LECTURAS
(elo.098)
LA GLOBALIZACIÓN Y LA IDENTIDAD EUROPEA
Xavier Rubert de Ventós
El País, 28.10.07
Siempre, aunque no acaben gustando, resulta conveniente conocer las opiniones de Rubert de Ventós sobre la cuestión nacionalista, pues se quiera o no, es uno de los escasos teóricos, que desde la izquierda, afronta con más contundencia dicha problemática, que no por casualidad, de un tiempo a esta parte, está embarrando toda la vida política de este extraño país. Desde que recuerdo, él apuesta por la independencia de Cataluña, por lo que sus planteamientos, en todo momento hay que insertarlos bajo dicha perspectiva, lo que en ningún momento, como se suele hacer, debe suponer un motivo para su descalificación a priori. Lo fácil, es apartar de nuestra vista lo que no sintonice con las opiniones que sostenemos, todo aquello que pueda poner en jaque lo que pensamos, sin realizar siquiera, el sano y saludable esfuerzo, de intentar comprender lo que desde la otra orilla se nos dice, provocando una cerrazón mental, que está consiguiendo cerrar las puertas a la mismísima política. La política, y esto es algo que de forma constante hay que repetir, pues parece que a la hora de la verdad nadie lo recuerda, es ante todo confrontación de ideas, pero de ideas diferenciadas, con la intención de que se puedan llegar a acuerdos y a vías de consenso entre las mismas. Por ello, para que la política, la verdadera política pueda desarrollarse, en primer lugar, es necesario que se conozcan todas las ideas que sobre un mismo tema se pongan sobre la mesa, pero que se conozcan a la perfección, y no como ahora, en donde todo parece consistir, en buscar adhesiones inquebrantables a los postulados que se poseen, importando poco, por no decir nada, las del contrario. Curioso, pero el frentismo, y no de forma gratuita, es una actitud que se está imponiendo en todos los órdenes de la vida, y no sólo en política, lo que no habla precisamente bien del hombre medio actual, que en lugar de permanecer abierto a las múltiples posibilidades que se le presentan en su deambular, cada día se encuentra más enrocado en la visión del mundo que posee, estimando, como si fuera un iluminado, que todas las restantes, en el mejor de los casos son erróneas. De hecho, uno observa con estupor, como el espíritu de cruzada se está imponiendo de nuevo, pues aquello tan viejo “del conmigo o contra mi”, aunque parezca mentira, aparece como la estrategia más utilizada en nuestros días, posiblemente por resultar la más cómoda. Por ello, aunque sólo sea por intentar romper con tales dinámicas, es conveniente tratar de comprender (y sólo se comprende después de haber analizado), aquellas propuestas que no coinciden con las que se poseen, en primer lugar para saber si lo que se piensa sobre algo es lo correcto, o si por el contrario, es necesario cambiar dicha opinión (lo que nunca puede ser un drama), y sólo en segundo lugar, para intentar hacer comprender al contrario que se encuentra en un error. Ahora, aunque no se conozca bien, lo importante parece que es combatir la idea enemiga, como si existiera la necesidad de erradicar todo aquello que pueda poner en peligro nuestra estabilidad intelectual, hecho que al menos, debería provocar la reflexión.
En este artículo, el filósofo catalán afirma, que debido a los procesos globalizadores, los Estados nacionales están perdiendo su razón de ser, intentando por ello justificarse ante la ciudadanía, utilizando los instrumentos que hasta la fecha habían venido esgrimiendo las denominadas naciones sin estado, a saber, las motivaciones étnicas y culturales, o lo que es lo mismo, las sentimentales. Este hecho, que en principio podría ser considerado como revolucionario, pues supone un cambio de radical importancia, para Rubert de Ventós se debe, a la debilidad que dichas estructuras padecen, desde que perdieron gran parte de sus competencias, la mayoría de las cuales delegadas a instituciones u organismos supranacionales. Antes, por ejemplo, la política económica de un determinado país, con todo el poder que ello suponía, era dictada por instituciones de dicho país, pero en la actualidad, esas política son elaborada y ejercida por nuevas instituciones radicadas fuera del mismo, como el Banco Central Europeo, o por extrañas organizaciones neocoloniales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, dejando a los gobernantes sin un instrumento esencial de intervención social. Lo mismo ocurre en las restantes parcelas, que antes sólo incumbían a los estados nacionales, hecho que lógicamente, le está quitando credibilidad, lo que les empuja, a intentar reencontrarlas, no como siempre había hecho, en la instrumentalidad, pues los estados siempre han sido eso, unas herramientas necesarias para hacer más fácil la vida de la ciudadanía, sino en argumentos sentimentales como el amor a la patria o en eso tan extraño como el orgullo nacional. Creo que en este aspecto, Rubert de Ventós se equivoca, pues aunque es verdad que el poder de los estados nacionales no es el mismo que