LECTURAS
(elo.095)
SIN RESPIRO
William Boyd
Alfaguara, 2.006
Sigo pensando, que la literatura, la buena literatura es, tiene que ser, algo más que un mero entretenimiento, una actividad artística, en donde el autor lleve de la mano al lector por senderos desconocidos por ambos, con la esperanza, de que a la vuelta de cualquier recodo, pueda aparecer lo inesperado. Para los que buscan entretenerse, algo muy lícito por otra parte, existen otros productos, incluso determinado tipo de literatura, aunque ésta, poco tiene que ver con la otra, con la que aquí se califica de artística. El problema, o uno de los problemas, es que la literatura cada día se concibe más como una mercancía que como una actividad artística, lo que está conduciendo a la misma, a una extraña situación, que está logrando desvirtuarla, convirtiéndola en algo cada día menos necesario. La necesidad del arte, es algo cuanto menos que problemático, al no ser una prioridad para el ser humano como lo puede ser, por ejemplo, luchar a brazo partido contra el aburrimiento, algo insoportable en el tipo de sociedad en la que vivimos. El arte es un lujo, un lujo al que sólo pueden aspirar, desgraciadamente, y esto aunque duela hay que decirlo, un reducido número de individuos, entre otras razones porque es producto de un aprendizaje previo. Por ello, al ser algo minoritario, hay que comprender que la industria editorial, cada día, en aras de su rentabilidad, se preocupe menos de esa franja de mercado que espera obras singulares, y más, evidentemente, por llenar los anaqueles de las librerías, con textos que sí puedan satisfacer los gustos de ese sector mayoritario, que sólo busca entretenerse con lo que lee. Este es el motivo, y no otro, por el que la literatura que se publica cada día resulte más banal, no porque no existan creadores de altura, que aunque pocos los hay, sino por el hecho, de que las obras de estos, no tienen acogida en esa industria, que sólo aspira a lograr un número determinado de ejemplares vendidos, sin preocuparse en ningún momento, de la calidad de los mismos. Se dirá que lo anterior es lógico, y claro, en un mundo dominado por la lógica de los mercados, en donde todo hay que venderlo, y en donde el gran fracaso radica en carecer de la competitividad necesaria, hay que reconocer, que la política llevada a cabo por las editoriales es la única posible, la única sostenible, pues el problema, es la inexistencia de una demanda diferente, que sí podría cambiar, si existiera, esa inflexible lógica que en la actualidad existe. Comenté un poco más arriba, que el arte es un aprendizaje, lo que significa que nadie nace, absolutamente nadie, ni tan siquiera los más exquisitos, sabiendo apreciar una determinada manifestación artística, y que éstas sólo se llegan a saborear, después de un largo periodo, después de un largo deambular por el desierto.
En momentos como los actuales, en donde el hombre ha llegado a unos estadios de desarrollo impensables hace sólo algunas décadas, gracias al cual, por fin, se ha conseguido un nivel económico medio aceptable, y sobre todo, a un porcentaje de tiempo libre disponible del que tendríamos que sentirnos orgullosos, se constata, que ese mismo hombre, no se encuentra capacitado para disfrutar de las conquistas conseguidas. Siempre he pensado, que el aumento del tiempo libre, es lo que liberaría al ser humano de todas sus cadenas, de todas sus taras, pero ahora comprendo, con bastante desanimo, que no se encuentra preparado para enfrentarse a su nueva realidad, lo que está siendo utilizado por los poderes dominantes, para embotarlo y desorientarlo aún más. Se tiene tiempo libre, como nunca se ha tenido, pero no se sabe qué hacer con él, de suerte que, a lo único que se aspira, es a intentar llenarlo de la forma más rápida posible, pues en caso contrario, ese tiempo de ocio, que debería ser creativo, la contrapartida necesaria al tiempo de trabajo, se convertiría en algo insoportable. Ese nuevo hombre, por tanto, tiene la obligación de aprender a enfrentarse a la nueva situación ante la que se encuentra, lo que podrá realizar gracias a dos vías, la primera de las cuales, no sería más que una prolongación de sus actuales comportamientos, es decir, entendiendo el tiempo libre como algo que hay que soportar, como sea, o por el contrario, comprenderlo como un estadio de crecimiento, en donde día a día, se tenga la oportunidad de poder mejorar vital y culturalmente. Este aprendizaje, que tendrá que ser lento pero continuado, puede tener la facultad, de modificar la fisonomía del hombre medio realmente imperante, al tiempo que el de nuestras sociedades, al modificar el eje sobre el que todo se articula.
