miércoles, 23 de diciembre de 2009

La noche de los tiempos



LECTURAS
(elo.174)

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2.009


Recuerdo, hace ya demasiados años, la conmoción que me provocó la lectura de “El jinete polaco”, novela de una solidez y de una arquitectura insólita en la literatura española de la época, de suerte, que desde ese instante, junto a Javier Marías, Antonio Muñoz Molina se convirtió en mi autor preferido en lengua española. Posiblemente, a pesar de que desde entonces ha publicado obras de innegable altura, como “Segarad”, “Ventana en Manhattan” o “Viento en la luna”, la novela galardonada con el Planeta, premio al que dio prestigio, aún no ha sido superada por el ubetense, pero de lo que no cabe duda, es que todo lo realizado desde entonces, exceptuando quizás “En ausencia de Blanca”, ha sido de una honestidad, de una honestidad literaria desacostumbrada. Por eso, cada vez que aparece una obra suya, no tengo más remedio que correr a la librería más cercana, con el convencimiento, de que voy a asistir a un acontecimiento extraordinario, ya que Muñoz Molina no es un autor, un novelista más, uno de esos que publican por publicar, sino alguien que con dificultad, a pesar de su reconocido prestigio, trata de abrirse camino, como si aún no hubiera conquistado nada, en la cada día más desolada república de las letras de nuestro país.
En esta ocasión, ha realizado una novela, una monumental novela, y no sólo por el número de páginas, ambientada en la guerra civil, pero no, como en principio pudiera parecer, sobre la guerra civil española, contienda que sólo es utilizada como pretexto para hablar de la fragilidad humana. Ese conflicto que enfrentó a los españoles, tradicionalmente ha significado un importante yacimiento literario, sobre todo, porque consiguió situar a los que vivieron aquellos momentos, en unos límites extremos, en la que la propia humanidad de los mismos se puso en juego. Estamos acostumbrados a vivir en un territorio cómodo, en donde todas nuestras actuaciones dependen de una lógica impuesta por los condicionantes externos que amueblan nuestra existencia, que nos gusten o no, son los que son, y que reducen de forma significativa nuestros comportamientos, de suerte, que debido a lo anterior, somos excesivamente previsibles. Por ello, la guerra civil significó, y como se observa aún significa, un interesante laboratorio, en donde se puede analizar al hombre fuera de ese paraje natural en donde todo se puede comprender, en donde cada acto se puede justificar, apareciendo un ser humano extremo que se mueve en los límites mismos, sin dejar de ser un ser humano, de su propia humanidad. Este hecho es el que llama tanto la atención de la guerra civil española, no tanto la guerra en sí, sino el territorio extremo en el que tuvieron que vivir los que participaron en ella. Y así la observa Muñoz Molina, que desde el presente, cuenta la historia de alguien que huye de España en pleno conflicto, hacia una universidad norteamericana, después de haber asistido al hundimiento de su propia existencia. Pero al protagonista, al arquitecto Ignacio Abel, no sólo le sacude la guerra, sino también otro factor no menos desestabilizador, la pasión amorosa, lo que convierte la ordenada vida que tenía, entre una cosa y otra, en un auténtico desastre. Ignacio Abel era un hombre perfecto, envidiable, que desde la nada, desde el seno de una modesta familia, con mucho esfuerzo, consigue terminar