antes, aún tienen un importante papel que desarrollar, pues la gestión, siguiendo con el ejemplo, de esas políticas económicas impuestas desde fuera, tienen que ser ejercidas por dichos estados, que si bien, no pueden tener ya el tamaño que antes tuvieron, lo que en todo caso es positivo, sí siguen jugando un papel central y vertebrador en nuestras sociedades. Pero claro, cada cual arrima el ascua a su sardina, y el planteamiento del autor de “De la identidad a la independencia”, se basa, en que dicho papel deberían ejercerlo las pequeñas regiones, siempre y cuando éstas, estén dispuestas a asumir nuevas competencias y a abandonar sus antiguas reivindicaciones sentimentales, para conformarse en verdaderas naciones, poseedoras todas, de unos estados que lleven a cabo las políticas jacobinas que ya no desarrollan los estados centrales. Rubert, en el fondo, de lo que está hablando es de descentralización, de un inevitable proceso que se está llevando a cabo en la actualidad, que consiste, en que áreas administrativas menores, asuman determinadas competencias del estado central, en lo que Cataluña es un ejemplo, al igual que Euzkadi, entre otras razones porque España es posiblemente, por motivos históricos, la nación más descentralizada del mundo. El problema es que tal proceso puede significar, que el actual mapa político internacional, tenga que ampliarse de forma ilimitada con la aparición de una multitud de nuevos estados, pues esos nuevos estados, en poco tiempo también quedarán deslegitimados, cuando las instituciones comarcales o locales les exijan las competencias que creen merecer, con la misma autoridad con la que ellos se la piden ahora a los gobiernos centrales. Sí, estamos en unas dinámicas globalizadoras, que con toda seguridad, y en poco tiempo, van a cambiar el panorama político de nuestras sociedades, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que tal proceso acabará inevitablemente con la creación de nuevas naciones, sino posiblemente en conglomerados descentralizados, en torno a importantes núcleos urbanos, como por ejemplo Barcelona, que serán en último extremo, los que vertebrarán las futuras sociedades. Creo que Rubert se detiene, cuando lo que debería hacer, es proseguir con sus análisis hasta el fondo, pues pararse en donde a uno le interesa, aunque resulte comprensible y justificable, demuestra una importante pereza mental, que en principio no se encuentra a su altura intelectual.
Pero posiblemente lo más interesante del artículo no se encuentre en lo anterior, sino en su visión de lo que debe ser una sociedad plurinacional. Evidentemente Rubert no apuesta por una sociedad homogénea, que siempre ha sido la aspiración de los nacionalistas clásicos, entre otras razones, porque él no es un nacionalista clásico. Toda sociedad homogénea, parece decir, en el caso de que tal realidad pudiera darse en las actuales circunstancias históricas, tenderá hacia cierto fundamentalismo étnico y cultural, lo que sólo se podrá evitar, gracias a que en la misma existan diferentes variables que contrarresten dicha deriva, de suerte que, una sociedad en la que existan un gran número de variables, ideológicas, étnicas, culturales, será menos propensa a caer en dicho fundamentalismo, que otra en que ese número de variables sea menor. La cuestión radica, en que para él, esas sociedades plurinacionales ya no las puede garantizar los estados tradicionales centralizados, sino esas pequeñas comunidades que aspiran a la independencia, precisamente, porque aquellas han dejado de tener sentido funcional, mientras que estas, en su nuevo papel, tendrán que dedicarse, entre otras tareas, a salvaguardar las diferencias existentes. Sigo sin comprender nada. El catalán, en su intento por darle la vuelta a la tortilla ha realizado un salto mortal en donde sitúa, en contra de lo estimado comúnmente, a los estados centrales, que hasta ahora habían sido plurinacionales, en Estados homogeneizadores, mientras que a las pequeñas regiones, que hasta la fecha siempre habían favorecido precisamente la unidad cultural y étnica de sus miembros, con la intención de mantener su singularidad, en estructuras encargadas, sobre todo, de velar por las diferencias. Como dije anteriormente, las actuales dinámicas sociales tienden a la descentralización, a una descentralización cada día más radical, en donde la gestión de los asuntos, ya sean administrativos o sociales, serán gestionados por unidades menores que se encuentren en contacto directo con los ciudadanos, pero hay que tener cuidado en no errar en los veredictos, ni cohn los vaticinios, pues una cosa es la descentralización y otra muy distinta, la creación de nuevos estados centralizados por muy pequeños que éstos lleguen a ser. El nacionalismo y el independentismo, a lo que aspiran es a eso, a cuadricular la nueva sociedad global, sin comprender, que tal actitud, aunque se intente llevar a cabo desde posiciones izquierdistas, va a contracorriente del gran tsunami histórico en donde todos, queramos o no, nos encontramos aupados.
