lunes, 14 de julio de 2008

La profesora de música


LECTURAS
(elo.124)

LA PROFESORA DE MÚSICA
John Cheever
Emecé, 1.946

Aunque duela decirlo, pues todo resultaría más fácil de forma contraria, hay que reconocer, que el hombre, al igual que la mujer, no ha nacido para vivir sólo, o dicho de otra forma, que el estado natural del ser humano es la vida en pareja. Pero la vida en pareja, ante todo es una fuente de conflictos, no siendo ni mucho menos, y eso los que hemos vivido en tal situación lo sabemos, ese país ideal cantado por los poetas. No, pues en ella, tienen lugar las guerras civiles más cruentas, ya que conjugar dos personalidades en un solo proyecto común puede resultar milagroso, algo que en ningún caso puede estar al alcance de cualquiera, de ahí el elevado número de fracasos que se producen. Una pareja que funcione, en la que las dos partes que la conforman se muestren satisfechos de sus respectivas existencias, no sólo resulta singular, sino que es un hecho extraordinario por el que en todo momento hay que brindar. Se podría decir con razón, que son muchas las parejas que resisten el paso del tiempo, que logran evitar el naufragio y mostrarse unida hasta el final, hasta que uno de los dos miembros desaparece físicamente. Cierto, son muchas, aunque cada vez menos las parejas que funcionan, las que se mantienen unidas pese a las adversidades, y que agarrándose a un voluntarismo casi inconcebible, permanecen unidas a pesar de los múltiples escollos que tienen que afrontar. La teórica crisis que padece la pareja en la actualidad, en buena medida se debe, a que se ha comprendido que no es una unión de destinos en lo universal, ya que es, o tiene que ser, una unidad de destinos, que permanecerá unida, mientras que esos destinos sean compatibles, o mientras no colisionen entre sí.
Hace unos días, me comentó un amigo, que después de tanto buscar y buscar, había encontrado lo que siempre había anhelado, la mujer ideal con la que poder compartir su vida. Según él, la perfección de esa mujer, radicaba en el hecho, de que no se entrometía en nada y en que le dejaba vivir su vida, lo que entendí, como que mi amigo había renunciado definitivamente a la posibilidad de vivir en pareja, y que ya sólo aspiraba a un sucedáneo de la misma, a vivir sólo pero acompañado en su eterna huida de la soledad. Sí, yo también durante muchos años me abracé a esa misma idea, pero esa solución, con el paso del tiempo, nunca llega a ser satisfactoria, pues en lugar de erradicar la idea de pareja con mayúsculas, lo que consigue es acrecentarla, ya que la soledad compartida, en muchas ocasiones es la peor de las posibles.
Después de demasiados fracasos, he llegado a la conclusión, al menos en teoría, que la estabilidad en el tiempo de una pareja puede deberse a dos motivaciones, o bien, a que uno de los dos componentes renuncie definitivamente a su perspectiva o a su proyecto vital, adhiriéndose de forma acrítica e incondicional al de la persona con la que comparte su vida, o por el contrario, lo que es más difícil y problemático, mediante la creación o la articulación de un proyecto vital común, que resulte independiente a los proyectos vitales de los dos integrantes de dicha pareja, que en lugar de anularse deben potenciarse y subrayarse. En la primera opción, sin dudas la más común, aparece el tema de la alienación, la supeditación de un miembro al otro, la subordinación del más débil al más fuerte, mientras que la segunda, intenta combinar la independencia de cada uno de los dos miembros, mediante la creación de un proyecto común que trascienda a ambos.
Existen, por supuesto, otras múltiples formas de afrontar la vida en pareja, pero creo, que las dos anteriormente expuestas son las más sostenibles, las que pueden aportar más satisfacciones, a pesar de que en un caso o en otro, el peaje que hay que pagar resulte en muchas ocasiones insostenible.
Cheever en este relato, como siempre sin florituras, habla o reflexiona sobre por qué se puede llegar a una relación de pareja caracterizada por la rendición de uno de sus miembros, de su rendición sin condiciones, lo que según él, leído lo leído, puede deberse, a que en determinadas condiciones es preferible adaptarse a lo que se tiene, que arriesgarse a que todo vaya a peor. Siempre se puede aspirar a más, por supuesto, pero eso implica que en dicha apuesta, se puede llegar a perder lo que ya se posee. Para argumentar lo anterior, crea una pareja en la que ella se siente traicionada, engañada, frustrada por la vida que lleva, echándole toda la culpa de sus males a su marido, que no le había podido aportar lo que ella esperaba. Su venganza fue la desidia, algo que no podía soportar la persona que vivía con ella, que a pesar de intentar salvar la relación, se encontró impotente ante la actitud de indolencia que su mujer mantenía. Pero la sangre no llegó al río, pues gracias a unas clases de música, éste, con sus insoportables ejercicios diarios, le hizo la ida imposible, acabando rindiéndose ella, después de comprender aquello de “más vale lo malo conocido…”.
Cheever en este relato sigue hablando de lo mismo, de las dificultades de la clase media, esa que teóricamente es tan feliz, para hacer frente a su cotidianidad, dejando al descubierto sus contradicciones y sus insalvables déficits, mostrando sus debilidades y limitaciones.

Viernes, 20 de junio de 2008

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