miércoles, 24 de diciembre de 2008

Nunca me abandones


LECTURAS

(elo.143)

 

NUNCA ME ABANDONES

Kazuo Ishiguro

Anagrama, 2.005

 

Después de terminar “Cuando fuimos huérfanos”, se me quitaron las ganas de seguir leyendo a Ishiguro, pero como no escarmiento nunca, cuando cayó en mis manos “Nunca me abandones”, decidí, con el voluntarismo que sólo en estos temas me acompaña, darle  una nueva oportunidad al autor de origen japonés, aunque para ser sincero, tengo que reconocer que sin muchas esperanzas. Cada día soporto menos a los autores  que dilapidan su capacidad literaria en obras menores, a aquellos que en lugar de apuntar hacia lo dificultoso, hacia los desfiladeros de lo que aún no existe, prefieren apostar por los territorios ya conocidos, por historias que no pueden, al estar demasiado trilladas, aportar nada a sus posibles lectores, lo que se traduce, en que sus obras, en casi todas las ocasiones, no suponen más que una perdida de  tiempo para los que deciden enfrentarse a ellas. La cuestión, no obstante, radica en la magnífica consideración que en los tiempos actuales, posee eso que llaman “perder el tiempo”, pues el ocio, para muchos, en lugar de entenderse como un espacio básico, esencial para el enriquecimiento personal, con todo lo que ello significa, sólo es visto como un paréntesis vacío, que en todo momento es conveniente llenar con productos diversos. De ahí la importancia que en la actualidad posee la denominada industria del ocio, que es la que se desarrolla a partir de esa necesidad, tan humana sin embargo, de evitar estar sólo y tener que enfrentarse a eso tan terrible como es el aburrimiento. A nadie le gusta tener que lidiar con ese toro, por ello, todos, nos guste o no, acudimos a productos que tengan la capacidad de sortear ese aburrimiento, aunque muchos prefieren por comodidad, elegir determinados caminos, y algunos, pocos, otros más trabajosos y ariscados. Sí, la mayoría, como es lógico, prefiere lo banal, instrumentos comunes que sólo proporcionen entretenimiento, entretenimiento pasivo, ese  que sólo sirve pare recargar las baterías, para afrontar con nuevas fuerzas, una nueva y agotadora jornada laboral, y eso lo sabe la industria y el propio sistema, que en todo momento prefiere el adocenamiento mayoritario, con toda seguridad porque ese estado  le facilita el trabajo que deben realizar. Ante tal situación, determinados autores, después de escuchar los cantos de sirena de la industria del entretenimiento, que cada día es más poderosa, no dudan en optar por los magníficos dividendos que ésta les puede proporcionar, dejando a un lado, para otro momento, todo lo que en un principio creyeron que podrían aportar. Pues bien, estaba convencido que Ishiguro, como muchos otros, había decidido ya  el camino que tenía que seguir, pero cual ha sido mi sorpresa, al encontrarme con una novela suya, creo que la  última editada en España, que no tiene nada que ver, nada, con todo lo anterior que había  leído de él. “Nunca me abandones” es una gran novela, que ha tenido la virtud de mostrarme a un singular novelista, a un Kazuo Ishiguro que no conocía, y al que tendré que seguir con detenimiento, a pesar, de que ya lo tenía casi defenestrado.

                        Comencé la novela con cautela, sorprendiéndome el tema de la misma, lo que estuvo a punto de obligarme a abandonar la lectura, pero poco a poco, la calidad narrativa ante la que me encontraba, me forzaba a seguir y a seguir leyendo, pues tengo que reconocer, que hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una novela. Sí, porque en “Nunca  me abandones”, al menos en mi opinión, lo importante no es la historia en sí, que apenas me ha interesado, sino la forma en que es mostrada dicha historia, su estilo comedido, controlado, muy trabajado, pero en ningún momento trabajoso, gracias  al cual se  puede disfrutar con la lectura sin prisas, sin la premura que imponen los acontecimientos arguméntales. La historia en esta novela, por tanto, es  algo secundario, que apenas tiene importancia, pues lo que queda en la memoria del autor una vez finalizada, es el placer que ha sentido leyendo, el disfrute con la lectura, que es precisamente, todo lo contrario de lo que en estos momentos tienen importancia en la literatura que triunfa. La novela que se busca, la que se compra y se lee, es la novela de argumento, de argumento fuerte, de suerte que éste, tenga la capacidad de eclipsar al estilo, entendiéndose generalmente, que la buena novela, es aquella en que el estilo pasa desapercibido, pues lo importante, no puede ser otra cosa que el argumento, que la historia que se cuenta y se desea transmitir. Pero en esta novela, Ishiguro ha demostrado, a la gran mayoría de lectores que aún no han caído en ello, que en literatura, lo importante es la palabra escrita, teniendo que ser ella necesariamente la protagonista, quedando la historia, porque así tiene que ser, en un importante segundo plano.