Martes, 30 de octubre de 2.007
domingo, 23 de diciembre de 2007
martes, 18 de diciembre de 2007
Mauricio o las elecciones primarias
LECTURAS
(elo.097)
MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.006
Hace varios años, comentando también una novela de Eduardo Mendoza, señalé la necesidad, de que la crítica, antes de juzgar una determinada obra, tenía la obligación, con objeto de orientar al lector (esa en teoría debe ser una de sus funciones), de especificar el subgrupo literario en donde habría que insertar dicha obra, pues no es lo mismo, en el caso de la novela por ejemplo, leer a Pérez-Reverte que a Marías. Lo anterior no puede en ningún caso significar, aunque cada lector tenga sus preferencias, que se partan de prejuicios absurdos sobre la mayor calidad de uno o de otro, pues cada uno de esos segmentos en que se divide la creación literaria, posee unas cualidades, nada fáciles de alcanzar. Cuando se lee o se critica una novela popular, hay siempre que partir de la base de que se está leyendo una novela popular, y esto que en principio puede parecer una perogrullada, curiosamente, es algo que no se tiene siempre en cuenta. No se puede, a pesar de ser lo habitual, analizar una novela, para seguir con el ejemplo, del creador de Alatriste, con las mismas herramientas que otra de Bellow, pues ambas concepciones literarias son radicalmente contrapuestas, lo que puede acarrear, con casi total seguridad, un error de perspectiva que frustre una visión correcta de la obra en cuestión. Lo anterior, no quiere decir que se tenga que caer en un absurdo relativismo en donde todo valga, no, pues lo que intento decir, espero que con algo de fortuna, es que para llegar a conseguir una lectura cabal de un determinado texto, es necesario conocer la tradición literaria a la pertenece, con la intención de comprender los objetivos que se ha propuesto el autor con el mismo, para tratar de avaluar de forma objetiva, en la medida de lo posible, si dichos objetivos se han cumplido o por el contrario se han dejado en el camino.
La literatura popular, es aquella, y por esto es la más comprada y leída, que busca el entretenimiento del lector, lo que no quiere decir, que toda la que consiga tal objetivo primario, pueda ser considerada una buena novela popular. No, también con este tipo de novelas existen niveles, niveles de exigencia, existiendo la buena literatura popular y la mala literatura popular, siendo la primera la que se queda sólo en el hecho de contar una historia intrascendente, y la segunda, la que confiando en la inteligencia del lector, intenta evitar el camino fácil, el desarrollar una historia banal, de esas que se olvidan, de forma curiosa, en el instante mismo de acabar la lectura. Este tipo de literatura, a pesar de lo que suele pensarse, no sólo es consumida por aquellos lectores que bien comienzan a leer o por los que no desean complicarse la vida con la literatura de altura, pues también hay muchos lectores experimentados, que de vez en cuando, por necesidad de pasar un buen rato, se asoman a ella buscando el placer de la lectura. Hay veces, que después de haber afrontado un texto exigente, de esos que necesitan de una lectura reposada, un lector siente la necesidad de embarcarse en las intrépidas aventuras de algún bucanero en los mares del sur, o en los avatares de algún detective privado en su eterna lucha contra el mal, de hecho, la persona más inteligente que he llegado a conocer, poseía una segunda biblioteca especializada en novela negra, novelas con las que conseguía conciliar el sueño. Recuerdo también a mi padre, que durante una época, cuando llegaba a casa después de una agotadora jornada laboral, malgastaba su tiempo libre con novelas del oeste, de esas que escribía Marcial Lafuente Estefanía, que tan en boga estuvieron durante una época en nuestro país. Creo que la diferencia entre la buena novela popular y la mala, se puede encontrar en ambos ejemplos. Siempre he creído, que la novela popular tiene una función esencial, que no es otra, que la de crear nuevos lectores, pues nadie, como he repetido en muchas ocasiones, se puede aficionar a la literatura leyendo a Proust o a Joyce, ya que para poder llegar a estas cumbres de la literatura, antes hay que pasar necesariamente por una multitud de autores menores, todos ellos imprescindibles, que serán los que poco a poco, irán abriendo el amplio sendero que lleva hacia la literatura de calidad. La buena literatura popular, la que resulta necesaria, sería aquella, que tuviera la facultad de incitar a la lectura, pero no a la lectura por la lectura, sino a una lectura de cada vez de más altura, como ocurre con la buena novela negra, mientras que la mala, la que a todas luces resulta prescindible, es la que no conduce al lector a ninguna parte, como aquellas novelas que leía sin parar mi padre.
Últimamente, debido a la mercantilización de la literatura que estamos padeciendo, se observa un nuevo fenómeno que, al menos a mi, me llama de forma poderosa la atención, y es que se está intentando vender, y de hecho se venden, novelas eminentemente populares en envoltorios de novela de calidad, fenómeno que es acompañado, por otro hecho también curioso, por no decir sorprendente, y es que novelistas de consolidada reputación, de esos que llevan sobre sus espaldas un importante prestigio literario ganado evidentemente a pulso, se están dedicando a realizar obras banales, que consiguen importantes ventas, gracias, no a la calidad de dichos textos, sino al prestigio de su firma. En principio podría pensarse, que el aterrizaje de un autor consagrado en eso que venimos llamando literatura popular, tendría que suponer un aumento de la calidad de dicha literatura, pero en casi todas las ocasiones ocurre lo contrario, pues por norma general, esos autores bajan tanto el nivel, que sólo consiguen poner en los estantes de las librerías novelas infumables y vergonzosas, que parecen estar diseñadas y ejecutadas, sólo para engordar la cuenta corriente de sus autores. Es el caso de Eduardo Mendoza.
Hace algunos años, Eduardo Mendoza sorprendió a propios y a extraños, con un artículo publicado en el diario El País, en donde realizaba unas de claraciones en las que afirmaba, que había comprendido que la novela de entretenimiento ya no le interesaba, y que desde ese momento se dedicaría al teatro, actividad artística que estimaba mucho más interesante. De esas declaraciones salió la famosa definición de “la novela de sofá”, en referencia a la literatura intrascendente que sólo buscaba el entretenimiento por el entretenimiento. Imagino que todos los que leímos con interés aquel artículo, quedamos sorprendidos cuando el barcelonés publicó “La aventura del tocador de señoras”, novela que ante todo, se podía definir como eso, como una novela de sofá, aunque hay que reconocer que tenía cierta gracia, por el personaje que había rescatado de antiguas obras suyas, el sorprendente e inclasificable Juan. Pero Mendoza ha seguido en su empeño en tratar de sorprendernos con nuevas obras de ínfima calidad, con regalarnos obras eminentemente alimenticias carentes por completo de sentido y de justificación, como en la que en esta ocasión ha caído en mis manos, novela que pone en jaque seriamente su credibilidad como novelista de calidad, pues en esta ocasión, rizando el rizo, ha conseguido no ya una novela de sofá, sino una novela de mesita de noche, sólo apta para que el lector se quede dormido de aburrimiento.
“Mauricio o las elecciones primarias” (título absurdo pues en la novela no se producen elecciones primarias), nos cuenta la historia de un dentista en la Barcelona que aspiraba a ser sede de los Juegos Olímpicos, historia a la que no consigue sacarle ningún partido, a pesar de que le hubiera podido sacar el mismo jugo que a su obra más emblemática “La ciudad de los prodigios”, pero parece que Mendoza ya no está por la labor, posiblemente, porque en el fondo ya no cree en la novela. Una lástima.
Lunes, 22 de Octubre de 2.007
(elo.097)
MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.006
Hace varios años, comentando también una novela de Eduardo Mendoza, señalé la necesidad, de que la crítica, antes de juzgar una determinada obra, tenía la obligación, con objeto de orientar al lector (esa en teoría debe ser una de sus funciones), de especificar el subgrupo literario en donde habría que insertar dicha obra, pues no es lo mismo, en el caso de la novela por ejemplo, leer a Pérez-Reverte que a Marías. Lo anterior no puede en ningún caso significar, aunque cada lector tenga sus preferencias, que se partan de prejuicios absurdos sobre la mayor calidad de uno o de otro, pues cada uno de esos segmentos en que se divide la creación literaria, posee unas cualidades, nada fáciles de alcanzar. Cuando se lee o se critica una novela popular, hay siempre que partir de la base de que se está leyendo una novela popular, y esto que en principio puede parecer una perogrullada, curiosamente, es algo que no se tiene siempre en cuenta. No se puede, a pesar de ser lo habitual, analizar una novela, para seguir con el ejemplo, del creador de Alatriste, con las mismas herramientas que otra de Bellow, pues ambas concepciones literarias son radicalmente contrapuestas, lo que puede acarrear, con casi total seguridad, un error de perspectiva que frustre una visión correcta de la obra en cuestión. Lo anterior, no quiere decir que se tenga que caer en un absurdo relativismo en donde todo valga, no, pues lo que intento decir, espero que con algo de fortuna, es que para llegar a conseguir una lectura cabal de un determinado texto, es necesario conocer la tradición literaria a la pertenece, con la intención de comprender los objetivos que se ha propuesto el autor con el mismo, para tratar de avaluar de forma objetiva, en la medida de lo posible, si dichos objetivos se han cumplido o por el contrario se han dejado en el camino.