El tiempo libre del que hablo, puede suponer un florecimiento de la literatura, de la literatura de calidad, pues habrá tiempo para leer con calma, y para leer mucho, siendo esto último fundamental, para con el tiempo, poder disfrutar de la literatura. Nadie comienza leyendo a Proust, todos los que han llegado a coronar esa cima, lo han logrado después de una larga escalada, después de múltiples intentos fallidos y de múltiples esfuerzos, esfuerzos que uno mismo, por necesidad, día a día se ha ido imponiendo. De aquí surge la importancia de la literatura popular, que no es otra que la incita a la lectura, la que obliga, a que cuando se termina una determinada novela, se busque lo antes posible otra, la que aporta placer en la lectura, la que engancha, siendo sin más, aquella por la que todo buen lector ha tenido necesariamente que pasar. Lo que ocurre, es que existe una literatura popular buena y otra mala, siendo esta última, para simplificar, la que embota, la que en lugar de abrir se dedica a taponar los caminos, la que desanima y aburre, mientras que la otra, la buena, es todo lo contrario, siendo su función dentro de la literatura, la de entretener y crear nuevos lectores. Dentro de la literatura popular, hay que subrayar el importante papel que en todo momento ha tenido la novela negra y los triller policíacos, pues ambas modalidades literarias, han tenido siempre la facultad de crear lectores ávidos, que con posterioridad, gracias a las semillas que lograron plantar, pasaron a otro tipo de literatura, a una literatura más compleja y enriquecedora. Por ello, estimo, que en la labor de aprendizaje que hay que realizar, es fundamental, que se potencie ese tipo de obras, pues ellas suponen un peldaño esencial para el desarrollo de todo lector.
De tarde en tarde, llega a mi poder alguna novela de estas características, y tengo que reconocer, que de vez en cuando, necesito perderme en alguna de ellas, aunque reconozco, que lo que más me atraen de las mismas, no es precisamente su calidad literaria, sino su capacidad para embrujarme, para seducirme durante unas cuantas horas. No se puede estar siempre, utilizando el símil anterior, escalando cimas emblemáticas, pues a veces, lo que realmente apetece, es pasear por armónicas colinas y disfrutar del paisaje, disfrutar con el hecho de leer. En esta ocasión ha caído en mis manos un triller británico, “Sin respiro” de William Boyd, en donde de forma paralela, intercalando capítulos, se cuentan dos historias entrelazadas entre sí, la de una antigua espía británica, que ya jubilada, le cuenta a su hija, gracias a unos manuscritos que le va entregando paulatinamente, todos los avatares que forjaron su vida, y la de esa hija, que atónita, va descubriendo la vida secreta de su madre. Una novela, que como diría un amigo mío, podría ser calificada de digna, una obra aceptable para eso, para esconderse en ella sin pensar en nada más, pero que puede constituir un ejercicio saludable, para todos aquellos, que están intentando introducirse en eso que se llama literatura.
viernes, 30 de noviembre de 2007
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Ideas y creencias
LECTURAS
(elo.094)
IDEAS Y CREENCIAS
José Ortega y Gasset
Obras completas, vol.V 1.940
Hay personas que evolucionan, que de forma permanente se encuentran en movimiento, mientras que otras, no sé si a su pesar, se mantienen estancadas, sin modificar sus puntos de vista pese al paso del tiempo. No hay nada más extraño, que encontrar después de mucho tiempo a algún conocido, y comprobar, que sigue manteniendo las mismas opiniones que cuando se le conoció; que a pesar del tiempo transcurrido, se empeña en apostar, no ya por los mismos temas (estos difícilmente cambian), sino por los mismos argumentos que hace diez o quince años antes. A tal actitud, algunos la llaman coherencia, pero creo que en el fondo, de lo que se trata es de desidia y de pereza mental, pues resulta imposible, o incomprensible, que alguien permanezca inalterable, pese a las modificaciones que constantemente se llevan a acabo en su entorno. La realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano, cambia y se modifica, a veces a una velocidad vertiginosa, siendo absurdo que ese ser humano, reivindicando eso que llaman coherencia, se mantenga enrocado en sus posiciones de siempre, entre otras razones, porque esa es la mejor forma de quedar superado y sepultado por la realidad, a la que siempre, como mínimo, hay que presentar resistencia. Quedarse parado en la primera trinchera que se encuentra, tiene el riesgo, muy desagradable por cierto, de despertar un día y comprobar que la batalla se encuentra a miles y miles de kilómetros de distancia, lo que en lugar de suponer un alivio, puede acarrear un fuerte sentimiento de frustración, pues el hombre, lejos del campo de batalla, sencillamente no es nada. El ser humano se va perfilando gracias a su contacto directo con la realidad, es ésta, la que lo engrandece o la que consigue hundirlo de forma definitiva, por eso, aunque lo desee, ese individuo no puede evitar relacionarse con ella. El problema, posiblemente pueda consistir, en que algunos, muchos, en un momento determinado, llegan a suponer que han conseguido atrapar la fórmula mágica, gracias a la cual, poder hacer frente a la existencia sin que sobresalto alguno consiga importunarlo, al estimar que tienen en su poder la llave que abre todas las puertas.
