viernes, 22 de enero de 2016

Corrección

LECTURAS
(elo.328)

CORRECCIÓN
Thomas Bernhard
Debate, 1975

                        Acabo de terminar la que según dicen es la mejor novela de Bernhard, “Corrección”. Esto de leer la obra de un autor a salto de mata, como me está ocurriendo con la del austriaco, del que leí en primer lugar su última novela, tiene sus consecuencias, por ejemplo la de no poder apreciar su evolución adecuadamente, ya que comparar sus novelas iniciales o intermedias con las últimas, no creo que sea, ni de lejos lo más adecuado. Dicen que las novelas que escribió al final de su vida son las más accesibles, las menos oscuras dentro de complejo mundo narrativo de Bernhard, pero a pesar de ello, a pesar de las similitudes que poseen, pues son muy parecidas en todo, incluso en la aparente temática que presentan, no tengo dudas en calificar a “Extinción” como su mejor novela. Es mejor, creo, porque es más luminosa y estimo que está mejor estructurada.
                        Digo lo anterior porque en su conjunto, observándola como un todo, al menos para mí, y no quiero decir que sea más profunda, no, sólo que es más equilibrada, más  autónoma y que posee una estética más cuidada. “Corrección”, por el contrario es más oscura y mucho más caótica, pues aunque la temática en un primer momento puede ser entendida como paralela  a la de su última novela, de la que sin duda ésta, “Extinción”  en parte es deudora, su intención, o al menos así me lo parece, es la de hablar del nacimiento del ideal, del desarrollo de éste y de su implementación, o del nacimiento y de la extinción, o también de la necesidad del suicidio cuando alguien pierde la justificación de su existencia, que no puede estar más allá del cumplimiento del ideal que alguien se ha impuesto.
                        Para el protagonista de la novela, tener un ideal por el que luchar es esencial para existir, para permanecer vivo, pues ese ideal que se observa y que se trata con esfuerzo de alcanzar, tira de uno desde el exterior haciendo que se saquen fuerzas de donde no las hay con objeto de intentar hacerlo realidad. Una persona comprometida, comprometida con su ideal, es la que de forma reflexiva e inflexiblemente pone toda su energía en él, pues su existencia se reduce al logro de ese ideal. El problema es cuando ese objetivo se cumple, cuando se rompe la tensión que durante años se ha padecido, cuando ya nadie ni nada tira desde fuera de ese alguien y éste comprende que su vida ya carece de sentido, y que carece de sentido por haber llevado a término el ideal o los ideales que justificaban su existencia.
                        El protagonista de “Corrección” tenía dos ideales, dos objetivos vitales, acabar con su mundo, mundo que personifica en su familia y en el estilo y en la forma de vida que se desarrollaba en  la enorme y productiva hacienda en la que vivió, y vivió hasta que se decidió alejarse de ella, de Altensam, y construir para su hermana, que era la única persona a la que quería de su familia, después de un largo periodo de estudio, un cono perfecto en el centro exacto de un bosque, suicidándose cuando cumplió ambos objetivos.
                        La novela está dividida en dos partes, dos partes claramente diferenciadas, la primera narrada por un amigo del protagonista, consistiendo en lo más cercano que conozco a una apología, en donde éste, en el lugar en donde su admirado amigo había tenido su estudio, trata de ordenar y examinar los documentos que éste había dejado,  y la otra, en donde el ordenador y el examinador da cuenta de esos documentos y de esas notas. De forma curiosa e inteligente, Bernhard  deja constancia de la intención que el protagonista tenía de desaparecer, al mostrar la voluntad de éste por reducir su legado después de múltiples correcciones, en donde dichas correcciones iban despojando a los escritos de todo lo accesorio, de toda la vida que había en ellos, hasta llegar a conseguir dejarlos lo más esqueléticos  que pudo.
                        Pero hay algo que me ha sorprendido de la novela, y es la diferencia que para el autor existe entre el de hecho de vivir para un ideal, empresa en la que se embarca neuróticamente el protagonista, que sólo pudo acabar como acabó, en el suicidio una vez alcanzados sus objetivos, y vivir en el ideal, como vivía su otro amigo de la infancia, el propietario de la buhardilla que utilizara como estudio. Este hecho me hace comprender la idealista visión que el escritor austriaco tenía de las clases humildes y sencillas, algo que también se observa en “Extinción”, los cuales se dedicaban a vivir su vida sin preocuparse por encontrarle un sentido a la misma.
                        Bernhard, a pesar de la dificultad que supone su estilo narrativo, es ante todo adictivo, de suerte que difícilmente se puede abandonar cualquiera de sus obras una vez iniciada satisfactoriamente la singladura. Su forma circular de afrontar los temas, a los que machaca de forma incansable desde diferentes ángulos hasta dejar al lector exhausto, va dejando un panorama repleto de matices, danto cuenta de la complejidad de nuestras existencias, al tiempo que se va desnudando él mismo de forma evidente, dejando al descubierto el singular mundo desde el que escribe.
                        No creo, como dije más arriba que ésta sea la mejor novela de Bernard, al menos desde mi punto de vista no es la más homogénea ni la estéticamente más lograda, pero estoy convencido que es una de las que deja más claves internas para conocer mejor a este hermético escritor, sin duda uno de los más grandes animales literarios a los que he tenido el placer de enfrentarme.

Martes, 18 de agosto de 2015.


Hormigón

LECTURAS
(elo.327)

HORMIGÓN
Thomas Bernhard
Alfaguara, 1982

                        Después de la conmoción que me supuso la lectura de “Extinción”, sin dada la mejor novela que he leído en los últimos tiempos, novela corrosiva, dura y adictiva, la lectura de “Hormigón”, a pesar de  su calidad, es posible que por las expectativas puestas en ella, me ha supuesto cierta decepción, tanto en lo referente al estilo como a la forma de exponer el tema ideado. Cierto que es una novela más accesible, y no sólo porque apenas llega a las doscientas páginas, sino porque en su conjunto es mucho más explícita, al tiempo que menos homogénea, pues se podría pensar que la segunda parte de la misma es una novela, estilísticamente hablando diferente a la primera, dando la sensación, que el escritor quería terminarla lo antes posible, de forma que se podría también afirmar, que un poco precipitadamente. Esto es, sin duda, lo que más me ha molestado de la novela, lo que me ha provocado este mal sabor de boca que ahora, mientras escribo estas líneas, soporto.
                        Decir que “Hormigón” es una mala novela no sería correcto, pero sí lo sería, decir que es una novela descompensada, que cuando se concentra en el monólogo del protagonista mantienen un alto nivel, aunque menor, mucho menor que el que se desarrolla en “Extinción”, pero que cae, e incluso se despeña, cuando ese mismo protagonista cuenta la historia que cierra la novela. Hasta que llega a Palma, a Palma de Mallorca, la novela podría tomar cualquier camino, no imaginando el lector hacia dónde se dirigirá el desarrollo de la misma, lo que siempre es un acierto, pero a partir de ese momento, cuando sentado en el Borne le llegan al protagonista una serie de recuerdos, todo queda demasiado a la intemperie, incluso el estilo, que pierde precisión, llegando incluso, lo que en casi todas las circunstancias en literatura resulta catastrófico, a resultar demasiado explícita.
                        “Hormigón”, de forma sintética, habla de lo injusto que resulta permanecer encerrado paranoicamente pensando en lo tétrica que para uno es la existencia, mientras que la mayoría de los mortales tienen que hacer frente a problemas realmente importantes; de lo miserable que es, por ejemplo, permanecer en jaque y paralizado porque no se puede comenzar un trabajo sobre Félix Mendelssohn, autor al que se ha estudiado durante más de diez años, como le ocurría al protagonista de la novela, frente a la magnitud de una catástrofe como la de perder a  un ser querido al que uno, de forma inconsciente, ha empujado al suicidio. O dicho de otra forma, a que a veces nuestras cuitas, nuestros problemas existenciales, al permanecer encerrados en ellos, en el fondo no son más que un suave y civilizado oleaje frente a los continuos tsunamis que otros tienen constantemente que padecer. O, que las cuestiones que desestabilizan a cierta burguesía decadente y afectada, son de risas, frente al voluminoso catálogo de problemas que embargan al resto de la humanidad.
                        Alguien dijo en cierta ocasión, que una novela hay que analizarla en su conjunto, como un todo, como un todo complejo cuando la novela en sí es de calidad, atendiendo a que todas sus partes se encuentren equilibradas, y en la que cada una de ellas cumpla con su papel. El papel del estilo elegido no puede ser otro que el de potenciar el tema, por lo que el estilo tiene obligatoriamente que adaptarse a la historia que se exponga, a no ser, que se trate de adaptar esa historia escogida a un estilo concreto, lo que casi siempre resulta demasiado forzado y que sólo está al alcance de unos pocos. Posiblemente esto último es lo que le ocurre a esta novela de Bernhard, que el autor, ha forzado el tema más de la cuenta para adaptarlo a su peculiar y exigente estilo narrativo, en un mal planteamiento de la misma.
                        Cada autor tiene su propio estilo, su sello personal que lo hace inconfundible, su marca propia que no tiene que modificar en cada tema que aborde, no, porque ésta no es la cuestión. El problema es de planificación, de saber adaptar la historia, sin que rechine demasiado a la singular forma que se tenga de narrar, de hacer propia la historia, de que todo se exponga, por muy sofisticado que sea el estilo que se posea, de forma natural e implícita. Y en esto creo que ha fallado Bernhard en esta ocasión, en que la historia a partir de cierto momento se le desborda, se le va de las manos y tiene que cerrarla con media estocada, lo que desluce la faena.
                        La voluntad de estilo es lo que convierte a una historia escrita en literatura, y esa voluntad de estilo, aunque a veces de forma desmedida, está siempre en Bernhard, de suerte, y no quiero exagerar, que después de leer al autor austriaco todo se ve literariamente diferente, desde otra perspectiva, y es que el arte, como el propio autor dijo en otro lugar, ante todo tiene que ser exagerado, a lo que yo añadiría que amanerado e incluso manierista, aunque aparentemente se muestre diáfano. A pesar de lo que opino de esta novela, que a pesar de lo dicho se encuentra por encima de la media, a Bernhard hay que seguir leyéndolo y leyéndolo, porque en su literatura se encuentra la literatura en estado puro.


Lunes, 10 de agosto de 2015.

La muerte del padre

LECTURAS
(elo.326)

LA MUERTE DEL PADRE
Karl Ove Knausgard
Anagrama, 2009

                        Leí esta novela hace dos años, cuando se publicó, y la he vuelto a leer de nuevo no sólo porque se acaban de publicar dos tomos más de esta monumental obra, de los seis que la conforman, que tienen el controvertido título de “Mi lucha”. La he vuelto a leer sobre todo, porque a pesar del tiempo transcurrido, he conservado de ella escenas con gran nitidez, lo que ciertamente no me parece normal, imágenes narradas que de nuevo me han llamado la atención, y que atestiguan la calidad literaria del autor. De una novela en el mejor de los casos suelen quedar en la memoria el tema, pero son pocas las que, con el paso del tiempo, consiguen ser recordadas por fragmentos de la misma, como me ha ocurrido con esta de Knausgard.
                        Me llama la atención que cuando se habla y se escribe de esta novela, y últimamente se escribe y se habla demasiado, siempre se subraya la valentía del escritor, como si la valentía no tuviera que ser necesaria cuando se escribe y se muestra lo que se escribe, y poco, de la capacidad narrativa del noruego. La valentía es algo que poco tiene que ver con lo literario, es una cualidad humana muy loable y que siempre hay que aplaudir, pero en literatura hay que pedir algo más, ya que en principio que alguien sea valiente no significa necesariamente que sirva para el oficio de escribir.
                        “La muerte del padre” no cuenta nada del otro mundo, no es de esas novelas que aportan al lector algo importante, no, en absoluto, es una de las muchas novelas que se han escrito sobre los efectos que sobre un hijo provoca la desaparición definitiva de su padre, tema por cierto muy manoseado últimamente, baste señalar a Roth, a Auster o a Fernando Marías, hecho que obligatoriamente hace recordar al que escribe fragmentos de su vida anterior, relacionados o no, con la progenitor fallecido.
                        Partiendo de la base de que la novela no aporta nada nuevo, y que posee quinientas páginas que he leído sin apenas darme cuenta, con escenas que se dilatan y se dilatan sin que en realidad pase nada importante en ellas, pero que sin embargo me he sentido incapaz de abandonarla, no tengo más remedio que decir, que la capacidad literaria de Knausgard es sorprendente, y eso que en ningún momento se sale del tiesto con absurdos experimentos estructurales para atraer la atención del lector, no, porque lo que también llama la atención es su aparente sencillez expositiva, su cercanía al lector, pudiendo ser esto la clave de su éxito.
                        Mientras se lee “la muerte del padre” uno tiene el convencimiento de que está leyendo algo realmente bueno, pero cuando se termina la novela comienzan las dudas sobre la misma, porque como apunté con anterioridad no se puede decir que aporte nada nuevo a la temática tratada, de suerte que la figura del padre queda hasta cierto punto desdibujada, no quedando claro a ciencia cierta por qué fue un mal padre, ni por qué influyó tan negativamente en sus hijos. Lo importante de la novela, sin duda, es la sencillez en la que se narran las dos grandes escenas que la conforman, la de la fiesta de fin de año, y la limpieza de la casa en donde había fallecido el padre del protagonista, en las que uno queda literariamente “enganchado”. Esta sencillez expositiva es lo que ha hecho que esta novela se haya convertido, curiosamente, en todo un best sellers en los países nórdico, y al parecer también en el Reino Unido, a lo que hay que unir también la fama que la ha precedido, la de estar escrita por alguien que ha vomitado sobre su familia. Pero también hay que añadir que tampoco es para tanto la actitud que mantiene el autor, a no ser que en los países escandinavos ese tema sea tabú, ya que por ejemplo “Patrimonio”, de Philip Roth, es mucho más dura en todos los aspectos.
                        Como he comentado más arriba me sorprende que en todo lo que he leído sobre esta obra se hable más del autor que de la novela en sí, lo que no habla bien de la crítica literaria, que se limita a señalar hacía lugares comunes, ni tampoco de los lectores, deseosos ambos de encontrar a un autor cuya personalidad se encuentre por encima de su obra, en lugar de mostrar la satisfacción de haber hallado una novela que se asienta, sin mucha dificultad,  por encima de la media, como sin duda lo es ésta de Knausgard.
                        Hablaba el autor, en la propia novela, que es fundamental buscar el equilibrio entre el tema y el estilo, que es necesario abatir todo intento de que una de esas dos variables consiga eclipsar a la otra, cosa que con acierto consigue, pero diría yo, que también sería necesario abatir, en aras de la autonomía de la propia obra literaria, la alargada sombra de la personalidad del autor, sobre todo cuando ésta ha sido publicitada en exceso, cuando ésta ha sido galardonada por cierto malditismo, algo que a estas alturas vende, y vende muchísimo.
                        “La muerte del padre” es  una buena novela, una buena novela que se asienta en la calidad expositiva del autor, que consigue dejar escenas, incluso imágenes, que sólo con dificultad podrá olvidar cualquier lector mínimamente sensible. Por ello es aconsejable, incluso muy aconsejable,  leer las siguientes entregas de esta obra.

Viernes, 7 de agosto de 2015.