La literatura popular, es aquella, y por esto es la más comprada y leída, que busca el entretenimiento del lector, lo que no quiere decir, que toda la que consiga tal objetivo primario, pueda ser considerada una buena novela popular. No, también con este tipo de novelas existen niveles, niveles de exigencia, existiendo la buena literatura popular y la mala literatura popular, siendo la primera la que se queda sólo en el hecho de contar una historia intrascendente, y la segunda, la que confiando en la inteligencia del lector, intenta evitar el camino fácil, el desarrollar una historia banal, de esas que se olvidan, de forma curiosa, en el instante mismo de acabar la lectura. Este tipo de literatura, a pesar de lo que suele pensarse, no sólo es consumida por aquellos lectores que bien comienzan a leer o por los que no desean complicarse la vida con la literatura de altura, pues también hay muchos lectores experimentados, que de vez en cuando, por necesidad de pasar un buen rato, se asoman a ella buscando el placer de la lectura. Hay veces, que después de haber afrontado un texto exigente, de esos que necesitan de una lectura reposada, un lector siente la necesidad de embarcarse en las intrépidas aventuras de algún bucanero en los mares del sur, o en los avatares de algún detective privado en su eterna lucha contra el mal, de hecho, la persona más inteligente que he llegado a conocer, poseía una segunda biblioteca especializada en novela negra, novelas con las que conseguía conciliar el sueño. Recuerdo también a mi padre, que durante una época, cuando llegaba a casa después de una agotadora jornada laboral, malgastaba su tiempo libre con novelas del oeste, de esas que escribía Marcial Lafuente Estefanía, que tan en boga estuvieron durante una época en nuestro país. Creo que la diferencia entre la buena novela popular y la mala, se puede encontrar en ambos ejemplos. Siempre he creído, que la novela popular tiene una función esencial, que no es otra, que la de crear nuevos lectores, pues nadie, como he repetido en muchas ocasiones, se puede aficionar a la literatura leyendo a Proust o a Joyce, ya que para poder llegar a estas cumbres de la literatura, antes hay que pasar necesariamente por una multitud de autores menores, todos ellos imprescindibles, que serán los que poco a poco, irán abriendo el amplio sendero que lleva hacia la literatura de calidad. La buena literatura popular, la que resulta necesaria, sería aquella, que tuviera la facultad de incitar a la lectura, pero no a la lectura por la lectura, sino a una lectura de cada vez de más altura, como ocurre con la buena novela negra, mientras que la mala, la que a todas luces resulta prescindible, es la que no conduce al lector a ninguna parte, como aquellas novelas que leía sin parar mi padre.
Últimamente, debido a la mercantilización de la literatura que estamos padeciendo, se observa un nuevo fenómeno que, al menos a mi, me llama de forma poderosa la atención, y es que se está intentando vender, y de hecho se venden, novelas eminentemente populares en envoltorios de novela de calidad, fenómeno que es acompañado, por otro hecho también curioso, por no decir sorprendente, y es que novelistas de consolidada reputación, de esos que llevan sobre sus espaldas un importante prestigio literario ganado evidentemente a pulso, se están dedicando a realizar obras banales, que consiguen importantes ventas, gracias, no a la calidad de dichos textos, sino al prestigio de su firma. En principio podría pensarse, que el aterrizaje de un autor consagrado en eso que venimos llamando literatura popular, tendría que suponer un aumento de la calidad de dicha literatura, pero en casi todas las ocasiones ocurre lo contrario, pues por norma general, esos autores bajan tanto el nivel, que sólo consiguen poner en los estantes de las librerías novelas infumables y vergonzosas, que parecen estar diseñadas y ejecutadas, sólo para engordar la cuenta corriente de sus autores. Es el caso de Eduardo Mendoza.
Hace algunos años, Eduardo Mendoza sorprendió a propios y a extraños, con un artículo publicado en el diario El País, en donde realizaba unas de claraciones en las que afirmaba, que había comprendido que la novela de entretenimiento ya no le interesaba, y que desde ese momento se dedicaría al teatro, actividad artística que estimaba mucho más interesante. De esas declaraciones salió la famosa definición de “la novela de sofá”, en referencia a la literatura intrascendente que sólo buscaba el entretenimiento por el entretenimiento. Imagino que todos los que leímos con interés aquel artículo, quedamos sorprendidos cuando el barcelonés publicó “La aventura del tocador de señoras”, novela que ante todo, se podía definir como eso, como una novela de sofá, aunque hay que reconocer que tenía cierta gracia, por el personaje que había rescatado de antiguas obras suyas, el sorprendente e inclasificable Juan. Pero Mendoza ha seguido en su empeño en tratar de sorprendernos con nuevas obras de ínfima calidad, con regalarnos obras eminentemente alimenticias carentes por completo de sentido y de justificación, como en la que en esta ocasión ha caído en mis manos, novela que pone en jaque seriamente su credibilidad como novelista de calidad, pues en esta ocasión, rizando el rizo, ha conseguido no ya una novela de sofá, sino una novela de mesita de noche, sólo apta para que el lector se quede dormido de aburrimiento.
“Mauricio o las elecciones primarias” (título absurdo pues en la novela no se producen elecciones primarias), nos cuenta la historia de un dentista en la Barcelona que aspiraba a ser sede de los Juegos Olímpicos, historia a la que no consigue sacarle ningún partido, a pesar de que le hubiera podido sacar el mismo jugo que a su obra más emblemática “La ciudad de los prodigios”, pero parece que Mendoza ya no está por la labor, posiblemente, porque en el fondo ya no cree en la novela. Una lástima.
