viernes, 13 de noviembre de 2015

Sumisión

LECTURAS
(elo.322)

SUMISIÓN
Michel Houellebecq
Anagrama, 2015

                        Estaba convencido, después de leer “El mapa y el territorio”, que difícilmente Houellebecq se embarcaría en una nueva novela, al creer que había llegado a un callejón sin salida, pero hace unos meses, a raíz de un atentado yihadista en París, atentado que conmocionó a todo Occidente y que logró poner de nuevo sobre la mesa la cuestión islamista, me enteré que el francés había escrito una nueva novela sobre la cada día más inquietante influencia del Islam en su país, novela que ni decir tiene, se había convertido en un éxito de ventas en Francia. Las noticias que llegaban eran que Houellebecq había desarrollado una ficción en donde los islamista habían tomado el poder en su país, lo que significaba que había metido los dedos en una cuestión que arañaba e irritaba profundamente a los franceses, la del aumento de la influencia musulmana en el Hexágono, cuestión que se alejaba de los temas que siempre habían interesado literariamente a Houellebecq. Me extrañó, primero porque no esperaba, como dije, una nueva obra de ficción suya, ya que creía que se iba a dedicar a la poesía, y en segundo lugar, porque no lo creía interesado en profundizar en esa herida que desde hace tiempo corroe al alma de la sociedad francesa, la de la pérdida de su identidad cultural. No obstante, no salí corriendo a comprar el libro cuando apareció editado en las librerías de nuestro país, ya que preferí esperar hasta que cayera en mis manos, lo que no quería decir que no tuviera interés en leerlo, sino que pensaba que era mejor que pasara un tiempo hasta que los efectos que tanto habían publicitado el texto se difuminaran, para así poder disfrutar de  una lectura más sosegada del mismo.
                        Aunque el tema es el que es, la novela no tiene nada que ver con lo que se ha dicho y repetido sobre ella, pues a pesar de plantear un escenario de ficción en donde un movimiento islamista moderado, apoyado por los partidos más importantes de la Francia republicana, llega democráticamente al poder al ganarle las elecciones al Frente Nacional, no habla de una guerra civil entre franceses ni de la toma del gobierno a la fuerza por parte de los islamistas radicales. No, la novela como no podía ser de otra forma, habla de lo que siempre le ha obsesionado a Houellebecq, que ni de lejos es la problemática islamista en Francia. La trama no es más que una excusa para afrontar sus temas de siempre, su horror hacia los efectos que ha provocado la modernidad, y el pánico que siente hacia la soledad que se ha apoderado del hombre contemporáneo. Para él, la modernidad ha creado un individuo aislado, pendiente sólo de sus intereses inmediatos, satisfecho materialmente e independiente, pero que sin embargo, difícilmente puede soportar el peso de su existencia, pues ha conseguido cortar los lazos que lo ataban a lo comunitario, y lo que es aún peor, a todo aquello que pudiera justificar su existencia de forma aceptable.
                        Aunque se trate de ocultar, la soledad, precisamente cuando parece que todos estamos más intercomunicados, es el gran tema con diferencia de nuestro tiempo, y de ello es consciente como nadie Houellebecq, que en todo momento apostando fuerte, por historias descarnadas, siempre se ha caracterizado por situar a la soledad en el centro de su narrativa.
                        Pero “Sumisión” posiblemente sea una novela fallida, al menos es la peor que he leído del francés, y lo es, por el hecho de haber tenido que mostrar un escenario que le ha obligado a ser demasiado explícito, al tener que justificar un sin número de acontecimientos externos para  que su protagonista se paseara por ellos sin provocar excesivas estridencias. Houellebecq dibuja a alguien cansado de su existencia, en la que no encontraba alicientes, ya que de hecho estaba convencido que sus mejores momentos, tanto profesionales y sentimentales, habían quedado atrás, y que a las alturas en la que se hallaba, poco  podía ya esperar de la vida, salvo dejarse llevar monótonamente por ella.
                        El hombre sin ideología, sin religión, el ateo occidental, el que sin otro objetivo que el de encontrar algún que otro placer coyuntural o una sólida posición profesional pulula por nuestras sociedades, es un hombre acabado, un hombre que se ha suicidado, al menos eso es lo que desde siempre nos viene diciendo Houellebecq, y lo es, porque le hace falta algo más, algo que realmente lo justifique ante su propia consciencia. Vivimos en sociedades de individuos solitarios, vivan o no en parejas, que difícilmente saben qué hacer. En esta novela, el autor, aboga porque parte de la solución a nuestras desdichas pasan por tener que abdicar de esa extraña soberanía sobre la que nos encontramos asentados, de esa ridícula independencia de la que, pero sólo de puertas hacia fuera, tanto nos enorgullecemos, para dejarnos atrapar, dando un paso hacia atrás, en uno de esos cuerpos teóricos, como pueden ser las ideologías, o espirituales, como las religiones, en donde todo se encuentra perfectamente estructurado, y en donde siempre sabemos dónde nos encontramos , pero sobre todo, hacia dónde tenemos que encaminarnos.
                        “Sumisión” es una novela que se lee bien, de hecho si se cuenta con tiempo suficiente puede leerse de un tirón, que posiblemente no se encuentre literariamente a la altura de las últimas novelas de Houellebecq, pero que deja en el lector una serie de cuestiones de gran interés, que sin duda la convierten en una novela muy recomendable.


Sábado, 6 de junio de 2015

Victoria

LECTURAS
(elo.321)

VICTORIA
Joseph Conrad
Alfaguara, 1.915

                        Hace unos días le comenté a un conocido que lamentaba no haber leído a Conrad en su momento, es decir en la adolescencia, pero ahora estoy convencido, a pesar de que con seguridad  hubiera disfrutado de lo lindo con sus novelas, que no le hubiera encontrado el sentido que en estos momentos encuentro en ellas, lo que sin duda se debe a que existen dos Conrad, uno accesible, del que queda su espíritu aventurero, y otro más profundo, en el que se observa una visión de la existencia que sin duda es el más interesante. A pesar de las apariencias, en las novelas de Conrad, al menos en sus mejores obras, siempre se encuentra a un individuo vapuleado por las circunstancias, alguien que tiene que enfrentarse a vicisitudes no esperadas que consiguen poner en jaque su existencia.
                        Leí “Victoria” hace algunos años, y aparte de la maestría literaria del autor, no enconaré en ella nada especial, pero ahora, cuando la he vuelto a leer con interés después de haber leído otras obras suyas, me he encontrado con una novela asombrosa, que a pesar de no ser la mejor de él, la mejor que de él he leído, es una novela redonda en la que en mi opinión se pueden apreciar todos los elementos que hacen de Conrad uno de los grandes autores de todos los tiempos.   El lector, en “Victoria”, encuentra una historia atractiva, bien estructurada y contada, en la que sólo tiene que leer y leer, en la que en ningún momento llega a perderse, y mucho menos perder el interés por la trama. Es una novela clásica ambientada en el sudeste asiático, en la que no falta ninguno de los elementos  que siempre han acompañado a este tipo de novelas, pero en la que nada se da por sabido con antelación. Este  es el primer obstáculo que tiene que salvar toda buena novela, la de resultar atractiva para el lector, que ni decir tiene que “Victoria” solventa sin dificultad, ya que el que se sumerge en ella difícilmente podrá abandonarla. Pero Conrad no es uno de esos autores que se contentan sólo con ofrecer una historia interesante y para colmo bien contada, no, pues a pesar del mérito que ello comporta, que evidentemente no se encuentra al alcance de cualquiera, ofrece algo más, un valor añadido, que le aparta de todas aquellas obras inanes pero bien confeccionadas que sólo aspiran a poder entretener al lector durante  unas horas.
                        Una de las grandes virtudes de Conrad, virtud que en literatura siempre hay que agradecer, es que nunca nos ofrece personajes de cartón piedra, personajes estereotipados, de esos que parecen que nunca llegan a inmutarse aunque el más fuerte de los temporales arremeta contra ellos, ya que sus protagonistas, a pesar de poseer fuertes convicciones, siempre llegan, por una causa o por otra, a tambalearse cuando la realidad se ceba contra ellos. El protagonista de la novela, Axel Heyst, era alguien que aspiraba a mantenerse apartado, a “mirar… y a no hacer ruido”, a ser posible en un lugar apartado, pero al que “la vida, lo cogió por el cuello”.
                        Para colmo, y en esta novela queda patente, como también en “El corazón de las tinieblas” y en “Lord Jim”, que Conrad es un autor dotado de una gran sensibilidad, por lo que trata de dibujar a sus personajes de forma indirecta, es decir, por mediación de otros personajes, lo que crea alrededor de ellos cierta aureola que los subraya y los potencia de cara al lector. Parece como si el autor confiara más en los actos, en lo que van dejando detrás de sí sus protagonistas y que quedaban grabadas en la memoria de otros, que en la descripción que él, de forma omnisciente pudiera narrar, lo que sin duda aporta mucha más riqueza literaria que la que hubiera conseguido obrando de forma directa.
                        “Victoria” es una de esas novelas en las que uno observa que la madurez del autor consigue construir obras de una calidad extrema, en la que todos los ángulos quedan perfectamente pulidos, pero en donde uno echa en falta esas imperfecciones que dotan a las obras artísticas de un inestable equilibrio que las convierte en singulares. Posiblemente la única crítica, la única crítica negativa, que uno le pueda realizar a esta novela, sea su excesiva perfección, lo que ya es un decir. Parece que determinados autores, a partir de cierto momento, cuando ya han conseguido superar las múltiples dificultades del oficio, le salen las obras más de forma artesanal que de forma artística, lo que quiere decir, que son más perfectas, pero al mismo tiempo menos atractivas estéticamente, ya que lo estético, y esto podría constituir materia para otro debate, en buena medida se nutre de ciertos desequilibrios que son los que singularizan a toda obra artística. Es curioso, pero en teoría, las creaciones que realice un autor en su madurez, deberían ser mejores que las que realizó en otras épocas anteriores, pero tal hecho apenas se da, como queda demostrado en el caso de Conrad, pues a pesar de la calidad literaria que posee “Victoria”, hay que reconocer que “El corazón de las tinieblas”, realizada quince años antes, es una obra superior.
                        No obstante “Victoria” es una magnífica novela que por sí  sola certifica la calidad, la extremada calidad literaria de Joseph Conrad.


Sábado, 9 de mayo de 2015

El poder y la gloria

LECTURAS
(elo.320)

EL PODER Y LA GLORIA
Graham Greene
El País, 1940
                       
                        No esperaba esta novela. En ningún caso esperaba una novela de tales características cuando comencé a leerla por indicación de un amigo. Hace años había leído otras obras de Graham Greene que recuerdo radicalmente diferentes, por lo que, en principio, no sé qué decir sobre “El poder y la gloria”, salvo precisamente eso, que me ha sorprendido. Podría comenzar diciendo que se trata de una novela sobre la desolación, sobre el abrumador peso de la existencia, que es donde sólo puede encontrar sentido la religión. Es posible que sea una novela sobre la religión y de la justificación que ésta encuentra entre los más desesperados, entre los que no tienen nada salvo la obligación de seguir viviendo, novela que podría encuadrarse, por las reminiscencias que me llegan de otras lecturas, en cierta tradición literaria, en la de la desolación, desde la que con luz propia emergen autores como Rulfo, Onetti, McCarthy e incluso Jesús Carrasco para citar a alguien cercano que ha obtenido cierto éxito con una reciente novela, “Intemperie”.
                        “El poder y la gloria” es una de esas novelas en las que el lector no puede agarrarse a casi nada, sólo al deambular del protagonista, a su incesante huida para evitar ser detenido, juzgado y ejecutado, en donde en un escenario de una aridez extrema, la del semidesértico México más estereotipado, en donde la barbarie revolucionaria, que siempre por comodidad suele subrayar lo accesorio, se había impuesto desmantelar a la Iglesia Católica, por lo que era fundamental acabar con sus funcionarios, los sacerdotes. El autor pone en el centro de su interés a un cura, a un “pater whisky”, en uno de esos curas que a pesar de ser miserable pecador, no había aceptado las imposiciones del poder revolucionario, la de casarse para vivir de una miserable pensión estatal  para así quedar desacreditados ante la población.
                        Pero a través de ese cura que desesperadamente, en principio, trataba de salvar su vida sin claudicar, se observa la miseria en la que vivían los más pobres, así como la violencia extrema existente, y cómo los más miserables, a pesar del mandato de las  autoridades, no habían abandonado una fe que no buscaba la felicidad ni la justicia en la tierra, sino precisamente en un lugar que se encontraba más allá de la muerte, en donde hallaban el consuelo que necesitaban para poder seguir soportando la mezquina existencia que padecían. Este creo que es el objetivo de la novela, que queda subrayado al final cuando un nuevo cura llega al lugar después de haber sido ejecutado el protagonista, que el ser humano necesita ese consuelo, la certeza de que existe una vida diferente, más plena, después de la muerte, y que la  necesita para seguir aguantando lo inaguantable. Y también, que entre la revolución que de forma fallida buscaba la felicidad en la tierra y la fe, los más humildes no dudaban.
                        A pesar de lo anterior, lo más importante de esta novela no es el mensaje que de forma implícita el autor desea aportar, no, ya que el valor de la misma se encuentra en el desarrollo, en la forma narrativa que emplea, en donde todo queda difuso, como si una tenue capa de polvo, de polvo del desierto, lo cubriera todo, dejando sólo lo necesario para que la historia se mantenga en pie, quedando en el lector una sensación extraña en donde la aridez y la desolación le hacen comprender que en esas tierras lo único importante era sobrevivir, pero sobrevivir sin esa alegría que en el mejor de los casos puede justificar la existencia. Sí, lo más importante es la desolación que lo empapa todo, lo que el autor consigue gracias a un distanciamiento que en todo momento evita la complicidad, ni con sus personajes ni con sus lectores, y también en la escenografía, en donde la dureza, la aspereza, hacen creer que se habla de otro mundo, de un mundo inexistente en donde nada es grato y sí trabajoso.
                        En contra de lo que temí cuando leía las primeras páginas, posiblemente por el recuerdo que aún mantengo de “Intemperie” de Jesús Carrasco, “El poder y la gloria” ni de lejos es sólo un ejercicio de estilo, ya que todos los elementos estructurales y estilísticos están pergeñados para dejar una opinión clara sobre la mesa, la de que para muchos es imprescindible creer, pues en el fondo esas creencias es lo único que poseen, algo que nadie les podrá quitar.
                        Ni que decir tiene, por lo expuesto anteriormente, que se trata de una novela incomoda, poco agradable, ya que en ningún momento trata de satisfacer al lector, pero tengo que reconocer, lo que no esperaba, que posee una calidad extrema, en la que tanto el fondo como la forma se adecuan a la perfección, sin dejar aristas y cabos sueltos sin haber sido trabajados, lo que demuestra que todo en ella ha sido cocido y elaborado a fuego lento, en donde la improvisación ha tenido poca cabida.
                        Un fin, una gran novela.

Viernes, 24 de abril de 2014