hace ya demasiados años, la conmoción que me provocó la lectura de “El jinete polaco”, novela de una solidez y de una arquitectura insólita en la literatura española de la época, de suerte, que desde ese instante, junto a Javier Marías, Antonio Muñoz Molina se convirtió en mi autor preferido en lengua española. Posiblemente, a pesar de que desde entonces ha publicado obras de innegable altura, como “Segarad”, “Ventana en Manhattan” o “Viento en la luna”, la novela galardonada con el Planeta, premio al que dio prestigio, aún no ha sido superada por el ubetense, pero de lo que no cabe duda, es que todo lo realizado desde entonces, exceptuando quizás “En ausencia de Blanca”, ha sido de una honestidad, de una honestidad literaria desacostumbrada. Por eso, cada vez que aparece una obra suya, no tengo más remedio que correr a la librería más cercana, con el convencimiento, de que voy a asistir a un acontecimiento extraordinario, ya que Muñoz Molina no es un autor, un novelista más, uno de esos que publican por publicar, sino alguien que con dificultad, a pesar de su reconocido prestigio, trata de abrirse camino, como si aún no hubiera conquistado nada, en la cada día más desolada república de las letras de nuestro país.
En esta ocasión, ha realizado una novela, una monumental novela, y no sólo por el número de páginas, ambientada en la guerra civil, pero no, como en principio pudiera parecer, sobre la guerra civil española, contienda que sólo es utilizada como pretexto para hablar de la fragilidad humana. Ese conflicto que enfrentó a los españoles, tradicionalmente ha significado un importante yacimiento literario, sobre todo, porque consiguió situar a los que vivieron aquellos momentos, en unos límites extremos, en la que la propia humanidad de los mismos se puso en juego. Estamos acostumbrados a vivir en un territorio cómodo, en donde todas nuestras actuaciones dependen de una lógica impuesta por los condicionantes externos que amueblan nuestra existencia, que nos gusten o no, son los que son, y que reducen de forma significativa nuestros comportamientos, de suerte, que debido a lo anterior, somos excesivamente previsibles. Por ello, la guerra civil significó, y como se observa aún significa, un interesante laboratorio, en donde se puede analizar al hombre fuera de ese paraje natural en donde todo se puede comprender, en donde cada acto se puede justificar, apareciendo un ser humano extremo que se mueve en los límites mismos, sin dejar de ser un ser humano, de su propia humanidad. Este hecho es el que llama tanto la atención de la guerra civil española, no tanto la guerra en sí, sino el territorio extremo en el que tuvieron que vivir los que participaron en ella. Y así la observa Muñoz Molina, que desde el presente, cuenta la historia de alguien que huye de España en pleno conflicto, hacia una universidad norteamericana, después de haber asistido al hundimiento de su propia existencia. Pero al protagonista, al arquitecto Ignacio Abel, no sólo le sacude la guerra, sino también otro factor no menos desestabilizador, la pasión amorosa, lo que convierte la ordenada vida que tenía, entre una cosa y otra, en un auténtico desastre. Ignacio Abel era un hombre perfecto, envidiable, que desde la nada, desde el seno de una modesta familia, con mucho esfuerzo, consigue terminar sus estudios y hacerse con una posición profesional destacada, al tiempo que crea su propia familia, gracias a la cual, logra una estabilidad sentimental en principio inquebrantable. Pero este éxito, para un individuo de su extracción social, no le impide seguir manteniendo su ideario socialista y un cierto desprecio a la rancia clase social a la que pertenecía su mujer, y la familia de ésta, y a la que él, por derecho propio, gracias a su trabajo, al menos teóricamente ya pertenecía. Pero al admirado Ignacio Abel, de pronto todo le estalla, ya que el sólido terreno en donde tenía anclada su vida, se desquebraja en poco tiempo, tanto por la guerra, como por haber conocido a alguien, una joven norteamericana, que le hace comprender que el amor era algo completamente diferente de lo que sentía por su mujer.
No obstante, lo importante de esta novela, al menos lo literariamente importante, no es la historia en sí, sino el método que el autor utiliza para su desarrollo, que es lo que convierte a Muñoz Molina, sin discusión alguna, en uno de los más interesante creadores existentes en la actualidad, y no sólo de este país. Para contar la historia, sitúa al protagonista, ya en Estados Unidos, camino de su destino, para ir rememorando poco a poco, sin prisas, de forma fragmentaria, todo lo que había vivido, todos los hechos que le habían empujado, hasta encontrarse en la situación en la que se hallaba. Esa forma de volver la mirada hacia atrás, que con tanta fortuna experimentó ya en “El jinete polaco”, tiene la virtud de mostrar al protagonista desde todos los ángulos, y no sólo en aquellos en los que sale más favorecido, a lo que se une la lentitud con la que mira el narrador lo que desea contar, en los detalles en los que se detiene, pero sobre todo, en el convencimiento por parte del autor, de que el ser humano es un ser poliédrico, que posee diferentes caras, y que en todo caso, es mucho más de lo que parece ser, e incluso de lo que quisiera ser.
Cuando se escribe, o cuando se hace cualquier cosa con honestidad, cada cual se muestra como es, y creo que Muñoz Molina en esta obra, deja los rastros suficientes, para que cualquier lector, capte no sólo sus inquietudes, sus preocupaciones, sino también su forma de trabajar. No cabe duda de que el de Úbeda, no es ya aquel joven que reventó, dando un golpe sobre la mesa, las tranquilas y mortecinas aguas de las letras españolas con la publicación de “El jinete polaco”, sino que con el paso del tiempo se ha convertido en un escritor comprometido con su forma de entender lo que debe significar la convivencia, y que en lugar se haberse encerrado en una isla hecha a su medida, se ha dedicado a profundizar en sus ideas regeneracionistas, que no son otras que las de la socialdemocracia clásica, especie de la que tan pocos elementos quedan, y en los peligros que acarrean los extremismos que siempre ronda nuestras existencias.
Pero Muñoz Molina también, y sobre todo, es un labrador de la literatura, un trabajador que vela por cada palabra, por cada frase que escribe, que posiblemente no sea un artista, pero tampoco sólo un buen artesano de la literatura. La solidez que muestra en cada una de sus obras, que también se deja ver en sus artículos, hablan de un valor seguro, de alguien que no se ha parado en el primer lugar abrigado que ha encontrado, sino de un intelectual de peso, de los pocos que quedan en nuestro país, que sigue trabajando día a día mirando siempre hacia el futuro.
Martes, 1 de diciembre de 2.009