sus estudios y hacerse con una posición profesional destacada, al tiempo que crea su propia familia, gracias a la cual, logra una estabilidad sentimental en principio inquebrantable. Pero este éxito, para un individuo de su extracción social, no le impide seguir manteniendo su ideario socialista y un cierto desprecio a la rancia clase social a la que pertenecía su mujer, y la familia de ésta, y a la que él, por derecho propio, gracias a su trabajo, al menos teóricamente ya pertenecía. Pero al admirado Ignacio Abel, de pronto todo le estalla, ya que el sólido terreno en donde tenía anclada su vida, se desquebraja en poco tiempo, tanto por la guerra, como por haber conocido a alguien, una joven norteamericana, que le hace comprender que el amor era algo completamente diferente de lo que sentía por su mujer.
No obstante, lo importante de esta novela, al menos lo literariamente importante, no es la historia en sí, sino el método que el autor utiliza para su desarrollo, que es lo que convierte a Muñoz Molina, sin discusión alguna, en uno de los más interesante creadores existentes en la actualidad, y no sólo de este país. Para contar la historia, sitúa al protagonista, ya en Estados Unidos, camino de su destino, para ir rememorando poco a poco, sin prisas, de forma fragmentaria, todo lo que había vivido, todos los hechos que le habían empujado, hasta encontrarse en la situación en la que se hallaba. Esa forma de volver la mirada hacia atrás, que con tanta fortuna experimentó ya en “El jinete polaco”, tiene la virtud de mostrar al protagonista desde todos los ángulos, y no sólo en aquellos en los que sale más favorecido, a lo que se une la lentitud con la que mira el narrador lo que desea contar, en los detalles en los que se detiene, pero sobre todo, en el convencimiento por parte del autor, de que el ser humano es un ser poliédrico, que posee diferentes caras, y que en todo caso, es mucho más de lo que parece ser, e incluso de lo que quisiera ser.
Cuando se escribe, o cuando se hace cualquier cosa con honestidad, cada cual se muestra como es, y creo que Muñoz Molina en esta obra, deja los rastros suficientes, para que cualquier lector, capte no sólo sus inquietudes, sus preocupaciones, sino también su forma de trabajar. No cabe duda de que el de Úbeda, no es ya aquel joven que reventó, dando un golpe sobre la mesa, las tranquilas y mortecinas aguas de las letras españolas con la publicación de “El jinete polaco”, sino que con el paso del tiempo se ha convertido en un escritor comprometido con su forma de entender lo que debe significar la convivencia, y que en lugar se haberse encerrado en una isla hecha a su medida, se ha dedicado a profundizar en sus ideas regeneracionistas, que no son otras que las de la socialdemocracia clásica, especie de la que tan pocos elementos quedan, y en los peligros que acarrean los extremismos que siempre ronda nuestras existencias.
Pero Muñoz Molina también, y sobre todo, es un labrador de la literatura, un trabajador que vela por cada palabra, por cada frase que escribe, que posiblemente no sea un artista, pero tampoco sólo un buen artesano de la literatura. La solidez que muestra en cada una de sus obras, que también se deja ver en sus artículos, hablan de un valor seguro, de alguien que no se ha parado en el primer lugar abrigado que ha encontrado, sino de un intelectual de peso, de los pocos que quedan en nuestro país, que sigue trabajando día a día mirando siempre hacia el futuro.