                        La narración está centrada en una comunidad de individuos clónicos, que había sido creada con la única intención de proporcionar los órganos sanos que la sociedad demandaba, no siendo otra cosa, que una especie de granero, de banco de órganos en perfecto estado, al que en caso de necesidad poder recurrir. El autor focaliza la historia a través de una de las integrantes de  tal comunidad, que ya siendo cuidadora de donantes, va recordando toda su historia personal, desde el primer centro en el que estuvo, que fue modélico,  hasta que asistió al deterioro y a la posterior muerte de muchos de los que fueron sus compañeros, después de haber tenido que realizar donaciones, a veces en cuatro o cinco ocasiones diferentes.

                        Pese a la temática, la novela no aspira a ser alegórica, ni tan siquiera se detiene en realizar planteamientos éticos o morales, lo que es de agradecer, pues sólo es  una historia en donde  pululan una serie de personajes, que pese a estar condenados a muerte, viven, padecen y aman como los restantes seres humanos, no observándose en ellos, en ningún momento, siendo esto posiblemente lo único que los singularizaba, ningún atisbo de rebelión contra el destino que tan cruelmente se les había impuesto.

                        En suma, una novela sorprendente que sin duda hay que leer, que descubre, a pesar de alguna de sus obras anteriores, a un autor de innegable calidad, del que hay que esperar logros mayores.

 

Martes, 2 de Diciembre de 2.008

domingo, 21 de diciembre de 2008

La historia que me escribe


LECTURAS

(elo.142)

 

LA HISTORIA QUE ME ESCRIBE

Fernando Trías de Bes

Alfaguara, 2.008

 

 

Sí, puede que tenga razón el autor de esta novela, cuando dice, o deja entrever, que la realidad y la ficción no son las  dos caras de una misma moneda, como de  forma habitual se entiende, sino las dos partes de la misma cara de esa moneda, o lo que es lo mismo, dos vertientes estrechamente relacionadas, que en muchas ocasiones, en más de las habituales, se solapan entre sí. El ser humano no tiene más  remedio que enfrentarse cotidianamente, le  guste o no le guste, a lo que se denomina realidad, es decir, a lo que hay, al mundo exterior y a la relación que mantiene con ese mundo. Dependiendo del desenlace de ese enfrentamiento, de las consecuencias del mismo, un determinado sujeto se sentirá satisfecho, o no, con la existencia que lleva a cabo, lo que le obligará, dependiendo del caso, a aceptar dicha realidad, o por el contrario, a intentar transformarla, que en principio sería lo sano, o en un tercer caso, más preocupante y patológico, a imaginarse realidades realmente inexistentes. Esas realidades inexistentes o imaginadas, tienen más  conexiones con la realidad misma, de lo que en principio, digamos, que se podría imaginar, pues casi siempre poseen los mismos componentes que los sueños, al menos según Freud (son la realización de deseos ocultos), al ser hijas ilegítimas de quien las imagina. Un sueño, una creación imaginaria, sólo se puede entender, comprendiendo los deseos ocultos de quien lo sueña o imagina, de suerte que, cada sueño o cada creación de ficción, se encuentra estrechamente relacionada con quien la lleva a cabo, lo que significa, que en ningún caso son algo aparte, diferenciado, de lo que somos. Por lo anterior, y aunque en principio cueste trabajo aceptarlo, se puede aprender más de la personalidad de alguien por sus sueños, siempre que se muestren sin censuras previas, que de sus actividades cotidianas, que en todo momento se encuentran sometidas a inhibiciones en muchos casos no controladas. Esto resulta aún mucho más evidente en todo lo concerniente a las creaciones artísticas de ficción, por ejemplo en la novela, lo que quiere decir, que una novela escrita por un determinado novelista, siempre dirá mucho más de él, aunque se asiente sobre su imaginación, sobre lo que no es real, que una obra de pensamiento que dicho autor en otro momento pudiera llevar a cabo. La imaginación es un nítido espejo, en donde se refleja sin claroscuros, lo que alguien en el fondo hubiera deseado ser, aquello que, si las circunstancias hubieran sido otras, el que imagina hubiera podido y querido ser. Es algo muy parecido al tema de las citas, ya que todos repetimos aquellas con las que nos sentimos identificados, “quien cita se cita” decía Cortazar, dejando a un lado, porque no nos interesa, todas aquellas, que pese a su belleza o a su inteligencia, no han llegado ni tan siquiera a interesarnos. En resumidas cuentas, todo producto de ficción, dice más de  quien lo crea, aunque se dedique a decir que todo es mentira, que cualquier exigente tratado de filosofía, o lo que es lo mismo, que madame “Bobary”, dice más de Flaubert, que “La crítica de la razón pura” de Kant.