Si el objetivo de todo ser humano, es poder atracar en eso que llaman felicidad, y si se admite algo tan problemático como que la felicidad es la ausencia de conflictos, entonces, habría que reconocer, que esos individuos que poseen la llave, que mantienen en su poder el pequeño manojo de fórmulas magistrales, gracias las cuales van encendiendo todas las luces que encuentran a su alrededor, habría que admitir, repito, que esos individuos se encuentran en posesión de la felicidad, ese resguardado y recóndito puerto al que todos deseamos llegar. Pero a pesar de que puedo llegar a admitir que ellos pueden disfrutar más de la vida que el resto de los mortales, de una determinada vida por supuesto, creo que la felicidad, la felicidad con mayúsculas, no se puede alcanzar dándole la espalda de forma sistemática a la realidad, sino todo lo contrario, afrontándola y tratando de pactar con ella, aunque ello suponga, tener que soportar, en el tiempo, una inestabilidad casi crónica. Partiendo de la base, y de esto cada día estoy más seguro, que nadie elige su destino, sino que existen fuerzas que a uno lo empujan hacia una determinada dirección, sin que voluntarismo alguno pueda impedirlo, sería conveniente poder analizar los mecanismos ocultos que obligan a un determinado ser humano a enfrentarse de forma encarnizada contra la realidad, y las que operan, para que otro, que se instala incluso en el mismo ámbito que el anterior, prefiera darle la espalda a la misma. En el hombre se conjuga lo genético con lo cultural, siendo lo primero esa mano oculta que a uno lo posiciona en un determinado lugar y no en otro, y lo segundo, los mecanismos gracias a los cuales logra sobrevivir. Evidentemente, aquí lo que interesa son las herramientas culturales que empleamos para hacer frente a la existencia, pues ellas nos podrán aportar unos esquemas de comportamiento, que puedan llegar a ilustrarnos sobre nuestra vertebración psíquica, algo sobre lo que de forma constante hay que trabajar.
En un principio se admitió, que existen individuos que aceptan la realidad sin más, e incluso que la entienden de forma inamovible, de suerte que, les basta con unos planteamientos bastante primarios para desenvolverse en ella, mientras que existen otros, que la entienden en perpetuo movimiento, motivo el cual, buscan sin parar nuevas estrategias para afrontar las nuevas situaciones ante las que tienen que enfrentarse. Ambos modelos, simplificados al máximo, representan dos fisonomías psíquicas contradictorias, la del que se ha parado, la del que no necesita seguir en movimiento, al creer que ya se encuentra en posesión de todo lo que necesita, y la del que, disconforme e insatisfecho con lo que posee, sigue intentando día a día, buscar una respuesta, o unas respuestas factibles y creíbles a los múltiples interrogantes que se le plantean. Es la eterna diferencia entre el teólogo y el filósofo, entre el que sabe y el que aún no.