Martes, 1 de diciembre de 2.009

domingo, 13 de diciembre de 2009

Mañana en la batalla piensa en mí


LECTURAS
(elo.173)

MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ
Javier Marías
Alfaguara, 1.994

Leer a Marías es brindar por la literatura, por la literatura de calidad. De vez en cuando, debido a la pobreza de las novelas que habitualmente llegan a mis manos, que son las que se editan, necesito leer o releer alguna obra del madrileño, y siempre salgo de ellas con la misma sensación, la de que la novela se encuentra en crisis, que la mediocridad que define a casi todas las novelas actuales está acabando con este género, banalizándolo y arrinconándolo, entre otras razones, porque cada hijo de vecino, se cree capacitado para publicar una novela, como si en ello le fuera la vida. Pero de forma paralela, Marías me demuestra, que a pesar de la crisis que padece la novela mayoritaria, la novela jamás podrá desaparecer, al menos mientras existan autores como el propio Marías.
Con el tiempo he aprendido, que lo importante en una novela no es la historia, ni tan siquiera la idea que se desee transmitir, sino la forma en que es contada dicha historia, y los métodos utilizados para que esas ideas lleguen al lector. Por ello, escribir una novela requiere oficio, pero también, al menos para escribir una gran novela, una de esas que se quedan en la memoria del lector, algo difícil de definir de que va más allá del mero oficio. Escribir una buena novela es complicado, muy complicado, pero escribir una gran novela sólo se encuentra al alcance de unos pocos, y no precisamente porque estos trabajen o se esfuercen más que los otros, no, sencillamente porque a unos le sale y a otros, aunque lo intenten de forma desesperada, no. La causa de lo anterior, se encuentra en el hecho de que la novela es un arte, y no un producto manufacturado y de consumo más, aunque algunos, a pesar de saber que están equivocados, se empeñan en sostener lo contrario. En la producción artística, y por supuesto en la novelística, dos y dos nunca podrán ser cuatro, ya que en ella no basta con que todo cuadre, con que todo acabe en su sitio, al resultar necesario, imprescindible, que converjan esas variables indefinibles que consiguen, como por arte de magia, que un determinado texto, se alce por encima de la aritmética y de la ciencia de los hombres. El arte es así, y se quiera o no, como se sabe y nunca hay que dejar de repetir, sólo está al alcance de esos extraños individuos que llamamos artistas, por eso es injusto, al ser un territorio inaccesible a casi todos. Para colmo, la novela literaria o artística, que como siempre ha ocurrido escasea y se presenta a cuenta gotas, no es precisamente la novela que se lee y que se compra, ocurriendo más bien lo contrario, presentándose en nuestros días como un tipo de novela marginal, muy alabada por la crítica, por supuesto, pero a la que nadie, o casi nadie se atreve a acercarse.
Bien, Javier Marías es uno de esos extraños autores, que como quien no quiere la cosa, convierte cada texto que sale de su pluma en un texto especial. Como dije al principio, de vez en cuando tengo la necesidad de acercarme a sus novelas, con la intención de vacunarme contra la banalidad y la vacuidad literaria dominante, pero sobre todo, para constatar, tocando siempre madera, que existe o puede existir una literatura completamente diferente a la que se amontona en las mesas de novedades de nuestras librerías. En esta ocasión he releído “Mañana en la batalla piensa en mí”, magnífica novela, que como esperaba, en lugar de venírseme abajo, me ha resultado