                        Tengo que reconocer, que lo que más me ha interesado de la novela de Trías de Bes, que en principio es bastante mejorable, o por decirlo de otra forma, deficiente, son las dos imágenes que crea, la de las dos torres paralelas, y la  de la pequeña e inaccesible cala en donde se desarrolla la parte esencial de la novela. Las dos torres gemelas representan indudablemente a la realidad y a la imaginación, estando unidas por dos conductos, uno evidente, una especie de puente o pasarela, que se encuentra destruida,  y el otro oculto, por debajo de  tierra, al que sólo se podía acceder en determinadas épocas del año. ¿Así observa Trías de Bes las relaciones entre la realidad y la ficción? Posiblemente, pues según lo leído, para el novelista barcelonés, esas relaciones, cada día más complejas, se han convertido en casi clandestinas, ya que en un mundo como el actual, en donde sólo tiene sentido la realidad otorgada, la que se quiera o no siempre es impuesta, y en donde el grado de insatisfacción con ella ha alcanzado unos índices nunca antes alcanzados, toda posible alternativa que ante ella se materialice, aunque sea mediante la ficción, debe proscribirse de  forma inmediata. Como bien parece apuntar el autor, las relaciones entre realidad e imaginación, sólo pueden llevarse a cabo, en un mundo como el nuestro en contadas ocasiones y de la forma más soterrada posible. Al mismo tiempo, todo parece indicar, que la sola posibilidad de que exista un espacio en donde la imaginación y la realidad pudieran libremente existir, sin trabas, sin nadie que denuncie escandalizado tal antinatural maridaje, debe ser erradicado de forma expeditiva, posiblemente mediante el ostracismo, tal como fue abandonada al olvido esa extraña cala en donde transcurre la  acción de la novela.

                        Mediante la creación de un autor de novelas policíacas de éxito, de alguien que se dedica a escribir novelas sin alma, el autor crea una trama, en donde al final, el lector no llega a saber dónde se encuentra la realidad y dónde la ficción, si en el relato mismo o en la obra que está escribiendo el protagonista, que llega a un punto, en que pierde el control de sus personajes.

                        Es la primera novela  que leo de este autor, y aunque se lee bien, es decir, sin que el lector encuentre contratiempos de ningún tipo, y que el tema es muy interesante, estimo que en el fondo se trata de una obra fallida, y lo creo así por dos cuestiones, en primer lugar porque en ningún momento la novela consigue llegar al corazón de los lectores, al menos al mío no ha llegado, y en segundo lugar, porque a pesar de  poner sobre la mesa elementos importantes para la reflexión, para desarrollar un debate interesante, no consigue llegar a ese mínimo que siempre hay que exigirle a toda novela, la de que llegue a interesar, como novela, como producto artístico al que lee. El problema de fondo, es  que la novela en ningún momento llega a entusiasmar, a levantar vuelo, ni tan siquiera a obligar al lector a proseguir con la lectura, y no lo consigue, porque la obra es afrontada de un modo un tanto ligero, de forma sobrada, tal y como muchos autores actuales, después de calibrar sus magníficas cualidades, dilapidan debido a su suficiencia dicho capital.

 

Miércoles, 19 de noviembre de 2.008

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Los viejos amigos


LECTURAS
(elo.141)

LOS VIEJOS AMIGOS
Rafael Chirbes
Anagrama, 2.003

El otro día, dejé apuntado en un comentario sobre otra novela de Chirbes, que una de las más desagradables características de la literatura española, es que constantemente bascula entre lo garbancero y el experimentalismo excesivo, mostrando dos frentes en constante conflicto, que en lugar de enriquecerse entre sí, tratando de complementarse, tratan por todos los medios de destruirse. También subrayé, que observaba a Chirbes, como uno de los escasos autores, que con su obra trataba de romper dicha dicotomía. Sí, lo normal, es que se entienda la novela como un método, como otro cualquiera, gracias al cual poder contar historias, olvidándose, que lo esencial en ella, no es tanto la historia en sí, como la forma en que dicha historia es tratada. El lector, el lector mayoritario, lo que desea encontrar son historias diáfanas, en donde al dos le siga el tres, y al tres el cuatro, y a ser posible, que el narrador sea invisible, que no se note demasiado, que no interrumpa con su presencia, casi siempre inoportuna, el correcto discurrir de la lectura que lleva a cabo. Hace algunos meses, el prestigioso autor de best sellers John Grisham, comentó en una entrevista, que tenía claro que la gran diferencia entre la literatura de calidad, y la otra, la de entretenimiento, la que a él le interesaba, al igual que a la mayoría de lectores, era que en esta última lo que predomina, lo que necesariamente tiene que predominar es el argumento, la trama, pues todo lo demás, lo único que consigue hacer, es interferir, enturbiar la relación entre el autor y el lector, que siempre debe ser cercana y diáfana. Es decir, la literatura de entretenimiento, y nadie mejor que el autor norteamericano para decirlo, es la que debe aspirar sobre todo, a que no se levante un muro entre el que escribe y el que lee, la que en definitiva facilita, en lugar de entorpecer, la lectura de los casi siempre sufridos lectores. Pues bien, con mayor o menor calidad, gran parte de los autores de este país, en todo momento han tenido asumido lo que hace poco dijo Grisham, creando obras, basadas sobre todo, en las historias más o menos interesantes que lograban sacarse de sus chisteras, creyendo que el método directo, no es sólo un método más entre todos los existentes, sino el único válido que se puede aplicar a la novela. Como reacción a esta forma de entender la creación literaria, que no sólo afecta a la novela, surge la corriente contraria, la que estima que lo importante no es el argumento, sino la estructura en donde se inserta dicha historia, de suerte que, la estructura, contra más compleja mejor, es lo único que en última instancia justifica toda buena novela. Mientras los primeros detestan la experimentación, que observan como un recurso fácil de los que carecen del oficio necesario, y que utilizan para ocultar sus carencias, los segundos están convencidos, que los garbanceros, los que sólo se dedican a contar sin más sus historias, son los auténticos causantes de la desesperada