Ortega, al que siempre hay que volver, en su obra “Ideas y creencias”, aporta una respuesta plausible a tal hecho, viendo en dicha dinámica, en las originadas entre las ideas y las creencias, la causa de tales diferencias. Para él, el hombre no nace desnudo (“el ser humano ante todo es un heredero”), sino que llega acompañado de unas series de creencias, de concepciones motrices, que le sirven para sobrevivir en un mundo que encuentra ya amueblado. Las ideas carecen de sentido mientras que las creencias resultan suficientes, lo que significa que sólo, cuando éstas comienzan a flaquear, carcomidas por las contradicciones que impone la realidad, el ser humano tiene la necesidad, gracias al intelecto, de desarrollar ideas que puedan taponar los agujeros originados en sus creencias originarias. Cuando las creencias fallan, se produce un enorme seísmo en el interior del individuo, un fuerte movimiento de tierra (de la tierra que lo sostiene), que le obliga a buscar soluciones alternativas, surgiendo entonces las ideas, pero hay que tener en cuenta, que tales respuestas, nunca se hubiera producido sin la caída de dichas creencias. En la propuesta de Ortega, que hay que insertar dentro de su universo ideológico (en donde las ideas y el intelecto no son más que herramientas a disposición del individuo para hacerle la vida más soportable), se puede encontrar la respuesta que estábamos buscando. El hombre estancado, el mal llamado individuo coherente, es aquél, que sobrevive sin problemas con las creencias que posee, mientras que el otro, el que de forma constante evoluciona, es el que en todo momento necesita nuevas ideas, nuevas hipótesis que vengan a paliar las insuficiencias de sus concepciones originarias. De lo anterior se substrae, que contra más deteriorado se encuentre el suelo firme de las creencias, mayor será número de ideas que tendrán que venir en ayuda de ese individuo, mientras que en el caso contrario, apenas se necesitarán nuevas hipótesis, que vengan a salvaguardar el mundo del que se encuentra aún seguro con su equipaje ideológico.
Todo parece indicar, que el quebranto de las creencias de las que hablaba Ortega, y de la hipotética inestabilidad de un determinado individuo, tiene mucho que ver con la amplitud de la existencia del mismo, pues contra más cerrado sea el espacio vital de alguien, mayores posibilidades existirán, de que ese suelo firme ideológico se mantenga estable. Por eso, las personas abiertas a todos los vientos, son las más contradictorias y complejas, pues han tenido que modificar en múltiples ocasiones su herencia ideológica, buscando acomodarse, siempre de forma crítica, a esa realidad que en todo momento comprenden variable y también amenazante.
(elo.094)
IDEAS Y CREENCIAS
José Ortega y Gasset
Obras completas, vol.V 1.940
Hay personas que evolucionan, que de forma permanente se encuentran en movimiento, mientras que otras, no sé si a su pesar, se mantienen estancadas, sin modificar sus puntos de vista pese al paso del tiempo. No hay nada más extraño, que encontrar después de mucho tiempo a algún conocido, y comprobar, que sigue manteniendo las mismas opiniones que cuando se le conoció; que a pesar del tiempo transcurrido, se empeña en apostar, no ya por los mismos temas (estos difícilmente cambian), sino por los mismos argumentos que hace diez o quince años antes. A tal actitud, algunos la llaman coherencia, pero creo que en el fondo, de lo que se trata es de desidia y de pereza mental, pues resulta imposible, o incomprensible, que alguien permanezca inalterable, pese a las modificaciones que constantemente se llevan a acabo en su entorno. La realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano, cambia y se modifica, a veces a una velocidad vertiginosa, siendo absurdo que ese ser humano, reivindicando eso que llaman coherencia, se mantenga enrocado en sus posiciones de siempre, entre otras razones, porque esa es la mejor forma de quedar superado y sepultado por la realidad, a la que siempre, como mínimo, hay que presentar resistencia. Quedarse parado en la primera trinchera que se encuentra, tiene el riesgo, muy desagradable por cierto, de despertar un día y comprobar que la batalla se encuentra a miles y miles de kilómetros de distancia, lo que en lugar de suponer un alivio, puede acarrear un fuerte sentimiento de frustración, pues el hombre, lejos del campo de batalla, sencillamente no es nada. El ser humano se va perfilando gracias a su contacto directo con la realidad, es ésta, la que lo engrandece o la que consigue hundirlo de forma definitiva, por eso, aunque lo desee, ese individuo no puede evitar relacionarse con ella. El problema, posiblemente pueda consistir, en que algunos, muchos, en un momento determinado, llegan a suponer que han conseguido atrapar la fórmula mágica, gracias a la cual, poder hacer frente a la existencia sin que sobresalto alguno consiga importunarlo, al estimar que tienen en su poder la llave que abre todas las puertas.