mucho más sólida que cuando la leí por primera vez. La buena literatura es aquella que resiste una relectura, es más, la que aumenta su valor con la relectura. Cuando se lee por primera vez una novela, el lector está más pendiente de lo que ocurre o puede suceder, que de los métodos empleados por el autor para contar lo que desea contar, mientras que cuando ya se sabe lo que va a ocurrir, la atención va dirigida, sobre todo, hacia lo esencialmente literario, que no es otra cosa que la estructura del edificio que se levanta ante el lector. Sí, porque cuando una novela interesa, resulta importante detenerse, aunque sea sólo por unos momentos, en el entramado que se esconde detrás, en todos los artilugios que soportan y hace creíble la trama, en los engranajes ocultos que hace posible que una obra funcione. Por ello es mucho más interesante releer que leer, a pesar de que se corra el riesgo cierto, que alguna novela que en su momento creímos esencial, se nos haga pedazos entre las manos, y lo es, porque se aprende y disfruta mucho más, al tener que detenerse el que lee, en cuestiones que en principio, se le pasaron desapercibidas.
“Mañana en la batalla piensa en mí”, es una novela de una calidad extrema, que se acerca, y mucho, al nivel que alcanzó el propio autor con su obra anterior, “Corazón tan blanco”, posiblemente más redonda, pero igual de imperecedera que ésta. Es una novela en la que se encuentran todas las constantes de la obra de Marías, tanto en lo referente a la temática como a la forma. El tema de la novela es el de siempre, la existencia del secreto y la necesidad que todos tenemos de librarnos de ese secreto, que como si de una braza ardiente se tratara, consigue llegar a corroernos por entero. En esta ocasión, la mujer con la que se encontraba, de forma absurda, y sin que el lector sepa en ningún momento la causa, muere antes de que el protagonista pueda acostarse con ella, huyendo sin avisar a nadie de lo que había sucedido. A partir de este hecho se desarrolla toda la novela. A pesar de su fama de hermético y de puntilloso, la literatura de Marías es luminosa, y no sólo porque intenta enfocar todos los recovecos del alma humana, sino sobre todo porque su prosa, en lugar de enrocarse, o de encastillarse como diría el propio Marías, es de tal amplitud, que deja abierta todas las puertas, y todas las ventanas, para que la luz lo ilumine todo. Para colmo, Marías no es un narrador al uso, de los que si quieren ir de Madrid a Albacete, eligen la carretera más rápida y segura, ya que parece que disfruta aventurándose por todas las carreteras secundarias y terciarias que va encontrando en su camino, consiguiendo de esta forma, aportar una visión mucho más amplia del trayecto. Parece también, que las novelas de Marías están compuestas de pequeños relatos, que con relativa facilidad podrían independizarse entre sí, unidos sólo por débiles hilvanes, pero que al profundizar tanto, al ser tan poliédricos, aportan un importante número de imágenes al lector, que se le quedan grabadas y que consiguen hacer creer, que sus novelas son más compactas de lo que son. Marías es un escritor de imágenes que disfruta en el terreno corto, por lo que se podría decir, aventurándome mucho por supuesto, que más que un novelista es un escritor de relatos, ya que en esos relatos enmascarados que pueblan sus novelas, es donde alcanza su mayor grandeza.
Javier Marías no sólo es indispensable para las raquíticas letras españolas, que cada día que pasa se encuentran más desarboladas, sino que lo es para todos lo que amamos la literatura con mayúsculas.