situación en la que se encuentra la novela en la actualidad. Entre uno y otro grupo se extiende el vacío, aunque de vez en cuando, uno logra vislumbrar a autores, que con voluntarismo, al margen de los flujos de las corrientes mayoritarias, intentan instalarse en ese extraño territorio que a casi nadie parece interesar. Los que hasta allí llegan, creen que es posible una novela diferente, una novela que sepa conjugar tanto una historia decente con un método expositivo, digamos que literario. Evidentemente son los menos, ya que el viento les sopla en contra, pues no sólo cuentan con el desprecio de la mayoría de los lectores, que prefieren artículos de consumo en lugar de literatura, sino también, lo que es más grave, por aquello de que teóricamente son expertos, con el menosprecio de las editoriales y de los funcionarios de la crítica que giran y giran, gravitando alrededor de ellas. Ente estos intrépidos aventureros, en nuestro país, junto a Marías, destaca Rafael Chirbes.
En “Los viejos amigos”, Chirbes vuelve a uno de sus temas claves, el del fracaso, intentando de nuevo, como “En la lucha final” o “Crematorio”, afrontar un acercamiento a esa obsesión literaria que parece embargarle, la del sentimiento o la sensación de derrota de los que llegados a cierta edad, comprenden, que a pesar de los esfuerzos realizados, muy poco de lo que estaban convencido de poder conseguir en su juventud, en aquellos tiempos en los que creían poder tocar el cielo con la punta de sus dedos, pudieron en alcanzar en realidad. Para afrontar el tema, que a pesar de lo repetitivo en su obra nunca deja de ser interesante, crea a un grupo de amigos, que habían sido compañeros de militancia política en los oscuros tiempos del franquismo, que deciden quedar para cenar y así poder recordar juntos aquellos años en donde todos fueron, pese a las dificultades, mucho más felices, y eso a pesar de que la mayoría de ellos habían perdido, no sólo el contacto, sino incluso la amistad. Cada uno de ellos, por separado, monologa sobre su vida y sobre la de los que habían sido sus amigos, quedando demostrado al final de la obra, que ninguno había alcanzado sus objetivos, y por supuesto, que ese frágil pájaro que llaman felicidad no había conseguido anidar en ninguno de ellos. Chirbes, sin realizar en ningún momento concesiones a la galería, lo que siempre hay que agradecer, realiza su novela utilizando el método, que él mismo llega a definir, como el de diferentes miradas sobre un mismo paisaje, que con el tiempo se ha convertido en su forma de afrontar la literatura, que deja al lector un panorama complejo, repleto de fallas, pero de una riqueza que muy pocos autores son capaces de aportar.
Otra novela de Chirbes que demuestra, que deja sentado, lo que hoy en día representa su obra en la novelística de este país, sin duda alguna, una de las más sólidas e interesantes, y abanderada de los que se podría denominar la novela de calidad, esa que para desgracia de todos, sigue siendo minoritaria, a pesar, del innegable aumento del número de lectores, que de forma lastimosa, se siguen conformando, posiblemente por falta de formación, con una literatura, digamos que menor.

