domingo, 10 de mayo de 2009

Viaje al fin de la noche


LECTURAS
(elo.153)

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE
Louis-Ferdinand Céline
Quinteto, 1.952

Desde hace bastante tiempo, deseaba volver a leer esta novela que en su día, siendo aún un adolescente, me llamó poderosamente la atención. Recordaba que se trataba de un texto duro, que mostraba una forma de entender la existencia no acorde con los parámetros establecidos, hecho que le aportaba al autor un marchamo diferente, sobre todo, porque no se acomodaba a los parámetros imperantes. Ahora, sin embargo, cuando acabo de terminar su lectura, estimo que “Viaje al fin de la noche”, a pesar de todo lo que la he elogiado, es una novela que ha envejecido mal, posiblemente porque su estilo, al igual que el enfoque sobre el que se articula, se encuentra demasiado apegado a su tiempo (la moda siempre mata), lo que la aleja del lector actual.
La semana pasada, leyendo la crítica literaria que alguien realizaba sobre la última novela de un conocido autor, que posiblemente se convierta, como todo el mundo pronostica, en el éxito editorial de año, me sorprendió que en dos ocasiones se dijera, que dicha novela, era el ejemplo de la nueva novela que triunfará en el siglo veintiuno. Como aún no la he leído, aunque me temo que lo haré pronto, no puedo decir cómo será la tipología de dicha novela, pero creo, que la novela del siglo veinte, no la mayoritaria sino la de vanguardia, era la novela del yo, en donde alguien, casi siempre el propio autor ejerciendo de protagonista, narraba sus avatares, sus enfrentamientos contra una realidad casi siempre hostil, utilizando para ello como única herramienta su singular personalidad. Me viene a la cabeza, como ejemplos de ese tipo de literatura, entre otros, a autores como Miller o Bukowski, pero también a Céline, todos grandes narradores de muy pocas obras, pues la literatura del yo tiene escaso recorrido, ya que suele pecar de reiterativa, al caer casi siempre en las aventuras que le van sucediendo a sus protagonistas, y en la forma en que estos, con resignación, consiguen solventarlas. Es, por tanto, una literatura que una vez que los fuegos artificiales se han diluido, suele aburrir, pues a la novela normalmente uno se acerca para que le cuenten una historia, con todo lo que ello significa, y no para conocer los diferentes acontecimientos, por muy interesantes o divertidos que sean, que a un determinado protagonista le ocurren. Lo anterior se puede soportar en una ocasión, o en dos, pero cuando toda la obra de un autor se articula bajo las mismas premisas, deja de interesar al que lee. El siglo anterior, al menos una parte importante del mismo, a pesar de la importancia que en él tuvieron las ideologías de signo colectivista, también, y creo que sobre todo, fue el siglo de la emancipación del individuo, el siglo del yo, lo que como corresponde dio lugar a su propia literatura. Pero esa literatura, a pesar de todo lo que ha dado que hablar, a pesar de la sangre nueva que indudablemente aportó, creo que dejará, en contra de lo que en un principio pudo pensarse, pocas obras a la historia de la literatura, aunque muchas fundamentales para comprender la literatura que se realiza en nuestros días.
Ha llegado el momento, a pesar de poder correr el riesgo de no quedar bien de cara a la galería, de ejercitar una tarea que estimo necesaria, aunque sólo sea por higiene, la de desmantelar mitos literarios que no soportan una relectura. Este es el caso de “Viaje al fin de la noche” novela que desgraciadamente ha envejecido más de la cuenta, y eso a pesar del gran prestigio que en determinados círculos sigue manteniendo. Hoy en día, aunque estoy convencido que eso nunca se ha podido soportar, leer una novela de seiscientas páginas en la que no ocurra absolutamente nada, es algo que resulta infumable, algo al alcance sólo de lectores dotados de un voluntarismo excesivo que queda lejos del placer de la lectura. Para colmo, la otra vertiente de la obra, la del estilo empleado, resulta demasiado empalagoso, ya que el autor, siempre en mi opinión, utiliza una poética que no se adapta bien a la temática de la obra.
“Viaje al fin de la noche”, trata del recorrido vital del protagonista de la obra, que sin ideales y sin proyectos de vida, trata de soportar, como puede, la existencia a la que tiene que enfrentarse. No puedo decir, porque no lo creo, que todo radique, como se dice, en el posible nihilismo del protagonista, sino que lo que se plantea, es la imposibilidad de vivir sin ideales, sin objetivos concretos hacia los que caminar, algo que va en contra de la propia naturaleza humana. De forma curiosa, la ideología hasta hace poco dominante, propugnaba una forma de vida de ese tipo, en la que el individuo sólo tenía que preocuparse de vivir por vivir, entre otras cuestiones, porque afirmaba que el fin de la historia era ya una realidad, al haberse alcanzado el mejor de los mundos posibles. El posmodernismo, uno de sus hijos naturales, no es más que eso, una propuesta cultural que predica el todo vale, en un mundo en donde lo importante, lo único importante, era que todo lo que se produjera, independientemente a sus valores, se pudiera consumir, o mejor dicho, vender. Ferdinand Bardamu, el protagonista, en el fondo era un postmoderno prematuro, que afrontaba la existencia con la esperanza de poder sentarse en el primer lugar que encontrara libre, en lugar de buscar el asiento más adecuado a sus peculiares circunstancias. En fin, es una novela éticamente detestable, no ya por las afirmaciones que en ella uno puede encontrar, que en absoluto son tan incendiarias como se pintan, sino por la actitud del mismo ante la existencia.

Viernes, 17 de abril de 2.009

No hay comentarios: