sábado, 26 de julio de 2008

Si esto es un hombre


LECTURAS
(elo. 126)

SI ESTO ES UN HOMBRE
Primo Levi
Debolsillo, 1.958

Hace unos días, alguien me comentó, después de invitarme a un coloquio sobre un texto de Primo Levi, que la obra del italiano habría que clasificarla dentro de lo que él denominaba literatura partisana. Me sorprendió, pues no sabía que existiera tal registro, lo que me animó a releer “Si esto es un hombre” con la intención de poder asistir a los debates, que con toda seguridad se producirían una vez terminado el comentario de la obra. Aún, después de haber terminado el famoso texto de Levi, no estoy muy seguro de lo que quiere decir eso de literatura partisana, aunque con un poco de voluntarismo, podría entender, que se trata de una etiqueta que aspira a englobar a lo que muchos llaman literatura militante, aquella que ante todo aspira a denunciar una determinada situación entendida como injusta. En este contexto sí podría incluirse la obra de Levi, pues tanto su contenido como la metodología empleada para su exposición, parece que sólo tiene una aspiración, la de denunciar y publicitar, uno de los momentos más infames por los que ha tenido que pasar la humanidad, lo que con mayúsculas hoy se esconde bajo el concepto de Holocausto.
Los campos de concentración y de exterminio que el régimen nazi creó, gracias a su ideología xenófoba y criminal, representan una dura prueba para la humanidad, pues deja al descubierto ese lado oculto que la civilización y la cultura, a lo largo de la historia, han tratado en todo momento de ocultar. Sí, porque aquellos acontecimientos, tienen la virtud de recordarnos, que el ser humano es, o puede ser algo más de lo que desea aparentar, un ser monstruoso para el propio ser humano, de ahí los múltiples intentos por anegar y ocultar esa otra vertiente que tanto nos avergüenza, y que no sólo, y esto es importante dejarlo subrayado, pudo ocurrir bajo aquellas circunstancias como muchos se empeñan en asegurar. El régimen nacionalsocialista alemán, tan seguro de sí mismo, no ha sido un caso aislado, pues la historia reciente nos recuerda otros casos similares, como los ocurridos en Camboya o Ruanda, o más recientemente en Bosnia, en donde unos iluminados, con la seguridad que imprime sentirse seguros y satisfechos con las creencias profesadas, no dudaron en ningún momento en sembrar el terror sobre los que observaban como diferentes. El problema, es que la vergüenza es tal, que la propia humanidad trata de pasar de puntillas sobre tales acontecimientos, como si pensara, que es mejor no remover y tratar de olvidar, como si todo lo ocurrido sólo fueran hechos laterales o marginales en el fondo inevitable, consecuencias del esfuerzo que hay que realizar para guardar la compostura. Pero esos sucesos, que para muchos pueden resultar incluso anecdóticos, a pesar de los miles y miles de muertos que se han llevado por delante, tienen que ser recordados para que permanezcan siempre en la memoria, con objeto de que la vergüenza, el asco por nosotros mismos, actúe como antídoto para evitar que todo vuelva a repetirse. Cuando se recuerda lo acontecido en Alemania, lo fácil, lo que automáticamente sale a relucir, es el carácter alemán, que al parecer (pues no hay que olvidar que en este caso han sido “los malos de la película”), siempre ha sido propenso a creerse superior, pero eso sería un error, pues el caso alemán, debería hacernos comprender, que dentro de todos nosotros, agazapado, esperando el momento oportuno, se encuentra un nazi siempre dispuesto a saltar sobre el ser apacible que intentamos representar.
A pesar de todo lo que se ha escrito sobre los campos de concentración y de exterminio, sobre el genocidio llevado a cabo sobre judíos y gitanos, a pesar de los innumerables debates que sobre el tema se han desarrollado, dicen, que al menos en Estados Unidos, lo que realmente sorprendió y impactó, fue la proyección de una regular, sólo regular serie de televisión que se basaba en el tema. La serie se llamaba “Holocausto”, y sirvió, aunque su rigor histórico para los entendidos dejara mucho que desear, para que el grueso de la población norteamericana tuviera conciencia de lo que en realidad ocurrió. Es fundamental, por tanto, que se intente por todos los medios dejar al descubierto nuestras miserias, con objeto de que todos, absolutamente todos, y no sólo los intelectuales y los estudiosos, sepan hasta donde el ser humano puede llegar cuando se cree en posesión de la verdad, cuando en virtud de una determinada certeza, es capaz de aplastar al semejante, al vecino o al familiar que no piense como él.
De ahí la importancia de series televisivas, dirigidas evidentemente al gran público como “Holocausto”, pero también la de libros como los de Kertész o Levi, que desde una perspectiva diferente, nos recuerdan la importancia de los equilibrios democráticos, pues desaparecidos éstos, sólo queda el terror, o lo que es lo mismo, la ley de la selva.
El texto de Primo Levi me resulta sorprendente, pues su narración se basa en una mirada objetiva, que posee una frialdad difícil de comprender, lo que posibilita que pueda leerse de forma rápida, a pesar de su escabrosa temática, ya que el autor realiza un importante esfuerzo, por alejarse en lo posible, lo que es de agradecer, de cualquier victimismo, pues su intención no es otra que la de dejar constancia de unos hechos que bajo ninguna circunstancia se pueden olvidar.