Lunes, 22 de Octubre de 2.007
miércoles, 5 de diciembre de 2007
Veneno y sombra y adiós
LECTURAS
(elo.096)
TU ROSTRO MAÑANA, 3
Veneno y sombra y adiós
Javier Marías
Siempre es motivo de satisfacción, e incluso de alegría, enterarse que ha aparecido en las librerías una nueva novela Javier Marías, pues el novelista madrileño ante todo asegura, y eso creo que nadie puede reprochárselo, ni tan siquiera sus críticos más hostiles, una calidad literaria muy por encima de la media existente en nuestro país. Alguien dijo en cierta ocasión, que es nuestro mejor escritor británico, sobre todo, creo, porque su prosa nada tiene que ver, con la que se realiza, se vende y se premia por estos lares, pues la riqueza que uno encuentra en todas sus obras, lo convierten en un espécimen raro, al que sin duda hay que proteger, muy parecida a la su maestro Benet, pero a diferencia de la de éste, cuya literatura cada día se encuentra más muerta, resulta de una luminosidad extrema. Marías, en una reciente entrevista, con razón, afirmaba que el tipo de literatura que él realiza, está condenada a vender, sólo, en el mejor de los casos, quince mil ejemplares, y eso con suerte y gracias a un despliegue publicitario mayúsculo (esto último lo digo yo), lo que en realidad no ocurre con sus novelas, que obtienen unos niveles de ventas, muy por encima de lo que en principio se podría esperar. El autor de “Corazón tan blanco”, tiene una acogida entre el público difícil de explicar, pues a pesar de que sus obras, podrían definirse ante todo como no comerciales, consiguen no obstante, posicionarse en las primeras semanas, en los primeros puestos de todas las listas de ventas, algo sorprendente, si se ha leído al madrileño. Tengo la sensación, al hilo de lo anterior, que es uno de esos autores que consiguen vender más, de lo que en realidad llega a leerse, de esos cuya fama, empuja al público a comprar sus obras, que en la mayoría de las ocasiones, son abandonas al poco de haberse comenzado a leer, pues la literatura de Marías no se encuentra precisamente al alcance de todos. Su obra no encaja entre aquellas que Mendoza califico en su día como literatura de sofá, que es la que en realidad se vende y se lee, aunque tampoco, por supuesto, entre la que algunos denominarían literatura de combate o comprometida, estando su fuerza, su atractivo, no tanto en las historias que cuenta, como en la forma en que cuenta sus historias, y en la gran cantidad de imágenes, muchas de ellas inolvidables, que es capaz de regalar al lector.
Estimo que a estas alturas, en esa literatura que en realidad se vende, se está sobrevalorando el papel de la historia que se cuenta, sobre los restantes elementos que en todo momento deben hacer posible una obra de arte literaria, de suerte que, nos estamos acostumbrando, a dejarnos llevar por las desdichas y por las venturas de un determinado protagonista, detrás del cual corremos sin prestar demasiada atención, por ejemplo, al lenguaje empleado para narrar dichas aventuras. Se habla de transparencia y de lenguaje directo, de que lo narrativo, a estas alturas, carece de importancia y que sólo es una rémora del pasado, que la literatura de nuestros días debe adaptarse a las necesidades del hombre contemporáneo, sin comprenderse, que todo lo anterior, está conduciendo a la literatura a un callejón sin salida. Pérez-Reverte, la semana pasada, en una entrevista concedida a un importante periódico, dijo que él, incluso cuando escribía se consideraba un lector, no pareciéndose en nada a su amigo Marías, que ante todo y sobre todo era un escritor. Posiblemente nuestro polémico amigo Corso, sin proponérselo, ha logrado dar con la tecla exacta de uno de los males que afecta a la literatura en estos momentos, el hecho de tenerse que escribir necesariamente para que se lea con facilidad, o lo que es lo mismo, de tener que escribir para agradar a ese lector que espera, con impaciencia, nuevas historias que devorar. El tipo de literatura que realiza el cartagenero, puede ser considerada en este aspecto como paradigmática, al ser la literatura que en la actualidad interesa, tanto a las editoriales como a la comunidad de lectores, pues en ella, con todas sus deficiencias, se pueden encontrar, todo lo que desea hallar en una novela, el prototipo de lector de nuestros días, al ser obras que ante todo buscan el entretenimiento sobre unos esquemas, casi siempre demasiados diáfanos. Todo el mundo lee, y se lee evidentemente más que nunca, pero sin embargo, el nivel de las aguas literarias están más bajo que nunca, lo que se debe, a ese interés por presentar y potenciar obras que ante todo sean masticables y de fácil digestión, pues de lo que se trata, no es de aumentar la calidad literaria, sino de buscar, donde sea, nuevos lectores. Pero la buena literatura, la de altura, por el contrario, casi siempre es aquella que no resulta fácil de afrontar, y por supuesto, la que requiere una lenta asimilación, aquella que exige un lector atento que se detenga no sólo en la trama, sino en todo aquello que la hacen posible. A este tipo de literatura, se le podría denominar literatura literaria, siendo con diferencia Javier Marías, el máximo exponente en nuestro país de esta tendencia, pues en sus novelas, el lector comprende (el lector interesado en leer no el que sólo desea que le cuenten lisa y llanamente una historia), que en muchas ocasiones, es bastante más importante el cómo se dice que el qué, o lo que es lo mismo, el disfrute con la lectura, que el placer que pudiera producir una determinada historia.
