
LECTURAS
(elo.151)
MISA NEGRA
John Gray
Paodós, 2.008
Recuerdo, que hace años, aunque muchos amigos recriminaron mi actitud, presté mi apoyo testimonial a la intervención de la Comunidad Internacional en la antigua Yugoslavia. Creía, y aún creo, que resultaba obsceno permanecer con los brazos cruzados, mientras que se realizaba un genocidio de la magnitud del que se estaba llevando a cabo en la periferia de la civilizada Europa. Por entonces se hablaba, y mucho de la globalización, y como no creía sólo en la globalización económica, sino también en la necesidad de extender los Derechos Humanos hasta allí donde éstos estuvieran siendo pisoteados, veía necesario, que se implementaran acciones, incluso bélicas si resultaba necesario, en aquellos lugares, en donde su ausencia estuviera costando miles y miles de vidas humanas. Aún creo que valió la pena aquella intervención, pues gracias a ella pudo demostrarse, que ninguna atrocidad, en una sociedad sin fronteras, al menos informativa, podría quedar impune, y que resultaba posible la creación de una fuerza internacional, a ser posible bajo la tutela de Naciones Unidas, que velara por todos aquellos que padecieran injusticias, se encontraran donde se encontrasen. Estos nuevos instrumentos, desde mi punto de vista, podrían evitar, que cualquier dirigente político sin escrúpulos, sintiera la tentación de imponer sus postulados aplastando a los que no pensaran como él, lo que supondría salvaguardar los intereses de las minorías a lo largo y ancho del mundo. Lo anterior no consiste en una actitud misionera, no, sino de un intento, que podría suponer un paso adelante de indudables repercusiones de cara al futuro, que ante todo significaría una señal de aviso, que con grandes letras dijera, que no todo se encuentra permitido. Pero desde entonces ha llovido mucho, tal vez demasiado, y hoy aquel proyecto, el de articular una fuerza internacional que velara por los Derechos Humanos, podría parecer utópico por no decir descabellado. ¿Qué es lo que ha cambiado? Sobre todo la actitud de Estados Unidos, que a partir de los atentados del Once de septiembre, modificó de forma radical su forma de entender las relaciones internacionales, pasando de una actitud multilateral a otra marcadamente unilateral, que prioriza en todo momento sus intereses a los de la propia Comunidad Internacional. La invasión de Irak significó un punto de inflexión, que dejó claro, que en estos momentos no se puede contar con la gran superpotencia mundial para la creación de dicha fuerza policial, pero también, que sin los Estados Unidos es imposible, ni tan siquiera planificar una estructura política y militar de tales características. Este proyecto, que puede ser tildado por algunos de utópicos y por muchos de neoimperialista, no es tan descabellado como en un principio se pudiera pensar, ya que el ejercicio de la fuerza sólo tendría que llevarse a cabo en casos extremos, como ocurrió en la ya desaparecida Yugoslavia, pues lo habitual serían sanciones económicas y embargos contra aquellos gobiernos que inflijan el respeto de los Derechos Humanos, que deben convertirse en la norma esencial de convivencia del mundo globalizado que nos espera y que tanto se publicita.
Resulta bochornoso, o al menos debería resultarlo, que a las alturas históricas en las que se encuentra la humanidad, aún existan, con la tolerancia de la Comunidad Internacional, regímenes que atentan contra su propia ciudadanía, o contra una parte de la misma, regímenes ilegítimos que siguen proclamando, que nadie debe interferir en sus asuntos internos, alegando eso tan desfasado como su soberanía nacional.
Desgraciadamente, esa aspiración que parecía posible hace sólo unos años, la de amparar los derechos de la ciudadanía a escala global, gracias a mecanismos internacionales de control, se ha diluido de forma definitiva, pues independientemente al irresponsable cambio de actitud del gobierno norteamericano, que según lo visto, se encuentra dispuesto a imponer sus intereses allí donde crea que estos se encuentran en peligro, han aparecido, o resurgido nuevas potencias, léase China, Rusia o India, que parecen que han optado definitivamente por un modelo político diferenciado, diferenciado del que parecía que iba a imponerse como modelo global, la democracia liberal. Sí, todo indica que toman fuerza los Estados autoritarios, que velan con mano de hierro por el orden dentro de sus territorios, con la intención, de que la anarquía no interfiera o perturbe el salvaje sistema capitalista allí imperante, o dicho de otra forma, son estados que bajo un control férreo, intentan que las duras condiciones que provoca el sistema capitalista, un capitalismo sin control, no lleguen a convertirse en un peligro para el propio sistema. Estos regímenes, que tantos elogios acumulan, incluso desde el propio Occidente, representan en la actualidad, un grave peligro para el mantenimiento de la libertad y de la pluralidad, de suerte que, en las actuales circunstancias, difícilmente podría encontrarse un país, y mucho menos un conjunto de países, que con energía levante la mano contra algún atropello que pudiera realizarse contra los Derechos Humanos, por ejemplo en China o en Rusia. Lo que parece seguro, es que en menos de una década todo ha cambiado a peor.