Miércoles, 16 de Julio de 2.008

miércoles, 16 de julio de 2008

La fortuna de Matilda Turpin



LECTURAS
(elo.125)

LA FORTUNA DE MATILDA TURPIN
Álvaro Pombo
Planeta, 2.006


A pesar de la predilección que siempre he manifestado por la obra de Álvaro Pombo, tenía ciertas reticencias a leer esta novela, lo que sin duda se debía, al hecho de haber sido galardonada con el Planeta. Pero tales reparos, desaparecieron en el mismo momento en que comencé la lectura, pues desde un principio comprendí, que en ella se encontraba el Pombo de siempre, tanto el primero, pues sus obsesiones seguían siendo las mismas, como el actual, el que se distingue por esa prosa aparentemente descontrolada y dislocada, pero que en realidad posee una carga poética y una cohesión interna nada habitual. Sí, a pesar, como dicen, de ser una obra de encargo, realizada sólo para ganar el premio literario mejor dotado en lengua española, al que tenía su firma que aportar un prestigio que perdió hace muchos años, Pombo no ha bajado su nivel, aportando una obra, que aunque no se encuentre entre las mejores de las suyas, tampoco se asienta entre las peores. “La fortuna de Matilda Turpin”, es ante todo una obra de Pombo, distinguible en el acto, con todo lo bueno y también con todo lo malo de la narrativa del cántabro, lo que la convierte en una lectura inevitable para todos sus seguidores, a pesar de ese millonario premio, que aporta más a la editorial que lo patrocina que al propio novelista, pues Planeta, en esta ocasión, en lugar de por una novela vendible, ha apostado por un autor de prestigio, por una marca, en un intento por revitalizar un premio, que debido a la mala política editorial seguida, se encontraba en sus horas más bajas.
No sé, aunque tampoco me interesa, si las ventas de esta novela han sido mayores o menores que las anteriormente premiadas, pero en principio tengo que decir, que con premio o sin premio, Álvaro Pombo nunca será un escritor mayoritario, pues las historias que narra, carecen del interés necesario para el gran público, pues éste siempre apuesta por narraciones menos complejas, más explícitas que las que ofrece el autor de “La cuadratura del círculo”. Pombo es Pombo, y los que nos acercamos a su obra, en todo momento sabemos lo que nos vamos a encontrar, y también lo que no vamos a hallar en ella, pues ante todo, en lo que su literatura se busca, es precisamente eso, su literatura.
En esta novela, el autor vuelve a su temática fuente, a lo que se podría denominar su monotema, que no es otro, que las relaciones, las complicadas relaciones que tienen lugar dentro de un núcleo familiar. La familia tipo que siempre escoge, posiblemente porque es la que mejor conoce, es siempre la misma, una familia burguesa afincada en el norte de España, concretamente en Cantabria, que vive como en tantas otras ocasiones en un apartado palacete cerca del mar. Como ha dejado constancia a través de toda su obra, este tipo de familia, es presentada como un mundo cerrado, endogámico, que vive hasta cierto punto de espalda a la realidad, en donde todos sus miembros se encuentran estrechamente ligados a un eje vertebrador, que en todas las ocasiones, lo que resulta curioso, es una mujer. En esta novela también, aunque la novedad radica, en que ese centro gravitatorio recae en Matilda Turpin, que había fallecido hacía ya dos años. Por lo tanto, la novela de la que trato de hablar, es ante todo la historia de una descomposición familiar, posibilitada precisamente por la desaparición física de la persona que amalgamaba con su personalidad, con su enorme vitalidad, a todos los elementos que componían dicha unidad familiar.
Sus lectores desde un primer momento, pues el autor ni escribiendo por encargo cambia de registro, se encuentran con el familiar universo pombiano, pero en esta ocasión, por lo repetitivo del tema, descubren que la novela no funciona como otras anteriores, pues es una novela desigual, en donde lo peor de la literatura de Pombo queda al descubierto, lo que convierte a la obra, a pesar de sus logros, en una novela menor, en una novela menor del autor, lo que en ningún caso quiere decir que en una mala novela. Pombo tiene un problema, y es que sus historias tienden a empantanarse con relativa facilidad, lo que solventa dejando claro que ese es su estilo, pero en esta ocasión, para mi sorpresa, parece que al final de la misma, como si de pronto hubiera comprendido para quién estaba escribiendo, remata la novela de un modo un tanto antipombiano, es decir, evitando los meandros literarios que siempre lo han caracterizado, con la intención de cerrar la novela en veinte páginas. De todas formas, a pesar de lo anterior, estimo que la lectura de esta obra es fundamental para comprender la forma de entender la literatura del autor, pues en muchas ocasiones, las buenas novelas consiguen ocultar las deficiencias de sus autores, sus puntos negros, no sirviendo tanto, como las no tan buenas, para conseguir una visión más objetivas de los mismos. Pombo desde hace tiempo es uno de los autores más interesantes y singulares de la literatura española actual, siendo con Javier Marías, al menos en mi opinión, el más innovador de nuestros autores.

Jueves, 10 de Julio de 2.008

lunes, 14 de julio de 2008

La profesora de música


LECTURAS
(elo.124)

LA PROFESORA DE MÚSICA
John Cheever
Emecé, 1.946

Aunque duela decirlo, pues todo resultaría más fácil de forma contraria, hay que reconocer, que el hombre, al igual que la mujer, no ha nacido para vivir sólo, o dicho de otra forma, que el estado natural del ser humano es la vida en pareja. Pero la vida en pareja, ante todo es una fuente de conflictos, no siendo ni mucho menos, y eso los que hemos vivido en tal situación lo sabemos, ese país ideal cantado por los poetas. No, pues en ella, tienen lugar las guerras civiles más cruentas, ya que conjugar dos personalidades en un solo proyecto común puede resultar milagroso, algo que en ningún caso puede estar al alcance de cualquiera, de ahí el elevado número de fracasos que se producen. Una pareja que funcione, en la que las dos partes que la conforman se muestren satisfechos de sus respectivas existencias, no sólo resulta singular, sino que es un hecho extraordinario por el que en todo momento hay que brindar. Se podría decir con razón, que son muchas las parejas que resisten el paso del tiempo, que logran evitar el naufragio y mostrarse unida hasta el final, hasta que uno de los dos miembros desaparece físicamente. Cierto, son muchas, aunque cada vez menos las parejas que funcionan, las que se mantienen unidas pese a las adversidades, y que agarrándose a un voluntarismo casi inconcebible, permanecen unidas a pesar de los múltiples escollos que tienen que afrontar. La teórica crisis que padece la pareja en la actualidad, en buena medida se debe, a que se ha comprendido que no es una unión de destinos en lo universal, ya que es, o tiene que ser, una unidad de destinos, que permanecerá unida, mientras que esos destinos sean compatibles, o mientras no colisionen entre sí.
Hace unos días, me comentó un amigo, que después de tanto buscar y buscar, había encontrado lo que siempre había anhelado, la mujer ideal con la que poder compartir su vida. Según él, la perfección de esa mujer, radicaba en el hecho, de que no se entrometía en nada y en que le dejaba vivir su vida, lo que entendí, como que mi amigo había renunciado definitivamente a la posibilidad de vivir en pareja, y que ya sólo aspiraba a un sucedáneo de la misma, a vivir sólo pero acompañado en su eterna huida de la soledad. Sí, yo también durante muchos años me abracé a esa misma idea, pero esa solución, con el paso del tiempo, nunca llega a ser satisfactoria, pues en lugar de erradicar la idea de pareja con mayúsculas, lo que consigue es acrecentarla, ya que la soledad compartida, en muchas ocasiones es la peor de las posibles.
Después de demasiados fracasos, he llegado a la conclusión, al menos en teoría, que la estabilidad en el tiempo de una pareja puede deberse a dos motivaciones, o bien, a que uno de los dos componentes renuncie definitivamente a su perspectiva o a su proyecto vital, adhiriéndose de forma acrítica e incondicional al de la persona con la que comparte su vida, o por el contrario, lo que es más difícil y problemático, mediante la creación o la articulación de un proyecto vital común, que resulte independiente a los proyectos vitales de los dos integrantes de dicha pareja, que en lugar de anularse deben potenciarse y subrayarse. En la primera opción, sin dudas la más común, aparece el tema de la alienación, la supeditación de un miembro al otro, la subordinación del más débil al más fuerte, mientras que la segunda, intenta combinar la independencia de cada uno de los dos miembros, mediante la creación de un proyecto común que trascienda a ambos.
Existen, por supuesto, otras múltiples formas de afrontar la vida en pareja, pero creo, que las dos anteriormente expuestas son las más sostenibles, las que pueden aportar más satisfacciones, a pesar de que en un caso o en otro, el peaje que hay que pagar resulte en muchas ocasiones insostenible.
Cheever en este relato, como siempre sin florituras, habla o reflexiona sobre por qué se puede llegar a una relación de pareja caracterizada por la rendición de uno de sus miembros, de su rendición sin condiciones, lo que según él, leído lo leído, puede deberse, a que en determinadas condiciones es preferible adaptarse a lo que se tiene, que arriesgarse a que todo vaya a peor. Siempre se puede aspirar a más, por supuesto, pero eso implica que en dicha apuesta, se puede llegar a perder lo que ya se posee. Para argumentar lo anterior, crea una pareja en la que ella se siente traicionada, engañada, frustrada por la vida que lleva, echándole toda la culpa de sus males a su marido, que no le había podido aportar lo que ella esperaba. Su venganza fue la desidia, algo que no podía soportar la persona que vivía con ella, que a pesar de intentar salvar la relación, se encontró impotente ante la actitud de indolencia que su mujer mantenía. Pero la sangre no llegó al río, pues gracias a unas clases de música, éste, con sus insoportables ejercicios diarios, le hizo la ida imposible, acabando rindiéndose ella, después de comprender aquello de “más vale lo malo conocido…”.
Cheever en este relato sigue hablando de lo mismo, de las dificultades de la clase media, esa que teóricamente es tan feliz, para hacer frente a su cotidianidad, dejando al descubierto sus contradicciones y sus insalvables déficits, mostrando sus debilidades y limitaciones.

Viernes, 20 de junio de 2008

martes, 1 de julio de 2008

Las amarguras de la ginebra




LECTURAS
(elo.123)

LAS AMARGURAS DE LA GINEBRA
John Cheever
Emecé, 1.946


El otro día, le propuse a un grupo de amigos este relato, con la sana intención de analizarlo y comentarlo en común, a pesar, lo que fue una temeridad, de no haberlo leído con anterioridad. Estuve buscando en la red otro relato de Cheever que acababa de leer y que me había conmocionado, concretamente “la profesora de música”, pero al no poder encontrarlo, envié el único (algo sorprendente) que encontré a disposición de los internautas, con la confianza de que tuviera una calidad aceptable. Sin embargo, varios destinatarios del relato, a los que encontré de forma casual, me comentaron que el texto les había defraudado. Me sorprendió lo que me dijeron, pues siempre, al menos desde que conozco la obra de Cheever, he considerado que una de las virtudes más sobresalientes de norteamericano es su alta calidad media, de suerte que, incluso el peor de sus relatos, es superior a la de la mayoría de los autores que conozco. Ni que decir tiene, que cuando llegué a casa me zambullí en el texto, con objeto de calibrar mi metedura de pata, pero me encontré con un relato digno, muy digno, a la altura de lo que hasta ahora había leído de él, es decir, un buen relato. Cuando lo leí por primera vez, no sólo pensé que se trataba de un magnífico trabajo, sino que comprendí en el acto, que en él se encontraba lo esencial de Cheever, todo lo que de su obra me atrae. Con posterioridad me pregunté por las razones, siempre hay razones, a las que se agarraron mis amigos para hacerme partícipe de su disgusto, lo que atribuí a varias cuestiones, todas ellas entrelazadas entre sí, y que hablaban por sí solas, no sólo de su calidad como lectores, sino del tipo de literatura que impera en la actualidad. Empezaré por el principio, por el hecho de que a pesar de haber asistido a una multitud de talleres literarios, no se podría decir de ellos que fueran lectores avezados; tienen interés por la literatura, por supuesto, pero aún carecen del bagaje necesario para reconocer un buen trabajo literario que se salga de lo que ellos estiman que es la buena literatura. Están acostumbrados, como casi todos los lectores de nuestros días, a disfrutar de los fuegos artificiales que nos regalan determinados autores, resultándoles insípida la literatura que intenta escaparse de tales prácticas, la que está convencida, que el papel del lector no puede consistir sólo en quedarse maravillado con lo que encuentra, con la parafernalia de lo exquisito o con el siempre manoseado dribling estilístico. Ellos, como muchos, no comprenden, aún no comprenden, que el papel del lector, al menos en determinada literatura no puede ser pasivo, teniendo la obligación éste, de interrelacionarse con el texto que encuentra, discutir con él, interesarse por lo que se esconde detrás de las historias con la que se enfrenta. Lo que ocurre, y esto es grave, es que el lector mayoritario no está acostumbrado, o educado, para entender que un texto literario no acaba cuando finaliza la narración, al existir un periodo posterior, de gran importancia, en donde la reflexión sobre lo leído debe aportar ese valor añadido que toda obra de calidad requiere y en todo momento exige. Al no entendese lo anterior, cuando no se encuentra algo sorprendente en lo que se lee, automáticamente se califica dicho texto de mediocre, lo que suele provocar graves injusticias. Cortázar y Borges, entre otros, han hecho mucho daño, pues siempre se esperan los efectos cortazianos y borgianos en todo lo que se lee, lo que nos obliga a descartar las restantes formas de entender el arte del relato. Se desea, por tanto, una literatura efectista, o afectada, que diga lo que tenga que decir con claridad meridiana, sin que en ningún caso consiga complicarle la vida al lector, que entretenga, pero que también se entienda con facilidad, lo que tiende a potenciar un tipo determinado de lector, el lector satisfecho.
Cheever hace una literatura diferente, en sus relatos, el lector nunca encontrará esa pirotecnia tan reclamada, ni tampoco historias explícitas que tengan la virtud de subrayar en cada momento lo que desea decir el autor. No, los relatos de Cheever son diferentes, más norteamericanos que europeos, es decir, más realistas que experimentales, asentándose en todo momento en un realismo estilístico y en un conservadurismo estructural que para algunos puede resultar desfasado. Pero claro, el problema radica en que Cheever no es un autor más, es uno de los grandes, posiblemente por todo lo anterior poco leído, pero con una calidad y unos objetivos literarios, que siempre acaban por sorprender cuando se descubre su literatura. No siempre es más experimental el autor que más experimenta con su prosa (y ejemplos hay), ni el más crítico con la sociedad en la que vive el que más hondea las banderas reivindicativas (los casos se multiplican), de hecho, pocos autores he conocido, a pesar de las apariencias, que hayan realizado una crítica tan ácida a la sociedad, a la opulenta y confortable sociedad norteamericana que John Cheever.
En “las amarguras de la ginebra”, Cheever, una vez más intenta de forma sutil, dejar al descubierto las contradicciones sobre las que se asienta la clase media de su país, que a pesar de creer vivir en el mejor de los mundos posibles, tiene que enfrentarse de forma cotidiana a la insatisfacción y a una inseguridad que la mantiene en jaque. En este relato, junto a la clase media, aparece otra constante de su literatura, el alcohol; el alcohol como el gran desestabilizador, pero también como el madero necesario, gracias al cual, poder soportar las arremetidas de una existencia nada satisfactoria. En esta ocasión, la hija del matrimonio sobre el que se articula el texto, comprueba la hipocresía de su padre, que no perdona en sus subordinados, en el personal de servicio que trabajaba para él, el uso de bebidas alcohólicas, mientras que él y sus amigos, se dedicaban a beber sin límites, no sólo en las banales reuniones matrimoniales a las que solían asistir, sino incluso cuando se encontraba sólo, y utilizaba la bebida para mantenerse a flote de sus miedos y angustias. Cheever en este relato, planteado como casi todos los suyos en tres partes (introducción, nudo y desenlace), nos describe una vez más a una clase media prepotente con los que no poseen su nivel social, pero también a una clase media hundida en una existencia que no controla y que casi siempre conseguía desbordarla.
Los relatos de Cheever, son una prueba de que la literatura de calidad no sólo debe servir para contar una buena historia con la que entretener a los lectores, sino que también tiene que ayudar, para que éstos, hagan algo más que cerrar el libro cuando terminen la lectura.

Lunes, 09 de junio de 2008