La aparición del último volumen de la trilogía “Tu rostro mañana”, a pesar de no ser su mejor obra, como él se empeña en afirma, es una novela que sí se encuentra dentro de todos los parámetros, que hasta el momento han singularizado la producción literaria del escritor madrileño. Es ante todo una obra de Marías, perfectamente identificable, y que sólo, posiblemente, puedan disfrutar en todo su esplendor sus lectores habituales, aquellos que siempre están esperando algo suyo, pues su forma de escribir tiene una capacidad de enganche incuestionable. En esta tercera entrega, Javier Deza, el protagonista de la obra, prosigue sus andanzas en una misteriosa oficina del servicio secreto británico, intentando conocer, o descifrar los secretos ocultos, de todos los que son tildados de sospechosos por los responsables de dicho departamento. Pero la singularidad de su trabajo, consiste, en tener que descubrir la personalidad real de dichos individuos, no por lo que dicen, sino precisamente por aquello que callan y que sólo consiguen delatar sus gestos. El tema es el mismo que el de sus anteriores obras, el secreto, la necesidad del secreto, y la necesidad que todos tenemos de desentrañar dichos secretos. La mayor parte de la novela se sustenta sobre conversaciones, sobre largos diálogos en todo momento sazonados por sus incisivas opiniones y por sus deslumbrantes matices. En ella también asoman, mucho más desarrollados algunos personajes que ya aparecieron en otras novelas suyas, como el desconcertante y siempre enigmático copista Custardoy, aunque de todas forma, lo que siempre quedará de esta novela, como de todas las anteriores suyas, es el recuerdo del placer encontrado en su lectura y algunas imágenes que difícilmente podrán olvidarse, que es todo lo contrario, de lo que uno encuentra en esas habituales y cotidianas novelas que parecen copar todo el panorama literario actual, de esas mismas que a los pocos días, ni tan siquiera, se consiguen recordar sus argumentos.
Domingo,7 de octubre de 2007
(elo.096)
TU ROSTRO MAÑANA, 3
Veneno y sombra y adiós
Javier Marías
Siempre es motivo de satisfacción, e incluso de alegría, enterarse que ha aparecido en las librerías una nueva novela Javier Marías, pues el novelista madrileño ante todo asegura, y eso creo que nadie puede reprochárselo, ni tan siquiera sus críticos más hostiles, una calidad literaria muy por encima de la media existente en nuestro país. Alguien dijo en cierta ocasión, que es nuestro mejor escritor británico, sobre todo, creo, porque su prosa nada tiene que ver, con la que se realiza, se vende y se premia por estos lares, pues la riqueza que uno encuentra en todas sus obras, lo convierten en un espécimen raro, al que sin duda hay que proteger, muy parecida a la su maestro Benet, pero a diferencia de la de éste, cuya literatura cada día se encuentra más muerta, resulta de una luminosidad extrema. Marías, en una reciente entrevista, con razón, afirmaba que el tipo de literatura que él realiza, está condenada a vender, sólo, en el mejor de los casos, quince mil ejemplares, y eso con suerte y gracias a un despliegue publicitario mayúsculo (esto último lo digo yo), lo que en realidad no ocurre con sus novelas, que obtienen unos niveles de ventas, muy por encima de lo que en principio se podría esperar. El autor de “Corazón tan blanco”, tiene una acogida entre el público difícil de explicar, pues a pesar de que sus obras, podrían definirse ante todo como no comerciales, consiguen no obstante, posicionarse en las primeras semanas, en los primeros puestos de todas las listas de ventas, algo sorprendente, si se ha leído al madrileño. Tengo la sensación, al hilo de lo anterior, que es uno de esos autores que consiguen vender más, de lo que en realidad llega a leerse, de esos cuya fama, empuja al público a comprar sus obras, que en la mayoría de las ocasiones, son abandonas al poco de haberse comenzado a leer, pues la literatura de Marías no se encuentra precisamente al alcance de todos. Su obra no encaja entre aquellas que Mendoza califico en su día como literatura de sofá, que es la que en realidad se vende y se lee, aunque tampoco, por supuesto, entre la que algunos denominarían literatura de combate o comprometida, estando su fuerza, su atractivo, no tanto en las historias que cuenta, como en la forma en que cuenta sus historias, y en la gran cantidad de imágenes, muchas de ellas inolvidables, que es capaz de regalar al lector.
