
LECTURAS
(elo.152)
EL ASOMBROSO VIAJE DE POMPONIO FLATO
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.008
Después de haber leído “Mauricio o las elecciones primarias”, poco esperaba de esta novela de Eduardo Mendoza, pero no imaginaba, y lo digo en serio, que el escritor barcelonés cayera tan bajo, pues “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, es con diferencia, una de las novelas más flojas que he leído en mi vida. Resulta asombroso, que alguien que pudo escribir “La verdad sobre el caso Savolta”, que es lectura obligatoria en los institutos de educación secundaria, o “La ciudad de los prodigios”, se presente ante el público, con una novela como la que acabo de leer, que perfectamente podría entenderse como una tomadura de pelo, o como una broma de mal gusto realizada por alguien, un poco de vuelta de todo, que se toma a la novela como un género que ya no le interesa, salvo para hacer caja con ella. Independientemente del número de ejemplares de cada una de las reediciones, con sorpresa observo que la novela fue publicada en marzo de 2.008, y que en mayo de ese mismo año, dos meses después, salió al mercado la octava reedición, algo a todas luces incomprensible si se tiene en cuenta la calidad de la obra. Lo anterior sólo se puede entender por el nombre, por el prestigio del autor, sobre todo cuando se tiene constancia de que obras de gran calidad sólo consiguen tiradas de dos mil o tres mil ejemplares, quedándose sin vender gran parte de los mismos. Mendoza consiguió un gran crédito con sus primeras obras, prueba de ello, es que la crítica y el público le aplaudió a rabiar, un crédito del que todavía disfruta. La marca “Eduardo Mendoza” aún vende, aunque el Mendoza actual, poco o nada tiene que ver con el de hace varias décadas. Este hecho, el de la marca literaria, es algo sobre lo que resultaría conveniente reflexionar, pues las políticas de las editoriales, en buena medida se basan en ellas para salvar sus cuentas de resultados, en el prestigio de determinados autores, que sólo por su firma, apoyadas si fuera necesario por críticas vergonzantes o meramente publicitarias, consiguen elevar de forma considerable el número de ejemplares vendidos de una determinada editorial. Las editoriales, sobre todo las más importantes, son ante todo empresas que buscan un beneficio económico, aunque en muchas ocasiones se cubran de un barniz cultural que casi siempre les viene grande, apostando lo justo, sólo lo justo, por autores jóvenes que aún no tienen nombre, pues son conscientes, que sólo en contadas ocasiones, y de forma milagrosa, podrán recuperar lo invertido en ellos. Para colmo, el público, los lectores, también parecen apostar por valores sólidos, por aquellos autores de prestigio, de los que en alguna ocasión leyeron algo que les gustó, y que son los que ocupan los lugares privilegiados de todas las librerías. Nadie suele comprar para regalar una obra de un autor desconocido, pues la marca aporta prestigio (tanto al que regala como al que recibe), prefiriéndose en todo momento apostar por una “Almudena Grandes” o por un “Eduardo Mendoza”, por ejemplo, que por una de esas obras de editoriales marginales firmadas por alguien que nadie conoce. Esto lo saben las editoriales, motivo por lo cual, presionan a los autores que tienen en nómina, para que cada dos años, sea cual sea la calidad que lleguen a conseguir, presenten una obra suya al mercado. Hasta aquí todo lógico y normal, incluso demasiado normal, pues las leyes del mercado y de una sociedad basada en el consumo, impone una serie de normas difíciles de esquivar, consiguiendo que incluso la cultura, esa cosa tan extraña de la que todos nos sentimos tan orgulloso, se haya convertido con el tiempo en un producto de consumo más. El problema son los autores, que aunque también tengan que comer como todos los mortales, y necesiten mantener un nivel de vida digno, en excesivas ocasiones, caen en la trampa que se les prepara sin prestar demasiada resistencia, vendiendo su arte por un puñado de monedas, hasta el punto, y esto es lo lamentable, que rebajan su nivel de exigencia hasta unos extremos vergonzantes. Pero lo anterior, que es lo habitual, creo que no es el caso de Eduardo Mendoza, a pesar de que todo apunta hacia ello. El barcelonés lo dejó todo claro hace tiempo, y a pesar de que muchos lo interpretamos mal, atacándole incluso por seguir escribiendo novelas, hoy comprendo que ha sido coherente, mucho más, que aquellos que siguen escribiendo y escribiendo, intentando encontrar un significado y una justificación a sus obras, que vaya mucho más allá del hecho de estar concebidas y realizadas sólo para vender miles y miles de ejemplares, pues Mendoza comprendió que la novela como género artístico había muerto, y que la había matado lo que él denominaba “la novela de sofá”. A partir de tal convencimiento, en lugar de dejar de escribir novelas, y de refugiarse en el teatro como era su intención, se dedica a jugar con la novela, a utilizar la novela en beneficio propio, articulando historias que sólo aspiran a buscar el entretenimiento banal de los lectores, es decir a crear novelas de sofá, creo que con la única intención de reanimar y darle vida a su cuenta corriente. Mendoza lo tiene claro, y creo que poco más hay que decir, salvo que, algunos lectores, por dignidad, tenemos que eliminarlo de la lista de autores de los que siempre tenemos que estar pendientes.