Domingo, 15 de noviembre de 2.009

sábado, 5 de diciembre de 2009

La edad discreta


LECTURAS
(elo.172)

LA EDAD DISCRETA
Simone de Beauvoir
Biblioteca de pensamiento crítico, 1.968

Día a día nos acercamos a la muerte, y lo que es peor, a un periodo, en que desgastados, tendremos que seguir viviendo haciendo frente a una existencia, que con toda seguridad, se nos escapará de las manos. La muerte, aunque no queramos pensar en ella, nos atemoriza, aunque sólo sea por el hecho, de que todo seguirá aunque nosotros no estemos. Pero aunque parezca mentira, por mucho que se diserte sobre ella, la tenemos tan asumida, incluso tan interiorizada, que sin dificultad podemos vivir dándole la espalda, sobre todo porque sabemos que es inevitable. Le damos la espalda levantando nuestras vidas frente a ella, con la esperanza de lograr cierta inmortalidad, o al menos, pues la modestia siempre debe presidir nuestros actos, de salvaguardarnos frente al abismo y al vacío que ella representa. Nuestra carrera es contra la muerte, de suerte, que ese es nuestro destino común, el único que nos une a todos, pero de forma paradójica, esa carrera, tan agotadora, siempre acabará con la meta que nos impone. Pero la muerte es la muerte, el fin inevitable, algo que no controlamos ni llegaremos a controlar nunca, por ello, nos vemos obligados a gastar todas nuestras energías en lo que atente constantemente contra ella, es decir, en la vida. La vida, por tanto, es lo único que tenemos, y tenemos que edificarla poco a poco, con la solidez necesaria para que pueda justificar nuestra existencia, ya que vivir por vivir, es precisamente todo lo contrario que vivir. Pero se vive sin instrucciones, sin un libro de ruta preestablecido, de ahí la dificultad que encontramos en lo único que a ciencia cierta tenemos que hacer, pues cada cual, atendiendo a sus necesidades, pero siempre apoyándose en sus posibilidades reales, y de la forma más coherente que pueda, tiene la obligación de hacerse cargo de su existencia. El problema es que vivir no es fácil, pues parece como si todo se articulara para complicar todo lo que ideamos o planificamos, motivo por el que cada cual, independientemente a la posición que ocupe, tiene que librar un difícil pulso, para con dignidad encarar sus objetivos vitales, sean estos los que sean. Todo se agrava cuando se comprende, que la existencia está compuesta por etapas, de suerte, que lo que servía ayer, o lo que es factible hoy, con toda seguridad carecerá de sentido mañana, por lo que siempre, habrá que buscar las estrategias necesarias para afrontar las diferentes coyunturas, ante las que a lo largo de nuestra vida necesariamente tendremos que enfrentarnos. No basta con encontrar una fórmula mágica, pues lo que nos pudo servir para sortear de forma afortunada nuestra adolescencia, resultará ineficaz, por ejemplo, para sobrellevar esa edad extraña que va de los cuarenta a los cincuenta, por no hablar de la vejez. Cada periodo de nuestra vida exige una adecuación diferente, una metodología distinta, pues no solamente somos diferentes nosotros, ya que querámoslo o no siempre evolucionamos, sino que también son diferentes las circunstancias ante las que nos encontramos. Lo anterior no significa, no puede significar nunca, que lo que en todo momento hay que hacer es adaptarnos a aquello que nos vayamos encontrando, no, pues la táctica del camaleón sólo sirve para pasar desapercibido y soportar con el mínimo esfuerzo los avatares de la realidad, de lo que se trata por el contrario, es de aprovechar, después de estudiarlas a fondo, las diferentes fisonomías que presenta la realidad, tanto la propia como la que nos llega del exterior, para intentar, al menos, estar altura de las mismas. Es inútil, aparte de suicida, mantener un esfuerzo constante, sin comprender que el medio al que nos enfrentábamos ayer ha cambiado, que ya no es el que era, o que nosotros mismo ya no somos los fuimos. Estar a las alturas de las circunstancias, significa precisamente que tenemos siempre que estar en el lugar exacto donde tenemos que estar, aceptando la visión y las enseñanzas que nos aporte nuestra propia historia, pero también, comprendiendo que no sólo nosotros cambiamos, ya que la realidad, también se modifica de forma constante. Si por el contrario se sigue apostando por el inmovilismo, la frustración y por ende la depresión, siempre nos estará esperando a la vuelta de la esquina. Creo que el objetivo al que tenemos que aspirar, es al de mantenernos jóvenes independientemente a la edad que tengamos, lo que no se logra vistiendo o siguiendo las modas de los adolescentes, sino aceptando la realidad, en todos sus ámbitos, tal y como en cada momento se consigue ante nosotros, aunque la fisonomía de la misma nunca acabe de convencernos. Hay que intentar, por aquello de la dignidad, que es lo único que nunca se puede perder, ser lo menos patéticos posibles.
Este pequeño relato de Simone de Beauvoir habla precisamente de lo anterior, de una mujer que se niega a creer que todo cambia, no llegando, por ello a comprender, la actitud que mantiene su marido ante su futuro profesional, o la decisión que había tomado su único hijo, que le obligaba a desligarse del futuro que con tanto cariño, pero también con tanto egoísmo, ella le había planificado. La protagonista se creía, que en su pequeño círculo, era la única que se mantenía fiel a sus ideales, pero su amueblado mundo se desparramó, se le vino abajo, cuando la crítica destrozó el libro que acababa de publicar, en donde quería dejar constancia, que a pesar de su edad, seguía manteniéndose en primera línea del combate intelectual, lo que la obligó a comprender, que en realidad se encontraba atascada, que se hallaba en el mismo lugar que hacía veinte años. A partir de ese momento comprendió que su marido no había desertado de nada, que a pesar de las apariencias, seguía fiel a lo que siempre había sido, y que lo que había hecho, lo que sólo había hecho, era orientar su perspectiva para seguir siendo coherente con objeto de afrontar, con nuevas fuerzas, el nuevo periodo vital, el de la vejez, que se le venía encima.
“La edad discreta” es una sugestiva y recomendable novela corta, que a pesar de estar bien escrita, resulta mucho más interesante por lo que en ella se dice, que por la forma en que es presentada, pues sorprende la economía de medios que la autora utilizó para su elaboración.
Después de todo lo anterior, sólo me queda decir, que resulta gratificante, al menos de vez en cuando, encontrarme con un texto de tales características, que tiene la virtud de contrarrestar la banalidad imperante que hipoteca a la novela actual.