Estimo que a estas alturas, en esa literatura que en realidad se vende, se está sobrevalorando el papel de la historia que se cuenta, sobre los restantes elementos que en todo momento deben hacer posible una obra de arte literaria, de suerte que, nos estamos acostumbrando, a dejarnos llevar por las desdichas y por las venturas de un determinado protagonista, detrás del cual corremos sin prestar demasiada atención, por ejemplo, al lenguaje empleado para narrar dichas aventuras. Se habla de transparencia y de lenguaje directo, de que lo narrativo, a estas alturas, carece de importancia y que sólo es una rémora del pasado, que la literatura de nuestros días debe adaptarse a las necesidades del hombre contemporáneo, sin comprenderse, que todo lo anterior, está conduciendo a la literatura a un callejón sin salida. Pérez-Reverte, la semana pasada, en una entrevista concedida a un importante periódico, dijo que él, incluso cuando escribía se consideraba un lector, no pareciéndose en nada a su amigo Marías, que ante todo y sobre todo era un escritor. Posiblemente nuestro polémico amigo Corso, sin proponérselo, ha logrado dar con la tecla exacta de uno de los males que afecta a la literatura en estos momentos, el hecho de tenerse que escribir necesariamente para que se lea con facilidad, o lo que es lo mismo, de tener que escribir para agradar a ese lector que espera, con impaciencia, nuevas historias que devorar. El tipo de literatura que realiza el cartagenero, puede ser considerada en este aspecto como paradigmática, al ser la literatura que en la actualidad interesa, tanto a las editoriales como a la comunidad de lectores, pues en ella, con todas sus deficiencias, se pueden encontrar, todo lo que desea hallar en una novela, el prototipo de lector de nuestros días, al ser obras que ante todo buscan el entretenimiento sobre unos esquemas, casi siempre demasiados diáfanos. Todo el mundo lee, y se lee evidentemente más que nunca, pero sin embargo, el nivel de las aguas literarias están más bajo que nunca, lo que se debe, a ese interés por presentar y potenciar obras que ante todo sean masticables y de fácil digestión, pues de lo que se trata, no es de aumentar la calidad literaria, sino de buscar, donde sea, nuevos lectores. Pero la buena literatura, la de altura, por el contrario, casi siempre es aquella que no resulta fácil de afrontar, y por supuesto, la que requiere una lenta asimilación, aquella que exige un lector atento que se detenga no sólo en la trama, sino en todo aquello que la hacen posible. A este tipo de literatura, se le podría denominar literatura literaria, siendo con diferencia Javier Marías, el máximo exponente en nuestro país de esta tendencia, pues en sus novelas, el lector comprende (el lector interesado en leer no el que sólo desea que le cuenten lisa y llanamente una historia), que en muchas ocasiones, es bastante más importante el cómo se dice que el qué, o lo que es lo mismo, el disfrute con la lectura, que el placer que pudiera producir una determinada historia.
La aparición del último volumen de la trilogía “Tu rostro mañana”, a pesar de no ser su mejor obra, como él se empeña en afirma, es una novela que sí se encuentra dentro de todos los parámetros, que hasta el momento han singularizado la producción literaria del escritor madrileño. Es ante todo una obra de Marías, perfectamente identificable, y que sólo, posiblemente, puedan disfrutar en todo su esplendor sus lectores habituales, aquellos que siempre están esperando algo suyo, pues su forma de escribir tiene una capacidad de enganche incuestionable. En esta tercera entrega, Javier Deza, el protagonista de la obra, prosigue sus andanzas en una misteriosa oficina del servicio secreto británico, intentando conocer, o descifrar los secretos ocultos, de todos los que son tildados de sospechosos por los responsables de dicho departamento. Pero la singularidad de su trabajo, consiste, en tener que descubrir la personalidad real de dichos individuos, no por lo que dicen, sino precisamente por aquello que callan y que sólo consiguen delatar sus gestos. El tema es el mismo que el de sus anteriores obras, el secreto, la necesidad del secreto, y la necesidad que todos tenemos de desentrañar dichos secretos. La mayor parte de la novela se sustenta sobre conversaciones, sobre largos diálogos en todo momento sazonados por sus incisivas opiniones y por sus deslumbrantes matices. En ella también asoman, mucho más desarrollados algunos personajes que ya aparecieron en otras novelas suyas, como el desconcertante y siempre enigmático copista Custardoy, aunque de todas forma, lo que siempre quedará de esta novela, como de todas las anteriores suyas, es el recuerdo del placer encontrado en su lectura y algunas imágenes que difícilmente podrán olvidarse, que es todo lo contrario, de lo que uno encuentra en esas habituales y cotidianas novelas que parecen copar todo el panorama literario actual, de esas mismas que a los pocos días, ni tan siquiera, se consiguen recordar sus argumentos.
Domingo,7 de octubre de 2007
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