En esta ocasión, presenta una novela ambientada en Palestina, en la época en que Jesucristo aún era un niño, creando un personaje, Pomponio Flato, que ejerciendo de investigador privado, consigue salvar de ser crucificado a José, que había sido acusado de cometer un asesinato. Historia desde todos los puntos insostenible e infumable, que ni tan siquiera consigue, como imagino era su intención, arrancarle una sonrisa al lector.
Mendoza riza el rizo en exceso, dando a luz una obra sin sentido y sin justificación, que debe ser evitada en todo momento, por los que aún guardan un buen recuerdo de sus primeras novelas. Lo lamentable del caso, es que con seguridad, dicha obra, ha conseguido cumplir los objetivos de ventas que de ella se esperaba, y que su autor, no habrá dejado de reírse de todos aquellos que la han comprado y perdido varias horas de lectura con ella.
Viernes 20 de marzo de 2.009
(elo.152)
EL ASOMBROSO VIAJE DE POMPONIO FLATO
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.008
Después de haber leído “Mauricio o las elecciones primarias”, poco esperaba de esta novela de Eduardo Mendoza, pero no imaginaba, y lo digo en serio, que el escritor barcelonés cayera tan bajo, pues “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, es con diferencia, una de las novelas más flojas que he leído en mi vida. Resulta asombroso, que alguien que pudo escribir “La verdad sobre el caso Savolta”, que es lectura obligatoria en los institutos de educación secundaria, o “La ciudad de los prodigios”, se presente ante el público, con una novela como la que acabo de leer, que perfectamente podría entenderse como una tomadura de pelo, o como una broma de mal gusto realizada por alguien, un poco de vuelta de todo, que se toma a la novela como un género que ya no le interesa, salvo para hacer caja con ella. Independientemente del número de ejemplares de cada una de las reediciones, con sorpresa observo que la novela fue publicada en marzo de 2.008, y que en mayo de ese mismo año, dos meses después, salió al mercado la octava reedición, algo a todas luces incomprensible si se tiene en cuenta la calidad de la obra. Lo anterior sólo se puede entender por el nombre, por el prestigio del autor, sobre todo cuando se tiene constancia de que obras de gran calidad sólo consiguen tiradas de dos mil o tres mil ejemplares, quedándose sin vender gran parte de los mismos. Mendoza consiguió un gran crédito con sus primeras obras, prueba de ello, es que la crítica y el público le aplaudió a rabiar, un crédito del que todavía disfruta. La marca “Eduardo Mendoza” aún vende, aunque el Mendoza actual, poco o nada tiene que ver con el de hace varias décadas. Este hecho, el de la marca literaria, es algo sobre lo que resultaría conveniente reflexionar, pues las políticas de las editoriales, en buena medida se basan en ellas para salvar sus cuentas de resultados, en el prestigio de determinados autores, que sólo por su firma, apoyadas si fuera necesario por críticas vergonzantes o meramente publicitarias, consiguen elevar de forma considerable el número de ejemplares vendidos de una determinada editorial. Las editoriales, sobre todo las más importantes, son ante todo empresas que buscan un beneficio económico, aunque en muchas ocasiones se cubran de un barniz cultural que casi siempre les viene grande, apostando lo justo, sólo lo justo, por autores jóvenes que aún no tienen nombre, pues son conscientes, que sólo en contadas ocasiones, y de forma milagrosa, podrán recuperar lo invertido en ellos. Para colmo, el público, los lectores, también parecen apostar por valores sólidos, por aquellos autores de