Si el objetivo de todo ser humano, es poder atracar en eso que llaman felicidad, y si se admite algo tan problemático como que la felicidad es la ausencia de conflictos, entonces, habría que reconocer, que esos individuos que poseen la llave, que mantienen en su poder el pequeño manojo de fórmulas magistrales, gracias las cuales van encendiendo todas las luces que encuentran a su alrededor, habría que admitir, repito, que esos individuos se encuentran en posesión de la felicidad, ese resguardado y recóndito puerto al que todos deseamos llegar. Pero a pesar de que puedo llegar a admitir que ellos pueden disfrutar más de la vida que el resto de los mortales, de una determinada vida por supuesto, creo que la felicidad, la felicidad con mayúsculas, no se puede alcanzar dándole la espalda de forma sistemática a la realidad, sino todo lo contrario, afrontándola y tratando de pactar con ella, aunque ello suponga, tener que soportar, en el tiempo, una inestabilidad casi crónica. Partiendo de la base, y de esto cada día estoy más seguro, que nadie elige su destino, sino que existen fuerzas que a uno lo empujan hacia una determinada dirección, sin que voluntarismo alguno pueda impedirlo, sería conveniente poder analizar los mecanismos ocultos que obligan a un determinado ser humano a enfrentarse de forma encarnizada contra la realidad, y las que operan, para que otro, que se instala incluso en el mismo ámbito que el anterior, prefiera darle la espalda a la misma. En el hombre se conjuga lo genético con lo cultural, siendo lo primero esa mano oculta que a uno lo posiciona en un determinado lugar y no en otro, y lo segundo, los mecanismos gracias a los cuales logra sobrevivir. Evidentemente, aquí lo que interesa son las herramientas culturales que empleamos para hacer frente a la existencia, pues ellas nos podrán aportar unos esquemas de comportamiento, que puedan llegar a ilustrarnos sobre nuestra vertebración psíquica, algo sobre lo que de forma constante hay que trabajar.
En un principio se admitió, que existen individuos que aceptan la realidad sin más, e incluso que la entienden de forma inamovible, de suerte que, les basta con unos planteamientos bastante primarios para desenvolverse en ella, mientras que existen otros, que la entienden en perpetuo movimiento, motivo el cual, buscan sin parar nuevas estrategias para afrontar las nuevas situaciones ante las que tienen que enfrentarse. Ambos modelos, simplificados al máximo, representan dos fisonomías psíquicas contradictorias, la del que se ha parado, la del que no necesita seguir en movimiento, al creer que ya se encuentra en posesión de todo lo que necesita, y la del que, disconforme e insatisfecho con lo que posee, sigue intentando día a día, buscar una respuesta, o unas respuestas factibles y creíbles a los múltiples interrogantes que se le plantean. Es la eterna diferencia entre el teólogo y el filósofo, entre el que sabe y el que aún no.
Ortega, al que siempre hay que volver, en su obra “Ideas y creencias”, aporta una respuesta plausible a tal hecho, viendo en dicha dinámica, en las originadas entre las ideas y las creencias, la causa de tales diferencias. Para él, el hombre no nace desnudo (“el ser humano ante todo es un heredero”), sino que llega acompañado de unas series de creencias, de concepciones motrices, que le sirven para sobrevivir en un mundo que encuentra ya amueblado. Las ideas carecen de sentido mientras que las creencias resultan suficientes, lo que significa que sólo, cuando éstas comienzan a flaquear, carcomidas por las contradicciones que impone la realidad, el ser humano tiene la necesidad, gracias al intelecto, de desarrollar ideas que puedan taponar los agujeros originados en sus creencias originarias. Cuando las creencias fallan, se produce un enorme seísmo en el interior del individuo, un fuerte movimiento de tierra (de la tierra que lo sostiene), que le obliga a buscar soluciones alternativas, surgiendo entonces las ideas, pero hay que tener en cuenta, que tales respuestas, nunca se hubiera producido sin la caída de dichas creencias. En la propuesta de Ortega, que hay que insertar dentro de su universo ideológico (en donde las ideas y el intelecto no son más que herramientas a disposición del individuo para hacerle la vida más soportable), se puede encontrar la respuesta que estábamos buscando. El hombre estancado, el mal llamado individuo coherente, es aquél, que sobrevive sin problemas con las creencias que posee, mientras que el otro, el que de forma constante evoluciona, es el que en todo momento necesita nuevas ideas, nuevas hipótesis que vengan a paliar las insuficiencias de sus concepciones originarias. De lo anterior se substrae, que contra más deteriorado se encuentre el suelo firme de las creencias, mayor será número de ideas que tendrán que venir en ayuda de ese individuo, mientras que en el caso contrario, apenas se necesitarán nuevas hipótesis, que vengan a salvaguardar el mundo del que se encuentra aún seguro con su equipaje ideológico.
Todo parece indicar, que el quebranto de las creencias de las que hablaba Ortega, y de la hipotética inestabilidad de un determinado individuo, tiene mucho que ver con la amplitud de la existencia del mismo, pues contra más cerrado sea el espacio vital de alguien, mayores posibilidades existirán, de que ese suelo firme ideológico se mantenga estable. Por eso, las personas abiertas a todos los vientos, son las más contradictorias y complejas, pues han tenido que modificar en múltiples ocasiones su herencia ideológica, buscando acomodarse, siempre de forma crítica, a esa realidad que en todo momento comprenden variable y también amenazante.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Modernizar la izquierda
LECTURAS
(elo.093)
MODERNIZAR LA IZQUIERDA
Anthony Giddens
El País, 9.09.07
¿Tiene razón Giddens al estimar, que dadas las circunstancias actuales, sólo se puede llevar a cabo una política de izquierdas desde el centro izquierda? En principio, lo que parece claro, es que tal presupuesto es apoyado mayoritariamente por todos los partidos de la izquierda con posibilidades reales de tomar el poder, es decir, por la socialdemocracia, lo que no significa, o no puede significar, que tal hecho avale la teoría del inglés. Para Giddens, la izquierda debe intentar en la medida de lo posible, adaptarse a los tiempos que corren, y no ensimismarse, como suele hacer, en antiguos postulados que poco tienen que ver, con la realidad ante la que el ciudadano medio tiene que enfrentarse cotidianamente, siendo éste y no otro, según él, la principal causa que mantiene a la izquierda en jaque. No creo que nadie, al menos en su sano juicio, estime que la izquierda no tenga que evolucionar y adaptarse a las características del presente, es más, creo que todos los componentes de la izquierda, subrayarían tal necesidad, pero otra cosa sería, que dicha izquierda, con la intención de hacerse con el poder, aunque se esté convencido que sólo desde el poder se pueda modificar y transformar la realidad, tenga que abandonar sus postulados más básicos.
Me sorprende la sintonía de los planteamientos de Giddens con las ideas que el otro día recogí de un artículo de Savater, en donde éste último, intentaba justificar la creación de su nuevo partido. En él, el autor de “Ética para Amador”, comentaba, que la gran diferencia de la izquierda frente a la derecha, era su idea de progreso, estimando que la gran dinámica actual no se encuentra ya en el binomio derecha-izquierda, sino en el de progresismo y conservadurismo, en donde los primeros, tendrían que tomar el relevo de los antiguos izquierdistas, para intentar superar las ideas preconcebidas que sostienen los conservadores. Para ambos autores, los miembros de la izquierda o de la antigua izquierda, poseen una misión esencial, al tener que luchar contra las ideas encallecidas, que no sólo se encuentran en poder de la derecha, sino también en el seno de la izquierda más clásica, esa que se resiste a comprender que la realidad es cambiante y que necesita ideas nuevas para poder afrontarla. Parece ser, según lo visto, que lo que diferencia a la izquierda ya no es su reivindicación de la igualdad, sino su concepción del progreso, lo que en principio me deja fuera de juego, pues al menos desde mi punto de vista, una izquierda, por muy moderna que sea, que pase de puntillas sobre tal problema, el de la igualdad en el más amplio sentido del término, dejaría de tener sentido. Modernizar la izquierda significa para Giddens, intentar adaptar la izquierda a la realidad, lo que en principio no sería ningún desafuero, mientras que para Savater, la izquierda tiene la obligación de luchar para eliminar los cuellos de botella que la mantienen paralizada, lo que tampoco resultaría ningún desatino. Sí, la izquierda, no sólo debe, sino que tiene la obligación de trabajar de forma constante desde su seno, por no perder de vista la fisonomía de la realidad, al tiempo que, tiene que obligarse a pulir, y si es necesario modificar de forma radical sus planteamientos, cuanto éstos impliquen una influencia nociva sobre sus actuaciones, pero este hecho no tiene nada que ver, al menos así lo creo, con la propuesta que la invita a posicionarse en el centro izquierda, que es lo que en realidad nos quieren decir tanto Giddens como Savater, entre otras razones, porque la perspectiva que se observa desde dicha posición, en buena medida desautoriza muchos de sus planteamientos esenciales.