Jueves, 13 de noviembre de 2008

jueves, 4 de diciembre de 2008

Un asesinato compasivo


LECTURAS
(elo.140)

UN ASESINATO COMPASIVO
José María Guelbenzu
Alfaguara, 2.008


Aunque resulte difícil de creer, pues últimamente sólo escribo sobre lo que leo, no suele interesarme la crítica literaria, ya que estoy convencido que cada lector, y por extensión cada crítico, lo único que puede aportar es su visión de lo que acaba de leer, lo que no me asegura nada sobre la bondad de un determinado texto. No obstante, por lo anterior, por el hecho de que hay miradas que me interesan, y porque me interesa la opinión que poseen sobre lo que leen, de vez en cuando, aunque poco, me sumerjo en algunas críticas, pero más por la firma de la misma, o por lo que se esconde detrás de ella, que por el texto que trata de comentar. Eso me pasa con Guelbenzu, que si tal figura existiera, desde hace años sería mi crítico literario de cabecera. Hace tiempo, leí una novela suya, “Un peso en el mundo”, a la que me asomé con cierto temor, pues la crítica y la creación literaria, creo que son materias contrapuestas, actividades que difícilmente logran conjugarse de forma adecuada, pero me quedé asombrado, ya que me encontré con una obra digna, es decir de un nivel medio alto, que en ningún momento esperaba. Con el tiempo, me enteré de que se estaba dedicando a la novela negra, y que había creado un personaje, una juez, sobre la que giraban todas sus historias. Como no soy un lector habitual de novela negra, sólo acudo a ellas para desintoxicarme, no presté importancia a tal hecho, pensando que ya me toparía con alguna de ellas. Pues bien, acabo de leer la última entrega, por ahora, de la juez Mariana de Marco, y a pesar de no ser una obra deslumbrante, tengo que reconocer, que es una novela que mantiene una altitud media bastante interesante, cosa nada habitual en este género, que por norma general, suele presentar en lo literario bastantes altibajos. Sí, la novela negra no se define precisamente por su cuidada elaboración, siendo en demasiadas ocasiones obras precipitadas, no trabajadas en exceso, como si se tuviera consciencia, que es un género que sólo tangencialmente tiene relación con la literatura, presentándose, por decirlo de alguna manera, como la hermana menor de la literatura de entretenimiento, no siendo más, en el fondo, para la mayoría los autores que se dedican a ella, que meros productos alimenticios.
“Un asesinato compasivo”, es una novela de entretenimiento, de serie negra, que no aspira a grandes logros, pero es una obra bien realizada, con la que se puede pasar un par de días, aunque evidentemente nadie debe esperar de ella más que eso, pues sólo es una lectura placentera, para aquellos días en que uno no tiene nada mejor que hacer, ni por supuesto, nada mejor que leer.
No hace mucho, escuché no sé donde, que la denominada novela negra o policíaca, estaba perdiendo su razón de ser, pues se estaba deslizando, peligrosamente, por la vertiente de la literatura banal, en lugar de afianzarse, o consolidarse, en lo que tradicionalmente ha sido su territorio, el de la crítica social. Yo no sé si ese es su ámbito, más bien creo que no, pero sí puedo decir, que las novelas de este género que más me han interesado, han sido las que han afrontado tal tarea, entre otras razones, porque esa crítica social las justificaba, las hacía necesarias. Si algo no comprendo es el hecho de escribir por escribir, el que alguien se dedique a contar historias sin más, pues aunque estén bien escritas, siempre exijo que las historias que leo, sean mucho más que la simple narración de determinados acontecimientos, lo que evidentemente es un prejuicio generacional con el que cargo. No me siento nada orgulloso de estar buscando constantemente debajo de las líneas de lo que voy leyendo, pues estoy convencido que lo natural, lo que hay que hacer, es disfrutar sin más con lo que se lee, apreciar las destrezas estructurales y formales, y por supuesto recrearme con la historia presentada, pero paralelamente estoy persuadido, que la buena literatura tiene que aspirar a mucho más, y no puede sólo conformarse con conseguir el deleite del lector. Por eso, a pesar de la dignidad con la que presenta sus novelas de serie negra, no comprendo como Guelbenzu pierde el tiempo con este tipo de literatura, en lugar de embarcarse, él que puede, en obras de más calado, pero en fin, imagino que sabrá sus razones, que espero no sean exclusivamente económicas.
Como no podía ser de otra forma, la novela gira alrededor de un crimen que se produce en una pequeña ciudad del norte de España, al que tiene que enfrentarse la juez de Marco, la cual, utilizando un método nada ortodoxo, más científico que detectivesco, consistente en crear una hipótesis, para partiendo de la misma buscar las pruebas para justificarla, descubre al asesino, y lo más importante, las causas que le empujaron a realizar tal acto. Como dije más arriba, la novela está bien realizada, pero en ningún momento llega a entusiasmar al lector, que lee y lee, sin dificultad, una obra cuya única virtud precisamente es la de dejarse leer.
No creo, aunque nunca se sabe, que vuelva a acercarme a la juez de Guelbenzu, pues hay tantas otras cosas que leer, incluso novela negra, que estimo una perdida de tiempo gastar energías, que a estas edades hay que dosificar, en obras que aportan tan poco. Estoy convencido, no obstante, que dentro de algunos años, Mariana de Marco, alcanzará el estrellato gracias a alguna serie televisiva, o al ser galardonada con el laurel del Planeta, pero nunca, en ningún caso, porque carece del atractivo y del carácter necesario, podrá parecerse a ese otro detective patrio, éste sí profesional, que tanto me gustaba, que se dedicaba a quemar libros, aunque sólo los que tenía ya asimilados, para calentar su espacioso salón, mientras cocinaba algún rico manjar, de su casa de la Valvidriera.

Martes, 4 de noviembre de 2.008