prestigio, de los que en alguna ocasión leyeron algo que les gustó, y que son los que ocupan los lugares privilegiados de todas las librerías. Nadie suele comprar para regalar una obra de un autor desconocido, pues la marca aporta prestigio (tanto al que regala como al que recibe), prefiriéndose en todo momento apostar por una “Almudena Grandes” o por un “Eduardo Mendoza”, por ejemplo, que por una de esas obras de editoriales marginales firmadas por alguien que nadie conoce. Esto lo saben las editoriales, motivo por lo cual, presionan a los autores que tienen en nómina, para que cada dos años, sea cual sea la calidad que lleguen a conseguir, presenten una obra suya al mercado. Hasta aquí todo lógico y normal, incluso demasiado normal, pues las leyes del mercado y de una sociedad basada en el consumo, impone una serie de normas difíciles de esquivar, consiguiendo que incluso la cultura, esa cosa tan extraña de la que todos nos sentimos tan orgulloso, se haya convertido con el tiempo en un producto de consumo más. El problema son los autores, que aunque también tengan que comer como todos los mortales, y necesiten mantener un nivel de vida digno, en excesivas ocasiones, caen en la trampa que se les prepara sin prestar demasiada resistencia, vendiendo su arte por un puñado de monedas, hasta el punto, y esto es lo lamentable, que rebajan su nivel de exigencia hasta unos extremos vergonzantes. Pero lo anterior, que es lo habitual, creo que no es el caso de Eduardo Mendoza, a pesar de que todo apunta hacia ello. El barcelonés lo dejó todo claro hace tiempo, y a pesar de que muchos lo interpretamos mal, atacándole incluso por seguir escribiendo novelas, hoy comprendo que ha sido coherente, mucho más, que aquellos que siguen escribiendo y escribiendo, intentando encontrar un significado y una justificación a sus obras, que vaya mucho más allá del hecho de estar concebidas y realizadas sólo para vender miles y miles de ejemplares, pues Mendoza comprendió que la novela como género artístico había muerto, y que la había matado lo que él denominaba “la novela de sofá”. A partir de tal convencimiento, en lugar de dejar de escribir novelas, y de refugiarse en el teatro como era su intención, se dedica a jugar con la novela, a utilizar la novela en beneficio propio, articulando historias que sólo aspiran a buscar el entretenimiento banal de los lectores, es decir a crear novelas de sofá, creo que con la única intención de reanimar y darle vida a su cuenta corriente. Mendoza lo tiene claro, y creo que poco más hay que decir, salvo que, algunos lectores, por dignidad, tenemos que eliminarlo de la lista de autores de los que siempre tenemos que estar pendientes.
En esta ocasión, presenta una novela ambientada en Palestina, en la época en que Jesucristo aún era un niño, creando un personaje, Pomponio Flato, que ejerciendo de investigador privado, consigue salvar de ser crucificado a José, que había sido acusado de cometer un asesinato. Historia desde todos los puntos insostenible e infumable, que ni tan siquiera consigue, como imagino era su intención, arrancarle una sonrisa al lector.
Mendoza riza el rizo en exceso, dando a luz una obra sin sentido y sin justificación, que debe ser evitada en todo momento, por los que aún guardan un buen recuerdo de sus primeras novelas. Lo lamentable del caso, es que con seguridad, dicha obra, ha conseguido cumplir los objetivos de ventas que de ella se esperaba, y que su autor, no habrá dejado de reírse de todos aquellos que la han comprado y perdido varias horas de lectura con ella.
Viernes 20 de marzo de 2.009
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