Para empezar, y esto creo que es importante, la izquierda debe de dejar de pensar en tomar el poder, aunque ello implique una marginalización de la misma, pues su misión no puede ser otra, al menos en un principio, que la de convertirse en una especie de “pepito grillo”, que de forma constante, señale hacia las fallas del sistema, aportando alternativas razonables y elaboradas a las mismas. Los que estiman que la izquierda debe centrarse, en el fondo a lo que aspiran, es a pulir sus aristas más sobresalientes para posicionarse como alternativa edulcorada, con objeto de agenciarse de una mayoría suficiente para auparse al poder, para desde allí, intentar gestionar de la mejor forma posible la realidad, lo que es una estrategia válida, correcta y razonable, pero que no puede ser la política que deba llevar a cabo la izquierda, al menos la izquierda real. Creo que este es el problema, que existen dos izquierdas, aunque una de ellas se intente desautorizar de forma constante en beneficio de la otra, aquella que suele calificarse de realista. El problema es que la izquierda realista, que no es otra que la socialdemócrata, de tanto comulgar con eso tan de moda que llaman pragmatismo, ha dejado aparcado en su trayectoria, aunque aún pueda presumir de una sensibilidad social aceptable, de buena parte de los objetivos que siempre han vertebrado y singularizado a la propia izquierda. Lo anterior no significa que la socialdemocracia, que cada día, y en esto como en otras muchas cosas tiene razón Giddens, no tenga que centrarse, pues sus aliados naturales en la actualidad son las denominadas clases medias, pues así y todo tiene un papel importante que jugar, sino que junto a esa izquierda moderada y digamos que “colaboracionista”, tiene que seguir existiendo la otra izquierda. Esa otra izquierda, la que sabe que su auténtico lugar se encuentra en la oposición, tiene también una labor importante que realizar, una labor, que en ningún momento puede verse mediatizada por las hipotecas que impone las responsabilidades de tener que gobernar. Evidentemente, esa otra izquierda padece también de importantes lastres, entre otras razones, como diría Giddens, porque no ha comprendido que la realidad se ha modificado de forma radical en los últimos veinticinco años, siguiendo buena parte de ella, viviendo de los réditos teóricos de la izquierda del siglo pasado. Pero esta izquierda, como lo hace la socialdemocracia, también tiene la obligación de modernizarse, pero a diferencia aquélla, para seguir estando en el lugar que le corresponde, que es el de la crítica constante a las desigualdades existentes, al tiempo que, y esta es una nueva misión que debe desempeñar, la de vigilar y la de publicitar los atentados que de forma constante se están llevando a cabo contra el medio ambiente.
Lo que hay que tener claro, es que cuando alguien hable de izquierda, es necesario saber de qué izquierda se está hablando, pues no existe una sólo izquierda, sino en principio dos, una la que de forma constante analiza Giddens, y otra, la que se encuentra a la izquierda de esa izquierda, que pese a ser minoritaria (siempre será minoritaria), resulta esencial para el mantenimiento de los equilibrios políticos de nuestras sociedades.
Martes, 11 de septiembre de 2007
(elo.093)
MODERNIZAR LA IZQUIERDA
Anthony Giddens
El País, 9.09.07
¿Tiene razón Giddens al estimar, que dadas las circunstancias actuales, sólo se puede llevar a cabo una política de izquierdas desde el centro izquierda? En principio, lo que parece claro, es que tal presupuesto es apoyado mayoritariamente por todos los partidos de la izquierda con posibilidades reales de tomar el poder, es decir, por la socialdemocracia, lo que no significa, o no puede significar, que tal hecho avale la teoría del inglés. Para Giddens, la izquierda debe intentar en la medida de lo posible, adaptarse a los tiempos que corren, y no ensimismarse, como suele hacer, en antiguos postulados que poco tienen que ver, con la realidad ante la que el ciudadano medio tiene que enfrentarse cotidianamente, siendo éste y no otro, según él, la principal causa que mantiene a la izquierda en jaque. No creo que nadie, al menos en su sano juicio, estime que la izquierda no tenga que evolucionar y adaptarse a las características del presente, es más, creo que todos los componentes de la izquierda, subrayarían tal necesidad, pero otra cosa sería, que dicha izquierda, con la intención de hacerse con el poder, aunque se esté convencido que sólo desde el poder se pueda modificar y transformar la realidad, tenga que abandonar sus postulados más básicos.