John Gray, desde hace tiempo viene proponiendo un nuevo status quo internacional, basado sobre todo, en la premisa de que es imposible proponer, o imponer, un régimen unitario global, aunque éste se base en algo tan básico como los Derechos Humanos. Para Gray, cada país, cada civilización posee su propio ritmo vital, resultando inviable que desde Occidente, por ejemplo, se intente imponer un sistema democrático liberal a países que ni por tradición ni por cultura han podido disfrutarlo con anterioridad, proponiendo una especie de mundo asimétrico de diferentes velocidades, en donde no existan las injerencias, aunque sí el respeto, pues según él, esta es la única forma de mantener la paz en el mundo. El problema, es que en el supuesto caso de que fuera posible mantener la paz gracias a esta metodología, lo que seguro no se podría evitar, es que en determinadas regiones del planeta, y no necesariamente marginales, se produzcan abusos contra la ciudadanía, que sólo podrían justificarse por la anteriormente citada no injerencia internacional. El planteamiento de Gray, sería algo así como mirar hacia otro lado, cuando se sepa que algo grave está ocurriendo en algún lugar del mundo.
Hay que caminar necesariamente hacia un mundo, en que el respeto de las libertades y los derechos de la ciudadanía se encuentren afianzados, entre otras razones, porque esa es la única forma de asegurar un mundo minimamente armónico tanto en lo político como en lo económico. Lo demás, es aspirar a una sociedad global anclada en la desigualdad, lo que sólo acarreará conflictos sin fin.
Martes, 17 de marzo de 2009
(elo.151)
MISA NEGRA
John Gray
Paodós, 2.008
Recuerdo, que hace años, aunque muchos amigos recriminaron mi actitud, presté mi apoyo testimonial a la intervención de la Comunidad Internacional en la antigua Yugoslavia. Creía, y aún creo, que resultaba obsceno permanecer con los brazos cruzados, mientras que se realizaba un genocidio de la magnitud del que se estaba llevando a cabo en la periferia de la civilizada Europa. Por entonces se hablaba, y mucho de la globalización, y como no creía sólo en la globalización económica, sino también en la necesidad de extender los Derechos Humanos hasta allí donde éstos estuvieran siendo pisoteados, veía necesario, que se implementaran acciones, incluso bélicas si resultaba necesario, en aquellos lugares, en donde su ausencia estuviera costando miles y miles de vidas humanas. Aún creo que valió la pena aquella intervención, pues gracias a ella pudo demostrarse, que ninguna atrocidad, en una sociedad sin fronteras, al menos informativa, podría quedar impune, y que resultaba posible la creación de una fuerza internacional, a ser posible bajo la tutela de Naciones Unidas, que velara por todos aquellos que padecieran injusticias, se encontraran donde se encontrasen. Estos nuevos instrumentos, desde mi punto de vista, podrían evitar, que cualquier dirigente político sin escrúpulos, sintiera la tentación de imponer sus postulados aplastando a los que no pensaran como él, lo que supondría salvaguardar los intereses de las minorías a lo largo y ancho del mundo. Lo anterior no consiste en una actitud misionera, no, sino de un intento, que podría suponer un paso adelante de indudables repercusiones de cara al futuro, que ante todo significaría una señal de aviso, que con grandes letras dijera, que no todo se encuentra permitido. Pero desde entonces ha llovido mucho, tal vez demasiado, y hoy aquel proyecto, el de articular una fuerza internacional que velara por los Derechos Humanos, podría parecer utópico por no decir descabellado. ¿Qué es lo que ha cambiado? Sobre todo la actitud de Estados Unidos, que a partir de los atentados del Once de septiembre, modificó de forma radical su forma de entender las relaciones internacionales, pasando de una actitud multilateral a otra marcadamente unilateral, que prioriza en todo momento sus intereses a los de la propia Comunidad Internacional. La invasión de Irak significó un punto de inflexión, que dejó claro, que en estos momentos no se puede contar con la gran superpotencia mundial para la creación de dicha fuerza policial, pero también, que sin los Estados Unidos es imposible, ni tan siquiera planificar una estructura política y militar de tales características. Este proyecto, que puede ser tildado por algunos de utópicos y por muchos de neoimperialista, no es tan descabellado como en un principio se pudiera pensar, ya que el ejercicio de la fuerza sólo tendría que llevarse a cabo en casos extremos, como ocurrió en la ya desaparecida Yugoslavia, pues lo habitual serían sanciones económicas y embargos contra aquellos gobiernos que inflijan el respeto de los Derechos Humanos, que deben convertirse en la norma esencial de convivencia del mundo globalizado que nos espera y que tanto se publicita.