Martes, 3 de noviembre de 2.009

martes, 1 de diciembre de 2009

El chino


LECTURAS
(elo.171)

EL CHINO
Henning Mankell
Tusquets, 2.007

A pesar de las valoraciones favorables o de las ventas millonarias que una determinada novela pueda alcanzar, es el tiempo el único juez, que de forma implacable podrá conseguir que una obra literaria ocupe el lugar que le debe corresponder. La crítica casi siempre se caracteriza por sus errores, en muchas ocasiones de bulto, mientras que el éxito, esa cosa tan extraña y tan poco previsible, en ningún caso garantiza la calidad de un texto. Pero no todo puede ser literatura de calidad, pues no creo que exista “alma humana” que pudiera resistirlo, sobre todo por el hecho de que vivir permanentemente en determinadas altitudes, puede resultar incluso dañino para la salud. La buena literatura es un bien escaso, que en muchas ocasiones se presenta como si de un premio, como si de un premio a la constancia se tratara, que para colmo, casi siempre llega cuando menos se espera. Hay que leer mucho, y digo mucho, para poder tropezar con esas joyas que sólo de vez en cuando se presentan en nuestro camino, y precisamente ese hecho es lo que las hacen más valiosas. Por ello nunca hay que desesperar, y resulta fundamental intentar buscar en lo que se va encontrando, no sólo lo positivo, sino también los motivos por lo que la calidad de lo que se encuentra en nuestras manos, ni de lejos, se asemeja a lo que esperábamos hallar. Hay que leer y leer, pero sobre todo analizar todo lo que se va leyendo, con objeto de disfrutar más y mejor de esa travesía que es la lectura, pero para ello hay que partir de la base, de que todo, incluso lo peor, posee su lado positivo, aunque sólo sea por el hecho de poder identificar, con un mínimo margen de error, lo que en realidad vale la pena y lo que es mejor dejar a un lado sin hacer demasiado ruido.
Bien, en ese caminar sin objetivo fijo que es la lectura, me he topado en esta ocasión con una novela de Mankell, “El Chino”, que me ha defraudado más de lo que en el peor de los casos podía imaginar. Cuando me decidí a leerla, estaba convencido que me iba a encontrar con una novela policiaca, narrada por un especialista del tema, que al menos iba a conseguir entretenerme durante unos días, pero no, pues por desgracia, creo que en esta ocasión el novelista sueco se ha pasado de rosca. La novela negra, la buena novela policiaca nunca puede ser gratuita, ya que siempre, debe apuntar hacia algo más que se encuentra más allá del caso que trata de desarrollar, pero teniendo el cuidado suficiente, de no olvidar que lo importante siempre es el caso en sí, y no todo lo que trasciende de él. Pero en “El chino”, Mankell, de forma incomprensible, ha mostrado demasiado interés en lo que deseaba que trascendiera, en el mensaje que le interesaba dejar en el lector, descuidando el desarrollo de la trama, que aparece poco creíble. En toda novela la credibilidad es esencial, y cuando esta cojea, por muy bien que todo lo demás funcione, la obra en su totalidad se viene abajo, que es lo que le ha ocurrido a “El chino”, independientemente, por el prestigio del autor, a que haya sido un importante éxito de ventas.
Indudablemente lo que le interesa a Mankell, como a todos los que conocemos aunque sea de pasada lo que acaece en aquel lejano y misterioso país, es lo que ocurre, pero sobre todo lo que puede llegar a ocurrir en la República Popular China, un país en el que convergen demasiadas fuerzas contrapuestas, como para que el actual equilibrio se pueda mantener durante muchos años más. Pero parece que al sueco, lo que realmente le preocupa, es la nueva, por innovadora, relación estratégica que mantiene China con respecto a África, que es el continente por que siente debilidad Mankell. Parece ser, que una de las salidas que los teóricos chinos encuentran para desactivar la situación explosiva que se va a encontrar su país en los próximos años, debido sobre todo al volumen de su población y a los criminales desequilibrios existentes en dicha sociedad, se hallan en buena medida en África. Sí, pero no sólo para proveerse de las materias primas que tanto necesita para proseguir con su sorprendente y descomunal desarrollo económico, que también, sino sobre todo, para encontrar un asentamiento en “el continente olvidado” para sus excedentes de población. Todo esto se sabe, pero Mankell con esta novela, parece que ha querido que tal información llegue al gran público, a sus lectores, convirtiendo su novela en algo más que en una novela, lo que hubiera podido ser posible si lo hubiera hecho de una forma más implícita, y fortaleciendo el argumento, con la intención de hacer posible que todos los bloques que la integran encajen de la forma adecuada.
La novela se encuentra descompensada, habiendo partes de la misma que se leen a un ritmo trepidante, lo que significa, que consiguen captar el interés del lector, pero en contrapartida existen otras, sobre todo la que se desarrolla en Norteamérica, que resultan de una aridez tal, que el lector puede llegar a plantearse, y creo que con motivos, abandonar la lectura de la novela. Posiblemente Mankell haya creído necesario aportar una base sólida que justifique la novela, pero estoy convencido que ha ido demasiado lejos, pues tal parte de la novela resulta a todas luces prescindible.
En fin, y siempre en mi opinión, pues conozco quien ha disfrutado de la lectura, estimo que se trata de una novela fallida que no merece el tiempo que necesita su lectura, al ser una de esas obras por las que hay que pasar, para valorar esas otras novelas que sin duda llegarán, que nos obligarán a brindar de nuevo por la novela.
Miércoles, 28 de octubre de 2009