Me sorprende la sintonía de los planteamientos de Giddens con las ideas que el otro día recogí de un artículo de Savater, en donde éste último, intentaba justificar la creación de su nuevo partido. En él, el autor de “Ética para Amador”, comentaba, que la gran diferencia de la izquierda frente a la derecha, era su idea de progreso, estimando que la gran dinámica actual no se encuentra ya en el binomio derecha-izquierda, sino en el de progresismo y conservadurismo, en donde los primeros, tendrían que tomar el relevo de los antiguos izquierdistas, para intentar superar las ideas preconcebidas que sostienen los conservadores. Para ambos autores, los miembros de la izquierda o de la antigua izquierda, poseen una misión esencial, al tener que luchar contra las ideas encallecidas, que no sólo se encuentran en poder de la derecha, sino también en el seno de la izquierda más clásica, esa que se resiste a comprender que la realidad es cambiante y que necesita ideas nuevas para poder afrontarla. Parece ser, según lo visto, que lo que diferencia a la izquierda ya no es su reivindicación de la igualdad, sino su concepción del progreso, lo que en principio me deja fuera de juego, pues al menos desde mi punto de vista, una izquierda, por muy moderna que sea, que pase de puntillas sobre tal problema, el de la igualdad en el más amplio sentido del término, dejaría de tener sentido. Modernizar la izquierda significa para Giddens, intentar adaptar la izquierda a la realidad, lo que en principio no sería ningún desafuero, mientras que para Savater, la izquierda tiene la obligación de luchar para eliminar los cuellos de botella que la mantienen paralizada, lo que tampoco resultaría ningún desatino. Sí, la izquierda, no sólo debe, sino que tiene la obligación de trabajar de forma constante desde su seno, por no perder de vista la fisonomía de la realidad, al tiempo que, tiene que obligarse a pulir, y si es necesario modificar de forma radical sus planteamientos, cuanto éstos impliquen una influencia nociva sobre sus actuaciones, pero este hecho no tiene nada que ver, al menos así lo creo, con la propuesta que la invita a posicionarse en el centro izquierda, que es lo que en realidad nos quieren decir tanto Giddens como Savater, entre otras razones, porque la perspectiva que se observa desde dicha posición, en buena medida desautoriza muchos de sus planteamientos esenciales.
Para empezar, y esto creo que es importante, la izquierda debe de dejar de pensar en tomar el poder, aunque ello implique una marginalización de la misma, pues su misión no puede ser otra, al menos en un principio, que la de convertirse en una especie de “pepito grillo”, que de forma constante, señale hacia las fallas del sistema, aportando alternativas razonables y elaboradas a las mismas. Los que estiman que la izquierda debe centrarse, en el fondo a lo que aspiran, es a pulir sus aristas más sobresalientes para posicionarse como alternativa edulcorada, con objeto de agenciarse de una mayoría suficiente para auparse al poder, para desde allí, intentar gestionar de la mejor forma posible la realidad, lo que es una estrategia válida, correcta y razonable, pero que no puede ser la política que deba llevar a cabo la izquierda, al menos la izquierda real. Creo que este es el problema, que existen dos izquierdas, aunque una de ellas se intente desautorizar de forma constante en beneficio de la otra, aquella que suele calificarse de realista. El problema es que la izquierda realista, que no es otra que la socialdemócrata, de tanto comulgar con eso tan de moda que llaman pragmatismo, ha dejado aparcado en su trayectoria, aunque aún pueda presumir de una sensibilidad social aceptable, de buena parte de los objetivos que siempre han vertebrado y singularizado a la propia izquierda. Lo anterior no significa que la socialdemocracia, que cada día, y en esto como en otras muchas cosas tiene razón Giddens, no tenga que centrarse, pues sus aliados naturales en la actualidad son las denominadas clases medias, pues así y todo tiene un papel importante que jugar, sino que junto a esa izquierda moderada y digamos que “colaboracionista”, tiene que seguir existiendo la otra izquierda. Esa otra izquierda, la que sabe que su auténtico lugar se encuentra en la oposición, tiene también una labor importante que realizar, una labor, que en ningún momento puede verse mediatizada por las hipotecas que impone las responsabilidades de tener que gobernar. Evidentemente, esa otra izquierda padece también de importantes lastres, entre otras razones, como diría Giddens, porque no ha comprendido que la realidad se ha modificado de forma radical en los últimos veinticinco años, siguiendo buena parte de ella, viviendo de los réditos teóricos de la izquierda del siglo pasado. Pero esta izquierda, como lo hace la socialdemocracia, también tiene la obligación de modernizarse, pero a diferencia aquélla, para seguir estando en el lugar que le corresponde, que es el de la crítica constante a las desigualdades existentes, al tiempo que, y esta es una nueva misión que debe desempeñar, la de vigilar y la de publicitar los atentados que de forma constante se están llevando a cabo contra el medio ambiente.
Lo que hay que tener claro, es que cuando alguien hable de izquierda, es necesario saber de qué izquierda se está hablando, pues no existe una sólo izquierda, sino en principio dos, una la que de forma constante analiza Giddens, y otra, la que se encuentra a la izquierda de esa izquierda, que pese a ser minoritaria (siempre será minoritaria), resulta esencial para el mantenimiento de los equilibrios políticos de nuestras sociedades.
Martes, 11 de septiembre de 2007
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