Resulta bochornoso, o al menos debería resultarlo, que a las alturas históricas en las que se encuentra la humanidad, aún existan, con la tolerancia de la Comunidad Internacional, regímenes que atentan contra su propia ciudadanía, o contra una parte de la misma, regímenes ilegítimos que siguen proclamando, que nadie debe interferir en sus asuntos internos, alegando eso tan desfasado como su soberanía nacional.
Desgraciadamente, esa aspiración que parecía posible hace sólo unos años, la de amparar los derechos de la ciudadanía a escala global, gracias a mecanismos internacionales de control, se ha diluido de forma definitiva, pues independientemente al irresponsable cambio de actitud del gobierno norteamericano, que según lo visto, se encuentra dispuesto a imponer sus intereses allí donde crea que estos se encuentran en peligro, han aparecido, o resurgido nuevas potencias, léase China, Rusia o India, que parecen que han optado definitivamente por un modelo político diferenciado, diferenciado del que parecía que iba a imponerse como modelo global, la democracia liberal. Sí, todo indica que toman fuerza los Estados autoritarios, que velan con mano de hierro por el orden dentro de sus territorios, con la intención, de que la anarquía no interfiera o perturbe el salvaje sistema capitalista allí imperante, o dicho de otra forma, son estados que bajo un control férreo, intentan que las duras condiciones que provoca el sistema capitalista, un capitalismo sin control, no lleguen a convertirse en un peligro para el propio sistema. Estos regímenes, que tantos elogios acumulan, incluso desde el propio Occidente, representan en la actualidad, un grave peligro para el mantenimiento de la libertad y de la pluralidad, de suerte que, en las actuales circunstancias, difícilmente podría encontrarse un país, y mucho menos un conjunto de países, que con energía levante la mano contra algún atropello que pudiera realizarse contra los Derechos Humanos, por ejemplo en China o en Rusia. Lo que parece seguro, es que en menos de una década todo ha cambiado a peor.
John Gray, desde hace tiempo viene proponiendo un nuevo status quo internacional, basado sobre todo, en la premisa de que es imposible proponer, o imponer, un régimen unitario global, aunque éste se base en algo tan básico como los Derechos Humanos. Para Gray, cada país, cada civilización posee su propio ritmo vital, resultando inviable que desde Occidente, por ejemplo, se intente imponer un sistema democrático liberal a países que ni por tradición ni por cultura han podido disfrutarlo con anterioridad, proponiendo una especie de mundo asimétrico de diferentes velocidades, en donde no existan las injerencias, aunque sí el respeto, pues según él, esta es la única forma de mantener la paz en el mundo. El problema, es que en el supuesto caso de que fuera posible mantener la paz gracias a esta metodología, lo que seguro no se podría evitar, es que en determinadas regiones del planeta, y no necesariamente marginales, se produzcan abusos contra la ciudadanía, que sólo podrían justificarse por la anteriormente citada no injerencia internacional. El planteamiento de Gray, sería algo así como mirar hacia otro lado, cuando se sepa que algo grave está ocurriendo en algún lugar del mundo.
Hay que caminar necesariamente hacia un mundo, en que el respeto de las libertades y los derechos de la ciudadanía se encuentren afianzados, entre otras razones, porque esa es la única forma de asegurar un mundo minimamente armónico tanto en lo político como en lo económico. Lo demás, es aspirar a una sociedad global anclada en la desigualdad, lo que sólo acarreará conflictos sin fin.
Martes, 17 de marzo de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario