LECTURAS
(elo.109)
El CAMIÓN DE MUDANZAS ESCARLATA
John Cheever
Emecé, 2.006
Desde hace tiempo, sobre todo desde que leí “La familia Wapshot”, tenía interés en leer los relatos de Cheever, pues según me habían comentado, eran con diferencia lo mejor de su obra. A pesar de ello, siempre he ido relegando su lectura, pues cuando no era por un motivo, por ejemplo que tenía muchos libros pendientes, o que la magnífica edición de Emecé se había agotado, era por otro, como que nunca era el momento oportuno para acercarme a algo, que ya en mi biblioteca, me parecía demasiado apetecible para hincarle el diente. Pero como suele decirse, cada cerdo tiene su San Martín, y por fin, ha llegado el momento de acercarme a estos relatos, que aunque parezca mentira, me estaban llamando a voces.
El primer relato que he asaltado, “El camión de mudanzas escarlata”, independientemente a su calidad literaria, que la tiene, ha conseguido algo importante, reconciliarme con un género literario, con el que siempre he tenido dificultades, siendo éste, otro de los motivos, que podrían justificar mis iniciales reticencias a leer dichos relatos. Nunca he soportado los relatos poéticos, arte en el que se refugian los poetas fracasados, ni tampoco los banales, esos que se realizan sólo para llenar una hoja en blanco y para demostrar las dotes estilísticas de su autor. No, me interesa el relato realista, el que en poco espacio y con pocos datos, tiene la capacidad de mostrar un universo completo, lo que comprendo no se encuentra al alcance de cualquiera, convirtiendo a este tipo de género literario, en contra de lo que se opina, en un desafío nada fácil de afrontar. Este relato sí posee dichas características, e imagino que los restantes, lo que me va a obligar, cosa que haré con sumo gusto, a leer con la máxima atención estas pequeñas narraciones del norteamericano.
En el relato anteriormente mencionado, el autor, intenta golpear con fuerza, a dos de los axiomas fundamentales sobre los que se asienta la cultura americana, como son la estabilidad y el éxito (ambos relacionados intimamente entre sí), intentando hacer comprender, que dichos conceptos, ante todo son de una volatilidad extrema, por lo que no resulta recomendable, ni por supuesto conveniente que nadie edifique su existencia sólo sobre ellos. Para demostrar esto, Cheever pone sobre el papel a una familia prototípica, a una familia ejemplar norteamericana, que de la noche a la mañana, debido a la mala conciencia que se apodera de uno de sus miembros por el hecho de no haber ayudado a un vecino (lo que con el tiempo le hace caer en el alcoholismo), se ve obligada a abandonar la privilegiada posición social que ocupaba. La estrategia narrativa que utiliza no resulta nada sofisticada, pues introduce en la sosegada y apacible vida de la familia Folkestone un elemento discordante, al vecino de la casa de al lado, que cuando bebía, se dedicaba a insultar y a decirles a todos los que se encontraban a su alrededor, que eran unos estirados y que tenían que aprender, que tenían que aprender a estar preparados para cuando llegara el golpe. Evidentemente se refería al golpe del destino, ese que en un instante puede arrasar las más sólidas fortalezas sin dejar de ellas ni rastro.
Con frecuencia se olvida, que la característica más sobresaliente de la vida que lleva el hombre contemporáneo es la fragilidad, pues cualquier suceso, por trivial que sea, puede llegar a desestabilizar todo lo que ha tardado años y años en construirse, y más en la actualidad, cuando la norteamericanización de nuestras sociedades y de nuestra cultura, es más que una realidad. Cuando toda la estabilidad que se llega a conseguir se asienta sobre lo material y sobre la posición social que se ocupa, nada bueno se puede esperar, pues entonces todo estará supeditado, a una multitud de variables que en ningún momento se pueden llegar a controlar, por la sencilla razón, de que se encuentran fuera de nuestro control. Convertir lo que se tiene en el eje sobre el que gira la existencia de cada cual, como suele ocurrir en nuestros días, es un grave error, que sin duda alguna, se tendrá que pagar tarde o temprano, y no precisamente en cómodas mensualidades. En cualquier momento puede llegar ese golpe que nos deje a la intemperie, siendo entonces, cuando se comprende que existen cosas importantes y cosas esenciales.
El relato está bien articulado, logrando el autor que se pueda leer con facilidad, al tiempo que consigue que el lector se mantenga en todo momento atento, pues sabe que en cualquier instante puede saltar la liebre, que consiga con su sola presencia, iluminar lo esencial del mismo. El punto oscuro de la narración, se puede encontrar, cuando en una conversación entre los dos protagonistas, Cheever de forma explícita e innecesaria, revela la clave secreta del relato, algo que desde mi punto de vista, no es más que una concesión al lector, pues es éste, el que por sus propios medios tiene la obligación de encontrarla.
Jueves, 31 de enero de 2008
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